La cuñadita

Para este relato veo necesario darles un poquito más de contexto:

Yo empecé a salir con Gabriela, mi actual esposa, cuando teníamos 18 años y estábamos por acabar la preparatoria. Nos casamos cinco años después, ya titulados y trabajando. Al día de hoy tenemos ya 12 años de casados (35 de edad), somos padres de un varoncito de 9 años y una nena de 6 y tenemos una vida estable, pero ella no sabe un secretito del cual a veces me siento muy culpable pero otras veces me hace volver a reventar de solo recordarlo.

Gabriela es la mayor de cinco hermanos, por lo que a mis cuñados los conozco desde que son niños. Todo sucedió poco después de que Renata, la menor de los hermanos de mi esposa, cumplió la mayoría de edad.

Yo en ese entonces tenía 30 años. Mi hija estaba por cumplir un año y mis suegros decidieron organizar con todos sus hijos, yerno, nueras y sus dos nietos una ida al mar. Nos invitaron a un puerto poco concurrido por turistas y con unas vistas preciosas.

El primer día por la mañana llegamos mis suegros, mis dos cuñados varones con sus novias, mi esposa, mis hijos y yo. Disfrutamos de la arena, el sol, el agua, tomamos fotos a los niños, comimos mariscos, bebimos algunas cervezas, todo lo normal. Mis dos cuñadas (solteras) llegaron juntas después, casi a la puesta del sol. Al día siguiente nos encontramos todos en el lobby del hotel y regresamos a la playa.

El momento que capturó mi atención fue cuando Renata se quitó el pareo y lució un bikini «a lunares, amarillo, diminuto, justo justo…» como dice la canción. No podía creer que la niña a la que conocí de 6 años tuviera tal apariencia: alta (1.71 m), tez morena, ojos miel, de complexión media, con el cuerpo ligeramente tonificado por el ejercicio, senos y nalgas firmes, ni tan prominentes y tampoco tan ausentes, extremidades largas y derrochando sensualidad por cada poro. Menos mal que mi esposa estaba muy entretenida poniéndole el trajecito de baño a la bebé, que si no me hubiera pillado babeando por su hermanita.

Por la noche, Gabriela se dijo cansada y se acostó. Yo preparé a los niños para acostarse y esperé a que se durmieran, para bajar al bar del hotel a tomar unos tragos. Al entrar, vi a mi cuñada Dolores salir del lugar con un hombre alto y rubio, muy abrazados. En la barra estaba Renata, sola, bebiendo un Martini. Le pregunté por su hermana y el tipo, me dijo que Lola había ligado a un turista aprovechando su inglés bastante fluido, que el hombre la había invitado a su habitación y que era obvio lo que iba a pasar. No pude evitar preguntarle si ella estaba ahí buscando lo mismo.

-Pues no… no estoy buscando con quién coger, si eso piensas. Y mira que llevo sin sexo desde hace tres meses que dejé a mi chico. Desde hace tiempo me apetece estar con un hombre en particular, pero él nunca me hará caso.

-Ah caray, ¿por qué no? Si estás super guapa y eres a todo dar, sería muy tonto quien no se fijara en ti.

-Porque es un tipo casado, con hijos.

-Mmmmm…. ¿algún profesor?

-No… no es un profesor- me miró fijamente y me cayó el veinte.

-Vaya, cuñadita, sí que me das una sorpresa… Oye, Reni, acá entre nos, te voy a confiar algo. Hace rato en la playa, te vi en bikini y, bueno, me pareciste bastante atractiva… Mira, ahorita Gaby y los niños ya se durmieron, y Lola se fue con el gringo, así que tienes cuarto libre, ¿no?

Renata apuró el Martini y yo tomé mi whisky de un sorbo. Pagué las bebidas de ambos y nos enfilamos al ascensor. Nos cruzamos con mis cuñados Julián y Óscar, quienes iban a un centro nocturno con sus novias. No sospecharon nada y en el ascensor Renata y yo empezamos con unos besos apasionados. La «niña» besaba con un ímpetu que me daban ganas de arrancarle el vestido ahí mismo. La tomé por las nalgas y ella se repegó a mí, haciendo que mi miembro despertara al instante.

Llegamos al piso donde tenían su habitación mis cuñadas. Renata caminaba aprisa por el pasillo, yo detrás de ella incrédulo todavía de mi suerte. Cuando entramos en la habitación coloqué la cadena a la puerta por si Lola decidía bajar. Tomé a mi nueva amante por la cintura y la volví a besar. Ella me desabrochó el pantalón, me bajó el bóxer y empezó a manipular mi pene con sus manos. Lo hacía de maravilla, mientras yo le bajaba el cierre del vestido y la dejaba en ropa interior. Traía un brasier sin tirantes y una tanga, ambas prendas de color negro y que le quedaban tan bien como el bikini. Le besé el cuello y ella gemía con una vocecita chillona que me excitaba cada vez más.

Renata se quitó el bra y pude admirar sus hermosos senos, con pezones marrones, erectos y que me hacían agua la boca. Le mamé las tetas una y otra vez, mientras mi mano ya buscaba su clítoris por debajo de la tanga. Mientras pasaba mi lengua por sus pezones y mis dedos frotaban su botoncito, ella me quitaba la playera y arañaba mi espalda con sus uñas de acrílico. Contemplaba la escena aún dudando si soñaba o de verdad sucedía aquello: estaba a punto de intimar con mi joven cuñada, ahora vuelta una mujer sensual y cachondísima. Le bajé la tanga y pasé mi lengua por su sexo: me deleité con su sabor, le lamí el clítoris, Renata me jalaba el cabello mientras se retorcía, aún de pie, y restregaba su pelvis contra mi cara poseída por el placer.

Nos fuimos a la cama y realizamos un 69: la «niña» se devoraba mi miembro (no tan grande, la verdad, pero sí grueso) de una manera que demandaba todo mi autocontrol para no llegar a un orgasmo tan pronto. Yo seguía extasiado con su vagina en mi boca, teniendo ese precioso trasero en mi frente, masajeando sus nalgas y piernas con mis manos y sintiendo sus pechos aplastarse en mis caderas. El orgasmo le llegó a mi cuñadita, dejando caer todo el peso de sus caderas en mi cabeza y yo saboreando su húmeda vagina.

-Ay ya, por favor, cógeme, quiero que me la metas, anda…

La puse de perrito en la cama. Renata con su mano acomodó mi pene en la entrada de su vagina, y yo la penetré despacio primero, poco a poco más fuerte hasta que ambos gritábamos y gemíamos de placer… Disfrutaba en demasía escuchar las exclamaciones de mi cuñadita.

-Ay sí, ah, qué rico, sí, no pares, bebé, ah, cógeme más duro, más, ah, así, mi amor…

Cambiamos de posición. Ella se puso arriba mío y me ahorcaba mientras se daba de sentones contra mi miembro. Era tan rico sentir rebotar esas caderas en mi cuerpo y escurrir la humedad de su sexo por todo mi pene, testículos, piernas y bajo vientre… De pronto lanzó un gemido largo y sentí sus paredes vaginales como palpitaban mientras ella confirmaba con sus ojos un nuevo orgasmo.

-Ay, cuñadito, coges riquísimo… Te me antojas desde hace mucho, gracias por venir a complacerme…

Sin darle tiempo a recobrar aire siquiera, la tomé en brazos, la apoyé con la espalda en la pared y volví a embestirla. Ahora de pie, penetraba a mi amante, hermana de mi esposa que dormía en el piso de arriba con mis hijos. Nuestras lenguas se encontraban y yo sostenía esas hermosas nalgas en mis manos, Renata clavaba sus uñas de acrílico en mi espalda y con sus pies empujaba mis muslos, invitándome a no parar. De pronto sentí llegar la eyaculación y la boté en la cama, para expulsar todo mi semen encima de sus senos.

-Wow, qué rico la pasamos… ¿Me vas a consentir así más seguido? Nunca me habían cogido tan rico, y apuesto que cojo mejor que mi hermana, ¿no?

No respondí. Entré al baño a darme una ducha rápida y me vestí.

-Renata, esto no volverá a pasar. Estuvo delicioso, pero tú sabes que yo estoy casado con tu hermana y somos familia. No podemos arriesgarnos a que tus papás o tus hermanos nos descubran, ya no se diga mi familia. Nos hemos dejado llevar, ambos. No podemos volver a hacerlo. Está de más decir que esto no debe salir de esta habitación. Fin de la discusión.- Salí de inmediato antes de que replicara algo.

Desde luego, mi decreto no se cumplió. Cogimos algunas veces más, hasta que ella quedó embarazada de un novio que encontró en su universidad. Nunca hemos abierto la boca con nadie de nuestras aventuras. Pero a veces le veo a mi sobrino algunos gestos que me recuerdan mucho a mi abuelo, jajajaja.