Capítulo 1
El juego I
Mi nombre es Isabel tengo en la actualidad 38 años, aunque lo que voy a relatar, ocurrió en el verano de 1.992, el célebre año de las Olimpiadas en España, lo menciono ya que en esos días ocurrieron los hechos.
Como ya te he dicho antes, mi marido no es ajeno a lo que se relata, es más, incluso todo empezó con un juego ideado por él.
En el año 1.990 mi marido sufrió un accidente de moto, quedando a consecuencia de ello parapléjico, como podéis imaginar fue un duro golpe, tanto para él como para el resto de familia.
Su familia, entiéndase padres, eran de un alto nivel económico, así que en la vida de nuestro matrimonio, no sufrió variación alguna en ese sentido, únicamente el cambio fue en ver a mi marido en una silla de ruedas, ya que de cintura abajo, no sentía absolutamente nada.
La relación sexual entre nosotros, se saldaba en que él me masturbaba, eso sí todo lo que le pedía, y en sexo oral.
Debido a que como he relatado por aquellas fecha se iban a celebrar las Olimpiadas en Barcelona, tanto mis suegros como mis cuñados, decidieron ir a Barcelona mientras se desarrollaran las Jornadas Olímpicas.
Por ello mi suegro nos alquiló un chalet en la costa, cerca de Tarifa, al sur de España, para que nos hiciéramos cargo de los dos hijos de mis cuñados, dos chavales de 17 y 19 años respectivamente.
Así que nos aposentamos en aquel chalet decididos a pasar unas tres semanas disfrutando del sol y el mar.
A la casa había acudido mi hermano menor (19 años también), con el fin de que los chicos estuvieran juntos.
Todo empezó una noche cuando al acostarnos, mi marido, comenzó a decirme que se había percatado que los dos chicos mayores, es decir, mi hermano Roberto y mi sobrino Jesús, me devoraban con los ojos.
No es por nada, pero a mis 28 años, realmente estaba de muy buen ver.
Mis cabellos tan rubios y naturales hasta media espalda, 1,80 de estatura, y una silueta que siempre había quitado el hipo a los hombres, también hacía que aquellos adolescentes, se fijaran en aquel cuerpo.
Así estuvimos charlando largo rato, riéndonos de cómo seguro que tendrían que masturbarse, como les excitaba el verme en bikini, etc.
Todo ello mientras mi marido me masturbaba y yo gozaba como hacía tiempo, ya que por mi imaginación corrían imágenes de los chicos masturbándose a mi lado, mientras yo tomaba el sol.
Al día siguiente, comprobé que lo dicho por mi marido era cierto; cuando estaba tomando el sol, cuando me bañaba en el mar, cuando me extendía la crema, siempre notaba los ojos de Roberto y Jesús que no perdían detalle de mi cuerpo.
Al acostarnos, recreamos juntos, mi marido y yo, lo observado en los chicos a lo largo del día, entonces fue cuando a Miguel (es el nombre de mi marido), se le ocurrió el juego.
El juego en cuestión, era encelar, excitar, provocar, etc., a los chicos mayores.
Para ello, por la mañana al ir a hacer la cama de los chicos, introduje un poco de arena entre las sábanas de Javier.
Llamé a los chicos y éstos acudieron enseguida a la habitación.
Regañé a Javier por no haberse sabido lavar bien cuando el día anterior habíamos venido de la playa, mostrando la arena que había en las sábanas.
Este por supuesto, dijo que no se había enterado en toda la noche de que hubiese arena en las sábanas.
En ese momento, apareció Miguel en su silla de ruedas y desde la puerta de la habitación pidió explicaciones a aquel barullo.
Le explique (qué gran actriz, me dije a mi misma), lo sucedido y éste dirigiéndose a mí me ordenó que por la tarde cuando regresásemos de la playa, fuera yo quien duchara a Javier.
Este intentó no se si disculparse o protestar ante su tío, pero Miguel le cortó recordándole que sus padres antes de marcharse, les habían dicho que debían obedecer y callar. Así que no hubo tiempo a la queja o protesta.
Durante todo el día los mayores estuvieron como nerviosos, incómodos tal vez, no digamos Javier, no levantó la voz a lo largo del día.
El chalet, daba directamente a la playa, con lo que aunque nosotros estabamos en ella tomando el sol, Miguel, se quedaba en la terraza del chalet, bajo un árbol leyendo tranquilamente, u observándonos a los chicos y por supuesto a mí.
La playa estaba casi siempre desierta, nunca había bañistas, y sí había estábamos alejados unos de otros.
De la misma playa se accedía por medio de unas escaleras a la terraza del chalet, en ésta misma terraza, era donde había una pequeña habitación, no más de 4 metros cuadrados, donde nos duchábamos al regresar de la playa para no meter arena en el interior del chalet.
Al atardecer, comenzamos a recoger las toallas y regresamos al chalet. Al llegar a la terraza, estoy segura de que Javier hubiera deseado en aquel momento que su tío se hubiera olvidado de lo dicho por la mañana, pero no fue así, ordenó a Roberto y a Jesús que entraran a ducharse, luego ya lo haría Javier, que tendría que lavarlo yo, continuó diciendo.
Así que nos quedamos fuera en la terraza, los tres mientras los mayores entraron a ducharse.
Al rato, salieron los dos envueltos en una toalla, era como salíamos habitualmente de allí, Miguel los mandó a su habitación para que se vistieran.
Entramos Javier y yo a aquella habitación, yo sabía que Miguel se acercaría a la puerta con la intención de poder escuchar nuestra conversación.
Así nada más cerrar la puerta, le ordené que se quitara el bañador, mientras yo con una toalla me sacudía como para hacer tiempo los pies de arena.
Este se quitó el bañador dándome la espalda, me imaginaba lo embarazoso que debía ser para él encontrarse desnudo frente a mí.
La verdad es que aquella situación comenzó para mí a ser excitante.
Por una parte, como podéis suponer mi vida sexual, no era de lo más alegre, por otra el que fuera mi propio marido que me hiciera lavar a aquel chico, sabiendo que tendría que restregarle por sus partes, hacían que mi excitación fuera increscendo.
Me acerqué a él, lo cogí por encima del hombro y lo puse bajo la ducha, solté el grifo y al caer el agua sobre él, comencé a restregar mis manos por su cabeza.
Cogí champú en mis manos y le lavé la cabeza, él estaba de espaldas a mí. Mientras le lavaba la cabeza, comencé a hablarle, como para que fuese tranquilizándose, no se bien si era yo la que tenía también que tranquilizarme.
Le fui diciendo que no se tomará a mal la regañina de la mañana, tanto la mía como la de su tío, ya lo único que pretendía su tío al hacer que fuera yo que lo lavase, era en el fondo que si se acostaba bien limpio, menos tendría que lavar yo las sábanas, ya que esta mañana, las suyas las había tenido que cambiar, con el consiguiente trabajo que conlleva el cambio.
Pareció que la excusa le había convencido.
Después de enjuagar bien la cabeza, continué pasando mis manos por su espalda.
Primero pasaba las manos como queriendo quitar la arena del cuerpo, luego enjabonaba mis manos y las pasaba por la zona ya libre de arena, concluyendo con otra pasada para quitar el jabón.
Mis manos bajaron hasta sus nalgas y muslos, le hice que separará un poco las piernas con el fin de poder lavar entre ellas.
Una de las veces que mi mano entró entre ellas, justo bajo su culo, la inserté hasta sentir en las puntas de mis dedos, como tocaba sus testículos.
El por supuesto no dijo nada, yo como si hubiera sido lo más normal del mundo.
Cuando terminé por la parte posterior de su cuerpo, me incorporé ya que estaba en cuclillas para llegar hasta los pies, y cogiéndolo de los hombros, le di la vuelta.
Nos miramos a los ojos, su cara se encontraba totalmente sonrojada. Quise rápidamente tranquilizarlo.
Para ello, me dirigí a él diciéndole con una sonrisa que ya les gustaría a los otros dos (Roberto y Jesús), encontrarse en esa situación, que era un afortunado, que ellos estarían en estos momentos sintiendo una envidia enorme y que seguro se cambiarían con él.
Esto le hizo sonreír y noté como se tranquilizaba.
Creo que reflexionó y se sintió en ese momento realmente afortunado, es más tuve la seguridad de que sí se sentía afortunado y superior a los otros dos, ya que al interrogarle con la pregunta de que si «había oído a esos dos hablar de mí, de mi cuerpo o algo así», me confirmó que sí que hablan siempre de mí. Mientras teníamos esta charla, fui lavando su pecho.
La verdad es que aún que ya estaba vuelto hacía mí, yo, no había mirado aún hacia sus partes bajas.
Al ponerme en cuclillas de nuevo para lavarle por la cintura y muslos, me quedó frente a mis ojos su pene y sus testículos, éste por supuesto se encontraba erecto, eso hizo que yo levantara la cabeza y viera en la cara de Javier nuevamente turbación.
– No te preocupes- le tranquilice, -esto será un secreto entre nosotros- dije mientras sonriéndole y con dos dedos le cogía la punta del pene y se lo zarandeaba cariñosamente de lado a lado, a lo que él respondió con una tímida sonrisa.
Mientras lavaba sus piernas, podía observar como continuamente el miraba hacía bajo, imagino que a independientemente de sentir excitación por el contacto de mis manos en su cuerpo, la visión que tenía hacía mis senos, ligeramente tapados por la pieza del bikini, hacían que la erección fuera máxima.
Después de terminar con sus piernas, comencé a frotar mis manos en su vello, sus testículos y luego por el pene, mientras se lo enjabonaba, le repetí que no se preocupara, que no le diría a su tío que se le había puesto así. Incluso volví a recordarle la envidia que sentirían los otros dos de todo aquello.
Recordé, como se me había olvidado, que Miguel estaba escuchando todo aquello, estaba segura de que lo que estaba haciendo, era ni más ni menos lo que él hubiera querido que hiciese.
Me alegré interiormente por él, yo realmente le quería, hubiera hecho cualquier cosa por él, es más lo estaba haciendo en ese momento.
Al final, incluso me atreví a retirar la piel que cubría el capullo y con mis dedos limpiara alrededor del mismo.
Por último, lo ayudé a secar con la toalla y enrollándolo en la misma le dije que se dirigiera a su habitación para vestirse.
Salió corriendo, pienso que temía que Miguel le hiciera cualquier comentario, cosa que por supuesto no sucedió.
Al quedarme a solas, me dispuse a ducharme, aproveche ese momento para masturbarme.
Por la noche en la cama, tuve que contar, describir, explicar y casi dibujar todo lo acontecido en la ducha, mi marido esta ávido de esa información.
Hizo que mientras se lo contaba, me estuviera yo masturbando, se lo describí todo, gocé de contárselo. Me contó que mientras yo estaba en la ducha con Javier, tanto Roberto como Jesús estaban detrás de la ventana de su habitación con los ojos puestos en el cuarto de la ducha, -seguro que habrán tenido que masturbarse-, me dijo.
Cuando ya estuvimos más tranquilos, me dijo que aún sin poderse excitar físicamente, había sentido como una excitación psíquica; aquello no le había pasado nunca.
Al día siguiente tenía que bajar a la ciudad para sacar dinero del banco y como siempre hacemos las mujeres, realizar unas compras.
Miguel me dijo que me llevara conmigo a Javier y así a solas con él intentara sonsacarle si su hermano o el mío, le habían preguntado algo de lo sucedido en la ducha, para tener la certeza de que los habíamos puesto a cien mil de excitación.
Así que por la mañana, le dijo Miguel a Javier que me tendría que acompañar a Cádiz y a Roberto y Jesús que se quedarían con él en casa.
Al despedirnos Miguel me advirtió en voz alta que cuidara de Javier, que no lo dejara solo ni un momento ya que ahora éramos los responsables de él y que Cádiz era una ciudad desconocida para él.
Así que cogimos el coche los dos solitos y nos dirigimos a Cádiz. Ya por la carretera me di cuenta que Javier constantemente observaba mis muslos.
Llevaba una falda más bien corta y al ir conduciendo y en posición sentada, ésta se había subido algo más de lo habitual.
Con toda seguridad si Javier se hubiera inclinado algo hacia delante, hubiera visto con toda claridad las bragas.
Pero no se atrevía a eso, tampoco hice ningún ademan de bajar la falda, dejé que observara cuanto quisiera.
Comencé a hablar con él y poco a poco a sonsacarle la información que me había pedido Miguel.
Le hice prometer que me contestaría sin mentir a mis preguntas en gratitud a lo bien que me había portado con él la tarde anterior. Javier, me contó que ya por la noche en la habitación, le comenzaron hacer preguntas, como le había bañado, si se había quedado desnudo, si se la había tocado, como se le había puesto de dura, si yo le había regañado por ponérsele tiesa, etc., a lo cual él les había contado que en ningún momento le había regañado y que por supuesto al lavársela había tenido que tocársela y cogérsela. Me preguntó si me enfadaba por habérselo contado.
Le dije que no, que nuestro secreto sería no decírselo a mi marido ya que seguro que iba a enfadarse con los dos.
Luego le comenté que les dijera como si fuera cosa suya, que no se debía enterar Miguel de nada, que si no se enteraba, él podría contarles más cosas, ya que yo le había dicho que tendría que ducharlo cada día.
Me prometió que así se lo diría a ellos.
Al llegar a la ciudad, aparcamos el coche y nos dirigimos en primer lugar al Banco, donde realicé las gestiones necesarias.
Después nos dirigimos a visitar varias tiendas ya que Miguel me había dicho que me comprara algún bikini algo más provocativo de los que tenía ya que quería aún encelar más a los chavales.
Entramos en unos Almacenes y me dirigí a la sección de Lencería, más concretamente donde estaban los bañadores.
Comencé a mirar los modelos expuesto e incité a Javier a que me asesorase en la elección de algún bikini.
Cada vez que cogía uno, solicitaba de él la opinión, cuando tuvimos cuatro escogidos, solicité a una dependienta que me indicara donde se encontraban los probadores, tras la indicación de ésta, cogí de la mano a Javier diciéndole me acompañara, que ya había oído a su tío que había dicho que no le dejara solo.
Al entrar en el probador, noté como Javier estaba más colorado que un pavo.
Mientras comencé a desabrocharme la blusa, le dije que esto tampoco se lo contara a su tío e hice un comentario sonriéndole «Tu y yo vamos a tener muchos secretos, verdad», a lo que el contestó con una sonrisa más que nerviosa.
Ya me había quitado la blusa y mientras desabrochaba y quitaba la faldita también le comenté la suerte a lo tonto que estaba teniendo, volví a insinuarle que menuda envidia iban a tener Roberto y Jesús al enterarse de eso.
Efectivamente le estaba dando autorización para contárselo a ellos.
Ya en braga y sujetador le comenté que si deseaba quitarme él el sujetador lo podía hacer, continuando diciéndole que era una prueba de gratitud por no contar nada de eso a mi marido.
Como él no decía ni sí ni no, continuaba allí sentado en la banqueta que había en el probador, lo cogí de la mano, lo levante y me di la vuelta para que desabrochase el cierre, tras lo cual me di la vuelta para que tirara del sujetador.
Tuve que decirle «Venga», ya que estaba tembloroso ante la situación. Vi como sus ojos contemplaban mis pechos.
Realmente hay que decir que tengo unos hermosos senos, ni grandes ni pequeños, duros, firmes, con unos pezoncitos sonrosaditos y casi siempre, y más en situaciones eróticas, erectos.
Rompí el silencio diciéndole que me quitara las bragas, estoy segura que Javier no podía creerse lo que estaba sucediendo pero, lo hizo.
Se había agachado para poder sacar las bragas de entre los pies.
Mi sexo estaba frente a sus ojos.
Mi sexo con el vello rubio y más bien escaso, ya que al tener que estar en la playa una siempre se depila algo esa zona para que no sobresalgan los pelitos del bañador, dejaban ver con toda claridad mi raja.
Como si no advirtiera su cara de admiración ante aquel espectáculo, cogí un bikini y me lo coloqué.
Comencé a preguntarle que tal me quedaba, si dejaban mucho al descubierto, etc. Dejé adrede para probarme el último el que yo ya sabía que me iba a llevar por poco que me quedara bien.
Era un modelo de color negro, la parte superior era super escotada, de esas que parece que en cualquier momento se van a salir los pechos.
La parte inferior, también era pequeñísima, cuando lo tuve puesto pude observar que por la parte posterior se veía sin ninguna dificultad la raya del culito y el comienzo de las nalgas.
Al darme la vuelta para ver la parte delantera a través del espejo, observé como por los lados del pantaloncito salía algo del vello, así que le pedí a Javier que se pusiera delante de mí agachado e intentara meter esos pelitos en el interior del bañador, rápidamente lo hizo.
Me di cuenta de que hubiera podido pedir la luna y hubiera ido a por ella, estaba prendado de mí.
Naturalmente ese fue el bikini que compré. Lo utilizaría no para bajar a la playa, era excesivamente atrevido, sino para tomar el sol en la terraza para deleite de Miguel que podría observar como los chicos se ponían a tope de verme con aquel bañador.
Llegamos a casa a la hora de comer, así que hice una comida rápida y después los chicos salieron.
Seguro que Javier iba a pasar el informe de lo sucedido por la mañana en los Almacenes. Yo hice lo propio con Miguel.
Me escuchaba con los ojos cerrados, me daba cuenta de que era verdad, estaba teniendo una excitación psíquica. Me sentí muy bien.
Me daba cuenta del favor que le estaba haciendo. Debe ser durísimo ser una persona joven y ya sexualmente no volver a sentir absolutamente ningún placer en toda la vida.
Aquello que le estaba contando, que no era ficticio sino real, hacía que él se encontrar bien, muy bien.
No le escondí un solo detalle, tampoco inventé nada, no hacía falta, la realidad de lo ocurrido era para Miguel más que suficiente para llegar a un grado de excitación mental haciendo que su cara la reflejara.
Al atardecer, llamé a los chicos, aún estaban por la playa jugando, no hizo falta de que Miguel me dijera nada, mandé a Roberto y Jesús a lavarse diciendo que luego ya ducharía yo a Javier.
Ya en la ducha, comencé a lavarlo como el día anterior con la salvedad de que esta vez yo también me quité el bikini, así que estábamos los dos desnudos.
No hizo falta que le preguntara nada, él mismo me contó que los chicos le habían pedido que habíamos hecho en Cádiz, que él se lo había contado todo y que éstos no se habían creído nada.
Lehabían dicho que se inventaba eso de que la había visto desnuda e incluso le había tocado los pelillos.
Mientras él me contaba todo eso, yo le iba lavando, el pene volvía a tenerlo en plena erección.
Ya no se preocupaba por ello, seguía contando lo que le habían dicho.
– Pues mañana se enterarán de que es cierto – Le dije – Tú no hagas caso ni les digas nada, mañana les daremos una prueba de que es cierto – Le lavé y toqué con mayor lentitud que el día anterior el pene, noté como éste vibraba en mi mano.
Cogí jabón en la manos y comencé a frotarse, el no decía nada, sólo miraba como mis manos tocaban su pene.
De pronto oí como decía que cuidara.
Me di cuenta de que me estaba informando de que se iba a excitar. – Tranquilo, tranquilo –
Le dije, y continué frotando. Vi como salía el semen de su pene.
Echó su cuerpo hacía atrás, contra la pared, yo seguí frotando su pene hasta que este fue perdiendo rigidez.
Lo hice sentar en una silla que allí había, le dije que se secase y se tranquilizara.
– Me a gustado mucho – le dije, mientras le sonreía y juntaba mis labios con los suyos. –
Eso sí que no se lo cuentes a ellos – continué. l con la cabeza dijo que no.
Al ratito le dije que se fuera ya a la habitación, antes de salir lo bese nuevamente en los labios.