Capítulo 2
- El hombre de la casa I
- El hombre de la casa II
- El hombre de la casa III
—¿Qué? —Raquel estaba apenas despertando—. ¿Qué pasó?
—Te desperté. Estabas agitada, me estaba preguntando… ¿te acuerdas qué fue lo que hicimos la sesión pasada?
—Pues, tú me hiciste recostar y me dijiste que viera al reloj y…
—Me refiero a que si recuerdas lo que te dije mientras estabas “dormida”.
—Ah, sí. Dijiste que no tuviera miedo de equivocarme y que un error es aprender la forma en que no se deben hacer las cosas.
—Ajá. ¿Algo más?
—Nada. Después de eso me despertaste, ¿no?
—Sí… —dije, pensando—. Bueno, me refería a las frases para despertarte y para que te relajes, nada más —quise evitar sospechas. Su lado consciente no recordaba nada de lo que le dije que olvidara. ¡Perfecto! —. Bueno… —le dije, aparentando concentrarme—. No sé si te acuerdas, pero también te dije que puedes confiar en mí. Después de todo, soy tu hermano.
—Hermano mayor —la oí corregirme, con una sonrisa cálida —, lo sé. Te preocupas por mí.
—Sí. Bueno, entonces, dime: ¿dices que tienes pesadillas?
—Algo así —dijo, de nuevo con gesto de preocupación —. Verás, no recuerdo nada de lo que sueño. Sólo pedazos. Pero despierto con un sentimiento como de miedo, estoy sudando y eso.
Todo iba viento en popa. Tras mi patética corrida, decidí implantar en Raquel la confianza suficiente hacia mí para que no fuera necesario tenerla en trance todo el rato y enterarme de sus secretos. Quise que siguiera obedeciéndome, pero que no se sintiera obligada (para no levantar sospechas de ella ni de nadie más) y lo que se me ocurrió fue sugestionarla para que poco a poco confiara lentamente en mí… y que se excitara no por obedecer una orden, sino al complacerme o hacerme sonreír.
Y tras esto, mi siguiente paso fue despertarla con la excusa de que se había puesto incómoda en la sesión para que fuera ella misma la que me confesara todo.
—¿Y con qué sueñas?
—No lo sé —dijo, con las mejillas encendidas. Luego se calmó y miró hacia abajo y me dio la espalda —. Ya te dije que no recuerdo lo que he soñado.
—Pero, ¿no recuerdas nada? ¿Algunos pedazos que recuerdes?
—Nada —contestó, seca.
—Bueno, bueno, bueno. Si quieres que te ayude, es mejor que me lo digas. Ya te dije, puedes confiar en mí —ella se estremeció.
—Yo… yo… —estaba volviendo a verme, con ojos de cachorro
—Dímelo.
—Yo… sueño que estamos casados —confesó al fin. Las manos se le fueron a su boca y su voz estuvo a punto de quebrarse. Parecía que iba a llorar.
—Raquel… no llores. —le dije cariñosamente, pero no me le acerqué —. Son sólo sueños… a veces no significan nada. No suelen ser literales…
—Quítamelo —dijo, temerosa.
—¿Qué?
—¡Quítamelos!
—¿Qué? ¿Los sueños?
—Sí.
—No puedo. Estos sueños que tienes… son algo que yo no hice, o sea, no le dije a tu cerebro que los tuvieras —eso era verdad —. Esto de quitártelos está más allá de lo que pueda hacer —probablemente, eso lo no era.
—Pero… —dijo, elevando esa mirada desesperanzada.
—Puedo intentarlo —apresuré a decir. No era mi intención volverla a poner en trance, pero ella lo estaba pidiendo—. Podemos intentarlo. Eso sí, no prometo que funcione. Es más, ¿quieres que nos grabe? Para que veas que no es cosa mía.
Pude haber dicho aquello sin pensarlo bien, pero la desesperación de Raquel me orilló a sugerirlo. Además, no pensaba implantarle nada más. Saqué mi celular y abrí la app de grabadora frente a ella.
—Bueno, bueno — se secó algunas lágrimas que habían resbalado por su rostro. Le di otra toalla húmeda para que se limpiara —. Pero no grabes. No quiero escucharme —imaginé que se refería a que no quería escucharse soltando toda la sopa. Volví a indicarle que se acostara.
Una vez iniciada la sesión, pude respirar tranquilo, era una suerte tremenda que no iba a grabar nada. Ella había entrado en trance casi de inmediato, lo cual seguía causándome cierta desconfianza de si fingía.
—¿Raquel, estás dormida? Bien. Levanta la mano izquierda, ahora levanta sólo el dedo corazón. Bien —todo en orden, al parecer —. Ahora, quiero que te relajes, puedes ser tú misma… como si no estuvieras dormida —Inhaló profundamente y podía notarse que su cuerpo estaba ligeramente más tenso —. Bien, no hace falta que estés hipnotizada para que confíes en mí, ¿de acuerdo? Bien. Ahora, ¿qué es lo que te pasa mientras duermes?
—Tengo sueños, hermano —contestó, con una voz aún somnolienta pero más natural. Sentí que me hablaba como si yo fuera su psicólogo.
—Acabas de decirme que sueñas que ambos estamos casados.
—Lo dije por pena. No es que estuviéramos casados, nos acostamos y lo hacemos… tú y yo —ahora, el pudor en su voz era notorio, volvió a sonrojarse —. Y en el sueño ambos sabemos que somos hermanos y, aun así, me gusta la idea. De noche lo sueño y cuando estoy despierta, no dejo de pensar en eso.
—¿Pero qué hay de Andrés?
—No me gusta.
—Pero es tu novio.
—No, ya no.
—¿Cortaron?
—Yo lo corté, ya ni siquiera siento nada… es sólo un niño.
—¿Y hace cuánto comenzaste a tener este tipo de sueños?
—Hace tres días, se repite cada noche.
—¿Entonces, estás enamorada de mí?
—No sé. No siento lo mismo que con Andrés. No quiero que seamos novios, pero me gusta cuando estamos juntos.
—¿Te gusta estar conmigo? ¿Por qué?
—Yo sé que eres mi hermano mayor y que me ayudas con cosas de la escuela… pero me gusta cuando me pides ayuda.
—¿Cómo te sientes cuando te pido ayuda con algo?
—Me gusta, hermano. Me gusta mucho. Me calienta.
Me di cuenta de que el lenguaje que estaba usando Raquel, era muy… reservado.
—¿Dirías que te excita?
—Sí —contestó, resoplando.
—Muy bien. Entonces, ¿qué haces cuando te excitas?
—Nada, hermano. Me baño cuando puedo, o si no, nada más me mojo la cara y me cambio de pantis porque se ensucian, sobre todo cuando duermo. Es vergonzoso.
—Bueno, esto se va a acabar. Quiero que de ahora en adelante, cuando te sientas excitada, te masturbes.
—¿Masturbarme? —sin abrir los ojos, frunció el ceño.
—Sí. Tócate tu vagina. Date placer a ti misma. ¿No lo haces?
—No, hermano.
No me sorprendió en lo absoluto, pude notar que mi hermanita, a pesar de su edad, era algo inocente. De seguro el pelmazo de Andrés no llegó ni a segunda base, aunque tampoco era algo que me interesara. Habían pasado apenas unos minutos desde que me había venido y ahora mi verga estaba como para partir cocos dentro de mis pantalones. Se me ocurrió una idea.
—Raquel, ponme atención: ya no vas a recordar lo que sueñas, pero vas a estar cachonda todo el día. Pero como todavía no sabes masturbarte, vas a pedirle ayuda a Julia —estaba brutísimo, mi cabeza superior dejó de estar al mando y pensaba con la verga—. Si ella no te enseña a masturbarte, vas a buscar internet, busca porno.
Para este punto, ya casi no me quedaba sangre en el cerebro. Ni siquiera le pedí que me repitiera nada, simplemente esperé a que se me bajara la erección y volví a sacarla del trance poco a poco.
—¿Ya está, Luis? —dijo apenas y despertó — ¿Ya no voy a tener esos sueños?
—No puedo asegurarlo —le dije con total sinceridad.
—¡Ay, no me digas eso! —hizo pucheros, parecía preocupada, pero ahora era distinto… como si en lugar de ser un problema serio como antes ahora fuera algo como una salida con amigos que se cancelaba.
—Vamos a tener fe, porque los sueños no son siempre literales. Yo pienso que te sugestionaste conmigo después de la hipnosis —mentira no era —. Pero no significa forzosamente que tengas ESOS sentimientos hacia mí.
Mientras hacía énfasis en esa expresión con mis manos, ella sólo se tapó la cara. Todo era distinto, si bien estaba avergonzada o temerosa del asunto de sus sueños, su ansiedad había “bajado unas 3 rayitas”. Ahora parecíamos ser sólo un par de hermanos hablando de un tema trivial, aunque claro, lo implícito era el contenido de esos sueños.
—¡Ay, no! ¡Qué pena!
—No entré en detalles, si eso te preocupa —ella agarró una almohada y ahogó un grito agudo en ella mientras pataleaba —. Pero creo que es natural.
De inmediato apartó su cara del cojín y se me quedó viendo como si estuviera desubicada.
—Es normal, Raquel. En algún momento vas a casarte y formar una familia. Si no es con Andrés, será con alguien más.
—Ya no somos novios —dijo mientras miraba fijamente sus pies, cabizbaja.
—¿Ah, no? —pregunté, muy sorprendido. Por poco olvidaba que no me había contado al respecto, así que la escuché mientras me contaba su reciente ruptura y la indiferencia con la que hablaba de él ya —Bueno, bueno. Si no es él, será alguien más. Eres muy guapa y batos no te van a faltar.
Sus mejillas se pusieron coloradas y comenzó a jugar con las yemas de sus dedos como solía hacer cada que se sentía avergonzada.
—Gracias, Luís. Creo… creo que me siento más a gusto ahora. Creo que el que me hayas ayudado tanto en tan poco tiempo me está jugando trampas en mis sueños.
—Al contrario, tú me ayudaste a probar esto de la hipnosis.
—¡Pues vaya que funciona! Mientras no me hagas actuar como gallina, todo bien.
—¿Y como vaca?
La almohada me pegó fuerte en la cara y ambos nos pusimos a reír. Hice la broma de que si tronaba mis dedos, iba a tener que bailar como mono y ella la siguió, pero era sólo eso. En realidad, Raquel era una extraña combinación, todo este tiempo que habíamos estado estrechando lazos recientemente había iniciado con una chica tímida y reservada y ahora, que la escuchaba más alegre y juguetona, me di cuenta de que ella siempre había sido así, pero yo era el que se había vuelto una figura distante en su vida.
—Y… sobre los sueños… —dije después de tontear por un rato —No le voy a decir a nadie.
—Te asesinaría si lo hicieras.
—¡No voy a contarle a nadie! ¿Okay? —insistí —Pero creo que es obvio que ya estás interesada en alguien más… no tienes de qué preocuparte.
—¿Qué estás diciendo?
—Pues, digo. Es totalmente normal que ya tengas esa clase de… curiosidad.
Otro almohadazo. No fue tan agresivo como el primero, pero capté el mensaje y decidí cerrar el pico. Ella también se quedó callada, pero tampoco se fue. Estábamos en mi cuarto, no iba a salirme y tampoco la iba a correr.
—Tú eres virgen, ¿verdad? —la pregunta se sintió como balde de agua fría, pero no evitó que me quedara viendo el techo —No has tenido novia, ¿o sí?
—No es como que sea galán de televisión.
—Ni falta que hace —guardó silencio un rato —. Suena a cliché, pero a veces es mejor que te escuchen y te hagan sentir segura.
—¿Lo dices por Andrés… o por mí?
—Quién sabe… —otro silencio, largo —Yo no hice nada con Andrés.
—¿Te refieres a…?
—Sólo nos besamos unas veces, pero no hicimos nada más.
—¿Y tenías ganas de que llegaran más lejos?
—Quién sabe. Me da miedo. Dejé de sentirme cómoda con él… no sé. Voy a preguntarle a Julia.
—¿Y tú crees que ella sepa de eso? —la duda era genuina, aunque yo mismo le había indicado que se acercara a nuestra hermana mayor.
—Es mujer y no quiero hablar de esto con mamá.
—Seh… yo tampoco lo haría. Pues ve con ella, a ver qué te dice.
Me acerqué más a ella, puse mis manos sobre sus hombros y sentí cómo le dio un escalofrío, hasta se le escapó un gemido débil. ¿Habrá interpretado eso como una orden? Seguramente, sí.
—¡OK! —se levantó de un brinco, radiante y resuelta. Me besó la mejilla y se marchó, tan feliz y campante como siempre.
Para ese momento ya se me había bajado la calentura. Pero esa noche volví a desfogarme, pensando en lo que ocurriría después. Recuerdo que al día siguiente, Raquel le llamó a Julia para que hablaran en su cuarto, al ver a Julia salir de la habitación con su cara toda roja como un tomate me di cuenta de que Raquel le había hecho la pregunta; casi me arranco la verga esa noche de nuevo, pensando en todo lo que estaba por pasar con mi hermana menor.
Pasaron los días, uno a uno, fueron casi dos semanas. Mi estilo de vida me permitía estar dos o tres horas en la casa totalmente solo, tiempo que aprovechaba, entre otras cosas, para revisar la laptop de mi hermanita. No era muy docta en eso de la PC, puso su cumpleaños de contraseña, pero he de admitir que me costó un par de días para encontrar una carpeta en la que ella guardaba decenas de videos y cientos de imágenes eróticas. Casi todas eran de chicas masturbándose. Aquello realmente me prendió demasiado, y llegué a desfogarme un par de ocasiones encima de su cama, imaginándome cómo seguramente ella lo haría mientras consumía todo ese contenido.
Obviamente, mi experiencia en el porno me hizo revisar su historial de navegación… pero todo parecía indicar que o sabía cómo borrarlo o usaba el modo incógnito, porque su historial no estaba limpio por completo pero tampoco encontré sitios porno en él. Sin embargo, en aquella carpeta de fotos, había un documento de bloc de notas y al abrirlo, estaba lleno de enlaces. No dudé en enviarme ese archivo a mi correo y ¡Uf! Ahí estaban decenas de renglones con sitios que yo ni conocía y conforme fui revisándolos, había foros con relatos de incesto. Al parecer, hay una gran comunidad de gente aficionada al incesto en Internet… y por supuesto que me entretuve leyendo más y más.
A simple vista, ella seguía siendo la misma, pero era muy evidente que buscaba activamente que estuviéramos a solas cada que se podía. Ya fuera invitarme a ver una película o serie en la tele de la sala o acompañarme cuando veía algo ajeno a sus gustos, intentaba tímidamente rozar su cuerpo con el mío y pude notar que buscaba alguna reacción de mi parte. Se sentaba sobre mis piernas “por accidente” al principio, pero pronto se le hizo un hábito cuando no estaban mamá o Julia. A veces, me pedía ayuda con su tarea y, en lugar de sentarse en la silla, se reclinaba sobre el escritorio, mostrándome que había dejado de usar sostén en la casa como también lo hacía nuestra hermana mayor y haciendo gala de lo que su escote dejaba ver. Miraba furtivamente sus melones y aunque ella se daba cuenta de ello, jamás me hizo un comentario al respecto. Una vez, quiso mostrarme una rutina de gimnasia o calentamiento que estaba aprendiendo, creo que fue demasiado para ella porque ni bien terminó, se fue al baño “a limpiarse el sudor” y tardó unos minutos antes de salir, pero había regresado Julia y no volvió a intentarlo después.
Hubo una vez que me pidió que la ayudara con su computadora, pero me hizo acostarme en su cama y ella recargó su cabeza sobre mi entrepierna mientras me indicaba qué cosas no sabía hacer, pidiéndome que le dijera cómo resolverlo paso a paso, impidiéndome tocar su laptop. También era eso, buscaba que le diera indicaciones cada que fuera posible. Ya fuera escoger un atuendo para vestirse (y quedarse casa conmigo en lugar de salir) o decidir dónde acomodar cualquier cacharro en su cuarto. Conforme pasaba el tiempo y se le iba quitando el pudor, se hacía la dormida y posaba sus pechos sobre mí cada que veíamos algo en el sofá de la sala, ya incluso estando Julia o mamá presentes.
No era pícara, era… inexperta, y eso era lo que realmente me prendía aún más. Poco a poco, fui perdiéndole el miedo al contacto físico y la abrazaba con más frecuencia, le hacía piojito en el pelo y frotaba sus hombros cuando estábamos acurrucados. Mi calentura era tal que comencé a usar doble bóxer para disimular mis erecciones, pese a que ella no apartaba la mirada de mi entrepierna cuando creía que no me daba cuenta. Era una situación extraña, pues ahora ambos estábamos matándonos a pajas, yo había hecho que ella Todo eso comenzó a ser como estar en una olla a presión, éramos una bomba de tiempo, dispuesta a explotar en cualquier momento… y así fue.
Casi dos meses después de la segunda sesión de hipnosis, estábamos solos en la mañana y ella me pidió ayuda para alcanzar una caja de cereal en la alacena. Era un sábado caluroso y ella llevaba puesto su ahora favorito pijama verde, que consistía en un short y top pegados a su adolescente cuerpo y yo sólo vestía unos bermudas y playera.
—¿Me la pasas, por favor? –dijo ella, usando ese tono dulce y coqueto que ahora usaba cada vez que estábamos a solas. El pudor que emanaba en cada uno de sus intentos era casi tangible. Yo me acerqué a tomar la caja, posicionándome convenientemente tras de ella pero sin tocarla. Di con mi objetivo aparente, y ella, al verlo se hizo hacia atrás, parecía que tenía planeado ya algo, pero no contaba con una potente erección que me había dado –H-herma… ¿hermano? ¿Qué te pasa?
—¡Ah! —dije de lo más apenado —¡No! No es n-nada, Raquel
—Me parece que es tu… —se apresuró a decir, pero esta vez lo hizo con una genuina lujuria y un deseo que me quedé pasmado. Se limitó a completar su frase con sólo ahogar un ligero “mmm…”
Con sólo eso, me vine. Lo hice de una manera muy incómoda, rápida, violenta y hasta dolorosa. Ella no se dio cuenta al instante, pero tan pronto como notó que mi brazo temblaba sosteniendo aquella caja de cereal, giró. Y lo primero que vio fue la enorme y húmeda mancha en mi ropa.
Nuevamente, hubo otro momento lleno de sentimientos y carente de palabra alguna que no fuera “Aquí tienes”, por parte mía y un débil “Gracias” susurrado por parte de ella. Dejé la caja en el banquito que ella deliberadamente jamás usó y me retiré con prisa hacia mi cuarto a cambiarme.
Aquello había sido demasiado para mí, nunca en la vida pude haberme imaginado una situación así. La mancha era plenamente visible, parecía que me había meado. Era la primera vez que eyaculaba sin masturbarme, había sido una corrida bastante abundante, pero sobre todo, dolorosa. No podía acostumbrarme a esa sensación todavía, así que me quedé tumbado en la cama por un rato.
De repente, escucho la puerta de mi cuarto cerrarse. Ahí estaba ella, con la espalda contra la puerta y mirándome agonizar.
—Raquel…—dije jadeando — yo…
—¿Te duele? —me preguntó, aún pegada a la puerta.
—Sí… algo.
Ella se fue acercando con mucha cautela y se sentó al costado de mi cama, jamás apartó su vista de la mancha en mis bermudas. Mi miembro yacía debajo de la tela, agonizante y palpitando aún de la experiencia de hace rato en una erección imposible de disimular; estaba recobrando el aliento apenas, ni siquiera había pensado en cubrirme cuando sentí su mano sobre mi miembro.
—Está caliente –dijo para sí. No era un roce, estaba apoyando toda la palma sobre el charco de corrida con una expresión de fascinación total —todavía sigue tibio.
No respondí, sabía qué decir. Por un lado, era lo que había estado esperando desde hacía ya tiempo; pero lo cierto es que me encontraba lo suficientemente pasmado como para montar una máscara de falsa vergüenza. Me limité a quedarme así, tendido sobre la cama, mirando al techo y decidí dejar que las cosas siguieran su curso y pasara lo que tuviera que pasar.
Ella recorrió su mano sobre mi pubis y nos embarraba a los dos de aquellos fluidos que se convertían ya en una mancha acuosa de engrudo que se secaba en la piel de mi abdomen. Yo pasé de resoplar a empezar a gemir débilmente ante las caricias de aquella mano tierna y fría de Raquel. Ni hablar de mi amigo, él ya estaba irguiéndose de nuevo.
—Luís, ¡está creciendo! —susurró, emocionada.
Me limité a lanzar un bufido, aquella erección estaba siendo bastante dolorosa, sentía como si hubieran metido algo en mi uretra y cada palpitación era una punzada de electricidad que recorría del glande a los huevos.
—¿Te sigue doliendo?
—Sí… —dije, arrastrando aquella palabra que apenas logré articular con total sinceridad.
Cerré los ojos, era como si me hubieran sacado el aire del estómago tras un golpe en las bolas. Fue por eso que no vi lo que planeaba mi hermana. Rápidamente, sus manos halaron de mi ropa y mi miembro quedó al descubierto, apenas sentí una brisa de aire fresco en mi verga antes de que, de repente, me sorprendieron el calor y la humedad. Abrí los ojos y voltee a verla, ¡Raquel tenía mi verga en su boca!
No supe qué otra cosa hacer más que soltar un suspiro de alivio. Aquello era irreal, algo más allá de lo que habría podido imaginarme. El interior de aquella boca estaba por encima de cualquier paja que hubiera experimentado y diría que estaba en el cielo… de no ser por ese maldito dolor en la uretra que me quemaba por dentro.
Ante mi reacción, Raquel empezó a hacer uso de su lengua e hizo círculos alrededor a esa pequeña cabeza que tenía en la boca. El roce de esta nueva amiga hizo que mi riata se alzara en una erección rápidamente y con ello, otra punzada. Solté un alarido entrecortado que la asustó, pero no lo suficiente para que apartara la boca de su nuevo juguete, al contrario, esto la animó a continuar. En cuestión de segundos, fue haciéndolo con más fluidez, con soltura y naturalidad.
Finalmente, separó su boca de mí y empezó a darle pequeños besitos a todo el tallo, bajando hasta mis bolas. Era indescriptible, ahora que el dolor se había ido, desee que aquello no parara. Ella empezaba a hacer uso de sus dos manos para seguir masajeando todo aquello que su boca no era capaz de probar y lamer. Lamía todo, el tallo, los huevos e incluso aquella mata de vellos que la separaban del resto de mí. Parecía que sólo estaba buscando el semen que dejó mi primera corrida; aquél que le había encantado probar de mi glande. Las piernas ya me flaqueaban y mi cadera retrocedía a sus avances. Ella, al notarlo, volvió a engullir aquél trozo de carne que deseaba con todo mi corazón que anduviera ya en las últimas y lo metió casi por completo en su boca.
Sin más, retomó el movimiento de sube y baja mientras que una mano restiraba el tallo y la otra, ablandaba mis bolas. Uno que otro roce inoportuno de sus dientes me hacía pegar pequeños brincos, pero no me importaba. Fui preso de todo aquél placer y escalofríos nos envolvieron es un cuadro que jamás borraré de mi memoria.
—Ra… ¿Raquel? —dije de repente. No habíamos vuelto a cruzar nuestras miradas desde que ella se había sentado en mi cama.
Ella, con mi miembro aún dentro de sus labios, sólo me respondió con un “¿Sí?” que poco se pudo entender.
—Creo que ya me voy a correr —dije, tratando de separarnos finalmente.
Eso hizo que ella se separara y sostuvo con fuerza la base de mi miembro. La expresión de su cara era algo indescifrable, tenía la mirada clavada en mi longaniza, que palpitaba en su palma y la boca entreabierta; estaba debatiéndose qué hacer. Cerró sus labios mientras su mano subía y bajaba, primero lentamente y fue subiendo la velocidad hasta que al fin, sucumbí a una nueva corrida. No fue mucho lo que descargué en aquella segunda vez, pero sí fue lo suficiente para que se elevara un poco en el aire y cayera entre sus dedos y mi mata púbica.
Ella se aferró a mi verga unos instantes, antes de llevarse la mano sucia a la cara y limpiarla con su lengua, carraspeó un poco tras tragar. Yo me incorporé y la tomé entre mis brazos.
—Raquel… por fin lo hicimos.
Las palabras se me escaparon, pero no me importó. Había estado esperando demasiado tiempo y después de semejante experiencia, las cosas debían acelerarse. No me respondió de inmediato, no estaba correspondiendo a mi abrazo y sus mejillas estaban apoyadas sobre mi hombro izquierdo. Estaba demasiado quieta. Poco a poco, sentí que su piel bajaba de temperatura.
—Raquel —dije de nuevo —, me he dado cuenta. No has sido la misma estos últimos días —silencio de nuevo, solamente exhalaba bruscamente —. Esto que acabas… que hicimos…
—Tenía ganas desde hace mucho —dijo de repente. Su voz sonaba ronca y débil, cualquiera hubiera pensado que estaba enferma. Yo sólo callé —¿Hermano, crees que soy una desviada? ¿Soy zorra?
—¡No, Raquel! No digas eso—respondí, enérgico. Volví a estrechar mis brazos alrededor de ella y empecé a acariciar su cabello —. Jamás pensaría eso de ti.
—Es que no puedo dejar de pensar en…
—¿Es por lo de tus sueños?
—Sí. Bueno… ya no tengo esos sueños… Pero…
—Tienes ganas de… hablar de esto.
—No.
—Sabes que puedes decírmelo, Raquel. No hay nada de malo en que te empiecen a llamar la atención estas cosas…
—Pero… está mal. Lo que siento… lo que hice.
—No, no está mal. Además, si no hubiera querido que siguieras… te habría detenido.
Entonces, ella se separó de mí y me devolvió la mirada. Estaba procesando el significado de aquellas palabras que le dije. Esta vez, fue tan transparente que pude observar cada una de sus facetas. Pude ver cómo pasaba del desconcierto a la duda, de la especulación a la teoría y, finalmente, a la revelación.
Repentinamente, sentí cómo me envolvía en sus brazos con fuerza.
—Raquel. Lo último que quiero es que te sientas mal. Te quiero mucho, y lo sabes.
—Sí, Luís. Ahora lo sé.
En ese momento, escuchamos un ruido terrible. La puerta de la casa se abría en la planta baja, era Julia. Nos separamos casi a empujones, me vestí inmediatamente y bajamos a recibirla juntos.
—¿Qué pasó, Raquel? —preguntó ella al ver a su hermanita con los ojos llorosos.
—Nada, es que estaba platicando con Luís.
—¿Ah sí? —dijo en retórica —¿De qué? Porque estás llorando.
—De Andrés —y entonces, pude ver que Julia se frenó en seco —. Pero no te preocupes, ya estoy mejor. Luís siempre me hace sentir… —y volteó a verme —bien.
Excelente