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A la fuerza

A la fuerza

Cuando sucedió esto yo acababa de cumplir los 19 años y ya había superado mi mayoría de edad, por el contrario, mi hermana Sandra, estaba ya próxima a alcanzarla, aunque a la vista de todos ella era toda una mujer.

Tenía diecisiete años, era morena, pelo corto y para su edad su cuerpo era precioso, con un culo respingón y pequeñas tetitas con grandes y puntiagudos pezones.

Su cara, con sus ojos oscuros y su boca sensual, producía morbo y la hacía parecer una viciosa.

Ella lo sabía, y por ese motivo siempre procuraba mostrarse atractiva y sugerente.

Estaba en esa edad en la que lo que más le interesaba era excitar a los chicos.

Por este motivo, siempre salía vestida con ropa muy ajustada, minifaldas, medias, vaqueros, tops, y botas, lo cual a mí me ponía a 100.

Por supuesto ella a mí me veía como a un chico atractivo (supongo), al menos eso decía ella cuando me vestía para salir por las noches. Por todo ello, en casa ella solía vestir, tal vez sin querer, de forma excitante.

Se notaba que ella pretendía excitarme a mí, al menos eso me daba a entender con su comportamiento, porque en más de una ocasión iba a mi cuarto a preguntarme algo, y tan sólo llevaba puestas unas braguitas y una camiseta sin mangas que marcaba sus pezones erectos.

A veces, incluso hacía como que se le caía algo y se agachaba a recogerlo de forma que me ofrecía una buena vista de su culo, cubierto por sus braguitas, lo que hacía que mi polla se pusiera dura, cosa que seguro ella notaba.

En una ocasión, estando yo en el baño, ella entró y como el espacio era reducido paso delante de mí frotando su culo con mi bulto.

Después, ella bajó ligeramente sus bragas y se puso a orinar ante mi mirada de asombro como si fuera lo más normal del mundo.

En otra ocasión, en que ella salía del baño después de ducharse cubierta sólo con una toalla, me la cruce en el pasillo y ella simuló como que se le caía la toalla, de forma que pude ver su espalda y su culo.

Todo sucedió muy rápido, por lo que apenas pude fijarme, pero la visión de su cuerpo moreno y el blanco de la piel de su culo, fue suficiente para ponerme otra vez caliente.

Todo esto me obligaba a masturbarme pensando en ella, estaba totalmente obsesionado con su cuerpo, la imaginaba con su cara de viciosa chupando mi polla.

Deseaba follarla, penetrarla, poseerla, sabía que mis pensamientos no eran buenos, al menos por mi educación sabía que la relación entre hermanos no estaba bien vista, y a mí incluso a veces me parecía desagradable pensar en ello, pero me tenía cegado por el deseo, aunque ella no se diera cuenta. ¿O tal vez sí?.

Algunos días, Sandra se ponía unas mallas ajustadas, sus zapatillas de deporte y hacía aeróbic en su cuarto.

Yo me escondía detrás de la puerta y me masturbaba viéndola sudar.

Lo que yo no sabía, y me enteré después, era que ella tenía un espejo orientado de forma que podía ver quién estaba en la puerta.

El día que sucedió lo que cuento, ella había estado haciendo aeróbic y yo me había hecho una paja viéndola. Después, me fui a mi cuarto a estudiar, aunque no podía quitarme a Sandra de la cabeza.

A la media hora ella apareció en la puerta de mi cuarto completamente sudada y yo me quedé como ido mirándola.

Me estaba hablando mientras se quitaba las mallas y se quedaba en ropa interior, su cuerpo brillaba por el sudor y su pelo estaba húmedo.

La vista de su cuerpo bañado por el sudor y en ropa interior, con sus zapatillas de deporte, me hizo perder la noción de la realidad: ” tengo que follarla, ¡ tengo que follarla !… “, esos eran mis pensamientos.

  • Bueno, qué ¿Me llevas a la discoteca o no?- preguntó Sandra.

Yo no me había dado cuenta de que me estaba hablando, pues me cegaba el deseo…

  • Eh sí,…claro… claro – respondí yo.
  • ¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así?- volvió a preguntar ella.
  • Veras Sandra – dije yo sin casi darme cuenta y obsesionado con la vista de su cuerpo – …tendrías que hacer algo por mí.- dije mientras cerraba la puerta de un golpe.
  • ¿Qué quieres que haga?
  • Quiero follar contigo – solté de golpe.
  • ¡Tú eres idiota! – Gritó ella, empujándome para llegar a la puerta.

La agarré por los hombros, la tiré sobre la cama, y me coloqué encima sujetando sus brazos.

  • ¡Déjame!, Vamos, suelta. – gritaba Sandra.

Yo intentaba besarla, pero ella cerraba su boca con fuerza y giraba la cabeza. Presa de su enfado llegó incluso a escupirme:

  • Eso es, hazlo más excitante, escupe. – le sugerí entusiasmado.
  • ¡Eres un cerdo! Suelta o grito..
  • Grita, grita. No hay nadie ¿recuerdas?

Había conseguido levantar su sujetador y estaba chupando uno de sus pezones sudados.

Esto lo aprovechó ella para empujarme y escapar de mi agarre, corriendo hacia la puerta.

Yo salí detrás de ella y la empujé contra la pared, sujetando sus brazos en alto. Imaginárosla, sudando, en zapatillas de deporte, con su sujetador a medio quitar, sus bragas blancas de algodón con encajes y apoyada en la pared con los brazos en alto, ¿no es una imagen excitante?…

  • ¡Déjame salir!, para ya… – exclamó enfadada.
  • ¿Te gustan las pollas? – le pregunté sin hacer caso a su enfado.

La obligué a ponerse de rodillas sujetando su cabeza, mientras con una mano sacaba mi polla de mi slip.

  • ¡Cómetela!, Vamos chúpala. – le exigía yo.

Ella cerraba su boca mientras yo frotaba mi polla por toda su cara sudorosa.

  • No… No… No… ¡déjame! … Eso no… ¡¡mmmm!! – suplicaba entre sollozos.

Volvió a soltarse y corrió al lado de la cama, gateando como le fue posible y ofreciéndome una visión excitante de sus nalgas, pegadas a sus bragas por el sudor. Al llegar a la cama se levantó:

  • ¡Basta ya! Eres un hijo de puta, ¡somos hermanos! – me espetó.
  • Así es más excitante, ¿verdad?
  • ¿Estás loco? Se lo diré a papá.
  • ¿Cómo explicarías el estar en ropa interior en mi cuarto?. Además, esto es lo que tu querías ¿no?
  • ¿Pero que dices? – preguntó más confundida que extrañada.
  • Me has estado calentando durante los últimos días, buscabas esto, querías follar, no lo niegues. – le respondí.
  • No seas crío, ¿cómo voy a querer eso de mi hermano?. – Sandra hizo una pausa y continuó hablando – Puede que halla estado un poco más provocativa de lo normal, – reconoció – …pero solo quería ver tu reacción.
  • Pues aquí la tienes. Eres una zorrita viciosa hermanita y quieres mi polla ¿no es cierto? – insistí.

Ella me dio un guantazo, al que yo respondí con otro empujándola de nuevo a la cama. Me eché sobre ella besándola por todas partes mientras gritaba. Bajé mi mano y toque su coño a través de sus braguitas, que estaban húmedas, no sé si del sudor o de la excitación que ella negaba.

  • ¡¡Cabrón!!!… ¡Suéltame ya!… No quiero follar contigo… ¡no!… – protestó.
  • ¡Sí quieres! – le grité yo.

Tiré de sus bragas con fuerza y escuché el sonido de la tela al rasgarse. Al siguiente tirón, sus bragas salieron cogidas por mi mano y se las coloqué sobre su cara:

  • Huele tu sexo,… ¿te gusta?… A mí me encanta, huele,… huele…

Ella seguía resistiéndose y golpeando con sus manos, pero pronto sus fuerzas comenzaron a flaquear y pareció calmarse.

Se quedó quieta, sobre la cama, con sus bragas sobre la cara y llorando. Yo aproveché esta oportunidad para bajar a besarle su coño.

Era precioso, y tan solo tenía una ligera mata de pelo oscuro. Sin apenas esfuerzo, pues ya estaba agotada, separé sus piernas y pude verlo en toda su grandeza, brillando por la humedad.

Separé los labios de su vulva y comencé a recorrerlo de arriba abajo con mi lengua, para después penetrarla con ella.

Había dejado de llorar, y su respiración comenzó a hacerse más agitada aún de lo que ya estaba, alcancé a escuchar un leve gemido, que pronto aumentó de volumen, al tiempo que ella agarraba mi cabeza y la presionaba fuertemente contra su sexo.

  • Ah, ahh, mmmmmm… sigue. Sigue. No pares cabrón… ¡¡chupa!!. – comenzó a gritar entre jadeos.

En un momento que pude librarme de sus manos, levanté la cabeza y pude ver que tenía en la boca sus bragas y las estaba mordiendo del placer que sentía.

Agarró mi cabeza y tiró de mí hacia ella, entonces me besó. Fue un beso húmedo, con toda su lengua dentro:

  • ¡¡Jódeme!!, ¡¡Fóllame!! – me ordenó mirándome fijamente – …ahora mismo Jaime, te quiero dentro de mí…
  • ¿No decías que no querías?- pregunté con gran sorpresa.
  • ¡Siempre lo he deseado! – replicó.
  • Pues antes tendrás que comerte mi polla… – le propuse aprovechando la situación.
  • ¡Dámela ya!…¡Vamos!… – insistió impaciente.

Me senté sobre sus pechos, de forma que mi polla quedara a la altura de su boca y ella empezó a darle lametazos hasta que se la metió toda dentro. Sus movimientos de succión casi me hicieron correrme, pero yo se lo impedí sujetándole la cabeza.

  • ¡Qué zorra eres hermana! Y pensar que no querías…
  • Te he visto pajearte mirándome, he visto como agarrabas tu polla meneándola, y siempre deseé tenerla dentro, chuparla, cogerla con mis manos… de veras,… me ponías cachonda… – reconoció ella.
  • ¿Y por qué te resististe? – inquirí yo.
  • ¿Qué querías?, ¿Que me dejara y pareciera que era una chica fácil?… además, me encanta que me fuerces… – admitió Sandra – ¡métela de una vez!…

Su respuesta me calentó aún más de lo que ya estaba, y cogiéndola tiré fuertemente de ella y le di violentamente la vuelta en la cama, ella gritó al tiempo que yo la penetraba en su coño desde atrás de un solo golpe.

No se como, pero así fue, acerté a la primera y la polla entró como una espada en su vaina.

Ella comenzó a mover las caderas con furia, golpeándome con sus nalgas. Agarré su pelo y tiré de su cabeza hacia atrás, para besarla mientras la follaba.

Pasado un rato así, me eché sobre la cama y le pedí que se colocara encima.

Realmente casi no hizo falta decírselo, pues ella se colocó sobre mí y se la metió rápidamente, como toda una experta, dejándome asombrado.

Cabalgaba maravillosamente, moviendo sus caderas y saltando sobre mí:

  • ¡Grítame!, ¡Dime guarradas!, Me encanta… – me exigía ella ante mi asombro.
  • ¡Muévete zorra asquerosa! …¡Siéntela dentro! – la incitaba yo haciendo caso a sus peticiones.
  • ¡Más,… más! ¡Sigue!…¡Insúltame!…- Insistía, mientras pellizcaba sus pezones y tiraba de ellos…

Aquello era nuevo para mí, mi hermana parecía otra, o tal vez se había quitado la careta de modosita y ahora estaba mostrando su verdadero yo.

  • Eso es… muévete como la perra viciosa que eres… hazme explotar con tu lujuria… – la incitaba yo.

La empujé tirándola sobre la cama y me coloqué sentado casi sobre su cabeza, que agarré y coloqué con mi polla golpeando sus labios:

  • ¡Chúpala!…¡mamona! …¡Calientapollas!…¡te voy a ahogar con mi leche!…
  • Mmm… sí…sí… sí. Quiero tu leche, tu esperma, lléname toda la boca… – sollozaba.

Empezó a chupar mi polla, con tal fuerza que creí que me la iba a arrancar.

Ante tal situación no aguanté mucho, así que sacándola de la boca agarré su cabeza por los pelos con mi mano izquierda y con la derecha apunté mi polla a su cara.

Grandes chorros de esperma acumulado empezaron a salir.

Muchos cayeron sobre su cara y pelo, mientras otros llegaron a entrar en su boca, que estaba abierta.

Su cara y pelo quedaron cubiertos de esperma en gran cantidad, y de su boca, que estaba llena, escupió gran parte fuera, mezclado con su saliva que chorreó por la comisura de sus labios.

Tumbados y agotados nos mirábamos sonriendo mientras se limpiaba la cara con sus bragas, o lo que quedaba de ellas.

Estuvimos en la cama, charlando durante un rato de lo que habíamos hecho y lo bien que lo habíamos pasado.

Ese día, aún nos dio tiempo a follar otra vez más antes de que nuestros padres llegaran y desde entonces, siempre que podemos, repetimos y cada vez… más salvajemente.

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