Voy a contar lo que me sucedió y sigue sucediendo en estos momentos.

No voy a dar muchos detalles personales sobre los implicados. No quiero mentir en nada.

Quiero contarlo tal cuál sucedió. Por ello, para no mentir, no voy a dar ni tan siquiera nuestros nombres aunque sean inventados.

Que por otra parte considero por completo totalmente irrelevantes.

Soy un hombre de 53 años con una mujer de 57 y una única hija de recién cumplidos los 21.

La relación con mi esposa es de lo más normal. Tanto en lo personal como en lo sexual.

Por contra, la relación con mi hija desde ya muy adolescente a sido siempre muy tensa y fría.

Ella tiene un carácter muy fuerte. Al igual que el mío y chocamos mucho.

A veces tras uno de estos encontronazos nos tiramos días sin hablarnos.

Cierto es también, que poco hago yo por evitarlos.

Mi hija siempre ha sido bastante borde con nosotros. Cariñitos y besos, etc, tanto con su madre como conmigo los justos.

Únicamente para los cumpleaños y cosas así. Tocarnos ni de coña. Tanto ella como yo cuando sucede esto accidentalmente soltamos: ¡Quita, no me toques!.

Otra de las cosas negativas, es que es de mecha muy corta. Salta a la mínima. Para ella las cosas son blancas o negras, no hay termino medio. Estás con ella o contra ella.

Así de simple.

Por otra parte y aún que parezca mentira, la relación entre los tres es básicamente estupenda.

Salimos juntos muy a menudo a todos los lados. Vacaciones incluidas.

Tengo muy claro que lo que aconteció no fue deseado por mi hija y menos aún por mi.

Pero sucedió.

Lo más increíble es, darse cuenta de que lo que hasta hace un momento, te causaba un total rechazo e incluso asco, un instante después, es muy deseable, irresistible y tremendamente excitante.

Algunos les podrá sorprender que recuerde tantos detalles de los acontecimientos. Pero que no se lleven a engaño.

Todo esto lo empecé a escribir dos días después del primer suceso. Cuando aún tenía grabado a fuego, cada detalle de lo sucedido.

No para publicarlo aquí o en cualquier otro lugar.

Lo hice para mí, para que no se me olvidase ningún detalle, ninguna vocal de las que salieron de su boca o la mía.

No quería perder la nitidez de ninguna de las imágenes que vieron mis incrédulos ojos o ninguna de las sensaciones que percibieron mis sentidos.

Quiero dejar muy claro que nunca he mirado a mi hija como otra cosa que no fuese eso. Mi hija. Ni por casualidad.

La haya visto vestida como la haya visto, jamás me he sentido atraído por ella de ninguna de las maneras.

Puedo asegurar que mi hija es todo un pibón y guapa a rabiar. Y no es amor de padre. Pero jamás pensé en ella de otra forma que no fuese como un padre.

Hasta este día.

Esto me ha hecho recordar, tanto su madre como yo la hemos bañado indistintamente desde que era un bebé.

Lavarnos juntos los dos, jamás. Ni mi mujer con ella tampoco.

Cuando ya tenía 5 ó 6 años o más (no lo recuerdo muy bien) cuando la enjabonaba en sus partes íntimas ella, de repente hacía un movimiento brusco apartándose de mi mano como si recibiera un calambre.

Me decía que le hacía muchas cosquillas ahí.

Al principio no le di la menor importancia, pero luego ya empezó a preocuparme.

Lo consulté con mi mujer que, riéndose de mí, me dijo que esto sucedía porque la limpiaba con demasiada suavidad.

Tenía que ser más enérgico sobre todo ahí.

Me dijo que limpiara sin miedo, que con ella esto no sucedía.

Pero como yo no quería incomodar a mi hija de ninguna de las maneras y tenía un miedo atroz, a lastimarla con mis manazas en sus partes íntimas, decidí dejar de bañarla.

Lo que sí continúe siempre haciendo después de los baños, era secarla, vestirla y peinarla.

¿Qué quiero decir con esto?. Pues que nunca, ha habido nada que no fuese una relación de padre e hija.

Y por ello, sorprende más aún si cabe todo lo sucedido.

Empezaré por describir más o menos a cada uno de nosotros.

Mi mujer siempre a sido delgada y con muy buen cuerpo. 160 cm de altura y unos 54 kilos.

Morena de pelo largo y unos rasgos atractivos.

Para su edad está la verdad fenomenal y muy apetecible. El sexo con ella siempre ha sido estupendo.

Yo mido 175 cm y unos 77 kilos. Soy de compresión fuerte o recia pero no estoy nada gordo.

Considero que para mi edad estoy bastante bien.

En mi juventud había tenido mucho éxito con las mujeres. Las chicas a veces se giraban a mirarme.

Curiosamente, a las que más llamaba la atención eran a las que no eran tan jóvenes, era a las mujeres casadas.

Me hartaba de follar con mujeres casadas.

Parecía que tuviera un imán que las atraía. Yo por mi parte no era algo que buscara, pero siempre tonteaba alguna conmigo.

Mi propia esposa, ya estaba casada cuando empezamos a tener relaciones.

¿Cómo es mi hija?.

Pues como dije antes, un bellezón.

No se parece en nada a su madre y sí todo a mí.

Desde siempre nos han dicho (cosa que le fastidia bastante) que no hacía falta hacernos la prueba de paternidad.

Ella es de pelo castaño, largo y ondulado. Ojos muy azules y una cara preciosa. Muy guapa.

Mide unos 170 cm y pesará unos 62 kilos. O esto le oí decir no hace mucho a su madre sobre su peso.

Para que os hagáis una idea de su magnífico cuerpo, os diré que no tiene nada que envidiar a la actriz Scarlett Johansson.

Pensándolo ahora, es fan de los cómics Marvel y tiene algún que otro traje de superhéroe para ir a las convenciones de Comics.

Recientemente fuimos a ver la película Deadpool y Lobezno.

Cuando le he visto puesto uno de esos trajes, tengo que decir que, a quién se parece físicamente de verdad, es a la Deadpool femenina de esa película.

Para terminar esta pequeña descripción, diré que vivimos en España (FLC). No diré provincia.

Mi hija y yo trabajamos por cuenta ajena aún que ella sigue estudiando. Tampoco diré nuestros oficios ni lo que estudia mi hija.

Por contra, mi mujer trabaja en casa.

Ya hechas las presentaciones, vamos al meollo de la cuestión.

Esto sucedió a mediados de invierno de este 2025. Concretamente un domingo por la tarde.

Los domingos si no pensamos hacer nada y sobre todo siendo invierno, nos relajamos y nos ponemos cómodos con los pijamas o en mi caso indistintamente chándal.

Mi mujer tiene por costumbre los días de diario salir a caminar con sus amigas. Pero si esa semana no ha podido salir alguno de esos días, entonces lo recupera saliendo a caminar el sábado o el domingo.

Mi hija algunos sábados, después de estar toda la semana trabajando, queda para estudiar con su novio o con alguna amiga.

No es de extrañar que se quede a dormir en casa de éstos de vez en cuando. Normalmente cuando lo hace, vuelve el domingo ya de tarde.

En cambio este domingo llegó de mañana temprano. Nos resultó extraño, pero tampoco no le dimos la menor importancia.

Estábamos mi hija y yo en el salón cada uno en un extremo opuesto del sofá viendo la Televisión.

Mi mujer estaba cambiándose de ropa en la habitación para salir a caminar.

De repente mi hija con voz muy baja me dice casi susurrando:

—Papá tengo que hablar contigo de una cosa.

Como siempre estábamos con un tira y afloja, le contesté sin tan siquiera mirarla:

—A mí no me vengas con tonterías, habla con tu madre.

—Con mamá no quiero hablar de esto ni loca —se levantó y se acercó a mí—. ¡Oye que va en serio joder!.

Me quitó el mando del televisor de la mano y subió bastante el volumen. Luego volvió a sentarse.

Vi entonces por como actuaba que no era una tontería y me interesé pensando lo peor:

—¿No estarás…? —y le hice el gesto de embarazo.

—¡No tonto!, no es eso…. —me contestó—, y ni se te ocurra reírte cuando te lo diga ¿vale?. Lo estoy pasando mal.

—A ver dime —me preocupé sinceramente.

Ella constantemente miraba al fondo del pasillo.

Allí se encontraba nuestra habitación de matrimonio, donde se estaba cambiando mi mujer.

—¡No te rías por favor! —volvió a decirme.

—Que no —le contesté paciente.

Cogió algo de aire y me miró.

— Se me a quedado un preservativo ahí dentro —me soltó de sopetón.

—¿¡Cómo!? —casi grité.

—Ayer lo hicimos y cuando él se apartó de mí, ya no tenía puesto el preservativo. Se me quedó dentro.

Mi cara debía de ser todo un poema.

—Por si te lo preguntas, ya me tomé la pastilla del día después. Así que por esa parte tranquilos.

—!Venga ya!. No me tomes el pelo —y continué susurrándole también—. ¿Cómo se te va a quedar eso dentro?.

—¿Cómo te voy a tomar el pelo con esto papá? —y exclamó—. ¡Pero si me estoy muriendo de vergüenza al contártelo!.

Ahí fue cuando viendo su preciosa cara de circunstancia, enfado y con una mezcla de angustia, estallé a carcajadas.

—ja, ja, ja, ¡Nena! —grité llamando a mi mujer sin parar de reír.

—¿Qué quieres? —contestó ésta desde la habitación.

Mi hija se levantó rápidamente y me tapó la boca con sus manos.

—Si se lo dices a mamá, no te vuelvo a hablar el resto de mi vida —dijo—. ¡Que ella me coge y me lleva de urgencias al hospital o al ambulatorio —hizo una pausa cogiendo aire—. ¡luego yo te mato!.

—Vale, vale —logré decir a través de sus manos en mi boca.

—Nada cariño ya está, no es nada —le grité otra vez a mi mujer.

—A ver si os dejáis de tonterías los dos —me contestó ella desde la habitación.

Miré nuevamente a mi hija.

—¿Pero porqué me lo cuentas a mí?

—¿Pues no te las das siempre de liberal y de mente muy abierta?

—Bueno sí, ¿Y eso que tiene que ver para que me lo digas a mí? —le insistí.

—Quiero que me lo intentes sacar tú —me soltó.

En ese instante sí me pinchan no me sacan ni gota de sangre. ¡Me quedé pálido!.

—Tu estás loca, no sabes ni lo que estás diciendo. No pienso hacer eso ni loco. —le dije enfadado.

A todo esto desde la habitación preguntó mi mujer:

—¿Cariño de verdad que no quieres salir a caminar conmigo?.

—No mamá, no tengo ganas y estoy cansada —le contestó mi hija.

Me acerqué a ella.

—¿Porque no vas con ella? —le sugerí aprovechando la ocasión—, a lo mejor caminando baja y sale solo.

—Ya lo intenté. He pegado más saltos que un canguro. Nada, no hay forma.

—¿Seguro que está ahí dentro? —pregunté.

—Seguro. Lo noto ahí muy adentro y ya me empieza a dar asco.

—¿Lo notas muy adentro…? —repetí pensativo.

Asintió con la cabeza torciendo el gesto apretando sus labios y se encogió de hombros.

—¡Menudo picha floja tienes de novio! —casi chillé—. ¿Por qué no le dices que lo intente él?.

—Ya lo intenté. No se atreve a introducir los dedos. —suspiró—. Le da miedo hacerme daño o sacarme alguna otra cosa que no sea el preservativo dice él.

—Además, estaban sus padres —siguió diciendo y sus mejillas comenzaron a ponerse rojas.

Bajó aún más la voz:

—Le insistí, le dije que no pasaba nada, que lo aguantaría. Pero no quiso. Se moría de miedo el muy cobarde.

Hizo una pausa y continuó susurrando:

—Sugirió que fuéramos al médico o ginecólogo. Incluso me dijo que se lo dijera a sus padres, que ellos me llevarían.

Suspiró fuerte.

—Un poco más y le doy un tortazo —dijo.

—Perdona cariño, pero él tiene razón. Eso es lo que tienes que hacer, ir al ginecólogo.

—Papá es domingo. Mañana si llamo no sé si tendrán hueco. Que seguro que no como siempre. Y no estoy dispuesta a aguantar hasta mañana.

—Pues al hospital —le espeté.

—¡Una mierda! —casi gritó—. Ahí tengo amigas en prácticas, gente que me conoce.

Miró para el pasillo y continuó diciéndome.

—Me moriría de vergüenza si se enterasen de esto —me miró muy seria—. ¡Ni loca voy a ir a urgencias!.

Mierda. Hostia puta con el picha floja de los cojones… Me dije pensativo.

La miré, tragué un poco de saliva y me atreví a preguntar.

—¿Lo has intentado tú misma?.

Sus mejillas se pusieron muy rojas al instante.

—Claro, todo el rato. Nunca había intentado meterme los dedos ahí. Pero antes de ir a ningún sitio lo he intentado muchas veces.

Hizo una pausa y continuó:

—No tengo los dedos lo suficientemente largos, y tampoco entran mucho que digamos. Me cuesta introducirlos y no alcanzo a tocar el preservativo.

—Pues a lo mejor es que no hay nada —deseé yo.

—Te puedo asegurar que sí. Por favor papá, no se lo puedo pedir a nadie más. Será un momento.

Parecía que de un instante a otro iba a ponerse a llorar.

—Pero cariño. ¿Cómo voy yo hacerte eso?. —le dije.

—A ver papá. Si fueses médico o ginecólogo no creo que tuvieras ningún problema en hacerlo. ¿Verdad?.

—Hija, un médico sabe lo que toca.

—Venga papá, no te hagas el tonto. No te estoy pidiendo que hagas de médico. Que tampoco hace falta para sacar eso, a no ser que esté tan adentro que sea imposible sacarlo. Solo que si lo fueses, no tendrías ningún problema en hacerlo.

Me miró y suspiró.

—Te lo puedes plantear así papá —miró otra vez hacia la habitación—. Por favor papá, vamos a intentarlo, no me hagas suplicártelo.

Me quedé un buen rato pensativo y al fin le dije:

—Vale, cuando mamá salga a caminar lo intentamos. Tendremos una hora u hora y media hasta que vuelva.

—¡Oh gracias papá!.

—No, no me las des todavía, aún no sé si te lo podré sacar. Pero ya te puedes ir lavando un poco ahí mientras tanto.

—Oye que estoy bien limpia —me recriminó enfadada—, no he parado de limpiarme desde anoche.

—No lo dudo cariño, pero lo vuelves a hacer de todos modos.

—¡Joder!, ¿tanto asco te doy? —me preguntó con reproche.

—No, no es eso cielo. Es cosa mía. Jamás toco ahí si no está recién lavado.

Me encogí de hombros.

—Lo siento cariño, soy así de rarito —Me disculpé con una pequeña sonrisa.

Me miró con cara de incrédula.

—Vale, cuando se vaya mamá iré al bidé.

—Yo también me lavaré bien las manos —le dije.

—Vale —Me contestó.

Pasaron unos 10 minutos y escuchemos como mi mujer se acercaba al salón.

—Bueno me voy a caminar un rato. Portaros bien ¿vale?. Y tú —me miró—, deja a tu hija en paz. No sé que le estabas diciendo, pero seguro que como siempre le estarás poniendo la cabeza como un timbal.

Se inclinó hacía mí y me dio un ligero beso en los labios.

-Ahí os quedáis y bajar el volumen de esa tele por favor… ¿Estáis sordos?.

Y se marchó.

Pasados unos segundos mi hija me miró y me preguntó.

—¿Dónde lo vamos a hacer?.

—Aquí mismo.

—¿Aquí en el salón? —preguntó incrédula.

—Sí, sobre la alfombra —Le dije.

La alfombra ocupaba prácticamente la totalidad del suelo del salón. Solo dejaba por tapar unos 50 cm por cada lado.

—¡Ni de coña! —se quejó ella—. Habiendo camas no me voy a tumbar aquí en la alfombra —me dijo enfadada.

Suspiré e intenté convencerla.

—Piensa un poco cariño. La alfombra está limpia. Nunca se pisa con calzado. Por otra parte, si de repente entra mamá, como la entrada está en el otro extremo de la casa, nos dará tiempo a incorporarnos, sentarnos en el sofá y disimular sin que se dé cuenta de nada.

Como ‘buena’ casa antigua, la zona nocturna es decir, los dormitorios daban a la calle principal que era donde estaba la puerta de entrada a la vivienda.

La zona diurna, esto es: salón, cocina y baño se iban repartiendo hacia el otro extremo.

La casa estaba separada por la mitad por un largo pasillo. El salón quedaba exactamente en el extremo opuesto, lo más alejado de la entrada.

Lo bueno era que, el acceso a la vivienda se hacía mediante dos puertas. La que daba directamente a la calle, luego había otra intermedia, que daba a un pequeño descansillo de unos 50x90cm.

Esa segunda puerta era la que daba acceso por completo al interior de la vivienda.

Por lo cuál, si volvía mi mujer, oiríamos abrir primero una puerta y luego la otra. Lo mismo sucedería cuando las cerrara.

Luego hasta llegar al salón hay unos 15 m, con lo cuál, nos daría tiempo más que suficiente para disimular.

Así se lo hice ver a mi hija.

—Madre mía, tú sí que te las sabes todas papá —rió—. Cualquiera diría que lo has hecho más veces —me miró picarona.

—No te voy a contar ahora mi vida personal cariño —bromeé.

Se me quedó mirando frunciendo el entrecejo y torciendo un poco el gesto con cara de interrogación.

—Venga anda ve a lavarte que tampoco tenemos tanto tiempo. —le dije zanjando el inoportuno tema.

Se marchó al baño no sin seguir mirándome con extrañeza.

Yo por mi parte en la cocina me hice una limpieza exhaustiva de las manos.

Cinco minutos después apareció en el salón con el pantalón del pijama en una mano y las bragas en la otra.

La parte superior del pijama le cubría la mitad de sus largas, esbeltas y perfectamente torneadas piernas a la altura de sus muslos.

¡Había que admitir que tenía un cuerpo perfecto y precioso!.

Así vestida mientras me miraba tímidamente con cara de niña buena, estaba tremendamente sexy.

La verdad es que a cualquiera se le caería la baba contemplándola.

Cogí el mando de la bomba de calor y subí la temperatura del salón un par de grados.

—Túmbate boca arriba y deja la ropa a mano, por si acaso aparece mamá de improviso. —Le indiqué.

Miré el mando de la tele que estaba sobre el sofá.

—¿Quieres que apague el televisor?.

—No, mejor no. Baja un poco el volumen y ya está —me dijo.

Se echó estirada por completo sobre la alfombra.

Lógicamente se le notaba bastante tensa, bastante nerviosa. Ni la mitad de lo que lo estaba yo la verdad.

—Uff, la alfombra está fría —se quejó ella.

—Ya he subido un poco la calefacción cariño —le dije.

Se fue acomodando bien sobre la alfombra y se quedó totalmente estirada e inmóvil, con la fina camiseta del pijama

cubriendo tan solo la parte superior de sus preciosos muslos.

—Vale papá —y soltó un pequeño nervioso suspiro —. Cuando lo hagas ponte en un costado por favor, no lo hagas de frente.

—¿Por qué? —pregunté extrañado.

—Me da mucha vergüenza todo esto. Pero que te sitúes de frente va a ser peor. Me hará sentir muy expuesta y vulnerable.

—No hay problema. Te entiendo perfectamente. A mí tampoco me hace ninguna gracia.

—Vale —dijo algo aliviada.

—Tranquila que tampoco tengo complejo de ginecólogo —bromeé.

Me situé a su lado derecho. El sofá quedaba a mis espaldas.

Ella misma se subió un poco la camiseta del pijama a la altura de su pelvis.

Pude ver entonces con sorpresa su sexo completamente depilado… !Madre mía!, a mí me iba a dar algo.

Quería salir corriendo del salón. Me sentía violento y muy pero que muy incómodo.

Cogí uno de los cojines del sofá y le indiqué que se lo pusiera bajo sus caderas.

Elevó sus caderas y se lo situó bajo sus nalgas.

Al hacerlo, su abultada y prieta vulva se me mostró en todo su esplendor.

De este modo su pubis quedaba algo más elevado. Ahora podía tener mejor acceso a su vagina.

De todos modos me pareció poca altura y le pedí que se pusiera el otro cojín.

—No papá los dos cojines no. Estaré muy incómoda.

—Perdona, tienes razón cariño —le dije—. ¿Lo quieres para la cabeza? —le pregunté.

—Mejor no —dijo ella.

Me arrodillé junto a ella.

—Bueno voy —dije.

Me tomé la libertad de subir un poco más su fina camiseta del pijama por encima de su ombligo, dejando a la vista su terso estómago.

De ese modo podía tener mejor visión de lo que tenía que hacer.

Estando tumbada de ese modo, observé que prácticamente no se le apreciaba el abultamiento de sus pequeños pechos.

Ella gastaba una talla 80 más o menos. Tan solo se le marcaban algo, a través de la camiseta del pijama sus pezones.

Me armé de valor. Me temblaban un poco las manos. Con la izquierda separé un poco los labios superiores de su vagina mientras con el dedo corazón de la derecha tanteé la entrada de ésta.

Empecé a introducir muy despacio mi tembloroso dedo corazón.

Paré de inmediato y retiré mis manos de su sexo.

¡Madre mía! no pude ni tan siquiera introducir la primera falange.

—Tenemos un problema cariño —dije de inmediato.

—Joder papá. ¿Qué pasa ahora?.

—Así no va a poder ser.

Me incorporé y me senté en el borde del sofá.

—Tu vagina es muy estrecha. Lo peor cariño, es que está sequísima. Te puedo hacer mucho daño.

Frunció el entrecejo.

—Para colmo me la has hecho lavar justamente ahora. ¿Sabes que eso la reseca mucho más? —Me recriminó.

Se incorporó sentándose al estilo buda y bajó su camiseta tapándose nuevamente su vagina.

—Tienes toda la razón cariño, no había caído en eso.

—¿Y qué hacemos ahora? —me preguntó.

—No sé. Déjame pensar…

—Espera… —me interrumpió ella—. Vosotros usáis lubricante ¿verdad? —me preguntó.

—Pues sí, pero no sé dónde lo guarda tu madre —dije riendo—. lo esconde para que tú no lo veas.

—Madre mía. Ya te digo yo. ¿Y tú querías que le contara esto?.

Me encogí de hombros.

—Me hubiera llevado de inmediato de urgencias al hospital —me miró—. ¿lo sabes verdad?.

No dije nada, pero tenía toda la razón.

—Bueno voy a ver si lo encuentro —dije—. No tenemos todo el día.

Me levanté y me dispuse a salir del salón.

—No te muevas — y le guiñé un ojo para desdramatizar un poco el asunto.

—¡Qué gracioso!. Que no me mueva dices… —me replicó ella.

Al rato volví con las manos vacías.

—No lo encuentro —me ha acerqué a ella—. Vamos a dejarlo estar cariño.

—¿¡Joder papá…!?. ¿Me voy a quedar igual después de contarte esto, enseñártelo todo e incluso de haberme tocado ahí? —dijo con la cara muy roja.

—Tampoco tenemos tiempo de ir a comprar ningún lubricante —dije.

Me situé junto a ella:

—Esperemos a mamá y vamos a urgencias. Tampoco es para tanto cariño.

—¡Ni hablar!, ¡ni loca! —me contestó muy enfadada.

Temí que si insistía, esto podía acabar muy mal.

Podíamos terminar discutiendo los dos, luego ella en urgencias totalmente emberrinchada y sin hablarme el resto de mi vida.

Conociendo a mi hija, creía muy firmemente que eso era muy plausible, por no decir totalmente cierto.

Mi mente iba a mil por hora.

De pronto me puse muy nervioso. No porque no se me ocurriese nada, sino por todo lo contrario.

Pasado unos segundos me atreví a decirle lo que estaba pensando.

—Lo que se me ocurre es que te toques tú misma un poco, a ver si así te lubricas lo suficiente.

—!Sí claro!. ¿Y que más listillo? —me contestó aun enfadada y con el ceño fruncido.

—¿¡Encima el listo soy yo!? —le recriminé—. Pues tú verás, no se me ocurre nada más.

Mi hija agachó un poco la cabeza y se quedó pensativa.

—Perdona papá —hizo una pausa—. Me da mucha vergüenza hacer eso estando tú ahí.

Suspiré y la tranquilicé.

—Tranquila, yo me quedo fuera en el pasillo, no miraré te lo aseguro —le dije.

Ella continuaba sin decir nada.

—Pero bueno tú decides —continué—. Como ya te he dicho no tenemos todo el día cariño.

—Vale, pero ni se te ocurra mirar —Hizo una pausa —. ¡Madre mía que vergüenza!.

Salí del salón.

—Aún que me parece que tampoco va a funcionar —la escuché decir estando yo ya en el pasillo.

¿Porqué me tenía que pasar a mí estas cosas?. Me preguntaba constantemente mientras tanto.

—Papá… —La escuché que me llamaba.

—¡Mierda! —susurré.

Miré el reloj y tan sólo habían pasado 10 minutos, desde que empezó supuestamente a masturbarse.

—¿Dime…? —contesté desde el pasillo.

—Nada. No funciona. No puedo concentrarme. Deben de ser los nervios. Esto sigue igual o peor.

¡Mierda!, pensé.

—¡Joder!. No si al final lo voy a tener que hacer yo como todo —solté por mi boca sin pensar.

Caí en la burrada que acababa de decir demasiado tarde.

Mierda, ¿Pero qué acabas de decirle a tu propia hija tío imbécil?. Me dije.

—Pues nada papá —la oí decir—, ya puestos inténtalo tú a ver si se te da mejor. A mí ya me da igual todo, con tal de sacar eso de una vez.

No podía creerme lo que ella acababa de decirme.

—Era broma hija. Es una frase hecha. Me han traicionado los nervios —Me apresuré a decir muy serio—. No tendría que haberte dicho eso.

—Yo no estoy de broma papá. Anda venga que como tú bien dices nos quedamos sin tiempo.

—Pero, no, yo, es que, es que…— tartamudeé.

Me quedé unos segundos en silencio sin saber que decir.

—¿Se te ha ido la cabeza hija? —dije ya repuesto un poco de la sorpresa.

—A ver papá —se impacientó—. Me vas a tener que meter los dedos en la vagina. ¿Qué más da eso también?.

—No es exactamente lo mismo cariño y tú lo sabes muy bien. Eso es muy diferente.

—Sí, pero de todos modos tienes que tocar por completo mi vagina. Y me tienes que meter tus dedos —insistió.

Me acerqué a la entrada del salón. Ella se había vuelto a tumbar con el cojín bajo su culo y la camiseta por encima del ombligo.

Claramente hablaba en serio y estaba totalmente dispuesta a ello.

—Por favor papá, probemos un momento a ver. O mételos así de seca como estoy. Te juro que aguantaré lo que haga falta.

No me daba tiempo a pensar y siguió insistiendo:

—Papá ya llevo muchas horas con eso ahí dentro. Sácamelo de una vez por favor, que me está dando muchísimo asco.

Me quedé un rato pensativo.

—¿¡Papá!? — Me miró—. ¡Terminemos con esto de una vez por favor!. —suplicó.

—Vale, voy —Y me apresure de nuevo a situarme a su lado.

Me arrodillé otra vez junto a su costado derecho. Me temblaba todo el cuerpo.

Volví a abrir con mi mano izquierda sus labios vaginales.

Con la derecha situé mi dedo corazón sobre su prácticamente inexistente clítoris.

Noté que me temblaban mucho las manos. No tenía nada claro que pudiera estimularla estando tan perturbado.

Aún así logré sacar fuerzas de valor y comencé a frotar su clítoris muy lentamente con movimientos circulares.

Pensé que de todo esto no podía salir nada bueno.

Lo último que deseaba yo, era provocar un orgasmo a mi hija, del cuál, después ella se pudiera sentir culpable y arrepentirse y avergonzarse el resto de su vida.

En cuyo caso no tenía ni idea de cómo seguiría nuestra (ya de por si) tensa relación.

Por suerte, yo sabía hasta cierto punto como lograr que esto no sucediera. O eso esperaba.

Poco rato pasó y pude concentrarme en masturbar a mi hija. Mis manos habían dejado de temblar por completo.

Pasé de mis movimientos circulares a frotar de arriba a bajo y de derecha a izquierda.

Todo esto lo iba intercalando (a mí antojo) con acelerones para acto seguido volver a reducir la velocidad drásticamente, y luego acariciar muy lentamente la base de su clítoris e ir subiendo en círculos.

De vez en cuando le pellizcaba muy suavemente su clítoris, el cuál comenzaba a ponerse grande y muy pero que muy duro.

Hice de este juego de frotación un ciclo repetitivo y al mismo tiempo aleatorio, que seguro que mi hija no se esperaba.

Este tipo de frotación tan irregular es ideal para retrasar muchísimo los orgasmos de una mujer.

Ya que si en algún momento estuviera a punto de provocarle uno, al cambiar el ritmo y el sentido de la frotación, éste remitía por momentos.

Lo que sí se lograba con este juego, es llevar a una mujer a un punto de excitación próximo a la desesperación, por conseguir un orgasmo y a que no dejase de lubricar.

Esto último, claramente era lo que en ese momento más me interesaba conseguir.

No pasaron 5 minutos que noté como la respiración de ella cambiaba por completo.

Empezaba a ser más profunda, haciendo que sus pechos se elevasen considerablemente con cada inspiración.

Su respiración empezó a ser lenta, profunda y descompasada, con pequeñas contracciones de su caja torácica.

Observé que sus pezones se empezaron a marcar una barbaridad, bajo la fina camiseta de su pijama.

¡Madre mía, ahora parecían tan duros como para cortar vidrio!.

Ahora claramente con cada inspiración, sí se apreciaban por debajo de la camiseta, el volumen de sus redondos y firmes pechos puntiagudos.

Mi pene, aunque parezca inverosímil (gracias a Dios) estaba por completo relajado.

Tal era lo traumatizado y estresado que me tenía la situación.

Yo seguía a lo mío. Intentando hacer oídos sordos, a cualquier sonido de su respiración.

Por el rabillo del ojo vi como ella se cubría la cara y la boca con su antebrazo derecho.

Sus tímidos y contenidos jadeos y suspiros, eran cada vez más audibles y empezaban a ponerme muy nervioso.

Madre mía, sus caderas comenzaron a zigzaguear al ritmo de mi estimulación.

Instintivamente seguí acariciando su clítoris cada vez con mayor interés y vigor.

Noté que cuando acariciaba la base de éste, y presionaba un poco, mi hija empujaba sus caderas hacia arriba buscando más roce o presión. En definitiva, mayor placer.

Empecé a tomar muestras de su lubricación. Pasé mis dedos alrededor de la entrada de su vagina.

Ahora ya estaba tremendamente húmeda. Tanto era así que, en ese momento pensé, que se podría llenar un vasito de chupito con sus jugos vaginales.

Fui cogiendo con mis dedos toda esa lubricación y se la refregué por todo el exterior de sus labios vaginales y por su duro e hinchado clítoris.

Sus ya incontenibles jadeos, eran tan ostentosos que empecé a sentir un hormigueo totalmente involuntario en la base de mi pene.

Noté con verdadero pánico, como este empezaba a reaccionar a tanto suspiros, jadeos y gemidos de placer de mi propia hija.

Tan mojada ya se encontraba, que decidí que era el momento de empezar de introducir mis dedos, en busca de ese maldito preservativo.

Quería terminar rápido. Sobre todo antes de que mi pene terminase por completo por reaccionar.

Tenía muy claro, que si quería atrapar esa goma, tendría que utilizar únicamente los dedos índice y corazón.

Estos actuarían a modo de pinza para poder cogerlo y extraerlo.

Tengo que aclarar que mis manos no son muy grandes. Mis dedos son más bien finos y largos.

Son manos normales pero muy fuertes eso sí.

Empecé a introducir los dos dedos de mi mano derecha muy lentamente en su cavidad.

Al mismo tiempo para que no parara su lubricación, seguí estimulando su clítoris con el dedo gordo de la misma mano.

Mi mano izquierda descansaba apoyada sobre su firme estómago.

Así estuve un rato (poco la verdad) con un mete y saca muy lento para evitar hacerle daño, pero cada vez más profundo.

Intenté dilatarla, separando un poco los dedos conforme los introducía, pero su joven vagina era tan estrecha, que no podía apenas separarlos.

—Uuuffff, Dios papá. OooOoo papá, Uuuff, oooh —susurró con la voz entre cortada y contenida.

La miré un instante. Seguía teniendo su brazo tapando parte de su cara y boca. Esto me impedía ver la expresión de su bonito rostro.

—OooOhoh, oohuuff, ooh DioOoooss papaaaá —decía cada vez más fuerte respondiendo claramente a cada uno de mis pequeños y cada vez más profundos, mete y saca de mis dos dedos.

Su espalda, empezó arquearse mientras acompañaba con sus caderas el movimiento de mis dedos.

Su respiración era cada vez más agitada y empezó a tener pequeñas sacudidas arrítmicas que iban acompañando y acompasándose, con mis lentas penetraciones.

Ahora mis dedos entraban con muchísima facilidad, hasta prácticamente el fondo de su ser.

En ningún momento pude tocar aún el dichoso preservativo.

Ella no paraba de gemir. Y esto se estaba convirtiendo en un verdadero problema para mi.

— ¡ohh, ooOohh, OOoo, Dioooos , oohooO, uuufff, ooh! —gemía.

Intenté por todos los medios hacer caso omiso a sus ya casi gritos de placer.

!Quería terminar lo antes posible lo juro!.

Ahora sí que su vagina hacia verdaderas aguas. Aún así pensé en dilatarla un poco más, ya que lo de separar mis dedos en su interior, no me acababa de funcionar.

La notaba aún muy estrecha y no había conseguido aún tocar esa goma.

Pienso, en verdad que, mi siguiente ocurrencia fue lo que lo precipitó todo.

De lo contrario, creo sinceramente que la cosa no hubiera pasado de unos gemidos y jadeos o incluso un fuerte orgasmo, como parecía que podía suceder en cualquier momento.

Pero no, se me ocurrió dilatar algo más su vagina en busca del preservativo.

«—Es que no te puedes estar quieto —me recrimina constantemente mi mujer—. ¡Eres un manazas!»

Y tiene toda la razón del mundo.

Así que fui sacando lentamente los dos dedos, hasta tenerlos casi fuera de su chorreante oquedad.

Preparé un tercer dedo. El dedo anular y empecé a introducir los tres, muy despacio y a la vez.

Según fui introduciéndolos, la fuerte presión que ejercía su vagina sobre ellos era indescriptible.

Esto, como decía, provocó un antes y un después en el comportamiento de mi hija, ya de por si algo descontrolada.

Fue notar ella como mis tres dedos, llenaban por completo su estrecha y prieta vagina, que de súbito se volvió por completo loca.

—¡oOooOOOoo DiooOOs!, ¡Fóllame!, ¡Fóllaaame papá!, no pares, no pares, ooooOuuufffo ¡papá! —gritaba descontrolada por completo.

Quitó el brazo de su cara y agarró fuertemente mi brazo izquierdo, clavándome sus afiladas uñas.

Su cabeza se echó hacia atrás y arqueó por completo su espalda proyectando sus caderas hacia, adelante buscando que la penetrara aún más y mejor.

Que perdiera de ese modo el control y me pidiera prácticamente a gritos que me la follara, me dejó sin respiración.

Noté de repente una tensión muy fuerte en el pantalón del chándal. Bajé la vista y vi como mi chándal era una verdadera tienda de campaña.

Ella dobló un poco sus piernas, las apoyó sobre sus pies y proyectó sus caderas hacia arriba, dejando totalmente libre el cojín donde, hacia tan solo unos segundos descansaban sus nalgas.

Tanto elevó su cuerpo que de repente noté por la zona de su costado derecho, a la altura de su ombligo como mi pene y su costado empezaron a rozarse.

Cuando noté este contacto miré y vi con verdadero estupor, que mi erección a través del chándal era tremenda.

Pero lo que más me sorprendió, fue ver una gran mancha de líquido preseminal en él.

Los gemidos y gritos de placer de mi propia hija, pero sobre todo sus últimas palabras, provocaron que mi pene se endureciera, hasta extremos para mí por completo insospechados.

Por descontado que ella también tuvo que notar la dureza de mi pene contra su costado, pues de repente se incorporo un poco, retiró el cojín que tenía bajo sus glúteos y se dejó caer de golpe.

Los duros cachetes de sus glúteos, impactaron contra la alfombra.

Este movimiento me pilló tan desprevenido, que de súbito me vi inclinado y arrastrado junto con los dedos de mi mano en su vagina en la caída.

El dorso de mi mano golpeó con brusquedad contra la alfombra y proyectó fuertemente mis tres dedos, hasta lo más profundo de su empapadísima vagina.

—¡Uuufff papá Ooohhh!, ¡OOOOhhhhh!, por dios papá OohhHHHoo que gustooo, no pares ¡no pares por favor!, ¡Follamee!. ¡Fóllame bien!.

Se recostó sobre su lado derecho apoyándose para ello en su antebrazo quedando frente a mí.

Se deslizó un poco más hacia abajo de tal forma que su rostro quedó a la altura de mi abultado pantalón.

Cuál fue mi sorpresa cuando de un certero tirón con su mano izquierda, me bajó de golpe el pantalón del chándal, calzoncillos incluidos, por debajo de mis nalgas.

Mi pene de súbito libre de la prisión del pantalón, saltó como un resorte.

Vi con asombro salir despedida una considerable cantidad de líquido preseminal, que se le pegó en el cuello y un poco en su pelo.

Yo estaba tan atónito, que paré de penetrar su vagina dejando mis tres dedos completamente inmóviles en su interior.

Ella cogió mi pene y se lo metió con prisas en su boca, y lo comenzó a chupar vigorosamente.

Con su mano izquierda se sujetó a mi cadera y me empujó hacia ella, invitándome a que fuese yo quién penetrase su ardiente boca.

Todo esto sucedió en apenas unos segundos, quedándome yo por completo fuera de juego.

En ese momento, yo tenía muy claro que no deseaba de ninguna forma hacer esto con mi hija, así que intenté que soltara mi pene empujándola por su frente.

—¡Eso no!, no, no, no quiero que hagas eso, ¡para!… —logré decir.

Empujé fuertemente mientras ella hacía lo propio en contra.

No quise insistir empujando su cabeza por miedo a hacerle daño en la nuca. Así que muy serio acerté a decirle:

—¡No!, ¡no!, ¡no quiero!, ¡no, te digo que no!, ¡para, para suelta!!!, ¡te he dicho que pares!, ¡no quiero hacer esto!, ¡que pares!.

Ella no me hacía ningún caso. Es más, parecía que ni tan siquiera me escuchase.

—. ¡PARA JODER!, ¡PARA! — grité finalmente.

No podía consentir algo así y pensaba cortarlo de golpe.

Ella notó en ese momento que estaba sacando los dedos de su vagina.

Rápida como el rallo, soltó mi cadera y agarró fuertemente mi mano a la altura de la muñeca, impidiéndome así que sacara mis dedos de su interior.

Nos habíamos quedado en una postura algo forzada. Así que al fin, sacó mi pene de su boca.

Jadeaba fuertemente y estaba muy agitada. Vi como sus mejillas y comisura de los labios, estaban empapadas de su saliva.

Algunos mechones de su pelo cruzaban su preciosa cara. Se les habían quedado pegados por la saliva de un lado a otro lado de sus mejillas, también por debajo de sus labios y barbilla.

Mi pene ahora liberado, se había quedado completamente pegado a su mejilla derecha. Lamentablemente éste seguía duro como una piedra.

Con voz entre cortada y jadeante me miró a los ojos y dijo:

—Papá por favor no pares ahora. No podemos dejar esto así. No después de todo lo que acaba de suceder, de como me he comportado y hasta donde he llegado.

Hizo una pausa intentando recuperar su respiración:

—Papá no lo soportaría. Me sentiría muy culpable. No por favor, no puedes hacerme esto ahora. No me desprecies de ese modo. Ahora ya no. Hemos ido muy lejos. Por favor papá…

Su excitación debería ser de tal envergadura, que curiosamente y mientras me decía todo esto, noté como ella no dejaba de apretar su vagina contra mi mano.

Seguía frotándose lentamente con movimientos semicirculares de sus caderas, contra mis dedos. De tal modo que mientras me suplicaba, no paraba de penetrarse ella misma dándose placer.

¡No me lo podía creer.! Mi hija estaba tan cachonda que aún estando verdaderamente preocupada por mi reacción, no podía dejar de penetrarse así misma con mis tres dedos.

Esto me provocó un impactante shock.

Volví a mirar su cara.

Estaba toda sudorosa y tenía una indescriptible expresión de disfrute y placer con una mezcla de sincera preocupación, que me hizo mirarla de la cabeza a los pies.

Como expliqué, se había puesto de lado mirando hacia mí, apoyada sobre su antebrazo derecho. En esta pose había dejado su largas e increíbles y torneadas piernas, en una posición de pleno acceso a su sexo.

La derecha semi doblada y descansando sobre la alfombra y la otra la tenía completamente abierta y apoyada sobre su pie.

¡Vamos completamente espatarrada estando de lado!.

El brillo de la piel sudada de sus muslos, me era escandalosamente provocador.

Esta imagen tan pornográfica con sus muslos sudorosos totalmente abiertos, mientras su mano sujetaba fuertemente mi muñeca impidiéndome que la sacara de su vagina, y mientras sus caderas no paraban de dirigir su hambrienta vagina, comiéndose sin parar mis tres dedos.

Esto junto con las palabras de mi hija, fue suficiente para hacer que mi mente hiciera una especie de reseteo.

De repente tuve como un extraño y pequeño calambre que me recorrió todo el cuerpo y que empezó en mi ano y terminó en la punta de mi polla.

Ésta se endureció aún más si cabe. Se elevó mucho más haciendo unos leves movimientos involuntarios, que se tradujeron en unos pequeños golpecitos en la mejilla de mi gozosa hija.

Ella interpretó estos golpecitos, a que la invitaba a introducirse nuevamente mi rabo en su jugosa boca.

Y así lo hizo. Giró un poco la cara y no hizo falta más, yo mismo le introduje mi polla hasta casi el fondo de su garganta.

—uuhhhhhOooOOoHhh —gemí ahora yo libre de cualquier culpa, prejuicio, pudor o remordimiento.

Me concentré plenamente en disfrutar de la mamada que me estaba haciendo mi propia hija.

De súbito ya no la veía como a una hija (que también) sino más bien como una estupenda, deliciosa e irresistible joven, que me estaba pidiendo sexo a raudales.

Que fuese mi hija quien lo deseara, de repente había pasado a ser un irresistible plus y no un tremendo e infranqueable impedimento.

Empecé nuevamente y lentamente a darle vida a mis dedos en su coño. Ella me acompañó sujetando aún rato más mi mano en esa nueva y pervertida vida.

Ya confiada, fue soltando muy lentamente mi muñeca y apoyó nuevamente su mano en mi cadera derecha.

Siguió chupando como una posesa, mientras que con su mano me empujaba contra su boca, animándome otra vez a que fuese yo quién me la follase.

Cosa que no dudé en concederle. Saqué mi polla hasta sus carnosos labios, para luego introducirla nuevamente una y otra vez.

Le sacaba mi polla hasta situar mi capullo en sus labios, ella los apretaba fuertemente sobre mi glande y lo chupaba como si fuese un gigantesco chupachups.

¡Dios, una verdadera locura!.

Dejaba inevitablemente de chupar mi glande, cuando yo volvía a introducir mi polla casi hasta el fondo de su boca.

Así estuve jugando con su boca un buen rato.

¡Ohh cielos!, me estaba dando un placer indescriptible.

Desde luego, no era la primera vez que me comían la polla pero que fuese ella la que lo hiciera, me estaba produciendo un gozo totalmente inesperado y mucho más intenso y placentero.

Mientras me follaba su boca, podía notar en mi polla su fuerte y agitada respiración que, salia a presión por su pequeña nariz.

Instintivamente aumenté el ritmo de mis embestidas en su coño acompasándolas a la velocidad a la que me estaba follando su jugosa boca.

De repente, fui consciente del tremendo chapoteo de sus jugos vaginales en cada una de mis arremetidas.

Ese chapoteo de su coño empezó a ponerme por completo loco. Más aún que la tremenda mamada o follada en su boca.

No había escuchado en mi vida nada tan escandaloso.

Ese sonido me estaba haciendo precipitar mi orgasmo.

Ella empezó a jadear fuertemente teniendo mi polla dentro de su boca y pronunció palabras que yo no terminaba de entender del todo entre otras que sí entendí.

—¡oohhuuHHHhhuuufff papá!, más, más fuerte, más, ¡dame más fuerte papá!. ¡Fóllame! OOOhh, ¡Fóllame fuerte! —llegué a entender las más evidentes.

Entre los jadeos de ella, las palabras que si logré, entender y el chapoteo escandaloso de los jugos de su coño, no pude aguantar más.

—ooOOhhoOOoo, ¡me voy a correr¡, ¡me voy a correr! —Le grité mirándola.

Ella al escuchar que me corría, dejó de repente de chupar mi polla y me sujetó por mis caderas parando mi follada en su boca.

Miré su cara con mi polla aún dentro, tenía los ojos entrecerrados con una expresión de gozo y placer indescriptible.

Su cara estaba por completo empapada por su saliva.

Temí que se retirara, que sacara mi polla de su boca. Pero no, no fue así. Noté como con su mano izquierda me mantenía apretando dentro de ésta.

Intuí rápidamente que no le importaba que me corriese dentro de su boca, es más, estaba esperando expectante a que lo hiciera.

La primera descarga le pilló de sorpresa y lo noté muy claramente con el gesto que hizo.

Fue como si la hubieran golpeado en el interior de su garganta. También lo noté en la apertura desmesurada de sus ojos.

Primero de sorpresa y luego de complicidad y deseo.

Esto no evitó que sus caderas dejaran de buscar mis dedos, todo lo contrario, aún apretaba más su coño contra mi mano.

Pareció gustarle la textura y sabor de mi semen, ya que reanudó su mamada con un nuevo y deslumbrante vigor.

Yo seguí corriéndome como nunca lo había hecho antes. Mis latigazos de semen dentro de su preciosa boca eran incontables.

Me apretó más contra su boca metiéndose mi polla casi hasta los huevos.

Dios, no paraba de salir leche. No había tenido una corrida tan cuantiosa en mi vida.

Lo increíble era que, parecía estar tragándose todo ese semen sin problemas y con verdadero placer. Cosa que no hacía su madre.

No me lo podía creer. No era que tan sólo se tragase toda esa leche sin problemas no, es que la estaba disfrutando y saboreando con verdadero placer.

Esto hizo que mi mano en su coño, se acelerara al máximo, de tal forma que a un observador, le parecería que la estuviera apuñalando en el coño.

¡Dios bendito!. Ella empezó a convulsionar totalmente.

Sacó mi polla chorreante casi en su totalidad, hasta la punta de sus labios y me suplicó:

—¡Fóllame OooOoh fóllame!, ¡más fuerte OooOOOooohhh!, ¡papá por favor fóllame!, ¡¡así, así, así ooooOOOOhhh!!.

¡Madre mía!. Mientras decía ésto sus carnosos labios, no paraban de acariciar mi glande con cada palabra que pronunciaba.

Empujé nuevamente mi polla al interior de su boca, ahogando sus palabras y gemidos suplicantes.

Ella la siguió chupando con pasión, mientras convulsionaba por su tremendo orgasmo.

Su cuerpo daba sacudidas y se apretaba contra mi mano.

Yo no paraba de taladrarle el coño, hasta que ella cerró violentamente sus sudorosas piernas, dejando atrapada mi mano entre sus muslos impidiéndome cualquier movimiento.

Su orgasmo la llevó a empujar sus caderas de forma rotativa e intensa, haciendo que su coño se follase mis dedos, mientras apretaba fuertemente con sus prietos muslos.

¡Era algo impactante y maravilloso!.

Se retiró un poco y sacó mi polla de su boca. Su respiración era rápida intensa y muy agitada.

Miré mi polla. Estaba más limpia que si la hubiera lavado en ese preciso momento con agua y jabón.

Ella seguía jadeando y aún tenía espasmos mientras continuaba restregándose y apretando su coño contra mi mano inmóvil.

Para mí era inconcebible el grado de excitación de ella, ya que mientras seguía aún con los estertores del tremendo orgasmo, me cogió nuevamente la polla, y la alzó hacia arriba en dirección a mi ombligo.

Bajó aún poco más su cabeza y empezó a lamerla desde el glande hasta los huevos.

Se entretuvo un poco chupando mis pelotas. Primero una, luego la otra.

¡De súbito las engulló las dos a la vez!.

¡¡¡Joder!!!.

Eso fue tan repentino, delicioso y tan morboso (notar mis dos testículos bien apretados dentro de la boca de mi propia hija) que instantáneamente tuve un pequeño e inesperado orgasmo y volví a eyacular levemente otra vez.

¡Nunca había sentido nada igual lo juro!.

Fue indescriptible. ¡Dos orgasmos prácticamente seguidos!.

Jamás me había sucedido algo parecido.

Y no es que nunca me hubieran comido los huevos. Todo lo contrario.

Pero esta vez fue por completo diferente. Y lo diferente de verdad, fue quién se los comió.

¡Mi propia hija!.No me lo podía creer.

Cuando su cuerpo dejó de temblar, soltó mis huevos y se tumbó nuevamente boca arriba.

Abrió sus piernas y pude liberar muy lentamente mis dedos del interior de su coño, procurando en este proceso el mayor roce posible, haciéndole suspirar y gemir mientras los iba extrayendo.

Cuando los saqué del todo, se escuchó un tímido y delicioso choop.

Mi hija aún tenía su respiración algo acelerada.

Allí estaba yo arrodillado junto a ella con mi polla semitiesa descansando sobre su suave cadera.

—Uff papá. Baja un poco la calefacción. Tengo mucho calor.

La miré y ciertamente estaba sudada. La camiseta del pijama se le había pegado como una segunda piel, haciendo que sus pechos y sobre todo sus pezones se marcaran increíblemente.

Su tersa barriga, sus espléndidas piernas y sus muslos, tenía ese precioso y apetitoso brillo característico de la piel sudada.

Me giré, cogí el mando de la bomba de calor y le hice ver que bajaba algo la temperatura. Pero no fue así.

Acababa de descubrir que, ver ahora a mi propia hija así sudada, me provocaba mucho placer, mucho morbo. Un morbo indescriptible.

—Ya está —le mentí

—Bueno papá, eso sigue ahí ¿verdad?.

—Sí cielo, pero con alguna que otra arremetida que hemos hecho, he llegado a tocar el preservativo.

—Ves como sí que está dentro —me reprochó ella.

—Sí. Y ahora sé más o menos donde está.

—Perfecto. Venga papá entonces sácalo.

—Descansamos unos minutos y continuamos cariño —le propuse.

Ella asintió.

—Hazlo igual que lo has hecho antes. ¿Vale papá?.

—¿Cómo?. ¿Masturbándote primero? —le pregunté.

—Bueno no, o sí —rió traviesa—. Me refiero que directamente introduzcas tus dedos y al mismo tiempo me acaricies el clítoris.

Quedaba claro que ese modo de masturbarla, le había encantado.

—Vale, me parece fenomenal —contesté guiñándole un ojo.

—Así será más fácil y rápido para ti y más gustoso para mí —continuó ella picarona y soltó una carcajada que yo secundé.

Pasaron un par de minutos.

—Ahí voy pues. Relájate que empiezo de nuevo.

—¿Que me relaje dices?. Ja, ja, ja —rió ella—. Ya verás tú mi relajamiento.

Pues nada, me puse nuevamente con ello.

Volví a situar el cojín bajo sus prietos glúteos que, toqué y acaricié ahora con gusto y placer sin problema alguno.

Esta vez ella, ya no se cubrió la cara con su antebrazo, así que podía observar en todo momento su placentero rostro.

Su lubricación en su vagina aún se mantenía. Desde luego era digna de alabar.

Empecé introduciendo lentamente el dedo índice y corazón.

Al mismo tiempo me apresuré a acariciar su clítoris con el dedo gordo de la misma mano como ella me había exigido.

Nuevamente hice un mete y saca lento, pero cada vez más profundo. Empezó a gemir prácticamente al instante, ahora fuertemente sin reparo alguno.

—¡Dios, esto no puede ser verdad! —dijo—. Es demasiado bueno para ser cierto. ¿Cómo me puedes poner de este modo papá? —gimió.

Yo no le contesté. Yo seguía a lo mío hurgando con mis dedos en su húmedo y prieto coño.

—¡OoOOOoo!, Dios santo, esto sí que es hacer disfrutar a una mujer y no lo que hace el picha floja de mi novio —siguió diciendo mientras sus caderas zigzagueaban y embestían al ritmo de mis lentas y cada vez más profundas penetraciones.

—¡Me vas a volver loca papá!, ooOUuufff, Dios.

Sus jadeos volvieron a ser muy ostentosos. Su hermoso rostro un verdadero poema de placer.

Como dije antes, ya con todos los tabús rotos, ya no se ponía ningún freno a sus cada vez más fuertes gemidos.

Estando ella ya tan cachonda otra vez, quise salir de dudas. Decidí volver a probar la suerte del tercer dedo.

Quería ver si podía provocar la misma reacción que tuvo la primera vez. Quería volverle loca otra vez.

Así que volví a sacar casi enteramente los dos dedos de su coño y cuando los volví a introducir ya eran nuevamente tres.

Esta vez lo hice más rápido con toda la intención y sin darle tiempo a prepararse.

Empujé fuerte y rápido los tres al interior de su estrecho y empapado coño.

—¡ooOOoOoHHioohh, Dios mío! Sí, sí, si, ¡por favor papá!, más, más, ¡métemelos más papá! —gritaba mientras alargando su mano derecha me cogió la polla, y la apretó como si le fuese la vida en ello.

Con la izquierda, se cogió por encima de la sudada camiseta del pijama su maravilloso y duro pecho izquierdo.

La apretaba de tal forma que parecía que lo quisiera hacer explotar.

Estaba claro que cada vez era más ella. Ya no se reprimía en nada.

¡Madre mía!. No paraba de dar gemidos y gritos de placer.

Arqueaba su espalda de tal modo que por un momento pensé que podía hacerse daño.

—¡ooOhhhoooO papá!, ¡fóllame fuerte!, ¡más rápido, más, más, más, más…OOooohhuffuuufff papá!.

Empecé a darle fuertes clavadas a su mojadísimo coño, como si me fuera la vida en ello.

Ella empezó otra vez a culebrear, culear y convulsionar.

Mi durísima polla seguía dentro de su mano derecha. La apretaba fuertemente pero sin moverla.

Así que mientras ella se acercaba otra vez a un tremendo orgasmo, yo no aguante más y empecé a follarme su mano como un verdadero loco.

En ese momento pareció recordar que tenía agarrada mi dura polla.

Empezó entonces a acompañar con vigor mi embestidas dentro de su mano.

Que me follara su mano así, pareció despertar en ella una nueva morbosidad que hizo que estallara súbitamente en otro tremendo orgasmo, soltando no sé ni qué cosas por su boca.

Cerró fuertemente otra vez sus preciosas piernas, dejando nuevamente atrapada mi mano con mis tres dedos en el interior de su palpitante coño, inmovilizandomela nuevamente.

—¡ooOOoooHhUuuuuffffooohHH!, ¡o sí papá!, ¡córrete encima mío… oOooh!, ¡córrete por favor…!, ¡riégame toda con tu leche papá!.

¡Dios!. ¿¡Pero cómo podía decir mi hija esas cosas!?.

De nuevo sus obscenas palabras precipitaron mi orgasmo. Suerte que justo antes de correrme, tuve algo de lucidez.

Unos segundos antes de empezar a escupir mi leche, me dio tiempo a subirle la camiseta del pijama por encima de sus pechos para no ponérsela toda perdida de mi semen.

—Oooo cariño, me corro, me voy a correr, ¡oooOOOhhh… que gusto!.

—¡Sí papá por favor, córrete encima mío!.

Empecé a correrme sobre su tersa barriga y parte de su pubis y su costado. Regueros de mi leche empezaron a resbalar hacia abajo por su cadera y costado hasta llegar a la alfombra.

Paré de follarme la mano de mi hija. Ella seguía agarrando mi polla, notando mis fuertes palpitaciones eyaculatorías ya exentas de semen, a las cuales correspondía con movimientos de sus dedos.

Miré su cara. Tenía una expresión de triunfo y tremendo placer. No sabría bien como describirla la verdad.

Nos quedemos otra vez totalmente exhaustos. Ella boca arriba y yo junto a ella, arrodillado a su derecha con mi polla empalmada, la cuál se negaba a soltar.

Empezó a reírse. ¡Estaba tremenda!.

Tenía la cara sudorosa con mechones de cabello pegados por toda su frente y en sus mejillas.

Algunos de estos metidos, dentro de la comisura de sus labios.

Su estómago y costado lleno de lechazos por mi reciente corrida.

Su camiseta (que yo había subido momentos antes de correrme) por encima de sus hermosos, redondos y puntiagudos pechos.

Sus suaves y firmes piernas semi flexionadas, completamente cerradas atrapando fuertemente mi mano con mis juguetones dedos, dentro de su coño.

Y para colmo su mano aún seguía cogiéndome la polla.

Todo esto era tremendamente excitante y no acababa de creerme todo lo que me estaba sucediendo.

—Ja, ja, ja, seguimos igual. No lo hemos sacado ¿verdad papá? — Me preguntó mientras soltaba lentamente mi polla.

—No —le contesté riéndome también.

—A este paso llegará mamá antes y todo —me dijo.

—Con tres dedos dentro no lo puedo hacer cariño.

Abrió un poco sus piernas liberando mi mano y pude sacar muy lentamente los dedos de su coño.

Mientras iba sacándolos, los separaba con toda la intención para provocar (como la vez anterior) pequeños suspiros de placer hasta su total extracción.

Esta vez mientra los sacaba, me pude fijar en el movimiento de sus pechos desnudos, que respondían provocadoramente a su aún agitada respiración.

Esto provocó que mi polla se empezara a endurecer otra vez. Me moría por meterme sus duros pezones en mi boca.

Cuando tuve los dedos por completo fuera de su vagina, levanté la mano y se los enseñé.

—Hay que hacerlo con tan solo estos dos dedos —le hice el movimiento de la tijera con los dedos índice y corazón—. Así a modo de pinza si lo alcanzo a tocar bien, lo podré sacar fácilmente o eso espero.

De repente noté que algo resbalaba por mi mano. Me la quedé mirando y observé como resbalaba hacia abajo un par de regueros de sus jugos vaginales.

Algunos ya estaban a la altura de mi muñeca. ¡Dios, era increíble como llegaba a mojarse mi hija!.

Giré la cara, la miré y le sonreí.

—No he visto a nadie jamás mojarse así cariño. Eres un portento cielo.

—¡Joder papá!. Tú también me has mojado toda bien. Por dentro y por fuera.

Y estallamos los dos a carcajadas.

Acto seguido puso cara picarona. Luego su expresión cambió a puro vicio, y mientras me miraba con esa cara de viciosa, se puso a lamerse los restos que habían quedado en su mano de semen.

¡No dejó ni rastro en ella!. Madre mía, ¡le encantaba mi semen!. No dejaba de sorprenderme.

Me estremecí por completo.

Había que sacar de una vez ese preservativo, de lo contrario íbamos a morir los dos a orgasmos en el intento.

—Bueno ahora sí cariño, vamos de una vez a por esa dichosa goma —le dije.

—Venga va. Ahora directo papá. No me acaricies esta vez el clítoris.

¿El clítoris pensé?.

Yo no tenía nada claro qué era lo que le provocaba más placer. La estimulación de éste o la penetración vaginal.

Lo que sí tenía muy claro, es que esos tremendos orgasmos los podía conseguir fácilmente de las dos formas.

Otra cosa de la que estaba casi seguro, es de que mi hija era multiorgásmica y que ella lo estaba empezando a descubrir en este preciso momento.

Empezaba a tener claro que sus múltiples orgasmos, ganaban en intensidad según se iban produciendo hasta llegar a su último gran orgasmo final.

¡Mi hija era una locura orgásmica!

Apoyé mi mano izquierda cerca de su pubis y empecé a introducir otra vez mis dos dedos dentro de su coño.

Esta vez, me cuidé mucho de no masturbarla como ella me había pedido.

Fui introduciendo los dedos poco a poco en su vagina. Los moví lentamente de un lado a otro buscando tocar la dichosa goma.

Mis dedos entraban con mucha facilidad. No me extrañaba nada después de las fuertes folladas que le habían realizado con anterioridad.

Su maravilloso coño estaba ciertamente bien dilatado ahora.

Cuando tenía los dedos introducidos casi hasta los nudillos, toqué el preservativo con la punta del dedo corazón. No así con el dedo índice.

Apreté más fuerte, para poder alcanzarlo bien con los dos. Esto provocó nuevamente tímidos gemidos de placer de mi hija.

Me incliné sobre ella acercando mi cabeza a su plano y duro estómago para estar más cómodo.

Vi que en su estómago tenía restos secos de mi segunda corrida. También vi que, en el interior de su ombligo quedaban restos de mi semen aún húmedo.

Me daba ya todo igual. Dejé descansar mi oreja izquierda sobre su terso estómago, quedándome su coño a pocos centímetros de mi boca.

A todo esto, los suspiros y gemidos de mi hija, volvieron a aumentar nuevamente.

¡Por Dios!. ¿Cómo podía ser tan receptiva?, ¿cómo podía ser tan caliente? —me pregunté—. ¿sería capaz de correrse de nuevo?.

Todo parecía indicar que sí.

Noté como su mano se posaba en mi hombro y me empujaba suavemente.

Giré mi cabeza para mirarla.

Así de ese modo, a ras de su estómago, vi sus maravillosos y desnudos pechos, apuntando al techo con descaro.

No me pude resistir y mientras tenía mis dos dedos hasta los nudillos metidos en su coño y el preservativo ya entre ellos, me dispuse a comerme esas maravillosas tetas.

No me equivocaba, estaban duras como todo en su joven y espléndido y bien proporcionado cuerpo.

Mientras con mi mano izquierda acariciaba su pecho derecho, del izquierdo empecé a dar buena cuenta con mi boca y mi perversa lengua.

Desde luego puse especial dedicación a su durísimo pezón.

Cogió mi cabeza y la apretó contra su pecho izquierdo, el cuál ahora yo empecé a chupar con verdadera desesperación.

¡Madre mía!. ¿También era sensible ahí?.

—Oooohhh, ¡Dios!, sí, chupa, chupame las tetas, ¡oooOOuufff, ooHH cómetela toda!, o Dios que gusto. ¡Me voy a correr otra vez papá!. No pares de chuparme las tetas, ¡no pares!, chupa, chúpamela toda, ¡méteme los dedos!, ¡más, más, más. ¡Fóllame, Fóllame Oooo Dios!.

Así que como no quería que se me escapara el preservativo, no quise hacer los movimientos de follarme su coño.

Empujé todo lo que pude mis dedos dentro de ella, para intentar darle el placer que buscaba.

Ella dobló y separó sus piernas al máximo, para facilitar en todo lo posible la penetración de mis dos dedos.

—¡Me corro papá!, ¡por favor papá!, ¡me corro!, ¡ooooOOOhhHHUuufff, Dios!. ¡Me vas a volver loca!. ¡ME CORRO!.

Explosionó en un tercer y tremendo orgasmo.

Sus espasmos orgásmicos no paraban de sorprenderme.

Seguía teniendo apretada mi cabeza contra su pecho izquierdo y también mantenía su mano derecha sobre mi mano izquierda, con la que yo sujetaba su duro pecho derecho.

Cuando su orgasmo estaba en su cumbre, empezó nuevamente a cerrar las piernas, así que rápidamente solté su pezón de mis labios y su pecho de mi mano izquierda.

Me incorporé rápidamente y con mi mano izquierda y parte de mi cuerpo evité que sus piernas se cerraran por completo.

De este modo, evité que me dejara atrapada nuevamente mi mano entre éstas, pudiéndome hacer perder el preservativo.

Me quedé sujetando así sus piernas un rato.

Rato que se me hizo eterno, ya que ella al no poder cerrarlas, culebreaba exageradamente de lado a lado pegando culetazos sobre la alfombra de placer.

Estando mis dedos en el interior de su coño quietos mientras ella convulsionaba con su tremendo orgasmo, pude notar por fin muy nítidamente, las fuertísimas contracciones de sus músculos vaginales.

Era increíble. Su coño parecía tener vida propia. Apretaba intermitentemente mis dedos con una fuerza, que hizo que mi polla comenzara a soltar liquido preseminal nuevamente.

Me dieron unas ganas terribles de sacar mis dedos de su coño y meterle de una estocada toda mi polla hasta los huevos.

Cosa que no hice claro.

Cuando terminaron sus jadeos y temblores y sus músculos vaginales dejaron de contraerse, empecé muy lentamente a tirar del preservativo hasta que en pocos segundos lo sostuve fuera de ella.

Se lo mostré, le guiñé un ojo y lo tiré en el suelo desnudo, fuera de la alfombra.

—¡Que asco! —me dijo al escuchar el ‘Plooops’ de éste al golpear el suelo.

—Bueno pues ya está —le dije con una sonrisa de oreja a oreja.

Ella se incorporó y se sentó nuevamente con las piernas cruzadas.

Bajó su camiseta y me ocultó nuevamente sus preciosos pechos, pero no se tapó su maravilloso coño.

Me miró con una pícara sonrisa.

—Uuuff papá. ¿Sabes?. Por un momento pensé que me ibas a comer la vagina.

—¿Cómo? —la miré extrañado—. ¿Por qué lo dices? —le pregunté.

—Fue cuando dejaste tu cabeza apoyada en mi barriga. Estabas tan cerca de mi vagina que ¡uufff!, podía notar tu respiración en mi vagina y en mi clítoris.

Comenzó a acariciarse las piernas.

—Me quedé por un momentos sin aliento —siguió diciéndome ella—. Deseé tanto en ese momento que te comieras mi coño…, incluso te empujé un poco para ello… pero luego de repente te lanzaste a por mis pechos —Hizo una pausa—. Que por cierto me encantó como los chupabas. Me estabas volviendo loca la verdad.

Sonreí y me quedé mirando sus preciosos ojos azules.

—Pues cariño, lo tenías muy crudo que en ese momento me pusiera a comerte el coño.

—¿Cómo?, ¿Por qué dices eso? —me preguntó ella extrañada.

—Pues no será por ganas cariño, pero no te iba a comer el coño con ese preservativo aún dentro. Ni loco lo haría.

Mi respuesta le hizo reír a carcajadas súbitamente.

—Es verdad —rió —. Tienes toda la razón, no caí en ese detalle en ese momento —continuó—. Menos mal que no lo hiciste ja, ja, ja.

No podía parar de reír.

—Ja, ja, ja —siguió riendo—, de todos modos salgo ganando 3 a 2.

—¿Cómo?

—Pues que yo me he corrido 3 veces y tú 2. ¡¡Gané!! —Y levantó los brazos triunfante.

Esto hizo que su doblada camiseta del pijama se elevara por encima de su ombligo, con lo cuál pude ver claramente los restos de mi semen ya bien seco, que cubría parte de su estómago y costado.

¡Madre mía!. ¿Cuándo se había convertido esto en una competición de orgasmos?.

No le quise decir que en realidad estábamos empatados, que había tenido un pequeño orgasmo, cuando succionó tan repentinamente mis huevos dentro de su boca.

—Creo de verás hija, que uno de tus orgasmos vale por 5 de los míos. !Eres tremenda!. Un verdadero portento. Tienes mucha suerte cielo.

—La verdad papá, es que no he disfrutado tanto en mi vida. No creo que pueda ponerme ni de pie. Casi me vuelves loca de gusto.

—Desde luego —siguió diciendo—, hasta hoy lo que he estado haciendo con los chicos a sido un juego de niños. Acabo de descubrir que es correrse de verdad papá.

Se recostó un poco y se apoyó en sus manos.

Así pude ver en todo su esplendor sus hermosas piernas dobladas al estilo Budista y la parte superior de su maravillosa vagina.

—Me haces muy feliz cariño. Yo tampoco he disfrutado tanto jamás —contesté.

Mientras hablábamos ella no dejaba de bajar su vista a mi polla aún semi erecta.

—Bueno papá, ni una palabra a nadie de lo que a pasado aquí —dijo ella como si se hubieran invertido los papeles de padre e hija.

La miré con cara de interrogación.

—Que quede entre nosotros dos —continuó diciéndome.

La camiseta del pijama se le había bajado hasta sus caderas. Aún así, tal como estaba sentada, podía ver la parte superior de su vagina.

Tampoco yo podía evitar mirar de vez en cuando su apetitoso coño mientras hablábamos.

Intenté por todos los medios no seguir mirándolo para evitarme otra erección.

La vergüenza, los prejuicios y tabús habían desaparecido por completo de mi mente.

Ahora ya era sumamente fácil, que con tan solo mirar sus brillantes y torneadas piernas me provocara una fuerte erección.

Doblé un poco mas mis rodillas y me senté sobre mis nalgas.

—¿A cuál de las tres cosas te refieres? —pregunté con picardía

—¿Tres…? — me preguntó confusa.

—Sí cariño. A qué se te ha quedado un preservativo dentro. O a que te lo saqué yo de ahí con mis dedos, haciéndote correr como una posesa. O a que me has comido la polla como nadie lo ha hecho ni lo hará nunca.

—Ja, ja, ja muy bueno papá —rió fuertemente—, ja, ja, ja, a las tres, a las tres cosas papá. ¡No podemos contar ninguna de las tres tonto!.

Nos quedamos un rato en silencio sonriéndonos mutuamente. Ella se recostó aún más hacia atrás en esa posición budista.

Así sentada en el suelo, mostrándome con todo su esplendor sus turgentes y sudadas piernas, no pude resistirme a acariciar la más próxima a mí.

La acaricié lentamente de arriba a bajo, hasta su entrepierna una y otra vez.

¡Dios! Que esbeltas piernas, que dureza y que suavidad. En definitiva…¡Que cuerpo!.

—A ver papá —empezó a decirme mientras yo seguía acariciando sus muslos—, me da un no se qué haberme puesto a gemir y gritar de ese modo.

Hizo una pausa.

—¿Me crees si te digo que no sabía que podía comportarme así?. Ahora mismo soy la primera sorprendida. A sido superior a mí. No pude reaccionar, no pude hacer nada para parar, era tal el gozo que me tenía totalmente atrapada.

Volvió a ponerse un poco roja.

—Sabía que estaba mal —continuó—, no pude negarme a tanto placer papá. No quería que parases nunca. Nunca había disfrutado tanto. No sabía que se podía disfrutar tantísimo. Lo siento papá.

La miré y sonreí

—No lo dudo de verdad cariño y no te preocupes de nada, ya no —le dije—, ahora ya hemos pasado esa frontera y llegados aquí yo no me arrepiento en absoluto. Todo lo contrario.

Pareció contentarle mi respuesta.

—De todos modos en eso te pareces mucho a mamá. Ella también cuando está apunto de correrse se descontrola y grita que me la folle una y otra vez sin parar.

Me miró extrañada.

—Pues cualquiera lo diría. Yo nunca he oído nada.

—Hija, pues como lo del lubricante que tampoco lo puedes ver. Ella se cuida mucho de que tú no la oigas nunca.

—Madre mía, ya le vale también a mamá.

—Se moriría de vergüenza si supiera que la escuchaste alguna vez —dije—. Creo que hasta dejaría de follar si eso fuese así.

—Es cierto que en muchos sentidos es bastante puritana —continué diciendo—. Pero cuando se corre es todo un portento. Sobre todo si sabe que no la puede escuchar nadie.

La miré fijamente y le susurré apretando fuerte su muslo.

—Pero tú cielo, la superas con creces. ¡Dios, eres maravillosa!.

Luego acerqué mis labios a los suyos para besarla.

De súbito se incorporó un poco y de un fuerte empujón me apartó.

—¿¡Pero qué haces guarro!? —me espetó enfadada—. ¡Serás cerdo!, ¡que soy tu hija!. ¡A mí no me beses pervertido!.

Mi cara debió ser un verdadero poema ya que ella empezó a reírse con esa espontánea risa tonta e infantil que a veces tenía.

—Anda, ayúdame a levantarme que me voy a la ducha. Mamá seguro que está apunto de llegar y quiero tener yo antes la ducha cogida.

Se apoyó en mi hombro izquierdo e intentó levantarse.

—Madre mía me tiemblan las piernas. Uff, ja, ja, ja me tiembla todo el cuerpo. ¡Otro orgasmo más papá y me matas! —dijo sin parar de reír.

Le ayudé a levantarse totalmente traumatizado, por lo que acababa de suceder.

Desde mi posición de sentado sobre mi culo, yo también perdía un poco el equilibrio.

Esto le hacía reírse más si cabe.

—Ja, ja, ja hay que ver como me has dejado Papá.

Terminé de ayudarle a ponerse de pie.

No dije nada. Aún estaba en shock por su respuesta a mi intento de besarla.

—¿¡Pero será posible después de todo lo que hemos hecho…!?, —me dije compungido.

Ella se dirigió a la salida del salón.

Entonces pude apreciar en todo su esplendor su desnudos, magníficos y respingones glúteos con forma de corazón.

Se le adivinaban una dureza extrema, que yo podía certificar.

Tan era así que sus nalgas no se tocaban entre si.

Éstas dejaban ver perfectamente una maravillosa y separada raja entre sus glúteos.

Por la parte baja de estos, con la luz de la lámpara de la mesita del salón, pude apreciar perfectamente su abultado y prieto coño.

Sus labios superiores aún continuaban algo abiertos, después de la intensa sesión de placer que acabábamos de darnos.

¡¡Dios!!, parecían decirme que querían más. Parecían decirme ¡ven aquí cómeme!.

Tan abierta se mostraba su raja del culo, que pude apreciar perfectamente sentado como estaba sobre mis piernas, su lampiña zona perineal y su prieto ano.

¡Madre mía! se me iba a parar el corazón al olvidarme respirar.

Pero hubo algo tan provocador, que hizo que mi polla se endureciera de golpe.

¡Jamás tuve una erección tan rápida!. Y menos aún después de haberme corrido tres veces.

¡Fue una erección instantánea!.

Pude ver estupefacto, que por la parte interior y posterior de sus turgentes y torneados muslos, como desde la zona de su abultado coño y girando por buena parte de sus muslos, habían regueros de huellas de como si un ejército de caracoles, hubiesen intentado salir o entrar a su vagina.

Tal eran los rastros (ya bien secos y brillantes) que habían dejado sus abundantes flujos vaginales.

Esto me dejó muy impactado y con la polla a punto de explotar otra vez.

¡¡Dios!!, me dieron unas ganas tremendas de cogerme a esos muslos y eliminar a lametazos todos esos rastros de flujo.

Tardó bien poco mi hija en sacarme de golpe (otra vez) de mi tremenda excitación.

Se paró en el resquicio de la puerta del salón, me miró por encima de su hombro y me dijo:

—Por cierto papá, ni se te ocurra volverme a tocar nunca más.

¡Mierda!. Levante la mirada de sus glúteos consternado.

Mi polla que hasta hace unos segundos estaba como el acero, empezó a perder toda su dureza de golpe.

Me incorporé y me puse de pié.

La miré muy serio, mientras me subía el calzoncillo y el pantalón del chándal a la vez.

Me agarré mi polla ya casi flácida y muy lentamente la introduje dentro de mi pantalón y le contesté:

—Lo mismo te digo yo.

Me situé bien a la cintura el pantalón del chándal.

—No se te ocurra volverme a tocar nunca más tampoco —dije con el tono de voz muy bajo, serio y enérgico.

—¡Ja! —se rió ella.

Se giró totalmente quedando frente a mí.

Luego adelantó su pierna izquierda, apoyándose sobre los dedos de su pie mostrándomela en todo su esplendor.

Continuaba teniendo ese brillo característico del sudor semi seco, que la cubría totalmente y que tanto me excitaba.

Inclinó ostensiblemente su cadera hacia a un lado.

Cogió su camiseta del pijama y se la subió por encima de sus deliciosos pechos, mostrándomelos con descaro.

Se mordió el labio inferior y entrecerró los ojos poniéndome otra vez esa cara de puro vicio y deseo.

Acto seguido comenzó a acariciarse los pechos.

Cerró los ojos y se los masajeó fuertemente, luego se entretuvo a jugar con sus duros pezones.

Abrió los ojos y mirándome con deseo:

—Eso lo decidiré yo papá —me dijo sonriendo—. ¿No creés…? —me lanzó un beso y me guiñó el ojo.

Se dio nuevamente la vuelta y mientras salía del salón siguió diciendo:

—Porque si eres capaz de hacerme disfrutar de ese modo con tus dedos, no me puedo imaginar lo que puedes llegar a hacerme disfrutar con esa polla que con tanto placer me he comido.

Mi rabo empezó a reaccionar nuevamente a sus provocadoras palabras.

Madre mía, no había por donde cogerla.

Así era ella un puro contraste.

—Luego cuando termine de ducharme —continuó ya diciendo en el pasillo—, voy a mandar a paseo a ese picha floja de mi novio. Porque a parte de no saber hacer nada, está claro, que si no lo dejo, tú no me vas a querer comer el coño. Ja, ja, ja.

Hizo una pausa.

—Y eso no me lo puedo permitir papá. ¡Ja, ja, ja!.

Y escuché cerrarse la puerta del baño.

Nuevamente sus descaradas palabras, hicieron que mi polla se pusiera dura como el cemento armado.

El pensamiento de mi mujer me hizo salir de mi estupor.

¡Dios!. Me di cuenta en ese momento, de que el salón olía a puro sexo y esto sí que lo notaría mi mujer.

Rápidamente abrí las ventanas para ventilarlo todo lo antes posible. En ese momento, me daba igual el frío.

Cogí con una servilleta de papel el preservativo y lo tiré bien escondido en el fondo del cubo de la basura.

Salí corriendo a mi habitación, me quité el chándal y me puse un pijama.

Dejé el chándal en el fondo del cesto de la ropa sucia.

Volví al salón. Miré la alfombra y en la zona donde mi hija había situado sus preciosos glúteos.

Había una ostensible mancha de humedad. Era ciertamente increíble hasta que punto podía humedecerse ese coño y eso que al principio estaba más seca que el desierto del Sáhara.

De todos modos podía inventar cual quier escusa a mi mujer por esa mancha de humedad. No me preocupaba mucho.

Para las que no había escusa (menos mal que las vi) era la de dos lechazos en el suelo fuera de la alfombra, de cuando me corrí follándome su mano.

Jamás imaginé que una de mis corridas pudiese llegar tan lejos y aún menos la tercera corrida. Jamás me había sucedido tal cosa.

Me puse diestro a dejarlo todo lo más limpio y ordenado posible. Cuando estaba cerrando las ventanas escuché, como mi mujer abría la primera puerta de la entrada a casa.

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Los días sucesivos han sido un infierno. Pero un infierno de morbo y excitación.

De todo esto la culpa la tiene mi hija claro. La cosa es que por cuestiones de trabajo y de sus estudios, coincidimos mínimamente juntos. Y cuando lo hacemos, mi mujer siempre está con nosotros ya que como dije ella trabaja en casa.

Para colmo cuando sale a caminar los días de diario lo hace de tal modo y forma en que mi hija no este en casa.

Siempre a sido así, vuelve de caminar antes de que ella llegue de trabajar.

Es decir se preocupa mucho de estar en casa para cuando vuelve ella.

La relación con mi hija a vista de cualquiera no ha cambiado en nada. Salvo en que yo soy mucho más condescendiente con ella.

Ella conmigo por supuesto sigue igual de borde a vista de todos.

En ningún momento hemos hablado del tema ni por asomo. Es como si no hubiera sucedido nada.

Yo desde luego no pienso forzar absolutamente la situación.

Aún que tenga la oportunidad, lo tengo muy claro. No pienso mover un solo dedo para ello. Si no pasó nada pues no pasó nada y listo. Lo que ella quiera.

En ese sentido ella tiene la llave y el mando absoluto de nuestra nueva relación. Yo desde luego no pienso discutir ni llevarle la contraria nunca más.

La cosa es que ella, es plenamente consciente de este nuevo poder sobre mí, y le ha dado de vez en cuando por jugar conmigo.

Sus jueguecitos me van a costar ciertamente la salud.

Últimamente cuando se prueba cualquier modelito (cuál de ellos más provocador) viene al salón y con la escusa de enseñárselo a su madre, para que le dé su opinión, nos hace una verdadera y provocadora exhibición.

Si su madre se levanta y se va en ese momento a la cocina u otro lugar de la casa, ella me mira y se acaricia de arriba a bajo y poniendo cara de viciosa me dice:

—Me sienta bien verdad papá.

Otras veces si estamos los dos en el sofá (también tenemos un sillón) si mi mujer está en el lavabo o en una habitación o en la cocina, ella pone sus pies sobre mi rabo por encima de mi pantalón y lo masajea poniéndome a cien.

Esto no sucede muy a menudo pero, las pocas veces que lo ha hecho, he tenido que ir luego al lavabo a pajearme.

De un tiempo a esta parte voy siempre con pantalones vaqueros. De lo contrario se me nota mucho las tremendas erecciones que se producen nada más verla.

Lo ultimo aconteció el otro día. Dos semanas más tarde.

Fue lo más morboso y pornográfico que me podía imaginar en mi vida.

Desde esta última vez, me encuentro en un sin vivir y con los huevos a reventar de excitación todo el puto día.

Mi mente va a mil revoluciones las 24 horas. No puedo dejar de pensar en esta última vez y en como terminó.

Me acuesto pensando en ello y me levanto igual, pensando en lo mismo también.

También sucedió curiosamente un domingo, pero está vez mi mujer no salió de casa en todo el día, pero tampoco le hizo falta a mi hija.

Estábamos los tres por la tarde viendo la televisión. Mi mujer y yo en el sofá y mi hija en el sillón.

Mi mujer se levantó y dijo que se iba al baño.

Fue cerrar la puerta del baño y mi hija se levantó de su sitio y vino hacía mí.

Cogió el mando del televisor y subió el volumen de éste.

—¿Qué haces?. Que mamá está ahí al lado —le dije yo preocupado con la voz muy baja.

—Calla tonto. La mamá se ha llevado el móvil al baño así que va a cagar y tardará un rato —me susurró también.

Se situó de pie frente a mí. Yo seguía sentado en el sofá con cara de bobalicón.

Sin darme tiempo a nada, me cogió la mano derecha y se la llevó a su boca y empezó a chupar a intervalos el dedo índice, corazón y el dedo gordo.

Me soltó la mano y como intuí lo que quería, le dejé mis dedos dentro de su babosa boca, mientras ella se bajaba hasta los tobillos el pijama.

No me sorprendió nada ver, que no llevara puestas las bragas.

Hice resbalar mis posaderas hacia el borde del sofá, acercándome todo lo posible a su increíble cuerpo.

Cogió nuevamente mi mano por la muñeca, la sacó de su boca y la dirigió firmemente a su coño.

Yo sin dudarlo, comencé a introducir los dedos índice y corazón en él, mientras con el dedo gordo estimulaba su clítoris como a ella tanto le gustaba.

¡Dios!. Llevaba ya un buen rato muy cachonda, ya que su coño se encontraba por completo empapado.

Mi cerebro iba a mil por hora, así que fui subiendo mi mano izquierda por debajo del pijama, al mismo tiempo que acariciaba su cuerpo.

Primero por su terso y delgado vientre, siguiendo por sus duros pechos. Todo esto mientras no paraba de follármela lentamente con mi mano.

Mi mano izquierda se entretuvo un momento a jugar con sus increíbles pechos. Era increíble, sus durísimos pezones actuaban como verdaderos resortes entre mis dedos.

Tenía prisas por hacer lo que me se ocurrió en ese momento, así que dejé sus pechos atrás para seguir más arriba y sacar mi mano por el cuello de su camiseta, para terminar luego introduciendo mi dedo corazón en su boca.

Ella lo recibió con placer y lo chupó con desesperación, mientras no paraba de ayudarme con sus caderas a penetrarse ella misma, con los dedos de mi mano derecha.

Cuando su saliva ya chorreaba mano abajo, liberé mi dedo de su boca y con cuidado pero con rapidez saqué la mano izquierda de debajo de la camiseta de su pijama.

Sin darle tiempo a decir nada, puse esta mano en su espectacular culo, buscando su ano y empecé a introducir lentamente el dedo corazón en su prieto ano.

—¿¡Qué haces…!? ..¡Papá!, pero…ooooUuff —protestó susurrando jadeante con voz temblorosa.

La sujeté un poco y la obligué a parar de follarse a ella misma.

La quería quieta para terminar de hacer lo que quería.

La mantuve bien quietecita y mientras jugaba con mis dedos en el interior de su jugoso coño, le fui introduciendo el dedo corazón de mi mano izquierda en su ano hasta los nudillos.

De tal forma que mi mano en su coño, llegaba a tocarse con mi mano en su ano.

—OoooOohhh, uuufff — gimió—, Ooohhh sí, oooOohhh sí, ooOOhh, ¡por Dios papá!, ooohh sí, me gusta, dame por ahí también —susurró gozosa.

Mi penetración en su ano era lenta. Sacaba mi dedo hasta la última falange y luego lo volvía a meter hasta el fondo.

—Sí, sí, me gusta si papá, ¡por Dios, por detrás me gusta mucho también!, ooOOoooo ¡me vas a volver loca! —me susurró.

Sus contenidos gemidos, le hicieron echar la cabeza tan atrás que, su largo cabello llegó a tocarme la mano con la que la tenía empalada por el culo.

Empecé a darle vida a mi dedo en el interior de su ano como yo sabía hacer.

¡Dios. La tenía empalada por los dos lados!. De su coño ya empezaba a oírse el chapoteo de sus jugos mientras mis dedos la taladraban.

Se levantó la camiseta por encima de sus pechos quedándose estos desnudos a la altura de mis labios.

Sus dos preciosas tetas estaban nuevamente a mi alcance. Sus puntiagudos pezones seguían sorprendiéndome.

¡Madre mía!, de pie sus pechos ya no eran tan pequeños, más bien todo lo contrario.

Empecé a chuparlos con desesperación.

Ella me agarró la cabeza fuertemente, como si tuviera miedo de que me arrepintiera de chuparlas.

Sus jadeos iban en aumento. Noté como comenzaba a posicionar sus glúteos, para que le perforara bien su ano y luego rápidamente volvía a buscar mis dedos en su chorreante coño.

—ohhoooh, uufff, ¡por Dios papá! —susurraba sus temblorosa boca.

A mí sus pechos me estaban volviendo completamente loco.

—¡Fóllame bien papá!, ohhh, uuufff, ¡como me gusta que me folles por el culo!. ¡Ohhh por favor, que bien me follas!.

Suerte de la previa subida del volumen del televisor, porque esas últimas palabras ya no eran susurros.

Separé un poco la boca de sus pechos y en voz baja le dije:

—shhh, shhh, ¡baja la voz por favor! —le supliqué.

Quería darle el mayor placer posible, no quería que mi doble follada se solapasen entre si.

Quería que notara bien las sensaciones en su ano y luego en su coño.

Así que me las arreglé en pocos segundos, para acompasar mis penetraciones y aislarlas entre si una de la otra.

Cuando sacaba hasta el borde de su vagina mis dedos, introducía el dedo corazón de mi mano izquierda hasta los nudillos en su culo.

Y a la inversa. Cuando sacaba mi dedo hasta el borde de su ano, le introducía los dedos de mi mano derecha hasta los nudillos en su coño.

La estaba volviendo loca de placer. Tal era así que noté como resbalaban por mi muñeca sus jugos vaginales.

Más o menos en ese momento se escuchó el sonido de la descarga de la cisterna.

Aún teníamos algo más de tiempo, ya que normalmente tiraba dos veces de ésta y luego se lavaba en el bidé.

Pero bueno, teníamos que acelerar la cosa, no podíamos permitirnos que mi mujer sospechase lo más mínimo.

Mi hija escuchó la cisterna al igual que yo. Supongo que pensó exactamente lo mismo.

Teníamos que ir terminando.

Mientras la tenía bien empalada por detrás, por delante le introduje de golpe otro dedo más. ¡Volvían a ser tres en su estrecho coño!.

—¡¡ooOOooo!!, Dios, ¡¡Me corroOOOO!! —dijo sin medir el volumen de su voz otra vez.

Me separó mi cabeza de sus pechos, la elevó hacia su cara y comenzó a besarme los labios con desesperación mientras jadeaba sin parar.

Cuanto más rápido la embestían mis dedos, más gritaba y más apretaba su boca contra la mía.

Entendí en seguida que en realidad no buscaba besarme. Ni mucho menos.

¡Lo que estaba haciendo era ahogar sus terribles gemidos dentro de mi boca!.

Tal era así, que su boca la mantenía totalmente dentro de la mía.

Era alucinante. Su boca totalmente abierta dentro de mi boca gemía y pronunciaba palabras que yo no podía entender.

Por momentos le faltaba el aíre, se retiraba y apoyaba su mejilla junto a la mía, quedando sus labios muy apretados junto a mi oreja izquierda.

Escuchaba su acelerada respiración, con los labios tan apretados evitando hacer ningún ruido que, se obligaba a respirar rápido y fuerte por su nariz.

Esa respiración de placer tan desesperante y acelerada por su nariz, me estaba poniendo cachondísimo. Me estaba volviendo loco la verdad.

A los pocos segundos volvía a introducir su boca dentro de la mía, ya incluso con mechones de sus cabellos.

La escuchaba dentro de mí gritar y jadear de placer. Era como si en mi interior hubiera una persona muda intentando salir a gritos.

Mis implacables acometidas en su ano y vagina la habían vuelto completamente fuera de si.

Llegó a apretar tanto su boca en el interior de la mía, que por un momento temí que me desnucara.

¡Su intenso orgasmo era interminable!.

Noté de pronto que aflojaba su presión en mi boca, se separó unos milímetros y logró verbalizar:

—ooOOo, más, ooohh me corro, ¡me corro papá!, ooo Dios, por favor, ¡uuuuhhh papaaá!, no puedo parar de correrme, oouuuuUuuff papá… ¡no puedo parar de correrme!.

Sus contracciones y espasmos temblorosos eran terribles. Temí que le fallasen las piernas.

Súbitamente soltó una de sus manos de mi cabeza y agarró mi mano izquierda, la que penetraba sin miramientos su espectacular culo.

Me la agarró fuertemente por la muñeca. Pensé entonces que el dedo en su ano le estaría molestando, e instintivamente empecé a sacarlo.

¡Cuánto me equivoqué!

Cuando notó que mi dedo estaba prácticamente fuera de su ano, empujó fuertemente mi mano clavándoselo nuevamente hasta el fondo.

Luego con mi mano aún cogida, me hizo entender que lo que deseaba era que la penetrara más vigorosamente por el culo.

¡Dios!. Ella al igual que yo, acabábamos de descubrir en ese momento que le encantaba el coito anal.

¡Le volvía loca de placer!.

Creo que fue que en ese momento que se escuchó la apertura del grifo del bidé.

!Mierda!, pensé, tan sólo nos quedaban unos 4 o 5 minutos.

Empecé a notar las contracciones del interior de su coño, pero más aún las de su ano.

¡Dios!, como apretaba de fuerte los músculos de su esfínter.

Estando ella así de pie, noté muchísimo más que cuando estaba tumbada, las tremendas contracciones de su vagina.

Su coño apretó de tal modo mis dedos en su interior, que hizo que estos se cruzaran entre si completamente.

¡Era increíble, era maravilloso!.

Mi polla iba a romper la cremallera de mi pantalón. Tal era mi dolorosa erección.

Siendo consciente del peligro, me apresuré a sacar mis dedos lentamente.

Ella aún seguía con sus interminables espasmos orgásmicos.

Su boca aún continuaba dentro de la mía jadeante y gozosa.

Saqué los dedos de su coño empapados por completo por sus jugos vaginales.

Más lentamente saqué el dedo corazón de su ano.

Ella no parecía querer que sacara este último, ya que mientras lo extraía echaba sus glúteos hacia atrás dificultándome su extracción.

De su boca salían pequeños ¡oooouhhhohooohhhuuufff!. mientras tanto.

Ya con mis manos completamente libres, le subí rápidamente el pantalón del pijama.

Aproveché mientras tanto para sobar bien sus prietas y elevadas nalgas.

Por fin liberó mi boca de la suya.

La miré. Su cara de placer y lujuria era todo un primor. Tenía mechones de su pelo pegados por el sudor y sus saliva en el cuello, en su cara al igual que es su frente sudorosa.

Aún tenía algunos mechones dentro de la comisura de sus labios.

Su respiración era súper agitada. Tanto era así que, cuando sus pulmones se llenaban de aire, sus desnudos pechos me clavaban sus pezones en la frente.

Esto lo hacía a intervalos de muy pocas décimas de segundos. Tal era su agitación.

Me miró con esa cara de placer y lujuria indescriptible. Se retiró los mechones de pelo de su boca. Con la manga de la camiseta del pijama se secó la saliva de sus mejillas y su boca.

Me cogió mi mano derecha, la que le había dado tanto placer a su coño y me la acercó a mis labios.

No sé exactamente a qué vino esto.

Pero si tenía alguna duda de que en algún momento yo no me comiese su coño, se las disipé todas.

Yo sin dudarlo, empecé a lamer mi mano lentamente desde la muñeca, para terminar en cada uno de mis dedos, aún algo húmedos por sus jugos vaginales.

Mi mano olía fuertemente a todo el interior de su ser, y la chupé con verdadero placer.

Mi polla no podía estar más dura.

Mientras yo seguía lamiendo mi mano, acerté a introducir la otra por dentro del pantalón de su pijama.

Agarré fuertemente su nalga derecha. Mis cuatro dedos se introdujeron con facilidad en la abierta raja de su culo, quedando mi dedo meñique sobre su ano.

Sin parar de lamer mis dedos, la apreté fuertemente hacia a mí. Al hacer fuerza, parte de mi dedo meñique se introdujo de golpe en su ano y esto hizo que de su boca saliera nuevamente unos pequeño suspiros de placer.

—¡Uuufffs..! —exclamó.

Entonces ella se inclinó y acercó sus labios a mi oreja izquierda.

Lo que me susurró provocó unas sensaciones indescriptibles y un fuerte e instantáneo calambrazo en mis hinchados huevos.

—¿Sabes papi? —. me susurró aún jadeante y temblorosa—, como tienes hecha la vasectomía, la próxima vez, te voy a dejar que me metas tu polla por donde quieras, como quieras y todo el tiempo que tú quieras.

Eso fue demasiado para mí y empecé a eyacular dentro del pantalón vaquero, como un loco, sin tan siquiera haberme tocado en ningún momento.

Apreté fuertemente mis labios para evitar realizar ningún sonido.

Tuve que soltar su glúteo para poder sujetarme en el sofá con las dos manos, mientras mis caderas respondían con latigazos a las potentísimas eyaculaciones de mi polla.

Ella se bajó la camiseta cubriéndose los pechos y se sentó nuevamente en el sillón sobre sus piernas.

Cogió un cojín y se lo acomodó en su regazo.

Parecía que de ahí no se había movido en ningún momento.

Me miró sonriendo mientras yo aún estaba descargando leche dentro de mi pantalón, ahora con pequeñas sacudidas pero aún cogiéndome fuertemente en el sofá con las dos manos.

Ella siguió mirándome con curiosidad, hasta que dejé de culear.

—Que lástima papi, me hubiese tragado toda esa leche con mucho placer —me susurró desde el sillón con expresión de pura lujuria.

¡Por favor!. Tenía que parar de decirme esas obscenidades, me iban a costar mi salud mental.

—Soy muy mala, ¿verdad papi? —continuó susurrando poniendo cara de niña triste, picarona y traviesa.

Sonreí y asentí mientras resoplaba de alivio.

Desde luego algo había cambiado en ella, porque la palabra ‘Papi’, jamás me la había dicho en su vida.

Era distinto, se sentía como más cómplice, más íntima entre los dos, más sexual.

Se escuchó el clic del pestillo del baño. Mi mujer volvía.

Mi hija dejó de mirarme y prestó toda su atención a su móvil.

Me senté bien en el sofá y cogí el otro cojín y lo sitúe sobre mi regazo para ocultar un posible manchón.

—¿¡Que leches os pasa a vosotros dos!? —dijo mi mujer nada más entrar en el salón.

A mí un poco más y me da algo.

Aunque no pude ver su cara, supongo que a mi hija también le sucedió igual.

Si mi polla continuaban erecta, se desinfló de golpe.

—¿Pero es que estáis sordos? —continuó—. ¿quién es el que sube tanto el volumen del televisor que, no puede una ni estar tranquila en el baño?.

—A mí no me mires —se apresuró a contestar mi hija—. ¡Ja!, mira quién tiene el mando de la tele —me señaló traidora.

—¿Quieres bajar el volumen por favor? —me exigió—. ¿Estás sordo o estás tonto?. ¡Que manía con subir el volumen tienes!.

A mi hija le entró otra vez esa risa suya tan característica, que estaba entre infantil y adulta.

Yo me reí también y bajé el volumen del televisor.

—Y baja un poco la calefacción también, que mira como está tu hija de roja.

Miré a mi hija y era cierto, estaba bastante roja.

—¿Tienes calor verdad cariño?.

—Sí un poco mamá —contestó ella.

Bajé un par de grados la calefacción.

Al poco rato mi mujer se metió en la cocina. Salí disparado para lavarme un poco y cambiarme de ropa.

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Y así está la situación.

Quiero dejar muy claro, que no estoy ni mucho menos enamorado de mi hija. Vamos ni de coña.

También tengo claro que ella de mí tampoco. Al menos eso creo yo.

Esto, lo nuestro, es puramente sexual. Sexo sin más. Tal es así que, ni tan siquiera hablamos de ello.

Fuera de sus buscadas explosiones de lujuria y desenfreno, todo es absolutamente normal.

El problema es que mi mente está las 24 horas pensando en el tema. No me puedo concentrar en nada.

Ni en casa ni en el trabajo. Y en este último, tengo verdaderos problemas para ocultar mis espontáneas erecciones, cuando rememoro todo lo ocurrido, que es constantemente.

No para de venir a mi cabeza imágenes y sensaciones de todo lo acontecido.

Vamos que me va costar la salud. Ya he perdido varios kilos.

Tengo muy claro que no voy a volver a discutir jamás con ella.

También tengo muy claro, que no voy a dar ningún paso en falso que haga sospechar nada a mi mujer.

Así que siempre dejaré que sea mi hija, quién decida los momentos más oportunos si quiere. Que por cierto, se le da muy bien elegir cada uno.

Es decir, me da igual que estemos solos. Yo no pienso tomar la iniciativa en nada. Ni un pelo le pienso tocar jamás, a no ser que sea ella la que tome la iniciativa.

Si ella decide parar esto, tengo muy claro que no la voy a insistir lo más mínimo, en lo contrario.

Pero por ahora tengo algo muy claro.

Tengo sus últimas palabras grabadas a fuego en mi cerebro:

«Te voy a dejar que me metas tu polla por donde quieras, como quieras y todo el tiempo que tú quieras.»

Vamos que me despierto y lo primero que me viene a la mente es eso.

Luego todo el día estoy que no me cabe la polla en el pantalón.

Si ella decide propiciar otro acercamiento…Si es así, y espero que así sea y que sea muy pronto.

Si hay próxima vez, tengo muy claro por donde le voy a meter toda mi polla y va a ser sin lugar a dudas por su espectacular culo.

Y va a ser mucho rato. Por que cuando me follo a una mujer por el culo, tardo mucho en correrme. Así que espero tener tiempo de sobras para ello.

Aún que pensándolo sinceramente, que tratándose del culo de mi hija, puede ser que nada más meterle mi gran capullo en su prieto ano, me corra al instante.

Ja, ja, ja no me extrañaría nada. Ya solo pensarlo me voy a correr ahora mismo.

De todos modos, tengo escondido un buen lubricante para la ocasión.

Pero esto no será antes, de la comida de coño que le tengo pendiente y que tanto está esperando y deseando ella.