Rabia

Pongamos que me llamo «Cristina».

Lo que les voy a contar a continuación es completamente auténtico.

Soy una mujer yo no diría atractiva sino exuberante.

Es decir, la típica tía buena que tanto gusta a los hombres.

Rubia, bien proporcionada, sexy, provocativa.

¿Hombres?. Tengo los que quiero y cuando quiero. Sí. Soy caprichosa. Y egoísta. Me gusta el dinero.

Pero enloquecí por un hombre. Era encantador.

Cuando le conocí surgió en mi la sospecha que suelo tener en estos casos. ¿Homosexual?.

Lo digo porque en el trato conmigo – aparte de muy amable- parecía como si yo no le interesará.

¡No hay hombre duro!.

Todos terminan cayendo conmigo.

Pero hay excepciones. Ese tipo de hombre «suave», que tiene carácter y que no se deja seducir por cualquier mujer.

Llegué a insinuarme a él. Éramos amigos pero no me hacía caso.

Le terminé diciendo que le amaba. Eso yo no lo digo nunca salvo que sepa que le tengo en mi poder. Es decir siempre.

Y seguía sin hacerme caso el condenado. Apoyaba mis brazos sobre la pared por mi frustración.

Eso si. Íbamos a todas partes juntos. Incluso quedamos un fin de semana en su chalet.

Allí me terminó confesando lo que yo primero sospechaba pero no quería creer.

Le gustaban los de su mismo sexo..

Yo llevaba bastante tiempo sin hacer el amor y estaba muy encelada. Sentía que estaba a punto de caer muy abajo. De hacer lo impensable para una mujer.

Puse una droga en el vaso de mi amado y se quedó dormido.

Lo amordacé y até sus brazos y piernas a las barras de la cama. Cuando se despertó le di un brebaje, un fortísimo afrodisíaco.

A la media hora tenía la verga durísima. No era muy larga pero si ancha como la de un mono.

Cuando vio que me lo iba a trincar volvió su cara a un lado en un signo evidente de rechazo y asco. Pero yo me senté encima de él.

Me introduje su pene en mi vagina. Lo estaba violentando. Me movía hacia delante y hacia atrás y él hacia fuerza para soltarse pero estaba bien atado.

Se le oía también gemir pero era por que intentaba decir algo.

La mordaza no le dejaba.

Yo suspiraba.

Me di cuenta de lo que estaba haciendo.

Sentí un ataque de cólera que yo lo definiría como uterina. No podía soportar que ese hombre no se entregase a mí.

Le quitaría la mordaza y le desataría y lucharía con él para poseerle. Sentir sus brazos peleando con los míos y no conseguir zafarse de mi locura.

Le di un tortazo en un muslo dejándole un moretón.

Le liberé por completo. La mordaza. Las ataduras.

Se revolvió como esperaba. Yo seguía encima de él. Sus brazos no estaban mal pero yo soy bastante corpulenta.

Comenzó la lucha. «Déjame, déjame», decía.

El idiota parecía que iba a llorar. Entonces tuvo un impulso para intentar separarme pero yo luché con todas mis fuerzas y grité.

Le insulte. Me cagué en su padre. Mis brazos sujetaron los suyos.

Mi cuerpo no se separaba de sus pelos y sudor. Mis piernas se le enlazaron. Mis pechos se le estrujaban casi hasta estallar. Y gritaba….gritábamos los dos.

Sentía rabia vaginal. Me erguí y el cedió. ¡Que bueno fue aquello!. Mi orgasmo. Salí de él empapada.

También se había corrido.

Sonrió.

– Te he engañado- me dijo.

– Gilipollas. Vete a tomar por culo- le dije

No le he vuelto a ver en mi vida.