Capítulo 1
Hace un par de semanas de la reunión, y la experiencia me ha hecho reflexionar. Marian me advirtió de que no intentase dominar a ninguno de los presentes, pero hace mucho tiempo que no me hace falta. Esa semana tomé realmente conciencia de que no he hipnotizado a nadie en años. Y si no lo hago es porque ya no me es necesario o particularmente ventajoso, pero el camino hasta ahí ha sido lento, largo y progresivo.
Hay muchas cosas que quiero contar de ese camino, aunque quizá resaltaría, para empezar, un recuerdo clave: la primera vez que me corrí dentro de mi tía Celia, en el sofá del salón de mi casa, mientras mi madre, hipnotizada y sonriente, nos observaba a pocos centímetros. Aunque luego mi madre ocuparía el lugar de mi tía, y aunque en esa primera época acabé follándome también a mi hermana, a mis primas y a todas las hembras que quise, ese día fue especial.
Mamá estaba hipnotizada, pero Celia no. Se lanzó a engullir mi polla con desesperación y se abrió de piernas por el puro placer de entregarse la primera a alguien que podía hacer con ella lo que quisiera. Quería ser la sacerdotisa del Dios que ella misma había creado y la primera en llevar su semilla.
Yo aún tenía ciertas dudas. Y la presencia de mi madre me intimidaba, incluso mientras se desnudaba, sonriente y sumisa, a una orden mía. Una orden que la hipnotizada obedeció, pero que tuvo un impacto aún mayor en su hermana: perfectamente despierta, perfectamente consciente, la instigadora arrodillándose para convertirse en víctima y ofrenda.
— Cuando sepan que no pueden hacer nada para evitarlo… Cuando se den cuenta de que tu poder es absoluto… Se abrirán como flores… Así.. glub… — dijo, inclinada y engullendo mis huevos, mientras agarraba mi polla y gemía en un éxtasis religioso — y necesitarán… querrán de verdad que las uses… umm slurp… y las tendrás como perras en celo, bien despiertas y cachondas… serviles como animales… como yo, así… putas esclavas…
Yo era su gran obra y al mismo tiempo su nuevo amo, capaz de obligarala a actuar a mi antojo. Se vio a sí misma como una especie de desquiciada reina esclava. Y mientras yo miraba las tetas perfectas de mi madre, su cuerpo de diosa y la sonrisa lujuriosa que sustituía a su habitual gesto severo, mi tía me devoraba el nabo y escalaba por mis piernas como un dragón hasta montarse encima de mí, clavándose mi polla, mordiéndome el cuello entre juramentos de pleitesía y obediencia, y provocándome para vaciar mis huevos tirando de mi cerebro.
— Mírala… tu mamá hará lo que le pidas… puedes follártela aquí mismo… puedes sacarla a la terraza y que la vean chupándote la polla como una zorra… puedes hacerle suplicarte… “préñame cariño… Dame por el culo…”… o pasearla como a una perrita por la calle… eres un dios, mi amor… dame tu leche, la quiero… así, despierta… puedes hacerme lo que quieras… lo que quieras… córrete dentro de mí, te lo suplico…
En ese momento y lugar estaban presentes, de alguna forma, todos los pecados por cometer. Todos los ejes de mi vida futura estaban representados en algún rincón de ese acto enfermizo, con Celia cabalgándome poseída. Cuanto más lo recuerdo, más crece la sensación de que todo lo que tengo y todo lo que he hecho estaba ya formulado allí, en ese sofá y en ese salón.
Cogí a mi tía del cuello, provocándole con el ahorcamiento una carcajada de placer victorioso y una convulsión orgásmica que empezó a bajar sobre mi polla en forma de flujo. La abofeteé y le azoté el culo, insultándola. Después la agarré salvajemente de las tetas y la empujé a un lado hasta tumbarla en el sofá con la cabeza pegada al coño de mi madre.
Ordené a mamá que me diese la espalda y cabalgase la cara de la tía, mirando a la enorme cristalera del salón que daba a la finca.
— Y restriégale el coño por la cara a la zorra de tu hermana, mamá.
Y mi madre levantó la pierna, obediente, pasándola con una elegancia y una seguridad etéreas. Apoyó su rodilla en el sofá mientras me miraba sobre su hombro, y bajó su culo perfecto muy despacio sobre la cara de Celia, como si su coño fuese un pincel de precisión.
Y empezó a moverse sobre ella, hechizándome con el movimiento de su culo, mientras su hermana le comía el coño como una cerda buscando trufas, gimiendo y recibiendo mis embestidas, hasta que empecé a eyacular como un toro en su interior.
…
Me llamo Enrique, y esto empezó cuando tenía veinte años. Vivía con mi madre, Elena, en un chalet decente a las afueras. Mis padres se habían divorciado hace tiempo, sin grandes dramas. Mi padre se largó con otra, pero seguía mandando dinero.
Elena, mi madre, fue bailarina profesional, y fue mujer trofeo hasta que se convirtió en abogada. Es difícil no verla impecable: traje de chaqueta, pelo recogido, maquillaje imprescindible o tan bien elaborado que resulta invisible. Incluso en casa, en pijama, parece estar perfectamente arreglada. Y es, con todo, tan estricta como con su aspecto. Desde que tengo uso de razón se ha comportado como una mujer profundamente religiosa y conservadora.
Siempre trabajó y estudió, siempre fue responsable y cada cosa la hizo en su momento óptimo. Me tuvo con veinte años, y a mi hermana con 22.
La tía Celia es dos años menor que mi madre. Una chamana loca y voluptuosa, tan bella como mi madre pero con un estilo distinto en absolutamente todo. Su ropa, sus costumbres, sus ideas, su carácter y hasta la forma de sentarse. Y sin embargo, siendo tan distintas, siempre han sido uña y carne. Celia tiene dos hijas: Venus, la mayor, y Thais, la pequeña.
Sus tetas son enormes y probablemente son el por qué de todo esto. Sus tetas me obsesionaban de adolescente, y ella lo sabía. Cuando me propuso acompañarla a mi primer retiro de ayahuasca, lo cierto es que sólo pensaba en ver sus carnes cuanto más tiempo mejor, cuanto más desnudas mejor, y cuanto más cerca mejor. Sin ese par de inmensos melones y esos labios siempre húmedos, dudo que me hubiese interesado jamás por algo así.
Durante ese retiro, de hecho, mi tía estuvo más amable de lo normal, y pasó la mayor parte del tiempo achuchándome y restregándome las tetas. La tarde del domingo, tumbada sobre mis muslos y mirando a otro lado para dejarme admirar sus tetas a placer, plantó la semilla del mal.
— Qué voz tienes, Enrique, cariño… Es increíble. Seguro que podrías ser hipnotizador. ¿Lo has pensado?
— ¡Ja! No pienso tonterías, tita.
Se puso el puño en la cadera y sus melones se agitaron cuando puso un gesto de enfado.
— Que coño tonterías, niñato… Ya salió el incrédulo.
Me hizo muchísima gracia que usase el término “incrédulo” como algo peyorativo, pero no le di mucha más bola al asunto. Pero Celia lo sacaba cada dos por tres, cada vez que me veía e incluso por mensaje. «Tu voz, sobrino, es un don». Pero sólo me parecía un pique de broma con ella y seguí a lo mío: estudios, amigos y alguna novia que no cuajaba.
…
Un par de meses después, mamá organizó una cena de verano en casa. El chalet iluminado, la piscina lista y las imposiciones de etiqueta de mi madre, que no perdonaba ni siquiera tratándose de una celebración familiar bastante íntima. Consideraba esa noche de verano un acontecimiento y lo disponía todo con ceremonia, desde la limpieza hasta los asientos y mesas con todo lo necesario para pasar los distintos ratos reglamentarios en cada parte de la casa: la cocina antes de la cena, el salón durante, los postres y bebidas en la terraza, y más bebidas y canapés en la piscina durante el baño.
Tía Celia llegó despampanante: vestido ajustado y escote hasta el ombligo, aunque con la típica bisutería y los colgajos que le hacían sentir diferente e informal. Se pasó la cena y la sobremesa dándome el coñazo con la voz y la hipnosis. Me miraba embobada en cuanto abría la boca y me interrumpía para decirme lo fascinante, poderosa y mágica que era mi voz. Me parecía insufrible, pero se inclinaba siempre para compensarme mostrándome el baile de esos melonazos que tanto ansiaba.
Estaban todas: mi hermana Leonor, dos años menor que yo, con sus rizos y su risa fácil y adorable. Mis primas, Venus y Thais, charlando generalmente de chorradas. Y mi madre como una diosa sobre todos, impecable en su blusa blanca y sirviendo el postre como si alguien lo estuviese filmando.
Durante la cena, Thais me preguntó por mi ex, Isabel. Una chica de familia rica que me dejó después de un año y medio por alguien de su nivel. Nosotros vivimos bien: chalet, casa en la playa, dos coches buenos, pero no somos millonarios. Para la familia de Isabel era una diferencia importante. Para Isabel no fue importante hasta que lo fue.
Después de la cena tuve el placer de ver a mamá y a tía Celia, juntas junto a la piscina, listas para bañarse en bikini. El cuerpo de mi madre, firme y delgado con curvas perfectas. Sus tetas y su culo eran aún los de una chiquilla o los de una actriz de cine bien conservada a sus cuarenta tacos. El de Celia, más salvaje, siempre bronceado, con las curvas amplias y las tetas y el culo rebosando levemente cualquier prenda. Eran una pareja curiosa a todos los niveles. Las observases cuando y donde las observases.
No era la primera vez, pero recuerdo tener pensamientos sucios viéndolas allí. Y Celia, claro, continuó dando el coñazo.
— ¡Míralo! Un hombretón sólo rodeado de mujeronas guapas en bikini y sin saber hipnotizar todavía, Quique, cariño… Si es que no sabes lo que te pierdes…
Ignorando la cara de desaprobación que mi madre le dirigió cuando me dijo esas palabras, Celia me cogió del brazo, pegándome esas tetazas al brazo y al pecho, y susurrándome al oído para clavarme la idea en el cerebro.
— No te imaginas la vida que te espera si me haces caso.
Perfectamente consciente del efecto que tenía en mis hormonas, usaba la situación hasta casi suspender mi absoluta incredulidad.
Se levantó separando el pelo de su espalda con ambas manos y exhibiendo sus tetas. Se dio la vuelta y vi mejor cómo el bikini desaparecía como un hijo entre sus nalgas. Las demás chapoteaban: Leonor salpicando a Thais, Venus en la hamaca con el móvil, mi madre al borde, piernas en el agua, hablando con Venus de algo sin importancia.
— Mira alrededor, cariño. — dijo — Imagínanos obedientes a tu voz.
— Eso no funciona así, tita. — respondí, sintiendo un tirón contra mi bañador.
— Eso dicen. Y si no te vale, imagina a todos en el trabajo y en la facultad, igual de obedientes.
— Venga vale, me lo imagino. — traté de zanjar.
Lo cierto es que empezaba a vencer mis defensas aunque me lo tomase a broma. No creía que fuese más que una de las pájaras místicas que mi tía tenía en la cabeza constantemente, pero era un veinteañero recibiendo halagos, atención y aprecio de verdaderos adultos. Es difícil que eso no tenga un efecto. Y empezaba a racionalizar pensando que, si bien no conseguiría “ser hipnotizador”, pasar tiempo con mi tía podía hacerme ganar su confianza y beneficiarme en el futuro con alguna oportunidad laboral.
Si conoces a mi madre fuera del trabajo no te sorprende que sea una abogada de alto nivel. Sin embargo, creer que la tía Celia era la directora de una gran galería de arte con sede en las principales capitales europeas me resultaba increíble incluso a mí. Si en ese momento hubiese sabido lo que había detrás no hubiese vuelto a hablar con ella fuera de las cenas de navidad.
Continuará
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