Primer encuentro
Sucedió hace un par de semanas. Se conocieron en un chat de internet.
En un principio la conversación transcurrió acerca los tópicos acostumbrados, pero ambos percibían que el ambiente se había estado cargando paulatinamente con un aura sensual.
No tardaron mucho en desinhibirse y confesar sus deseas más íntimos, en tentarse el uno al otro y en practicar el juego prohibido.
Así se sucedieron los días, entre ardores de teclado, miradas turbias al cómplice monitor y pasiones solitarias mal sofocadas…
La cita real no se hizo esperar demasiado. En una ciudad a medio camino, en un hotel anónimo, ella y él tentaron a la suerte y desafiaron a Eros.
Por común acuerdo, le tocaba a ella ser la dueña de la situación, el Ama. Él tenía vendados los ojos y estaba atado a una silla.
Sentado y prácticamente desnudo, sólo un diminuto slip cubría su sexo, con los ojos tapados y brutalmente excitado esperaba a su Ama.
Ella calzaba unas altas botas negras de montar y, como no podía ser menos, estaba enfundada en un sujetador y tanga del mismo color. Todo era de cuero, incluso la pequeña fusta que portaba en su mano derecha…
Con deliberada parsimonia, se situó a sus espaldas. Él, impaciente, intentaba girar la cabeza para captar algo de ella, su aroma, quizás hasta el abrasador contacto con su sedosa piel.
Ella comenzó a arañar levemente la nuca masculina, con la fusta dibujaba amenazadores arabescos sobre el musculoso pecho.
Suaves golpes de la fusta sobre los pectorales eran acompañados por gemidos masculinos…
«Esclavo… mi perrito… harás todo no que te diga tu Ama… ¿no?»
El no dijo nada, seguía buscando con el cogote un contacto con los senos de ella…
«¡Habla perro!» – ella descargó un poco más fuerte la fusta sobre el pecho – «Respóndeme!»
«Si…» – contestó casi inaudiblemente el.
«¡No te oigo!» – ella volvió a golpear su pecho con la fusta.
«¡¡Si, soy tuyo!!… ¡haz lo que quieras conmigo!» – dijo lastimeramente el – «Pero haz que me corra, por favor…»
«¡Ya veremos!» – dijo Ella soltando una carcajada malévola – «depende de como te portes…»
Ella se agachó un poco para que el cuero que albergaba sus senos, acariciara la cabeza de su esclavo. çel estiraba todo lo posible su cuello para poder sentir la turgencia de sus pechos, su respiración comenzó a acelerarse.
«¿¿Te gusta, eh, perro??…. Mas te gustará ahora»
Con un movimiento felino, se despojo del sujetador de cuero y sus pechos rebosaron sobre la frente de el…
El bramaba intentando inútilmente echar la cabeza hacia atrás, para intentar lamer los senos con su ansiosa lengua.
«Te gustan mis tetas, ¿eh?… Se que te gustaría saborearlas, cerdo.»
«Si, si.. por favor… Haré lo que desees» – la saliva se le escapaba por la comisura de los labios.
«Sí, ya lo creo que vas a hacer lo que yo quiera. Pero antes te volveré loco de deseo…»
Ella camino hasta situarse a unos pasos por delante de él, extendió la fusta hacia la entrepierna de él y la empezó a acariciar.
«Estás muy excitado. Veo que ya has mojado tu slip… como la vulgar perra que eres…»
Él trataba de levantar y retrasar las caderas sobre la silla para evitar el ominoso contacto de la fusta sobre su erecto pene…
«Oh, si… vas a reventar tu slip. Me imagino lo que debe estar sufriendo tu pobre polla…»
«Por favor… Por favor…» – el gemía con voz impregnada de deseo y miedo.
Ella se agachó y bajo el slip hasta las rodillas. El enhiesto miembro saltó como un resorte apuntando a los labios de la mujer. Ella se irguió de nuevo y siguió acariciando el pene con la fusta. Él ya agradecía el frio contacto que le proporcionaba un mínimo placer y empujaba sus caderas hacia la fusta.
«Miserable rata… ¿¿crees que te mereces que yo gaste mi tiempo contigo??»
«Sí, por favor… Oh, mi ama, liberameeee…»
Ella sonrió pícaramente y se dió la vuelta. Flexionó sus rodillas y deslizó su trasero por el tenso miembro del hombre. Él rugió de deseo al sentir el morboso contacto. Intento elevar aún sus caderas y forzó inútilmente las ligaduras que lo mantenían atado, intentando acentuar y prolongar el roce…
«Síiii… sufre, perroooo… Me encanta sentir tu dureza por entre mis nalgas….»
El cordón del tanga era la frontera infranqueable que él intentaba derribar con sus espasmódicos y cortos golpes de cadera.
«Uffff…. qué dura tienes la polla… qué húmeda» – ella empezó a ronronear mientras seguía deslizando, arriba y abajo, el miembro por el canal formado por sus firmes nalgas. De repente, se sentó sobre él apretando con su trasero el pétreo miembro.
Él gimió enardecido por el deseo y comenzó a rotar desesperadamente sus caderas para encontrar una entrada donde satisfacer su ansia. Ella sonreía feliz al sentir los vanos intentos de él. Con un brusco movimiento levanto la fusta y la dejo caer sobre un muslo de el.
«¡¡Muévete, potro!!, demuéstrame que deseas follarme…»
Ella comenzó a cabalgarle, machacando el pene con sus glúteos y golpeando con la fusta alternativamente los muslos del hombre. El boqueaba desesperado, gemía cuando le golpeaba la fusta, pero no detenía sus esfuerzos por traspasar el cordón del tanga y penetrarla donde fuese. La dolorosa cabalgada e infructuosa cópula se prolongaron durante varios minutos…
«¿¿Qué deseas, potro??» – Preguntó ella sin detener el ritmo de sus fustazos.
«¡Agh… tu culo!… ¡¡¡tu duro culo de yegua!!!» – Jadeó él.
«Jajaja… ¿¿mi culito??…» – Rió ella.
Después de un rabioso fustazo, ella se irguió levemente y se deshizo del húmed0 tanga de cuero. Volvio a dejarse caer sobre el regazo de él y siguió golpeándolo con la fusta.
Él casi enloqueció de deseo al sentir plenamente el sexo de ella sobre su pene. Bramó como un toro al percibir como ella trasladaba, deslizándose morbosamente por su pene, la humedad destilada por su sexo al cerrado orificio de su ano.
Él sentía en cada viaje de ida y vuelta, como su el glande tropezaba con el esfínter de ella. Cada tropiezo originaba en su boca un gemido que parecía originarse en el centro de sus genitales…
Por fin, ella se detuvo y apuntó con su mano libre el pene a la estrecha diana. Con deliberada lentitud, se fue empalando lentamente. Débiles y entrecortados gemidos de placer y dolor se escapaban de entre sus apretados dientes. Él no emitía ningún sonido, aólo sudaba copiosamente, boqueando como un pez fuera del agua. Cuando, por fin, sintió sus ardientes nalgas reposar sobre los muslos, liberó todo el aire contenido en un furioso rugido.
Despacio, con agónica lentitud, ella comenzó a subir y bajar su trasero sobre el sobrehinchado miembro, sentía en toda su longitud como perforaba su ansioso ano. Él trataba de llevar sus maniatadas manos hacia las caderas de ella para forzarla a aumentar el ritmo. Ella comenzó a masturbarse salvajemente mientras se sodomizaba en el enhiesto órgano.
«Ee gusta… ¿eh?… Se que te encanta encularme, ¡cerdo!»… – Ella hablaba entre gemidos, sintiendo que la ola del orgasmo se acercaba.
«Si, si… que culoooo…» – El se había rendido y pasivamente dejaba que ella inmolara el trasero en su pene. Sólo empujaba sus caderas, lo que le permitían las ataduras, para salir al encuentro de la voluptuosa grupa que taladraba.
«ah.. ah… ahhhh»
«oh… oh…. joder…»
Exclamaciones de estasis y un fuerte olor a sexo impregnaban el aire de la habitación. Ambos sentían que el precipicio del orgasmo se acercaba inexorablemente y aumentaron el ritmo enloquecedor de la sodomización. Gemidos, jadeos y un rítmico golpeteo les acompañaron hasta el abismo del orgasmo. Él rugió extasiado e inundó con su elixir las entrañas de ella. Ella clavó su trasero al máximo en el miembro y explotó en un ola de placer…
Ana se recostó sobre el pecho de Andrés y mientras besaba sus mejillas, le liberó de la venda y de las ataduras. Se miraron en silencio durante unos segundos y se besaron apasionadamente. Ana sabía que era el comienzo de algo que duraría mucho tiempo, ese beso y la todavía dura polla en su culo se lo ratificaban plenamente.
FIN