Una sola experiencia bastó
Somos una pareja de casi 25 años de matrimonio, los cuales lo hemos pasado bastante bien.
Ahora, las cosas no iban muy bien, pues habíamos entrado en cierto adormecimiento en nuestra relación de pareja, como que ya no nos entendíamos tan bien como al principio y, a ratos, nos sentíamos algo distantes el uno del otro. Nuestra relación seguía siendo muy buena, con el mismo cariño de siempre pero no era la misma.
Un día en una de nuestras conversaciones en las que sinceramente emitíamos nuestros conceptos sobre las personas que nos rodean, mi mujer me contó que nuestro amigo Oscar le resultaba atractivo.
Sin mucha sorpresa y más bien agradecido por su sinceridad le pregunté que tanto le gustaba y que si sería capaz de traicionarme con él, a lo que respondió que le parecía bastante apetecible, pero que jamás había estado con otro hombre aparte de mí y que me quería bastante para traicionarme, pero que, si yo la apoyaba la gustaría hacerlo con él, para experimentar la experiencia entre tener sexo y hacer el amor.
No se qué me sucedió, pero me excitó la idea de que pudieran estar juntos, por lo que asentí a su propuesta, pero con la condición de que fuera en mi presencia, a lo que ella accedió, pidiéndome que la ayudara a generar el momento oportuno para llevar a cabo ese plan.
La ocasión no tardó mucho en presentarse, siendo así que en una noche que me encontré casualmente con Oscar me contó que se encontraba solo, pues su esposa Mary había viajado fuera de la ciudad por un problema laboral y que aprovecharía a visitar a su hermana que vivía en el interior del país ya que estaba muy cerca del lugar.
La ocasión estaba dada, lo invité a cenar, aunque no sabía si continuar con el plan o no. Tenía dudas que ese excitante proyecto pudiera llegar a ser el fin de nuestro matrimonio.
Sobre todo porque Oscar era bastante más joven que yo y era un tipo que practicaba deportes y tenía un cuerpo atlético y era además muy simpático y entrador con las mujeres (por algo mi mujer lo había elegido a él y no a otro).
Superadas mis dudas más por su sana insistencia de nuestra compañía que por mi capacidad para decidirlo, tomé el celular y llamé a mi esposa para decirle que iba con él a cenar a casa para que se alistara a tal efecto.
Ella, que entendió mi indirecta, me contestó riendo que tomaría una ducha y que estaría lista con sus mejores ropas en una hora, que no llegara antes.
Así que con Oscar pasamos primero por el supermercado donde compramos unas botellas de vino y algo de champagne, a sabiendas que luego de un par de copa mi esposa se pondría muy desinhibida.
Con Oscar y su familia llevamos una estrecha relación, nos veíamos continuamente ya que las mujeres comparten algunas tareas. Llevábamos años de buena amistad, por lo que teníamos mucha confianza mutua y no fue para nada fuera de lo común que cuando llegáramos a casa la galanteara con que estaba muy linda esa noche.
Y realmente lo estaba. Estaba muy linda y sexy.
Recién duchada con su cabello apenas húmedo, perfumada y con una ropa que denotaba bien sus formas.
Mi esposa el alta, mide más de 1.70 mts. y se mantiene en buena forma. Tiene piel blanca, busto grande y firme y amplias caderas, con piernas muy bien formadas.
Oscar, con la confianza que brinda la amistad la elogió y me felicitó a mí por tener tan linda esposa diciéndome que era un afortunado al respecto.
A él también le gustaba Josefina, pero era mayor el respeto por ser mi esposa, según lo supe después.
La cena estaba lista cuando llegamos, por lo que pasamos directamente a la mesa.
Me tocaba dar el primer paso, aquél que Fina no se atrevía a tomarlo y que me había hecho prometer que yo lo haría.
Propuse en la sobremesa que jugáramos a las cartas, lo que fue aceptado por unanimidad.
Ya habíamos ingerido una botella y media de vino, por lo que las bromas picantes y más comentarios en ese orden fluían normalmente.
Ella propuso que apostáramos algo significativo, porque de otra manera se estaba poniendo algo monótono el juego.
Le pedimos a ella que sugiriera qué apostar a lo que nos respondió que apostáramos verdades. Por tanto el juego consistía en que el que perdía cada mano de cartas, pagaba contando a los otros una verdad sobre lo que se le preguntara.
Comenzó a transcurrir el juego y al fin de cada mano las preguntas iban y venían. Nos hicimos preguntas de todo género, hasta que una pregunta muy indiscreta por parte de Fina no fue respondida por Oscar quién se negó a hacerlo.
Decidimos que tenía que dar una prenda a cambio y entregó su reloj.
En respuesta al fin de la siguiente mano que perdió Fina y que se negó a responder entregó sus anillos.
Ya habíamos vaciado la segunda botella de vino y el juego se ponía cada vez más interesante. Oscar había perdido sus zapatos, suéter y medias y estaba muy dispuesto a seguir la diversión, supongo que ya se imaginaba que algo pasaba.
Un rato después yo había perdido unas cuantas prendas también.
Mi mujer había perdido todo excepto la ropa que llevaba puesta. No tenía zapatos tampoco.
Desde hacía algunas manos ya no pedíamos verdades sino que el que perdía entregaba directamente una prenda.
La siguiente mano la perdí yo y como no tenía qué entregar ofrecí mi pantalón quedándome en calzoncillos y camisa.
Luego el que perdió fue Oscar y entregó su camisa. Cuando mi mujer le dijo que hiciera como yo que había entregado el pantalón él respondió que tenía sus razones para hacerlo.
Ella perdió las siguientes dos manos, entregando en la primera su blusa y en la segunda su falda, quedándose solo con su ropa interior.
Oscar la veía con ojos intensos de deseo. Vale la pena recordar que además de desearla hacía casi una semana que su esposa se había marchado y no había tenido sexo.
Seguimos jugando y perdió él por lo que no le quedó más remedio que entregar sus pantalones.
Oh, sorpresa. Sus razones para no entregar antes esa prenda era que no llevaba puesto ropa interior.
Ella quedó con su vista clavada en el grueso miembro de Oscar que, por la erección que estaba teniendo, demostraba estar sumamente excitado.
En ese momento di por terminado el juego por considerar que él había perdido ya que no tenía más prendas para entregar.
Oscar rebatió mi propuesta pues consideró que podía ganar de ahora en más y nosotros teníamos prendas para ofrecer como castigo.
Josefina apoyó su argumento, por lo que repartimos cartas una vez más y en esa ronda la que perdió fue ella.
Entregó su corpiño dejando al descubierto sus deliciosas y voluminosas tetas. Esta visión se reflejó en la verga de Oscar que comenzó a soltar cierto lubricante y a querer estallar de la excitación que tenía.
La siguiente mano la volvió a perder mi esposa, aunque no se si intencionalmente, y levantándose y ante nuestros excitados ojos de despojó de su bombacha quedándose totalmente desnuda.
El no pudo resistir más y se lanzó a comerle el clítoris. Ella se abrió de piernas y lo dejó llegar. La lengua de Oscar le recorría hasta lo más recóndito de su vulva en una lamida que le arrancaba intensos gemidos de placer.
Ella desesperada por lo intenso de las caricias buscaba agarrarse de lo primero que encontrara a mano, como un naufrago en una tormenta, y encontró el tieso y goteante miembro de nuestro amigo, aferrándose de él como si de ello dependiera su vida.
Se le notaba que se aproximaba al clímax y en medio de la excitación buscó llevarse ese pene a la boca, quedando los dos enlazados en un perfecto 69.
Fina se vino con mucha fuerza en la boca de él y en medio de sus contorsiones, Oscar le dio vuelta y se la clavó hasta los testículos.
En cada arremetida le arrancaba gemidos de placer tan intensos que yo temí que escucharan de las casas vecinas.
Luego se dieron vuelta y ella lo cabalgó hasta alcanzar su segundo orgasmo casi al mismo tiempo que él, que se vino de tal manera que su leche desbordó la vagina de mi mujer, la que se recostó a su lado exhausta y semi desvanecida, con su sexo chorreante de los líquidos de los orgasmos de ambos.
Yo no sabía qué hacer. Me encontraba ahí habiendo satisfecho una fantasía rara, pero de pareja. Me enfurecían los celos normales de hombre, estaba lleno de dudas y para colmo muy excitado.
Seguía sumido en mis pensamientos semi abstraído y con las imágenes recientes pasando a mil por hora por mi mente, cuando de repente Nora me sacó de mis cavilaciones.
Se acercó a mí y olía fuertemente a sexo. Me besó apasionadamente y ante mi falta de reacción me hizo el amor de una manera que nunca antes había sentido.
Fue una sensación súper excitante penetrar en su vagina mojada y dilatada por el encuentro anterior y me calentó de tal manera que comencé a hacerle el amor con una motivación que no había habido entre nosotros desde la noche de bodas.
Me excitaba también que Oscar nos estuviera observando.
Lo importante en ese momento era la manera en que nos reencontrábamos con Nora después de tanto tiempo, acabamos al unísono, en un orgasmo de una intensidad irrepetible.
No se de dónde me salía tanta leche.
Quedamos luego los tres extendidos en la alfombra sin saber cómo vernos las caras, hasta que yo reaccioné, explicándole a Oscar lo que había sucedido, que se trataba de una experiencia única que no se repetiría.
El lo entendió perfectamente y se retiró luego de besarnos y agradecerle a Nora por la buena velada que había pasado junto a ella.
Cuando quedamos solos mi mujer me besó apasionadamente y me agradeció por haberla ayudado a ser más mujer diciéndome que esa era una razón para amarme más aún.
Desde esa noche nuestra relación como pareja ha mejorado notablemente, nos conocemos más y nuestra confianza mutua mejoró mucho y nos llevamos de maravillas.
Nos queremos y hacemos el amor como si fuéramos dos adolescentes.