Por no tener crédito tuvo que intervenir mi esposa
Llevábamos cinco años de casados, cuando se nos vino encima la dichosa crisis.
Como a millones de compatriotas, la ineptitud de nuestros gobernantes me llevó al borde de la quiebra.
Regentaba una negociación de cierto prestigio en nuestra ciudad, con mucho tiempo de establecida, así que nunca tomé las medidas adecuadas para un caso de apuro.
De la noche a la mañana me encontré sin capital para continuar abasteciendo mi establecimiento.
La mayoría de mis proveedores estaban más o menos en las mismas circunstancias que yo, así que no solamente no me podían surtir a crédito, sino que además estaban exigiendo que les liquidara mis adeudos anteriores a la brevedad posible.
Destacaba entre todos Juan, él era el distribuidor de la marca de mayor prestigio internacional y por este mismo motivo estaba más que preparado para soportar la crisis holgadamente, además siendo un soltero sin compromisos.
Considerando lo anterior me entrevisté con él pensando que, que lo peor que pudiera pasar era que me dijera que no y de todas maneras no tenía mas que perder. ¡Que lejos estaba yo de saber!
Esa noche regresé a mi casa desolado, mi esposa apenas me vio, supo que era algo grave.
Ella me conoce muy bien, no deja de sorprenderme, siempre le reflejo lo que estoy sintiendo y esa ocasión no fue diferente, en cuanto crucé la puerta me dijo: «Parece que me hubieras perdido, con esa cara que traes»
¿Por qué dijo eso? ¿Por qué no dijo: «Parece que se te quemó la tienda»? o «Parece que te asaltaron» o alguna otra cosa. No Señor, ella me adivinó en la cara lo que sentía en ese momento.
Mi esposa es una pelirroja grácil, maestra de Primaria en una escuela privada, en la que exigen una reputación honorable en todo su personal. No hay problema, eso es lo que somos nosotros, personas con calidad moral intachable. Bueno, hasta ese momento todavía lo éramos.
A mi esposa nunca le agradó Juan, lo trató socialmente en algún festejo en el negocio y le causó mala impresión.
«Tiene mirada libidinosa» me dijo, yo bromeé que cualquier hombre la vería con deseo, «¡No!» Me confirmó «Muchos hombres me ven con admiración, éste lo hace con ‘malos ojos’, créeme».
No le di mas importancia al asunto, en aquel entonces no necesitaba de nadie y si mi mujer me hubiera insistido, quizá hubiera prescindido de su materia.
El caso es que no es difícil suponer lo que él me propuso, al igual que la inmensa mayoría de los comerciantes, yo no tenía en ese momento crédito suficiente.
Pero él estaba dispuesto a arriesgarse si mi mujer consentía en pasar un fin de semana con él. Mi esposa se puso furiosa cuando se lo dije y yo di por hecho la bancarrota.
Después de una noche de perros en que no dormimos ni mi esposa ni yo, en la mañana mi esposa habló a su escuela que estaba indispuesta, llevó a nuestro hijo de tres años a la guardería y yo le hablé a mi asistente, para justificar mi ausencia.
Cansados pero calmados, nos pusimos a platicar. Ella quería saber como había yo reaccionado ante la propuesta, le respondí que si hubiera llevado una pistola en estos momentos serían otras nuestras preocupaciones.
Esto le agradó y a mí me agradó que le agradara, además de ser verdad, si no me lié a golpes con él fue por un razonable sentido de conservación, el tipo es bastante mas fuerte que yo.
Analizamos entonces nuestras posibilidades de supervivencia y acotamos que eran casi nulas. En realidad la única puerta de escape era la que nos ofrecía el infeliz de Juan.
«Está bien» dijo mi mujer «Lo haré»
«No estoy seguro» le dije «Temo perderte»
«Puedes estar tranquilo» replicó «El tipo me repugna»
«En este momento quizá» continué «Pero es buen mozo y atlético y pudieras pasarla tan bien con él que ya no te interese regresar conmigo»
Ella se rió y dijo «¿Y perder mi puesto en la escuela?»
«Él te puede comprar la escuela»
«Mmmm ¡Que interesante!» Se burló mi mujer «¿Qué me pedirá por comprarme la escuela?»
Me quedé frío, el comentario no me hizo gracia. Volví a pensar que prefería vivir en la miseria con ella que solitario en la opulencia, pero jamás la arrastraría conmigo. Ella nuevamente leyó mis pensamientos.
«Cariño, nada me separará de ti, hasta ahora tú has sido mi único hombre, pero te aseguro que aunque fuera el mejor amante del mundo, no lo quiero para mí, es a ti a quién quiero y por quién haría cualquier cosa y es lo que voy a demostrar» Y luego agregó: «¡Además, está viejo para mí, a de tener como 30 años!»
«32» corregí «Pero para los 23 que tú tienes, no es mucha diferencia»
«De todas maneras es cinco años mayor que tú» me dijo «En un hombre se nota bastante»
No muy tranquilo me puse en contacto con Juan para darle la buena nueva (Para él) y acordar las condiciones.
Desde luego que necesitábamos garantía de absoluta discreción, para ello sugerimos ir a un hotel en otra ciudad y alquilar habitaciones contiguas comunicadas, yo me quedaría en una y mi mujer pasaría a la de él sin que nadie lo supiera.
Pero Juan tenía una opción mejor, me dijo que poseía una cabaña en las montañas a menos de una hora de viaje, nosotros llegaríamos en nuestro carro sin que nadie nos viera y él llegaría en el suyo, no habría sirvientes ni nadie que pudiera maliciar.
Esto tuvo para mí una ventaja extra que descubrí mas tarde.
El acuerdo fue el siguiente: Pasarían juntos el fin de semana, desde la noche del viernes hasta el domingo en la mañana.
Mi esposa tendría la última palabra en lo referente al sexo, se haría lo que ella aceptara o rechazara, no podría Juan forzarla ni yo impedir ninguna acción.
Yo sería meramente figura decorativa, mi función se limitaría a cubrir las apariencias y transportar a mi esposa.
No tendría yo sexo con ella hasta terminada la ocasión. En otras palabras, durante el fin de semana, ellos serían pareja y yo un amigo muy íntimo.
A cambio de eso Juan me daría una única pero generosa dotación, a crédito, para surtir totalmente mi negocio.
Como a las siete de la tarde llegamos a la «cabaña», que resultó ser una mansión de cinco alcobas y tres baños, con Jacuzzi y alberca, pero eso si, construida con troncos. Previamente habíamos dejado a nuestro hijo con sus abuelos.
Ya Juan nos esperaba con una opípara cena.
Mi esposa iba de mala uva, con ganas de hacerle el rato menos agradable a Juan, pero éste no le puso mucha atención, mas bien platicó conmigo sobre lo que a mí me interesaba, que era la forma de continuar surtiéndome su producto, el tiempo suficiente para que me mantuviera a flote mientras pasaba la crisis.
Ya esto le hizo recapacitar a mi esposa que debía estar en mejor plan y así lo hizo, para el final de la cena ya reía con nuestras ocurrencias. Hubo un momento en que estábamos tan a gusto, que olvidé a que habíamos ido.
«¡Bueno es hora de acostarse!» Dijo Juan y mi mujer y yo nos volteamos a ver, a ella se le ensombreció el rostro y sin decir palabra tomó su bolso y se dirigió a la habitación que Juan le señaló.
Yo tomé mi maletín y me dirigí a otra recámara, dejé las cosas ahí y me salí a fumar un cigarro. Se me ocurrió dar una vuelta alrededor de la casa, para distraerme, pues no quería pensar lo que ocurría adentro. Pero, el hombre propone y el diablo dispone, apenas di la vuelta vi una luz encendida.
En ese momento supe que era de la recámara donde estaban mi esposa y Juan y sabía que si me asomaba podría presenciar lo que querría yo ignorar, pero pudo mas la curiosidad que la razón.
La ventana de esa recámara estaba parcialmente cubierta por un matorral y como no había vecinos no estaban cerradas las cortinas.
Aprovechando la oscuridad de afuera y la luz de adentro, pude presenciar en primera fila la deshonra de mi mujer y mía.
Ambos estaban aún vestidos y platicando, mi mujer se veía con gesto adusto y Juan muy contento, no alcanzaba a oír lo que decían, pero no tardaron mucho en que él se acercara a mi mujer que estaba sentada en la orilla de la cama.
Jessica sin voltearle a ver la cara, le desabrochó el pantalón y se lo bajó y luego hizo lo mismo con los calzoncillos quedando frente a ella una gruesa vara de carne.
Ahora bien, sé que a muchas mujeres no les gusta mamar verga, la mía no es una de ellas, todo lo contrario, ella puede alcanzar el orgasmo succionándome el glande.
Si hubiera un campeonato mundial de mamadoras, no sé si lo ganaría, pero seguro que ocuparía un buen lugar.
Cambió radicalmente la cara de mi esposa, se quedó viendo con admiración la orgullosa estaca, la tomó con la mano derecha y empezó a meneársela, algo le dijo él y ella extendió la mano izquierda y le acarició los huevos, estuvo un rato en ello hasta que al fin se decidió y abriendo la boquita se introdujo el palpitante miembro.
Lo que me sorprendió fue que al ver a Jessica mamándole la verga a otro hombre, me excité sobremanera y me saqué la mía para masturbarme mientras los veía.
Yo sabía que una vez que le tomara sabor a la verga de Juan, ya la tenía éste de su lado, no habría forma de pararla.
Lamió toda la longitud y toda la circunferencia varias veces, se introdujo todo lo que pudo hasta producirle arcadas una y otra vez (Otras personas evitarían esto, pero a mi esposa parece excitarla), le chupó las bolas, metiéndoselas en la boca totalmente, hasta los vellos de los huevos se le pegosteaban de lo ensalivados que se los dejó.
Todo este tiempo permanecieron, Jessica totalmente vestida y Juan con los pantalones en los tobillos, ni siquiera el suéter se quitó.
Ningún hombre podría soportar largo tiempo este tratamiento y desde luego que Juan no fue la excepción, vi que gesticulaba como que le decía algo a Jessica y ella, sin dejar de chuparle, negó con la cabeza.
Juan, con una enorme sonrisa, cerró los ojos y convulsionándose empezó a descargar sus talegas, vi que se le aflojaban las piernas y se sostuvo de los hombros de mi mujer.
No tengo idea de cuanto arrojó, pues mi esposa se lo tragó todo ávidamente, pero me pareció, de acuerdo a las sacudidas que dio, que por lo menos lanzó tres grandes descargas, incluso después que se la sacó de la boca, Jessica le dio otro apretón, como queriéndola exprimir y lamió una pequeña gota que se formó en la punta, ella que menos de 24 horas antes me decía que el tipo le repugnaba, ahora se bebía su esperma.
Juan tomó a mi esposa por la barbilla y se la levantó para besarla y noté que mi mujer con gusto le devolvió el beso, provocándome una sensación desagradable en el estómago y reduciendo la erección que me había producido el espectáculo anterior.
A continuación, Juan tomó a mi mujer de las manos y ella se incorporó quedando ambos de pie frente a frente.
Entonces se ayudaron mutuamente a deshacerse de los suéteres, arrojándolos a un sillón adyacente a la cama y empezaron a desvestirse uno a otro.
Como Juan ya tenía los pantalones quitados, simplemente levantó las piernas quitándose simultáneamente de pantalón, calzoncillos y zapatos, quedando ridículo en camisa y calcetines, mientras que mi esposa fue despojada de blusa y falda, quedando con zapatillas de tacón y un juego de tanga y sostén, este último, de lencería fina en beige, que, aunque no hace contraste con su blanca piel, no deja de verse arrebatadoramente sensual.
El hecho de que ella estuviera usando esas prendas, no ayudó a que desapareciera el malestar que estaba yo padeciendo.
Juan no se quedó mucho tiempo contemplándola, se apresuró a despojarla del sostén e inmediatamente le besó golosamente los senos, mientras que ella le quitó la camisa y camiseta y se le quedó viendo admirada del atlético cuerpo desnudo frente a ella, entonces se agachó para quitarle los calcetines y cambiar la imagen de ridícula a una esplendorosa, de un hombre en plenitud.
Ahora él estaba totalmente desnudo y ella aún conservaba su minúscula tanga y sus zapatillas que la hacían quedar casi de la misma estatura que su amante.
Se contemplaron mutuamente unos momentos tomados de las manos, como golosos saboreándose ambos de lo que se iban a comer, finalmente unieron sus bocas en un beso apasionado, juntando sus torsos desnudos, se soltaron las manos, ella ahora le sorbía la lengua colgándose abrazada de su cuello y él sujetándola de las nalgas, la oprimía contra su masculinidad.
Yo continuaba masturbándome y llorando al mismo tiempo.
Mucho tiempo estuvieron así, pronto las cuatro manos empezaron a recorrer ansiosas los cuerpos ajenos, palpando y acariciándose, explorando el territorio hasta ahora desconocido y definitivamente vedado.
Al cabo de un rato se separaron, ya en la mirada de mi esposa no había el desprecio manifestado en un principio, no, se había transformado en mirada de pasión insana, de lujuria, de deseo por el fruto prohibido.
Ellos se hablaban, pero no los escuchaba, solo una reverberación ininteligible, Juan se agachó y retiró a mi esposa su diminuta tanga y descalzó sus hermosos pies, aprovechando de besar sus deditos con delicadeza casi femenina, mi esposa se acostó en medio de la cama y separó las piernas mostrando impúdicamente a su amante la sonrosada rajada, Juan se colocó entre los suaves muslos y sepultó su cara en la celestial entrepierna.
Yo le he comido el conejito a mi mujer, pero solo como preámbulo para que esté húmeda a la hora de la verdad, este tipo no.
Él se dedicó en cuerpo y alma a proporcionar placer a Jessica, ya le acariciaba las piernas y los muslos, ya le pellizcaba los pezones, le hacía leves cosquillas en los costados o le amasaba las nalgas y le metía los dedos junto con su lengua.
Desde el ángulo en que yo estaba, no podía distinguir estas últimas caricias, pero suponía que le estaba metiendo el dedo lo mismo en el culito que en la conchita.
Si podía yo ver claramente la cara de mi esposa, descompuesta por el placer que recibía, sus piernas estaban como las puertas del templo estiradas hacia atrás y abiertas, para permitir a su sacerdote el acceso completo para oficiar en sus altares.
Por fin el esfuerzo rindió fruto, Jessica alcanzó un orgasmo tan intenso que su gemido hizo vibrar los cristales de la ventana, Juan se escapó de ensordecer, gracias a que en el mismo momento que empezó el clímax de Jessica, ella apretó las piernas atenazando la cabeza de su amante y cubriendo con sus suaves muslos los oídos de éste.
Quedó desmadejada sobre la cama, con una cara de satisfacción pocas veces alcanzada. Juan se irguió triunfante sobre de ella, con la lanza lista para clavarla, larga y gruesa y seguramente dura. Ve a Jessica y se detiene, ella está prácticamente inconsciente.
Así no la quiere, entonces se acuesta a su lado, la abraza y la empieza a acariciar con afecto. Jessica parece que despertara de un sueño y empieza a corresponder a los mimos, ella estira la cabeza para besar a su amante y baja la mano para acariciarle el miembro.
La escucho que habla y aunque no distingo las palabras sé muy bien lo que le está pidiendo.
Él se incorpora nuevamente y se coloca entre las piernas de ella, que de nuevo se abren desvergonzadamente, entregándose sin condición.
Él coloca el glande en la entrada y empieza a empujar lentamente, disfrutando centímetro a centímetro del estuche que le prestan a su vaina.
Aunque ella ya ha tenido un hijo, su vagina no está acostumbrada al grosor del nuevo visitante, pero como la penetración es pausada, puede ir adaptándose al tamaño, muy pronto está la estaca totalmente sepultada en el tibio refugio.
Los amantes se miran a los ojos y empiezan el vaivén de la danza del amor, a cada empuje de él, corresponde ella levantando la pelvis, para hacer mas completa la penetración.
Mi esposa está totalmente entregada, abraza y acaricia a este hombre con todo el cuerpo.
Él le besa alternativamente el pecho y los labios, ella le acaricia el pelo o lo sujeta, tanto con los brazos como con las piernas.
Yo no puedo mas, a pesar de mi tristeza estoy también excitado por la erótica visión y como no he dejado de masturbarme alcanzo el clímax arrojando mi semilla sobre la tierra.
Mi esposa alcanza un segundo orgasmo y vuelve a quedar semi inconsciente, Juan detiene su empuje y la besa y acaricia mientras espera a que se recupere. Yo continúo excitado y vuelvo a masturbarme.
Ella se recupera y empieza a empujar su pelvis contra la estaca de Juan y él vuelve a la danza con renovado ímpetu.
Pronto es evidente que él no tardara en venirse y ella no parece estar cerca, Juan parece hacer esfuerzo por no terminar, pero la naturaleza lo vence y se convulsiona sobre el dispuesto cuerpo de mi mujer.
Él se deja caer sobre de ella aplastándola con su peso y ella lo abraza como queriendo apretarlo aun mas.
Caigo en cuenta hasta ese entonces, que no usaron protección alguna, mi esposa no usaba píldora o diafragma y él no se colocó preservativo alguno.
Ya la esperma de él está depositada en la vagina de mi esposa, ya sus espermatozoides nadan presurosos hacia su útero. El adulterio está consumado.
Me quedo un rato largo contemplando la escena, ellos no se mueven, mi mujer está de espaldas con las piernas flexionadas y abiertas a los costados de él que está aún acostado sobre y abrazado por ella, recuperándose.
De pronto él se da cuenta de lo que está haciendo y trata de levantarse pero ella no lo deja riéndose, él ríe también, pero se apoya en sus codos para no continuar aplastándola, supongo que ella le está protestando y él se vuelve a dejar caer, pero suavemente, se besan y se ven a los ojos con cariño.
Algo le dice él y ella asiente, lo suelta y él se para junto a la cama y le extiende la mano, ella la toma y se para junto a él, su miembro está erecto a medias, ella se pone de puntillas acercando su cara a la de él, se besan nuevamente y así desnudos y de la mano se dirigen ambos al baño.
Veo que se enciende una luz en una ventana, y me acerco, desde luego que es la del baño. Pero está muy alta y no hay modo de que pueda subirme y asomarme.
Pero la ventana está levemente abierta y así ocurre aquí lo contrario, escucho lo que dicen, con mas o menos claridad, pero no puedo ver lo que están haciendo.
Ambos ríen y están en plan festivo, ella le pregunta como prefiere el agua y él responde que puede soportarla bastante fría.
Ella ríe alborozada, pues nosotros, aunque hemos querido bañarnos juntos, no lo logramos, pues a mi me agrada muy caliente y a ella muy fría y hemos visto que hay una temperatura en que yo siento que me estoy helando y ella dice que le quema la piel, de ahí su alborozo, pues ahora si podría bañarse con su amante.
Oí abrir la ducha y como ésta debe de estar pegada a la ventana escuché con más claridad lo que decían, pese al ruido del agua.
Él la requebraba mucho: «¡Que bonita eres!», «¡Que verdes son tus ojos!», «¡Que hermoso cuerpo!», «¡Que piernas tan bellas!», «¡Siempre me han fascinado las pelirrojas y tú eres el mejor ejemplo!» y así por el estilo, incluso «¡Que ricas nalgas!», ella por supuesto reía encantada. No era difícil imaginar que en estos momentos se estarían enjabonando mutuamente.
De vez en cuando mi mujer emitía un chillido regocijado y luego los escuchaba reír nuevamente. A ratos callaban, supongo que se besaban pero el chasquido de los besos era disipado por el ruido del agua. De repente mi mujer dijo: «¡Hay que rico, ya se te paró de nuevo!» soltó una carcajada y agregó: «¡Ha de ser de tanto enjabonarme!»
Y a continuación se desarrolló una conversación de la siguiente manera:
Juan: «Es que tienes muy ricas nalgas, de veras se antojan»
Jessica: «Gracias, supongo que quieres que te las de»
Juan: «Seguro, si te animas te enjabono mas el culito»
Una pausa y enseguida
Jessica: «De acuerdo, pero déjame seguirte enjabonando bien el pito»
Juan: «No lo hagas con tanto afán, no vayamos a desperdiciarlo»
Jessica: «De ninguna manera, ¿Lo intentamos de una vez?»
Juan: «Por supuesto, pero quiero que estés segura»
Jessica: «Estoy dispuesta»
Juan: «Sujétate de la orilla de la tina»
Se escucha solamente el ruido del agua unos minutos con algunos jadeos.
Jessica: «¡Espérate tantito!»
Juan: «Si te duele mejor no seguimos»
Jessica: «Espérate, si duele pero no mucho, solo es cosa de acostumbrarse»
Juan: «¿Me das un beso?»
Jessica: «Ahora no quiero voltear, espera un poco»
Juan: «Lo que tú quieras»
Pasado un rato no muy largo.
Jessica: «¡Ya! Empuja otro poquito»
Juan: «Ahí voy, poco a poco y despacito»
Jessica: «Así, así, ¡Ay que rico!»
Juan: «Ya está todo, ¡Que apretadito!»
Jessica: «Ahora si, dame tu lengua»
Juan: «Lo dicho, ¡Que ricas nalgas!»
Solo se escucha el agua al caer y parece percibirse uno que otro gemido pero no se distingue quién lo emite. Así continuaron un rato largo. Después:
Juan: «Ya termino»
Los dos: «¡Aaaaaaaaaaaaaaaaggggghh!»
Unos minutos de silencio, solo el chorro del agua es escuchado y entonces oigo que cierran el grifo.
Me apresuré a regresar a la ventana de la recámara y me aposté nuevamente detrás del arbusto que me servía de puesto de observación.
Justo a tiempo, los veo salir abrazados del baño, por supuesto desnudos, ella a la derecha, lleva su brazo izquierdo alrededor de la cintura de él que a su vez le pasa el brazo derecho por los hombros mientras con la mano le acaricia distraídamente el pezón, su pene cuelga totalmente flácido.
Ella se sube primero a la cama y al inclinarse él le da una cariñosa nalgada, ella sonríe, se acuestan y ella se acurruca junto a él colocando la cabeza en su hombro, se cubren con cobijas y Juan trata de apagar la lámpara pero es incómodo por su posición, entonces Jessica se recuesta sobre de él y estira el brazo apagando la lamparita.
Procurando no hacer ruido regreso a mi habitación y me acuesto.
Estoy sumamente cansado y triste, pero también muy excitado con la cruda visión de los acontecimientos recientes, la imagen que mas me incita y llena mis sentidos es una que no pude ver ni oír, cuando los recién bañados y desnudos cuerpos de mi esposa y su amante se frotaron bajo las sábanas cuando Jessica se estiró para apagar la luz de la lamparita de noche y así rendido me sumerjo en un sueño reparador muy necesario.
Como a las cinco de la mañana me despiertan las ganas de orinar y cuando me levanto al baño escucho la actividad sexual del cuarto vecino, mas que otra cosa estoy incrédulo y muy cansado, solo deseo que se callen para volverme a dormir, no sé cuanto tiempo transcurre, pero me parece eterno.
Cuando por fin hay silencio pienso volver a dormirme cuando de pronto mi puerta se abre y entra mi esposa.
Viene descalza y trae encima únicamente su suéter, se acerca a mi cama, se quita el suéter y se desliza desnuda junto a mí.
Me informa que Juan se ha quedado profundamente dormido y que aprovechó esto para estar conmigo.
Soy tan pusilánime, que casi le digo que no debe estar aquí, que se acuerde del trato, pero estoy tan perturbado que no acierto a decirle nada.
Ella me besa dulcemente, lleva su mano hasta mi durísimo miembro, sonríe satisfecha y me monta, introduciendo mi estaca en su húmeda cueva.
Nunca tan bien dicha esta frase, su vulva está chorreando, no únicamente por los lubricantes de ella, sino porque por lo que acabo de escuchar, sin duda alguna su amante ha depositado otra carga en su interior.
La emoción es mucha, la excitación es mayor, así que demasiado pronto agrego más crema a la vulva de mi mujer.
Ella se para rápidamente y me susurra: «¡Te amo!. Solo quería asegurarte que sigues siendo mi hombre y estoy segura que ya estabas preocupado.
Me voy, pues no quiero que él se de cuenta de que estuve contigo» se fue tan pronto como llegó, pero me quedé un poco mas tranquilo y también asombrado de ver lo bien que me conoce mi mujer.
Empiezo a reírme al darme cuenta de la absurda vivencia que acabamos tener, mi esposa engaña a su amante conmigo y no queremos que él se entere, me duermo satisfecho y así continúo hasta pasadas las diez de la mañana.