Solidaridad agradecida
Era la última semana de septiembre, mis apacibles aunque viciosas vacaciones estaban terminando, se me acababa el chollo y el alquiler de mi precioso chalet, en la localidad gaditana de Bolonia; eran las cuatro de la mañana, llevaba acostado más de una hora, pero la cocaína me impedía conciliar el sueño, cuando un ruido en el patio hizo que me alarmara primero y me acojonara después, paranoias de la coca, ya se sabe; me armé de valor y, con el albornoz y un bate de béisbol, salí al patio, mi sorpresa fue mayúscula, un guardia civil alumbraba por todos lados con su linterna, pillé un cabreo de mil demonios, el guardia me dijo:
-¡Buenas noches!
-Pero ¿esto qué es? -pregunté
-Es que hemos detectado el desembarco de una patera cargada de ilegales (la casa estaba casi a pie de playa) y creemos que algunos se han escondido en esta urbanización.
-Mire usted, eso a mí me da lo mismo, lo que no me da lo mismo es que usted entre en mi propiedad, sin permiso y pegándome un susto de mil demonios, así que siga usted cumpliendo con su obligación, pero fuera de mi casa, ¡joder!
-Usted verá…(dijo con tono ligeramente cabreado, a modo de despedida)
Entre la farlopa y el susto no había forma de dormir, encendí un porro y me tumbé en la cama, a la segunda calada, comencé a oír un ligero murmullo que provenía del patio interior del chalet, donde se encontraba la piscina. Me incorporé, cogí el bate de béisbol, por segunda vez en la noche, y me dirigí hacia el patio, encendí las luces y pude ver, junto a la caseta del perro, a dos personas agazapadas, abrazadas una a otra…
-Amigo… no problema… ayuda… por favor ayuda…- dijo una vocecilla de mujer.
Me acerqué y pude ver a dos jóvenes negritas abrazadas, sucias y mojadas; el terror y el pánico les asomaba en sus miradas perdidas.
-Ayuda… por favor ayuda… no llame policía por favor…
Sentimentalmente siempre he estado al lado de los que se juegan la vida cruzando el estrecho, buscando una vida mejor, ahora tenía la oportunidad de traducir mi simpatía en hechos. Eran dos jovencitas negras, no más de dieciocho años.
-No os preocupéis, soy amigo, no vendrá la policía…
-Amigo por favor ayuda…
Intenté tranquilizarlas, pero era inútil estaban en un estado físico lamentable y con un ataque de pánico. Les tendí mi mano y les ayude a levantarse, les dije que vinieran conmigo y las metí en la casa; las llevé hasta el baño y les puse agua caliente en la ducha, les di toallas, unos pantalones de deporte y camisetas mías… y les indiqué que se dieran un baño, mientras lo hacían, freí seis huevos y una docena de salchichas. Salieron asustadísimas del baño, pero el olor de la comida frita les iluminó los ojos, ni tan siquiera me fijé en el aspecto, comían como si llevaran (seguro que lo llevaban) días sin comer, y mirándome desconfiadas, entre bocado y bocado, repetían:
-¡Gracias amigo!
Cuando terminaron, intentaron explicarme, nerviosas, entre inglés y español, que habían llegado en patera, les tranquilicé y les indiqué la habitación de invitados:
-Ahora descansar, mañana hablar, tranquilas, soy amigo, no habrá policía.
Era más de mediodía cuando despertaron, me imagino que el olor del pescaíto frito, que les estaba preparando, les devolvió a la realidad.
-Gracias amigo, nosotros ir hoy.
-Vosotras os quedáis, tenéis que esperar que acabe la vigilancia, la guardia civil sigue buscando a los que llegaron ayer, no podéis iros hasta que pasen unos días, no os preocupéis, os ayudaré, estaréis escondidas en casa, ahora a comer, ¿ ok?
-¡Ok amigo!
Hablamos un poco en la comida, venían de Sierra Leona, huían de la guerra y la barbarie, sus nombres eran Sara y Mina, eran muy jóvenes; a pesar del nerviosismo, estar a salvo de la guardia civil les había relajado un poco, eran guapas, aunque la preocupación les birlaba todo el atractivo.
Llevaban cuatro días en casa, descansando, recuperándose y engordando (comían como cosacos). La situación me daba morbo, eran realmente atractivas, pero me sentía mal pensando en ellas a un nivel sexual, lo primero que quería era ayudarles, tenían parientes en Madrid que podían ayudarles, querían ir pronto. Seguimos charlando y, en un alarde de solidaridad (no soy muy propenso a ello), les propuse que se quedaran un par de días más, hasta el final de mis vacaciones, yo las llevaría a Madrid en mi coche, les dejaría pasar la noche en casa, y llamarían a sus parientes para que las recogieran.
Salimos a mediodía, los tres estábamos muy nerviosos, el viaje afortunadamente transcurrió sin incidentes; llegamos a Madrid, cuando circulábamos por sus calles, miraban sorprendidas, alucinadas, felices, la odisea acababa con éxito, estaban más gorditas y eran realmente bellas.
Entramos en el parking de casa, cogimos el ascensor, nos duchamos, preparamos la cena y saqué una botella de champán para brindar por el éxito de su aventura, después abrí otra; estaban realmente alegres, ellas notaron mi atracción, pero algo en mí me impedía intentar aprovecharme de la situación, hay veces en la vida en que, los tipos como yo, somos honestos e íntegros como el que más, y ésta era una de ellas. Estaba cansado del viaje, a las 12 de la noche les dije que me acostaría, me fui a mi habitación y las dejé viendo la televisión.
No pasaron diez minutos cuando entraron en mi habitación:
-Perdón amigo, tu bueno, te queremos, nosotros gustar tú, queres estar contigo.
Debí poner una sonrisa de gilipollas descomunal, las invité a que se vinieran conmigo a la cama, una a cada lado, abrazados; ellas reían, me hacían y les hacia cosquillas, nos lo pasábamos bien, como niños. Me quitaron los Calvin Klein, lo único que llevaba puesto, mi polla salió disparada. Se desnudaron, eran maravillosas, hermosas, guapas, con sonrisas de relucientes dientes blancos, con figuras de infarto, cinturas estrechas y culos respingones, duros y maravillosos, tetitas redondas, de pezón gordo y oscuro. Las negritas, que en mis sueños siempre quise, me acariciaban, me besaban, me sonreían, me querían.
-Tú quieto Carlos, nosotras darte amor, tú quieto-me dijo Sara
Mientras ella me besaba, ponía sus tetitas en mi boca para que las lamiera y chupara. Mina acariciaba mi polla, dura como un palo, su olor a sudor profundo, sacaba, en mí, el animal en celo. Ellas llevaban la situación. Los labios de Sara en mis labios, los de Mina en mi polla, me di un pellizco, ¿acaso estoy soñando?
-Ahora tú follas- dijo Sara, que es la que tenía el español más controlado, se subió sobre mí. Mientras Mina me ofrecía sus tetitas, sentí su coño mojadito abrirse poco a poco, mientras se introducía mi polla lentamente hasta las pelotas, Mina acariciaba mi pecho y sonreía, el tacto del coño de Sara era magnífico, como un guante para mi polla. Mina se sorprendía cuando le indiqué que se incorporara sobre mí y situara su sexo a la altura de mi boca, pero obedeció, su coño, marrón y repleto de pelos negrísimos, olía de forma peculiarmente intensa, apreté sus nalgas con mis manos, y lo acerqué a mi boca, busqué su clítoris y lo besé, lamí y mordisqueé suavemente, metí mi lengua en su coño, el sabor era maravilloso, mientras Sara me cabalgaba dulcemente, sin sacársela, haciendo movimientos musculares con su coño que apretaban mi polla. El zumo del coñito de Mina inundaba mis labios, mi cara, y llegaba a mi cuello, movía su culito y gemía de gusto, le metí un dedito en el culo.
Nos incorporamos, yo en el centro, Mina y Sara cada una aun lado, abrazándonos, riéndonos, mi polla brillante por mi corrida y su corrida, ellas acariciándome, besándome, bajando por el cuello, mi pecho, mi vientre, hasta llegar a mi polla. La visión de estas dos maravillosas negritas, lamiendo mi polla, sonriendo con sus ojos y con su boca, con sus dientes blancos, me hizo pensar que ya puedo morir tranquilo, sus bocas de labios prominentes turnándose sobre el capullo de mi polla. Sus caricias amorosas me hicieron reaccionar, en menos de diez minutos, nuevamente la tenía tiesa, bien tiesa.
En su torpe español, Mina me dijo: -Yo sé que tú gustar mi culo- y, dándose la vuelta, se puso en cuatro patas, ofreciéndome su agujero negro y maravilloso, y un trasero redondo y fantástico, posiblemente el mejor que haya visto en mi vida.
A cuatro patas, sobre el borde de la cama, yo detrás, de pie con mi polla acariciando la entrada de su coño, y su culito húmedo de flujo, y Sara tras de mí, acariciándome la espalda y besándome el cuello. Apunté mi polla a la entrada del culo de Mina y lentamente le metí el capullo, no tuve dificultad, sin embargo, notaba cómo su esfínter apretaba mi polla como no lo había hecho ningún culo de los que había follado hasta el momento. Centímetro a centímetro, su divino culito engulló toda mi polla, hasta los mismísimos cojones, yo seguía empujando, pero ya no había nada más que meter.
Sara susurró en mi oído: -En mi cosa nunca boca de hombre, yo querer probar- y dicho esto, se puso de pie en la cama, con las piernas abiertas, ofreciendo su coño a mi lengua, lamí y besé su clítoris, metí mi lengua en su rajita, mientras culeaba, sin sacarle la polla, a Mina. Si has probado algo parecido alguna vez, sabrás de lo que escribo y lo que sentía en ese momento, en caso contrario, amigos míos lo siento, no tengo palabras para describirlo. Prolongué la situación todo lo que pude y nuevamente me corrí, relajado, disfrutando de la sensación de sentir cómo el semen brotaba copioso de mi polla y llenaba el culito de Mina, que se retorcía de gusto delante de mí.
Nuevamente abrazados, tumbados en la cama, riéndonos como niños, acariciándonos, haciéndonos cosquillas, otra vez como chiquillos, yo un ejecutivo cuarentón como si fuera un chaval, retozando con dos negritas jóvenes. Con ellas dos a cuatro patas y yo detrás, metiendo indistintamente mi polla en sus coñitos y sus culitos, vimos aparecer los rayos del alba a través de la ventana, echando mi tercera y fenomenal corrida en la entrada de sus coños, caí rendido junto a ellas y me quedé dormido en segundos. Desperté casi a mediodía, ellas habían llamado a una tía suya que les recogería por la tarde, momento hasta el que seguimos jugando, disfrutando y follando felices.
Han pasado más de seis meses, las dos han conseguido trabajo como empleadas domesticas (uno de ellos se lo busqué yo), y aún no seguimos viendo. Me llaman tío Carlos y yo, como comprenderéis, soy su orgullosísimo tito.