Capítulo 2

Después de ser testigo de ver cómo mi mamá le hizo sexo oral a mi hermano, no podía sacar de mi mente todo lo que vi. Tenía muchas preguntas y me invadía la curiosidad de cómo era posible que mi mamá accediera a hacer eso. Esa noche no pude dormir tranquilamente; cualquier ruido me ponía alerta, pensando que podría ser mi hermano intentando hacer algo más con mi mamá.

Pasó el fin de semana y no fui testigo de algo más durante esos dos días. Llegando el lunes, mi hermano regresó a su colegio con normalidad. Noté el nerviosismo de mi mamá. —Espero que tu hermano se comporte,— me dijo. —Me lo prometió.— Ambos sabíamos que la paciencia del director ya era nula y que al primer problema que se metiera mi hermano, lo podrían sacar para mandarlo a un colegio especial para tratar su temperamento agresivo.

Cuando llegó mi hermano a casa, se veía molesto, como era normal en él. Mi mamá ya daba por hecho que algo había pasado. —Hola, hijo, ¿Cómo te fue?— le preguntó mi mamá. —Bien, todo normal,— respondió Arturo. —Normal,— preguntó mi mamá, incrédula. —No tuviste ningún problema, ¿verdad?— insistió. —No, ninguno,— dijo con tono molesto y se retiró a su habitación.

Vi a mi mamá tomar su móvil y llamar a alguien. —Hola, buena tarde, director. Soy la mamá de Arturo. Perdón la molestia, solo quería saber si no tuvo algún problema con sus compañeros o profesores,— preguntó mi mamá. —En serio, ¿dibujo?— respondió el director, sorprendido. —Esas son buenas noticias. Muchas gracias, director. Hasta luego,— añadió mi mamá y colgó.

—¿Qué pasó, mamá?— pregunté. —Al parecer, tu hermano se comportó bien,— dijo, alegre. —Supongo que lo debo recompensar,— añadió, sonrojada. —Recompensar, ¿cómo?— pregunté, curioso. —Premiarlo,— dijo, esquivando mi pregunta. —No lo sé, hijo. Bueno, prepararé la comida,— dijo, cambiando de tema.

Me quedé pensando en todo lo que había visto y oído. La forma en que mi mamá accedía a las demandas de Arturo, incluso las más íntimas, me confundía y preocupaba. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para mantener la paz en casa? Y, lo más importante, ¿qué tipo de recompensa tendría mi hermano esta vez?

Esa misma tarde, escuché a Arturo hablando con mi mamá en su habitación de él. Me acerqué para escuchar mejor.

—No, Arturo, entiende que eso no se va a poder,— dijo mi mamá.

—¿Por qué no? Yo cumplí,— respondió Arturo.

—Lo sé, hijo, pero solo es un día. Necesito que cumplas siempre y no podemos seguir por siempre así. Soy tu mamá, de por sí lo que hacemos está muy mal,— dijo mi mamá, con un tono de voz que reflejaba su conflicto interno.

—Eso da igual. Déjame penetrarte,— exigió Arturo, sin rodeos.

No podía creer lo que estaba escuchando. Me quedé helado, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

—No puedo creer lo que estoy escuchando,— pensé, pero me obligué a seguir escuchando, necesitando saber más.

—No, Arturo, y entiende. Si quieres, puedo desnudarme como siempre para que te masturbes,— ofreció mi mamá, tratando de encontrar una alternativa.

—Eso es aburrido, mamá. Mejor hazme otro favor, ya sabes cómo,— dijo Arturo, con una voz que dejaba claro lo que quería.

—Ya sé por dónde vas, Arturo, y te había dicho que ya no te la iba a chupar,— respondió mi mamá, con voz molesta.

—Quita esa cara, Arturo. Ya sé que cuando la pones quieres empezar a romper todo,— dijo mi mamá.

Mi hermano no decía nada. Me asomé para ver qué sucedía. Mi hermano estaba sentado en la cama, y mi mamá de pie enfrente de él, con los brazos cruzados. En eso, mi mamá se sentó a su lado y lo abrazó.

—Debes entender, hijo. Esto ya es mucho para mí. Me estoy esforzando bastante,— dijo mi mamá, con voz cansada.

—Lo dices como si fuera un problema lidiar conmigo,— respondió Arturo, con un tono desafiante.

—El problema es lo que me pides, Arturo,— dijo mi mamá, acariciando su cabello.

—Entonces olvida nuestro trato,— dijo mi hermano, más molesto.

—Arturo, cálmate, porfa,— pidió mi mamá, tratando de mantener la calma.

—Me calmo, pero necesito que hagas algo,— insistió Arturo.

—De acuerdo, pero ya sabes cuáles son los límites,— respondió mi mamá, con un suspiro.

—Sácate los senos,— ordenó Arturo.

Mi mamá se quedó inmóvil un instante, sus ojos mostraban una mezcla de resignación y temor. —¿Para qué, si solo los vas a mirar? No tengo problema,— dijo con voz temblorosa, aunque sus manos ya se dirigían hacia el botón de su blusa, revelando poco a poco la piel de su abdomen.

Arturo no esperó. Con manos ansiosas, desabrochó el cierre frontal del sostén y lo arrojó al suelo. Sus dedos se cerraron alrededor de uno de sus pechos, apretando con fuerza mientras el pezón rosado se endurecía bajo su tacto. —¡Ay!— exclamó mi mamá, mordiéndose el labio para no gemir. Pero Arturo no se detuvo: usó ambas manos para moldear sus senos, separándolos y juntándolos, observando cómo rebotaban con cada movimiento.

Luego, sin previo aviso, se inclinó y tomó un pezón entre sus labios, succionando con una fuerza que hizo que mi mamá arqueara la espalda. —Arturo… no tan fuerte,— susurró, pero él ignoró la súplica, alternando entre mordiscos suaves y lamidas profundas que arrancaban gemidos ahogados de su garganta. Las manos de mi hermano viajaron hacia abajo, deslizando el short de su pijama hasta liberar su miembro erecto. Con una mano masturbándose con ritmo frenético, con la otra sostenía un seno contra su boca.

Pero entonces ocurrió algo inesperado: mi mamá, con un movimiento, apartó la mano de Arturo de su pene y la reemplazó con la suya. Sus dedos, hábiles y cálidos, rodearon la base de su miembro, moviéndose con una cadencia lenta pero deliberada. Arturo gimió, sorprendido, pero no protestó. Al contrario, redobló sus esfuerzos con los senos de mamá, usando ambas manos para apretarlos, moldearlos, incluso pellizcando sus pezones hasta que ella soltó un quejido entrecortado. Sus ojos se encontraron por un instante: los de ella, llenos de vergüenza y algo más oscuro; los de él, triunfantes.

Parecía como si ella también se dejará llevar, como si su cuerpo traicionara su mente. Pero entonces, Arturo se arqueó de repente, un gemido ronco escapó de su garganta mientras su miembro palpitaba con fuerza en la mano de mi mamá. Mi mamá no retiró la mano. Al contrario, sus dedos se cerraron con más firmeza, al sentir el líquido tibio cubriendo su mano observó el semen resbalar entre sus dedos, sus labios se entreabrieron como si una parte de ella considerara llevarlos a la boca.

Pero la duda la paralizó. Con un parpadeo rápido, borró cualquier rastro de curiosidad y, con movimientos precisos, frotó sus dedos contra la sábana blanca. Mientras se limpiaba, mi hermano la miró, sonriendo con satisfacción, pero ella evitó su mirada, una vez se limpió la mano se cubrió los senos. Ella se levantó de golpe de la cama, me asuste y me aleje de la puerta cambia la sábana mañana la lavo dijo mi mamá luego escuche como camino hacia la puerta, me aleje mas y la vi desde el pasillo como salió de la habitación de mi hermano cerrando la puerta detrás de ella, luego se dirigió al baño abrió la regadera y comenzó a sonar el agua cayendo.

El resto de la semana, mi hermano parecía haber encontrado un frágil equilibrio: controlaba sus impulsos agresivos en la escuela, y mi mamá no recibía quejas. Pero esa calma externa ocultaba una tormenta detrás de la puerta cerrada de su habitación. Cada tarde, tras regresar del colegio, Arturo se encerraba con mi mamá. Al principio eran solo treinta minutos.

Pero conforme avanzaba la semana, las sesiones se alargaban hasta una hora. Yo tras la su puerta, escuchaba cómo mi mamá le preguntaba —quieres que te lo chupe o quieres que te masturbe— mientras Arturo respondía con alguna exigencia más —chupamelo pero desnudate completa— deisa el —De acuerdo cariño pero ya sabes la regla nada de querer penetrarme— respondía mi mamá

Llegó el fin de semana, y Arturo irradiaba una ansiedad distinta: caminaba en círculos por la sala, rascando los brazos. —¿Qué pasa?— le pregunté, intentando sonar casual. —Nada. Déjame en paz—, respondió, empujándome con fuerza. —¡Tranquilo!— exclamé, pero él se detuvo de golpe, mirándome. —Perdón… No le digas a mamá que te empujé. Solo… espero un paquete—, murmuró, como si esa excusa explicara su nerviosismo.

Horas después, el timbre sonó. Arturo corrió a la puerta, agarró la caja sin firmar y la abrazó contra su pecho como si fuera un tesoro prohibido. —¿Qué es?— pregunté, pero él ya se dirigía al taller de mamá, buscando un cutter entre las planchas de sublimación. Lo seguí en silencio, escondiéndome tras la cortina. Rasgó el cartón y sacó dos objetos envueltos en plástico negro. Al destaparlos, uno era un dildo —largo, grueso, con venas simuladas— contrastó con la luz fría del taller el otro objeto era un tubo pequeño. De repente, lanzó la caja contra la pared, resoplando: —¡Maldita sea, espero no tarde en llegar que ganas tengo!—. Rápidamente escondió ambos bajo su sudadera y salió deprisa del taller

Cuando mi mamá llegó de comprar material para su negocio, Arturo bajó corriendo las escaleras como un animal enjaulado liberado. Yo estaba en la sala, fingiendo ver televisión, pero mis ojos siguieron cada movimiento: cómo le arrebató las bolsas llenas de telas y frascos de tinta, cómo las lanzó contra el sofá

—¡Oye! ¿Qué te pasa?— —gritó mi mamá, frotándose las muñecas —¡No es forma de tratarme! Dime qué sucede— añadió, pero Arturo ya la jalaba del brazo con una fuerza que le torció el hombro.

—Vamos a jugar a mi habitación — dijo, con una voz grave que no le conocía.

—Arturo, no puedes esperar. Vengo cansada, caminé mucho buscando el material. Solo dame un respiro, por favor —suplicó, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—No. No puedo esperar — repitió

Mi mamá tragó saliva, luego asintió, derrotada: —De acuerdo. Vamos — dijo, y la forma en que pronunció esas palabras, como si firmara su propia sentencia. gracias a las prisas de mi hermano no cerró la puerta dejándola entreabierta por donde pude mirar.

Mi mamá se sentó al borde de la cama, quitándose los zapatos. Él, en cambio, se paró frente a ella, sacando lentamente el dildo de su sudadera.

—¿Recuerdas nuestro trato? — preguntó Arturo, acariciando el objeto con la yema de los dedos—. Tú me das placer, yo me comporto.

Mi mamá miró el dildo con horror, pero antes de que pudiera hablar, él le tomó la barbilla. —Descuida yo no te penetrare con el —dijo, y le colocó el dildo en el regazo—. Quiero verte a ti haciéndolo.

Por un segundo, pensé que se negaría. Pero entonces, mi mamá tomó el dildo y lo acercó a sus labios. Sus ojos se cerraron mientras envolvía la punta con su boca, su lengua rodeando las venas plásticas con una lentitud que parecía castigo. El sonido húmedo de su succión se escuchaba en toda la habitación. Arturo, se sentó frente a ella, observando cada movimiento.

—¿Te gusta cómo se siente? —preguntó Arturo, con una voz que vibraba de excitación—. ¿O prefieres el mío?

Mi mamá no respondió. Siguió moviendo la cabeza de arriba abajo, pero cuando intentó detenerse, Arturo se levantó de un salto y le sujetó la nuca.

—No pares. Hazlo bien —ordenó, empujando su cabeza hacia abajo hasta que el dildo rozó su garganta. Ella tosió, lágrimas brotando de sus ojos, pero no se resistió. Al contrario, tragó saliva y profundizó el movimiento, como si cada centímetro que aceptaba fuera una ofrenda para calmar su furia.

Luego,mi mamá comenzó a desabrocharse el pantalón. Sus dedos torpes tardaron en liberar el botón, y cuando lo logró, el tejido se deslizó por sus caderas, revelando la curva suave de sus muslos. El sostén siguió después, cayendo al suelo junto con su blusa, dejándola desnuda

Se sentó en la cama, apoyando la espalda contra la pared, y abrió las piernas con una lentitud deliberada, exponiendo su sexo sin depilar.

—¿Qué esperas? —gruñó Arturo, señalando el dildo que aún sostenía—. Métetelo ya.

—Aún no… —susurró ella, con voz ronca—. Necesito… más lubricación. —Sus dedos rozaron su clítoris, pero Arturo arrojó el tubo pequeño que estaba en el paquete a la cama.

—¡Hubieras dicho eso desde el inicio! —exclamó, impaciente—. Es lubricante.

Mi mamá tomó el tubo. Aplicó una generosa cantidad sobre el dildo, frotando el gel transparente con movimientos circulares que hicieron brillar la superficie. Luego, con dos dedos, se abrió los labios vaginales y untó más lubricante en su entrada, suspirando al sentir el frío del líquido contra su calor.

Cuando el dildo tocó su piel, se estremeció. Lo posicionó con cuidado, presionando la punta contra su clítoris antes de guiarlo hacia su vagina. Sus caderas se levantaron ligeramente, y un gemido ahogado escapó de su garganta al sentir el primer centímetro penetrándola. Arturo se acercó, arrodillándose frente a ella, y colocó sus manos sobre las de mi mamá, empujando el juguete más adentro con movimientos firmes.

—¿Duele? —preguntó, aunque su tono sugería que quería que doliera.

—No… —dijo ella, pero sus uñas se clavaron en las sábanas al sentir cómo el objeto se hundía hasta el fondo, estirando sus músculos con una presión que la hizo jadear.

—Más rápido —exigió Arturo, moviendo el dildo en estocadas cortas y profundas—. Así es como te gusta, ¿verdad?

Mi mamá asintió, sus pechos se movían con cada empuje, sus caderas se movían al ritmo de las estocadas. Arturo sonrió, triunfante, y acercó su rostro a su sexo para observar cómo el juguete entraba y salía, brillando con sus fluidos.

Cuando finalmente se detuvo, mi mamá cayó hacia atrás, con el pecho agitado y las mejillas sonrojadas. Arturo le sacó el dildo, aún cubierto de lubricante y jugos femeninos, y lo olió con una sonrisa satisfecha.

—Date vuelta —ordenó, con un tono que no admitía réplica.

Ella se giró lentamente, apoyando las manos y las rodillas en la cama, quedando en cuatro. Su trasero, redondo y firme, se elevó frente a Arturo. Él no perdió tiempo: tomó el dildo con ambas manos, frotó la punta contra su clítoris hinchado y, con un movimiento brusco, lo introdujo de nuevo en su vagina.

—¡Ah! —exclamó mi mamá, arqueando la espalda—. Más despacio…

Pero Arturo ignoró la súplica. Comenzó a empujar con fuerza, el dildo entrando y saliendo con un sonido húmedo que resonaba en la habitación. Los gemidos de mi mamá, al principio ahogados, se volvieron más audibles: jadeos cortos que se convertían en suspiros largos cada vez que el juguete rozaba un punto dentro de ella.

—¿Te gusta? —preguntó Arturo, agarrando su cabello y tirando de él hacia atrás—. Dilo. Dime que te gusta.

—Sí… —murmuró, con la voz quebrada—. Me gusta…

—Más fuerte. Quiero escucharte —exigió, acelerando las estocadas.

Mi mamá pegó su cabeza contra el colchón, hundiendo la cara en la sábana para ahogar sus gemidos, mientras su trasero permanecía elevado, ofrecido como un altar. Arturo, con una sonrisa salvaje, aceleró las estocadas del dildo, empujándolo hasta el fondo con un ¡plop! húmedo que resonó en la habitación.

Los músculos de sus muslos temblaban, y sus dedos se clavaban en las sábanas, arrugándolas como si buscaran anclarse a algo real y entonces, ocurrió: su clímax estalló como una ola imparable. Sus músculos vaginales se contrajeron en espasmos rítmicos alrededor del dildo, y un chorro transparente brotó de su sexo, salpicando la sábana con un sonido ¡shhh!. El líquido resbaló por sus muslos, Arturo se detuvo, fascinado, y usó los dedos para recoger el fluido, frotándolo entre sus yemas como si analizara una obra de arte. Luego, con deliberada lentitud, se llevó los dedos a los labios, cerrando los ojos mientras saboreaba su esencia.

—Sabes delicioso —dijo, con una sonrisa.

—Date vuelta —ordenó nuevamente mi hermano.

Mi mamá se giró lentamente, aún en cuatro, quedando frente a Arturo, quien ya se había bajado el pantalón hasta los tobillos. Su pene erecto, grueso y palpitante, se alzaba frente a su rostro como un trofeo.

—Venga, ya sabes qué hacer —dijo Arturo, agarrando su miembro con una mano y acercándolo a sus labios —. No me hagas repetirlo.

Mi mamá abrió la boca y envolvió la punta con sus labios carnosos. sus mejillas se hundieron al succionar, creando un vacío que arrancó un gemido ronco de la garganta de Arturo. Él tomó su cabeza, girándola y empujando más adentro hasta que la base rozó su nariz.

—Así… más profundo —jadeó, observando cómo su garganta se expandía al aceptarlo—. Quiero sentir tu garganta cerrándose alrededor de mí.

Ella obedeció, sus ojos llorosos se clavaron en los de él, llenos de una mezcla de vergüenza y algo más —¿resignación? ¿Curiosidad?—, mientras sus manos se aferraban para no caer. Arturo, embriagado por el poder, aceleró el ritmo, follando su boca con estocadas cortas y profundas. El sonido húmedo de su succión se mezclaba con los jadeos de él y los quejidos ahogados de ella cada vez que el glande rozaba su garganta.

—Más rápido —exigió, tirando de su cabello hacia atrás—. Chúpame como si tu vida dependiera de ello.

Sus labios se movieron en círculos alrededor de la cabeza, su lengua rodeando la hendidura sensible mientras una mano acariciaba sus testículos, masajeandolos con una presión que lo hizo arquear la espalda. Arturo soltó un gruñido, sus caderas empujando sin control, y de repente, su cuerpo se tensó.

—Voy a correrme —advirtió, pero no la detuvo—. En tu boca. Trágalo todo.

Los chorros salieron e inundaron su boca. Ella tragó con dificultad, cada movimiento de su garganta marcado por el esfuerzo de no ahogarse. Cuando terminó, mi mamá se desplomó sobre la cama, con el pecho agitado y los labios brillantes por el semen que no logró tragar.

—Cariño, esto fue demasiado —susurró mi mamá, con una voz quebrada por el arrepentimiento—. Pero…

—¿Pero qué? —interrumpió Arturo, clavando sus ojos en los de ella.

—Nada. Olvídalo —murmuró, evitando su mirada—. Ven, acuéstate a mi lado.

—Qué fastidio —gruñó él, pero se recostó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro.

Ella lo abrazó, sus dedos acariciando su cabello con una ternura que me heló la sangre. ¿Cómo podía actuar como si nada hubiera pasado?

—¿Cuánto tiempo vamos a estar así? —preguntó Arturo.

—Solo un rato. Lo prometo —respondió mamá.

Me alejé de la habitación, pero mis piernas temblaban. Al llegar a la mía, cerré la puerta con llave y me apoyé contra ella, respirando con dificultad. Mis manos viajaron solas hacia mi entrepierna, donde una erección palpitante me recordaba lo que acababa de ver

Bajé la cremallera de mis pantalones y saqué mi pene, ya duro como una roca me masturbe, una vez termine la sensación de arrepentimiento se mezcló con una curiosidad. ¿Qué pasaría si volviera a espiar?, me pregunté. Solo una vez más, me prometí en silencio.