Capítulo 1
En las calles de Oklahoma City, en el estado más conservador de los Estados Unidos, donde el bullicio del día da paso a la serenidad de la noche, descubrí una verdad que pocos se atreven a confesar. Soy Purun, y esta es una historia que juro es tan real como el corazón que palpita en vuestros pechos. Aquí, entre las sombras de esta tierra de costumbres arraigadas, soy testigo de un amor tan intenso, tan crudo, que no pude más que plasmarlo en estas páginas, soslayando algunos detalles para que no puedan dar con los verdaderos protagonistas de esta historia.
Es una historia de amor prohibido y de incesto, donde cada encuentro es un juego de seducción, donde cada mirada es una promesa de placer prohibido. El deseo se enreda como hiedra sobre los muros de la moralidad, cada caricia es una transgresión, cada beso, un susurro de pecado. Los cuerpos se buscan en la oscuridad, el aliento caliente contra la piel, el roce de labios que saben a secretos compartidos.
La pasión aquí no conoce límites; es un torbellino de lujuria que desafía cada norma, cada regla establecida. En la intimidad de sus encuentros, el mundo exterior desaparece, y solo existe la carne y el deseo, un deseo tan ardiente que podría consumir todo a su paso.
Esta es mi verdad, mi realidad, y la comparto contigo, lector, sin reservas ni arrepentimientos. Sin embargo, debo advertirte que esta historia aún se está desarrollando en la vida real, cada palabra, cada escena, es solo una pincelada en un lienzo que aún no ha sido completado y lo narrare desde la perspectiva de los involucrados y el mío, ya que soy de su entera confianza de ellos.
La historia empieza en el amplio pasillo de un edificio que está bañado por una luz tenue que refleja la elegancia del lugar. Aquella mujer, una bomba rubia de relojería, avanza con una elegancia que parece casi coreografiada y cada uno de sus movimientos está acompañado de una fluidez sensual, casi erótica. Sus tacones de aguja en negro brillante que evidencian unas delicadas pantorrillas carnosas, resuenan sobre el mármol pulido, a cada paso, un eco firme que exige de manera irreflexiva, atención. Su traje empresarial negro abraza su voluptuosa figura impecable; la chaqueta entallada suavemente, destaca su estrecha cintura y se tensa contra su exuberante y exquisito busto, que amenaza con saltarse de su blusa escotada con cada paso que da. Los botones superiores de su blusa están desabrochados dejando ver una pequeña porción de la blanca, tersa y firme piel de su escote, mientras la falda lápiz proyecta en la parte alta de su vientre, de manera casi imperceptible, un abdomen plano. Además, delinea unas caderas anchas y pronunciadas semejante a un violín, que se bambolean con una cadencia natural y provocadora. Cada arruga, cada pliegue, delinea cada hendidura y curva, cada músculo y hoyuelo, en especial, la grieta de su trasero. A medida que se mueve, la falda se sube ligeramente, revelando la suave piel de la parte superior de sus rodillas y cuando camina, tanto sus pechos como su trasero vibran y rebotan con cada paso que da. El cabello rubio, recogido en un moño bajo a la altura de la nuca, deja al descubierto un cuello largo y estilizado que proyecta autoridad y sensualidad a partes iguales. las facciones de su rostro son perfectas. sus ojos son de un celeste, como dos fragmentos del cielo despejado. sus cejas arqueadas enmarcan sus ojos como una obra de arte. Su nariz pequeña y respingona, tiene una delicadeza que le da un aire de travesura. pero es su boca lo que es realmente impresionante. Sus labios son carnosos y… carnosos, del color de la fresa madura y jugosa, con una curva delicada en el arco de cupido, unos labios que incitan a ser besados. la piel de su cutis es suave como la porcelana, con un ligero rubor en sus mejillas que habla de excitación y entusiasmo. Su maquillaje, delicado y simple pero eficaz, apenas marca los rasgos de su rostro. Un trazo de delineador sobre sus ojos grises, sutil pero llamativo, y un labial nude brillante que capta la luz de manera casi mágica, dan el toque final a una imagen de belleza natural, una belleza que no hace esfuerzo por ser observada, pero que, sin embargo, era imposible de ignorar. Su presencia es indiscutible. produciendo un estremecimiento en los miembro de los hombres como en su corazón y también admiración y cierta envidia en las mujeres que se la cruzan en ese amplio pasillo.
Cuando llega al hall principal, un cambio palpable recorre la sala, como si la atmósfera misma hubiera cambiado con su entrada. Las conversaciones que hasta ese momento habían fluido con normalidad cesan momentáneamente, y los murmullos se apagan cuando su esbelta y exuberante figura se hice presente en el umbral agradeciendo al hombre impecablemente trajeado que gentilmente abrió la puerta de cristal de doble ala para que ella ingresara. En ese instante, la calma que precede a una tormenta se instala en el aire. Avanza entre una disposición ordenada de cubículos y mesas de trabajo, que parecen organizados estratégicamente para optimizar la eficiencia, pero que ahora sirven como un escenario perfecto para su entrada. Ella impregna el aire con una mezcla sutil de su perfume. El dulce toque floral de su fragancia se entrelaza con la frescura de la madera y el acero del edificio, una combinación que deja una estela de sofisticación a su paso.
Los empleados, hasta ese momento inmersos en llamadas, reuniones improvisadas o revisando documentos sobre mesas perfectamente alineadas, se detienen. Algunos se inclinan sutilmente hacia los bordes de sus cubículos, fingen buscar algo y en su imaginación, tratan de percibir el aroma natural del cuerpo, de la entrepierna de aquella mujer, que en sus fantasías deja al pasar, también buscan una mejor vista de la figura sexual que camina con elegancia natural entre ellos. Otros, detrás de pantallas de computadoras, levantan la mirada, tratan de no ser demasiado evidentes, aunque sus ojos reflejan sus deseos indecentes.
Los hombres la siguen con la vista como si ella hubiera interrumpido el flujo del tiempo. la mayoría da rienda suelta a sus pensamientos para desfogar la presión sexual que ella ejerce en ese ambiente: «La haría unas braguitas con mi saliva» «Me gustaría hacerla morder el aire» «Estar dentro de ella e inundar su interior» «Morder las puntas de esos enormes pechos». Entre otros son los pensamientos menos impúdicos o las palabras murmuradas casi con rabia. Pero las miradas que lanzan desde sus cubículos traicionan completamente su imaginación, viéndola con una mezcla de admiración, deseo, lujuria, lascivia. Ella, con su porte impecable, parece dominar el espacio no solo por su posición, sino por la presencia magnética que irradia.
Las mujeres la observan desde sus escritorios, sus ojos fluctúan entre la admiración y la punzante envidia. Para muchas, esa mujer no solo es una figura de autoridad; es una especie de enigma viviente. Su impecable porte y la facilidad con la que domina cualquier espacio parecen casi irreales, más aún considerando todo lo que había, está y estará enfrentado. «¿Cómo lo hace? ¿Cómo puede lucir así después de todo lo que ha pasado?» pensaba una joven secretaria, jugando nerviosamente con el bolígrafo en su mano. «¿Cómo puede caminar como si nada después de perder a Kevin?» se pregunta otra secretaria. Recuerda perfectamente los titulares de hacía tres años: «Tragedia empresarial: Kevin Summers, el visionario detrás de BD-SBSS enterprises, fallece inesperadamente víctima del COVID-19». Aquel hombre no solo era un ícono en el mundo de los negocios, sino también el esposo de una mujer que parecía haber salido de las pasarelas más prestigiosas. Y, de hecho, lo había hecho.
Un murmullo sutil recorre el aire cuando otra empleada, más veterana, susurra a su compañera: «¿Sabías que antes de todo esto era modelo para la línea de Kevin? Él la descubrió, no se sabe de donde , pero el la descubrió». La joven, sorprendida, parpadea. «¿En serio? Pensé que siempre había estado en los negocios».
«Para nada. Era la imagen principal de su primera campaña global. ¿No has visto las fotos? Estaban en todos lados. Decían que él se enamoró de ella al instante y que fue su musa por años.» La voz de la veterana baja aún más, tornándose casi conspiratoria. «Dicen que incluso cuando dirigía la empresa, Kevin no tomaba decisiones importantes sin consultarla. Y mira ahora… está manejando todo sola».
Mientras tanto, otra empleada, con un vestido ajustado que parece un intento de emular el estilo de la despampanante rubia, cruza los brazos y la mira de reojo. «Debe ser genial tener todo servido en bandeja de plata. Un esposo millonario, una cara perfecta, un cuerpo sacado de un pacto con el diablo, y ahora, casi todo el control de la empresa. Aunque quién sabe cuánto durará esa fachada», pensó, mordiéndose el interior de la mejilla.
En contraste, una pasante apenas puede contener su asombro. «Es increíble. Perdió a su esposo, es madre, y sigue pareciendo sacada de una portada de revista. Si yo hubiera pasado por lo mismo, no podría ni salir de la cama». Sus pensamientos se interrumpen al recordar las fotos antiguas que había encontrado en un archivo de la empresa: La rubia en un vestido de seda roja, posando frente al logo de SHT – Summers-Huntington Weaves , la empresa matriz del conglomerado BD-SBSS enterprises, con Kevin observándola desde el fondo de la toma con una mirada embelesada casi babeando.
Cuando alcanza el centro del hall, las miradas aún continúan enfocadas en ella, y los saludos formales se mezclan con pensamientos inconfesables, mientras cada paso de aquella bomba andante, refuerza el dominio absoluto que tiene sobre el espacio y las personas que lo ocupan.
De pronto , una mujer de unos cuarentas de edad, con rasgos asiáticos bien definidos y una expresión mezcla de nerviosismo y determinación, emerge de de una de las oficinas contiguas como si el aire cargado de tensión la empujara hacia adelante. Su cabello corto, ordenado con precisión, y sus gafas rectangulares le dan un aire profesional, pero el apretón casi febril con el que sostiene los documentos traicionan su ansiedad.
Cruza el hall con pasos rápidos, esquivando las miradas curiosas de sus colegas que aún no desvían la vista de la bomba sexual andante. Finalmente, llega hasta ella, deteniéndose justo a tiempo para no invadir su espacio personal, aunque la urgencia en su gesto hace evidente que las noticias que trae no pueden esperar.
—Eleanor — inclina ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso, aunque su tono lleva una pizca de confianza profesional—. Tenemos un problema… dos problemas… en la sección de logística y recursos humanos.
Extiende los papeles con ambas manos, como si sostuviera una bomba que desea pasar a otra persona cuanto antes. Eleanor acepta los documentos con una inclinación de cabeza casi imperceptible, manteniendo la misma calma inquebrantable que usa para manejar las crisis más complejas. Sus dedos largos y perfectamente manicurados rozan el papel con la delicadeza de un gesto que parece parte de un ritual.
A medida que sus ojos repasan las primeras líneas del informe, un leve fruncimiento aparece en su ceño. Su mandíbula se tensa apenas, pero su postura permanece impecable. Eleanor es una mujer que no se permite vulnerabilidades visibles, incluso frente a noticias que podrían tambalear la estabilidad de la empresa que su difunto esposo había construido con tanto esfuerzo.
Entonces, como si una fuerza invisible la guiara, levanta la vista, y sus ojos celestes se encuentran con los de Graham, el segundo accionista mayoritario de aquel emporio empresarial, que la observa desde la oficina contigua. Las paredes de cristal ofrecen poca privacidad, pero a Graham no parece importarle.
Allí está él, recostado contra el borde de su escritorio, Con una mano apoyada despreocupadamente en el respaldo de su silla y la otra sosteniendo una pluma estilográfica que gira entre sus dedos, con esa postura irradia una mezcla de confianza y despreocupación. Su barba espesa y entrecana le confiere una madurez muy atractiva, mientras que su traje oscuro, perfectamente ajustado, proyecta poder. Su sonrisa es apenas una curva en sus labios, pero el mensaje es inconfundible: un coqueteo descarado, casi desafiante. él no está solo en aquella oficina de cristal. Alrededor de una mesa ovalada de elegante diseño, otros accionistas ocupan sus lugares, cada uno con su expresión de una falsa concentración, pues así disimulan sus miradas furtivas hacia Eleanor a través de las paredes transparentes. El ambiente en la sala es tenso, pero no carente de cierta camaradería enmascarada por sonrisas contenidas y posturas despreocupadas.
Eleanor siente ser desnudada por esa mirada, pero aun así sostiene su mirada durante unos segundos que parecen estirarse indefinidamente. Hay un brillo de desafío en sus ojos, un recordatorio de que ella no es alguien que se doblega fácilmente. Pero sabe que no puede permitirse una confrontación abierta, al menos no en ese momento. Graham es una presencia constante y peligrosa, una figura que, aunque representa una amenaza para la estabilidad de la empresa, también tiene un poder que ella no puede subestimar.
Finalmente, aparta la mirada con un movimiento calculado, como si marcara el final de un duelo silencioso. Sus tacos resuenan firmes mientras retoma su marcha hacia su oficina al final del hall, los documentos firmemente en sus manos. La asiática la sigue unos pasos detrás deteniéndose en un cubículo, mientras el murmullo de los empleados empieza a llenar nuevamente el aire, como si todos hubieran estado conteniendo el aliento durante aquel breve pero intenso intercambio. La sonrisa de Damien Graham se ensancha apenas, con un aire de triunfo, al captar el momento en que Eleanor desvió los ojos. Solo entonces vuelve su atención a la mesa, acomodándose en su silla con una confianza renovada—. Las proyecciones… Creo que debemos analizarlas con más cuidado. responde con su voz varonil.
Eleanor cierra la puerta de su oficina con un leve clac. El sonido reverbera en el aire, como una señal de que, al menos en ese espacio, puede bajar las defensas. Agacha la cabeza y se apoya contra la puerta por un instante, cierra los ojos mientras deja escapar un suspiro que parece cargar el peso de mil preocupaciones. La impecable mujer sensual que había transitado por el edificio con una confianza magnética, ahora, como una flor marchita bajo la sombra de una tormenta. parece desmoronarse lentamente. Algunas hebras de su rubio cabello siempre estilizado caen sobre su sien como si se hubieran rendido al peso de su tristeza. Mientras tiene la mirada perdida en algún punto del suelo, sus rojos labios, tiemblan levemente, formando palabras de frustración que jamás salen de su garganta. En ellos parece haberse depositado un silencio cargado de reproches y preguntas sin respuesta.
La oficina aún conserva el espíritu de Kevin Summers, su difunto esposo. Las paredes están decoradas con retratos de momentos importantes en la empresa y un gran ventanal da paso a una vista imponente de la ciudad, algo que siempre había llenado de orgullo a Kevin. Lentamente Eleanor se incorpora y cruza el espacio con pasos lentos, pasando los dedos sobre el escritorio, como si buscara en el frío de la madera algún vestigio del calor que él había dejado en este espacio que había sido testigo de tantas decisiones, tantas luchas, de tantos momentos de sexo e intimidad y, sobre todo, de tantas promesas.
—Kevin… —murmura en voz baja, casi como un ruego—. Si tan solo estuvieras aquí…
Recuerda una celebración impúdica que mantuvieron en esa oficina, ella y Kevin, después de ganar una batalla contra Graham Wealth Management, fue un momento de intimidad, de sexo lujurioso, de placer desenfrenado, recuerda cómo Kevin la despojaba de sus ropas y de sus inhibiciones. cómo sus dedos desabrochaban lentamente su blusa, cada botón libre un jadeo desesperado. La camisa caía al suelo, y sus manos expertas se deslizaban por su piel, despertando cada nervio con el roce de sus yemas. En su memoria, la boca de Kevin dejando sentir su tibio aliento, se posaba en su cuello, mordisqueando suavemente, mientras su lengua trazaba líneas húmedas hasta sus pechos. Sus pezones endurecidos bajo sus besos, sus dientes raspando ligeramente, enviando descargas eléctricas a través de su cuerpo. Las manos de Kevin se movían con maestría, desatando su falda, dejándola sola en su lencería negra, una invitación para continuar el juego. Recordaba cómo él la empujaba con delicadeza sobre la mesa, sus cuerpos alineándose en un abrazo que parecía eterno. Kevin, con una mirada que prometía devoción y lujuria, la besaba profundamente, sus lenguas enredándose, mientras sus manos exploraban cada curva, cada rincón secreto de su cuerpo. Cada movimiento era un susurro de deseo; sus dedos encontraban su camino hacia su vagina, ya húmeda de anticipación. Kevin sabía exactamente cómo tocarla, cómo provocar que sus caderas se elevaran en busca de más. Sus dedos la penetraban con lentitud primero, luego con un ritmo que la hacía gemir, su pulgar frotando su clítoris en círculos perfectos. «Ya penétrame.. por favor.» Suplicaba Eleanor, recuerda cómo se sentía tenerlo dentro, su miembro duro y caliente llenándola completamente, sus embestidas profundas y precisas. El sonido de sus cuerpos chocando, sus pieles sudando, la respiración de Kevin en su oído, susurrándole palabras obscenas de amor y deseo. «Te quiero así, completamente mía», decía mientras la penetraba con fuerza, un “¡Uuuh!” era su respuesta a su siguiente embestida mientras sus cuerpos se movían en una danza que solo ellos conocían. Toma un suspiro, y continúa recordando cómo alcanzaban el clímax juntos, sus orgasmos sincronizados en una explosión de placer. Su nombre en los labios de Kevin, mezclado con gemidos y maldiciones, mientras él se derramaba dentro de ella, su semen caliente marcándola como suya.
Eleanor se detiene frente al retrato de Kevin, volviendo a la realidad, pero con el eco de esos momentos eróticos aún resonando en su piel. Se ajusta la ropa, tratando de recomponerse, consciente de que aunque Kevin ya no estaba, el recuerdo de su pasión permanece grabado en cada fibra de su ser.
Suspira profundamente para tranquilizarse y se sienta en la silla de cuero que había sido de él, girándola levemente para enfrentar el ventanal. Cada movimiento suyo, elegante como el de una gacela, parece contener una tristeza latente, un peso invisible que la arrastra. Hay un contraste doloroso entre la imagen de perfección que su cuerpo proyecta y el caos emocional que se arremolina dentro de ella. Mira la ciudad iluminada por la triste luz del atardecer, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar. La iluminación que ingresa por el cristal, parece darle una sensación de soledad. El mundo sigue adelante, pero él no está allí para verla. No está allí para darle el consejo que tanto necesita ahora. Para decirle qué hacer, cómo actuar. En el silencio de la oficina, su figura exuda un tipo de soledad que duele con solo mirarla. Es como una estrella que aún brilla, pero cuyo fulgor esta teñido por la melancolía de saber que su luz llega desde un lugar distante, uno al que ya no puede volver.
Su mano derecha vuelve acariciar el borde del escritorio, como si buscara alguna señal de que él aún está presente, aunque fuera en espíritu. Ella había tenido que tomar el control de ese monstruoso conglomerado, un control que nunca había deseado, pero que había asumido por la necesidad de sostener el legado de su matrimonio. Sin embargo, ahora, mientras observa el escritorio, se da cuenta de que todo lo que construyó junto a Kevin parece vaciarse poco a poco. La soledad la invade más que nunca.
—Es Graham otra vez… —murmura, como si Kevin pudiera escucharlo y darle alguna respuesta, algún consejo. Su voz tiembla ligeramente mientras habla, como si las palabras que le dirigía a su difunto esposo pudieran reconfortarla en medio del caos que la rodeaba—. Todo se está desmoronando, Kevin. Necesito que me digas qué hacer. Los problemas con la empresa… con los accionistas… con nuestros amados hijos…
Un nudo se forma en su garganta al pensar en James, su hijo. en cómo Kevin lo había preparado para enfrentarse a ese mundo empresarial y de finanzas plagadas de tiburones. Su difunto esposo había sido como un forjador de espadas, tratando a James como el metal que debía endurecer en el fuego de la vida. Fue estricto, quizás demasiado, como si cada día fuera una batalla por la supervivencia en una jungla lleno de animales salvajes. Desde que James era un niño, Kevin lo sumergió en lecciones de vida que no eran meras palabras sino pruebas a fuego lento, decisiones difíciles que debía tomar en la soledad de la noche, la presión que ejerció sobre él, fue como el yunque que da forma al acero.
A través de esos años, Kevin le enseñó a James no solo a sobrevivir, sino a navegar por su mundo con una independencia que pocos alcanzan a su edad. Era como si cada enseñanza fuera una piedra colocada en el camino, para que James pudiera construir su propio puente hacia el futuro.
— «Hasta ahora lo hace bien»,—piensa. «Sin embargo ahora quiere recorrer su propio camino» rememora esa mañana cuando James le dijo que se iría a la universidad este verano.
Y entonces, inevitablemente, su mente se desvía hacia Sophia. Kevin había intentado moldearla con la misma disciplina férrea que había aplicado con James, pero Sophie era un ser aparte, un copo de nieve único en su sublime belleza y en su espíritu indómito.
La oposición férrea de Eleanor, como una madre león protegiendo a su cachorro, había sido tan tajante como el filo de una espada. La belleza de Sophia no era solo un rasgo físico; era como el amanecer, capaz de iluminar y calentar el más frío de los corazones, pero también de cegar a quien intentara mirarla directamente. Su belleza, combinada con una rebeldía que se expresaba en cada mirada desafiante y en cada sonrisa provocadora, había desarmado todos los intentos de Kevin de infundirle dureza.
En lugar de endurecerla, Kevin y Eleanor, Eleanor mas que Kevin, se habían encontrado enzarzados en una competencia silenciosa, en una danza de afecto y concesiones, cada uno tratando de envolver a Sophie en capas de amor y consentimiento, como si fuera una joya que temieran pudiera romperse con la más mínima presión. La dulzura de Sophie, era tan pura y desarmante como la miel, que había convertido cada intento de disciplina en un acto de rendición ante su encanto.
Tal vez por eso, Sophie había crecido como una flor en un jardín de cristal, hermosa pero frágil, con una fragilidad emocional que se había tejido en su ser como hilos de seda. Ahora, esa delicadeza se manifestaba en miedos que flotan en sus ojos como nubes de tormenta y en silencios que llenan el aire como el eco de un susurro en una catedral vacía. La tensión en Eleanor al contemplarla era palpable.
—»Tal vez la dejamos ser demasiado… libre». Se dice a sí misma, su corazón apretándose ante la idea de que, tal vez, había fallado con Sophie.
Eleanor recuerda la conversación producto de la decisión de James, que sostuvo esa mañana con su hija después que su hijo las dejara a solas para irse a trabajar, mientras se hunde mas en la silla de cuero, sus manos temblorosas descansan en su regazo. La voz de su hija resuena en su mente como un eco persistente, cargada de una tristeza que parecía demasiado grande para alguien tan joven.
Eleanor, en ese momento, había tratado de calmarla, de ofrecerle palabras reconfortantes, pero ahora, en la soledad de su oficina, entiende que las palabras no bastan. Hay algo más en lo que Sophie había dicho, algo que no se trata solo de una niña enfrentando la pérdida. Era el tono, la forma en que había pronunciado el nombre de James, casi con un dejo de amargura, odio, anhelo y.., deseo?
Los ojos de Sophie la habían delatado antes, y Eleanor lo sabe. Hay algo en la forma en que mira a su hermano mayor, una intensidad que desborda los límites del cariño fraternal. Eleanor había querido pensar que era solo una etapa, una reacción al vacío que Kevin había dejado, pero ahora no está tan segura.
Los recuerdos la golpean con fuerza. Sophie, tan cercana a James desde pequeños, siempre buscándolo, siempre queriendo su atención. Pero ahora, esa cercanía tiene un matiz diferente, más oscuro, más complicado. Eleanor lo había visto en esos momentos fugaces, en especial en este último año: la forma de vestir de Sophie, su manera de acomodar su cabello o la manera en que bajaba la mirada cuando James la sorprendía observándolo, el leve rubor en sus mejillas cuando él la hablaba. Era una mezcla de adoración y… pasión? una combinación que a Eleanor le resulta tan desconcertante, preocupante, grotesco y… aberrante.
«¿Es por que le haces falta Kevin?», pregunta Eleanor, sus pensamientos cruzan como relámpagos en su mente. «¿Está proyectando en James el papel de protector, de figura masculina que perdió contigo? ¿O hay algo más que estoy ignorando? ayúdame, dime algo» La conversación de esa mañana parecía ahora cargada de un simbolismo que Eleanor no había captado en el momento. Sophie no solo hablaba de sentirse sola; hablaba de un miedo más profundo, uno que implicaba perder a James, no como hermano, sino como algo más. Eleanor trata de convencerse de que está equivocada, de que quizás es solo su imaginación exagerando los gestos y las palabras de Sophie, pero no puede ignorar esa sensación inquietante.
Y luego está la culpa, esa carga que Eleanor llevaba desde la muerte de Kevin. Había hecho todo lo posible para mantener a sus hijos unidos, para ser el pilar que sostuviera a la familia, pero ¿falló? ¿Permitió que su dolor y su enfoque en la empresa les robara a sus hijos la guía emocional que tanto necesitan?
Eleanor cierra los ojos, el peso de las emociones acumulándose en su pecho. Se pregunta si debería hablar con Sophie, confrontar esas miradas y esas palabras que flotan como una sombra en su relación. Pero, al mismo tiempo, teme lo que pueda descubrir. «Kevin ¿Qué haría si mis sospechas son ciertas? ¿Cómo protegería a Sophia, a nuestra familia, de algo tan complicado?»
Mientras la tarde avanza, Eleanor siente que la soledad se hace más pesada. Aún puede escuchar la voz de Sophia, como un ruego silencioso que no sabe cómo responder
—Oh, Kevin… —susurra, apretando los ojos con fuerza mientras una ola de desesperación la invade—. ¿Cómo les ayudo? ¿Cómo sigo adelante sin perderme en todo esto?
Es un dolor que se acumuló con el tiempo, pero que parece estar alcanzando su punto máximo. Eleanor se permite un momento para llorar, sin preocuparse por mantener la imagen de la mujer fuerte que todos ven en el conglomerado. En ese pequeño espacio, rodeada de recuerdos de su esposo, se siente vulnerable. Sin él, todo parece mucho más grande, más difícil de soportar. de pronto un ¡clac! rompe el silencio y el ambiente de soledad de aquella oficina. Eleanor da un pequeño respingo cuando la puerta se abre de golpe. Por un instante, su vulnerabilidad queda al descubierto, pero rápidamente compone su expresión, como si estuviera ajustando una máscara perfecta.—¡Maya! —exclama, llevándose una mano al corazón, tratando de calmar los latidos que golpean su pecho como un tambor desbocado—. ¿Es mucho pedir que llames antes de entrar?.
Maya Shimizu, la mujer con la que se encontró en el hall, la mano derecha de Eleanor en BD-SBSS enterpises, con su figura menuda pero enérgica, hace una mueca de disculpa mientras cierra la puerta con el pie. Lleva en brazos un montón de papeles tan alto que apenas le permite asomarse por encima. Su cabello corto y perfectamente peinado se agita con el movimiento, y las gafas rectangulares amenazan con deslizarse por su nariz.
—Lo siento, Eleanor —dice, ajustándose las gafas con un gesto rápido y dejando los papeles sobre el escritorio con un ¡plop! que resuena más de lo necesario
—. Pero esto no puede esperar. Y, bueno, tocar con las manos ocupadas es una habilidad que aún no he desarrollado.
Eleanor, se pasa delicadamente la palma de la mano por las mejillas comprobando que no hay atisbo de lagrima alguna, para después cruzar los brazos, arquea una ceja mientras intenta ocultar la sonrisita desganada que amenaza con asomarse.
—¿De verdad? Porque juraría que cuando te conocí en la intermedia, presumías de hacer malabares con libros y café al mismo tiempo. —Rememora tratando de fingir su momento de debilidad.
Maya se ríe entre dientes, dejando escapar un aire de complicidad que solo comparte con Eleanor. Las dos llevan años de amistad a cuestas, desde los días en que compartían secretos en el patio de la middle school. Maya había estado allí siempre lista con una una broma mordaz para aliviar la tensión.
—Ah, claro, porque mi destreza con el café y los libros es justo lo que necesitas para resolver un desastre de logística y recursos humanos —responde Maya, poniendo los ojos en blanco mientras saca una carpeta y la abre con un gesto teatral—. Aunque, sinceramente, después de ver cómo manejas a Damien, estoy pensando en abrir una clase de defensa contra tiburones corporativos. Primera lección: cómo no fingir que entiendes todo cuando claramente no tienes ni idea.
Eleanor se endereza, y se ajusta la chaqueta como si con ese gesto pudiera recobrar la compostura.
—Está bien… ¿De qué se trata?
Maya toma aire antes de empezar, consciente de que debe explicar con la mayor claridad posible.
—Escucha, Eleanor, lo que Graham hizo es como si alguien cambiara las reglas del juego en medio de una partida de ajedrez, pero no para mejorar, sino para asegurarse de que perdamos.
Eleanor frunce el ceño, y las traviesas arruguitas en su nariz aparecen y se inclina ligeramente hacia adelante para captar cada palabra.
—Primero, en logística: la empresa necesita mover mercancías de un lugar a otro, ¿verdad? Pues bien, Graham cambió los acuerdos con las empresas que se encargan de transportar esas cosas. Ahora, los camiones, los aviones y los barcos que deberían llevar nuestros productos a sus destinos tardan mucho más en llegar, y eso significa que los clientes tienen que esperar más tiempo para recibir lo que compraron. Peor aún, en las aduanas —lugares donde revisan todo lo que entra y sale del país—, estamos teniendo problemas para recoger las materias primas que necesitamos para fabricar nuestros productos o para enviarlos al exterior. Es como si pusieran un embudo muy estrecho en una tubería muy grande; todo se atasca.
Eleanor asiente lentamente, empezando a comprender la gravedad.
—¿Y recursos humanos? —pregunta con voz contenida.—Eso es aún peor. Recursos humanos son las personas que se encargan de contratar, entrenar y mantener a los empleados, ¿verdad? Pues Graham decidió despedir a varios trabajadores clave que eran expertos en manejar los procesos de transporte y almacenamiento y dejó a los mas desinteresados en esos puestos. ¿El resultado? Hay menos personas calificadas para hacer el trabajo, lo que significa que las cosas tardan más y hay más errores cometidos. Es como si en un restaurante despidieras a los chefs principales justo cuando tienes más clientes mas selectos y hambrientos esperando comida.
Eleanor deja escapar un leve suspiro. Ahora entiende por qué todo parecía un desastre.
—esta vez Graham está asediando a SHT como nunca lo había hecho antes…
Maya asiente con firmeza.
—Exacto. Lo disfrazó como una «reorganización» para que parezca que está tratando de mejorar las cosas, pero en realidad solo quiere sabotearnos. Si seguimos así, las pérdidas serán enormes no solo por las compras y ventas, lo mas peligroso es por los juicios que podrían entablar a BD-SBSS enterprises por incumplimiento de contrato, recuerda que Graham tiene acciones en varias empresas que son nuestros clientes, él estaría detrás de esos litigios, Graham no dudaría en decir que es culpa tuya, para que tú quedes mal ante la junta.
Eleanor aprieta los labios, su mente trabaja a toda velocidad para buscar una solución que parece no llegar, aunque la presión en su pecho no hace más que aumentar.
Maya se detiene un momento, viendo cómo Eleanor empieza hundirse cada vez más en su desesperación. Sus ojos, que siempre habían sido un faro de fortaleza, ahora lucen opacos, perdidos. Maya sabe que, aunque Eleanor escucha cada palabra, esas explicaciones no eran más que un ritual. El peso real de las decisiones, los problemas, y las soluciones recae en alguien más, y ambas lo saben.
—Eleanor… —Maya comienza con voz suave, apretando levemente el hombro de su amiga—. Graham sabe exactamente lo que está haciendo, no dejes que te intimide, sabe que ahora estás sola, y que eres la llave para hacerse con BD-SBSS enterprises.
Eleanor, aún cubriéndose la frente con una mano, sacude la cabeza lentamente.
—¿Y cómo no va a intimidarme, Maya? Él controla una parte importante de la junta , tiene contactos en todas partes… y sus acciones durante los dos últimos años se incrementaron en dos por puntos —su voz se quiebra un instante antes de continuar—. Y yo solo tengo… a mí misma.. —y en su mente completa la idea: «Y a mis hijos».
Maya quiere replicar, pero guarda silencio, deja que Eleanor hable. Conoce esa vulnerabilidad y sabe que, a veces, lo único que puede hace es escuchar. Sin embargo, el verdadero problema continúa ahí, y era más urgente que nunca.
—Durante todo el día he intentado contactar a James —dice finalmente Maya, rompiendo el silencio. Su voz es más baja, como si admitiera algo que no quiere—. No me contesta las llamadas.
Eleanor baja la mano lentamente y levanta la mirada, sus ojos ahora llenos de un brillo de preocupación mezclado con un toque de incredulidad.
—¿James, Mi hijo? —pregunta con un susurro—. ¿No te contesta?
Maya niega con la cabeza, con un gesto que mezcla disculpa y frustración.
—No. Y eso no es típico de él. Siempre responde, incluso cuando está ocupado.
Eleanor inhala profundamente, intentando mantener la calma. Sabe que James a sus cortos 18 años es el único, en todos los estados de la unión, que había eludido un ataque frontal de Graham, la última vez que contendieron, con la misma astucia y sagacidad que alguna vez había tenido Kevin. Pero si James no está, si no responde… ¿Quién queda?
La idea de enfrentarse sola a ese monstruo corporativo le revuelve el estómago. Sin embargo, Eleanor no puede permitirse desmoronarse más. No frente a Maya, y definitivamente no frente a la junta o a Damien Graham. Aprieta los labios y, con un gesto casi automático, se endereza en su silla, como si intentara volver a colocarse una máscara de seguridad que apenas puede sostener.
—Trabajemos en una solución mientras esperamos a que aparezca. No tenemos otra opción —dice finalmente, con voz temblorosa pero decidida.
Maya guarda silencio, pero su mirada lo dice todo. Ambas saben que, sin James, el emporio está peligrosamente cerca de caer en manos de Graham. Los últimos datos del departamento de ventas, a las 2 de la tarde de ese día, indicaban que el cuello de botella creado por Damien estaba a punto de colapsar, solo se esperaba el inicio de la avalancha de cancelaciones de compras y pedidos a nivel mundial.
“Esta vez… ese maldito hijo de perra ganó”, murmura Maya cerrando sus puños con impotencia.
esto va mas para una novela que para un relato, me gusta!
Me encanto la descripción de ella.!!!me la imaginaba me sentí ella.