Capítulo 1
Hogar dulce hogar I
Todo comenzó un día que mi novia y yo estábamos en la playa.
Ella tiene un cuerpazo de muslos duros y recios, un culo prominente y unas turgentes tetas con pezones siempre duros.
La verdad es que según decían mis amigos, ella valía mucho más que yo, físicamente, claro, ya que soy normalito, del montón.
Ella además vestía siempre faldas muy cortas, tacones altos, medias (de rejilla y con costura), se pintaba y era muy femenina. Y además era psicóloga y según decían muy lista.
De hecho esta circunstancia la comprobé en seguida, los primeros días que salí con ella porque todos los tíos se volvían para mirarla ya que ella, además de contar con esas «virtudes» físicas ante reseñadas, lucía siempre minifaldas muy cortas, altos tacones y al andar movía el culo con un salero muy especial.
Pero todo comenzó, de verdad, el día que estábamos en la playa cuando yo me alejé al chiringuito a tomar unas cervezas y al volver, mientras me acercaba al lugar en el que la había dejado, vi como un tío cachas de esos de gimnasio, le estaba echando la crema bronceadora por el cuerpo.
Bueno, no se la estaba echando, sino que se la estaba pasando por todo el cuerpo, incluidas las ingles, mientras que ella permanecía con los ojos cerrados exhalando suspiros de placer y todos los vecinos de toalla la miraban con los ojos desencajados.
Ella y yo no nos habíamos acostado aún, esa es la verdad, porque yo la respetaba, la quería y ella me había dicho que antes de casarse, quería conocer al chico y no entregarse a él antes de la boda.
Luego, supe que había tenido varios novios y que había terminado con todos.
Pero cuando llegué más cerca de la toalla y la vi allí con el tío aquel sentí una extraña sensación de celos y de excitación, que me llevó a esconderme tras una sombrilla y a seguir mirando.
La verdad es que estaba allí guapísima con su bikini tanga, su piel bronceada y con la cabeza echada hacia atrás y suspirando mientras el tío seguían con sus caricias, ahora ya debajo de la braguita tanga.
Creo que se corrió entre suspiritos y gemidos, mientras los vecinos de playa miraban atónitos.
Y me acerqué. La miré a los ojos y la vi guapísima. Y ella me cogió el bulto de mi sexo, la vio dura, me miró a los ojos y lo comprendió todo.
Supongo que se hizo una composición de lugar. Y yo también supe en ese mismo momento que ella sería la que a partir de ahora lo decidiera todo, que si quería seguir siendo su novio tenía que aceptar también otras cosas. No quise perderla.
– No sé qué me ha pasado, tú no estabas, no podía abrir el bote, él se ha ofrecido, ha comenzado a darme la crema y se me ha mojado el coño –me dijo, antes de cogerme de nuevo los huevos y decirme al oído que por lo visto a mí también me había gustado, porque tenía la polla dura. Y sonrío. Y calle.
Al día siguiente la volvía perder en la playa, la busqué con la mirada y vi que se dirigía a los aseos y las duchas. La seguí y la vi entrar en un cuarto que tienen los socorristas.
Allí estaba ella abrazada al tipo aquel, al monitor de natación o lo que fuera, mientras le pasaba los pies por su espalda y lo cerraba contra ella. Lo besaba y le comía la boca con frenesí, mientras que él le masajeaba las tetas y le metía los dedos bajo el tanguita/braga. Ella me vio, sonrío, y entonces le cogió a él la polla y se la clavó en el coño, animándolo a que la follara.
– Fóllame, -le decía a él, mientras que ella me miraba-, fóllame, te lo suplico, párteme con ese pedazo de polla que tienes y que el cornudo de mi novio vea como se las gasta un macho de verdad. ¿Sabes que mi novio sólo me ha cogido la mano en plan romántico porque dice que me respeta? Tú no me respetas y eso me gusta, fóllame, macho mío, fóllame hasta que se me muera el alma, méteme tu polla mientras que el cornudo se acaricia su pito.
Entonces supe que a partir de se momento mi polla sería pito, ridículo, y las pollas de los demás, pues pollas. Y sabiendo esto y viendo allí como mi novia follaba con otro tío, se comportaba como una puta, me llevó a pajearme sin parar gozando como un cerdo.
Mejor, como un cornudo, para entonces también sumiso. Una escena maravillosa, porque cuando él se corrió ella se agachó se la chupo, se la puso dura y entonces me llamó a su lado. Y cogió mi pito duro con una mano y la polla de él con la otra, las miró y comparó.
– Lo siento, cornudo, pero la suya me gusta más porque lo tuyo es un ridículo pito mientras que lo de él es una señora polla –me dijo, mientras se la volvía a clavar en su coño.
Desde aquel día ella supo que a mí me iban las cosas raras, por lo visto, porque se folló a todos los que quiso, con la excusa de que mi polla era menos vistosa.
Y no era verdad, porque algunas de las que se follo eran igual o menores que la mía, pero yo callaba porque no querida perderla.
La verdad es que estaba tan buena que me ponía sólo con mirarla mientras caminaba por la calle, y yo además la amaba, y yo de pequeño había tenido fantasías de ser esclavo de una bella mujer, y entonces se junto la fuente con el asado, porque ya dice la canción que si naciste para martillo del cielo te caen los clavos.
Así es que cuando poco después estábamos por la cama yo la besaba, acariciaba, lamía y besaba con devoción, mientras que ella no me dejaba que se la metiera, aunque me acariciaba mi pito y los huevos con sus uñas de manicura francesa.
Yo lloré desconsolado, pero ella me cogió la cabeza con las dos manos, me lamió las lágrimas y me dijo mientras me besaba tiernamente que no me preocupara, que me iba a hacer muy feliz, que ella sabía lo que yo necesitaba e iba a dármelo. «Cariño, te conozco, sé lo que te pasa y te voy a hacer muy dichoso», me dijo, «pero para eso me tienes que obedecer en todo».
Y me dijo que hay algunos hombres que gozan de una forma y otros de otra, pero que todo es legítimo mientras no se haga daño a nadie.
Y me dijo que no iba a permitir que la penetrara, que la follara, porque en el momento que me corriera la perdería, pasaría de ella, y perdería mi encanto como cornudo sumiso porque una ama como ella no se avenía a follar con el pito de un esclavo.
Así es que no podría follar con ella y debería entregarme a amarla en plan místico, como los santos ante sus dioses.
Ella, claro, si follaría con regularidad con todos los machos que quisiera porque su sexualidad se lo pedía así, mientras que la mía pedía otra cosa. «Recuerda que soy psicóloga y sé lo que me digo», añadió, «se lo que te hace falta y por lo que suspiras en lo más profundo de tu ser».
Entonces se levantó, volvió con un bote de crema condensada, se echó la leche por su coño y por sus pezones, y llevando mi cabeza a su coño y luego a sus tetas, me dijo que chupara y lamiera.
– Lame, cornudo mío, ve ensayando para cuando te llegué la hora de la verdad y tengas que limpiarme a mí y a mi macho.
Y acepté, porque entre otras razones me ponía como loco sentirme suyo, de su uso exclusivo, humillado por su placer, por ella, por la mujer que tanto amaba.
Y porque mi pito se ponía duro cuando ella me llamaba cornudo, cuando me humillaba comparándome con otros hombres, cuando me obligaba a llevar por la calle sus braguitas bajo el pantalón, o cuando me enseñaba sus tetas, me arrodillaba entre sus muslos y me arañaba el pito y los huevos con sus uñas, mientras me prohibía correrme y me obligaba a confesarle que quería ser su cornudo.
– No te he oído, qué has dicho -me preguntaba mientras me arañaba el pito y los huevos.
– Sí, quiero seguir siendo tu cornudo.
– No te oigo –decía, mientras seguía torturándome con sus caricias.
– Que sí.
– Que sí qué.
– Que sí, que quiero ser tu cornudo sumiso.
Porque debía serlo, porque debo ser masoquista y porque me chupa un huevo serlo; pero si además mi novia decía que era normal, que era otra expresión de la sexualidad, pues que sea, me dije. Y fue, claro que fue. Y mucho. Porque al día siguiente me escribió en el culo con un rotulador indeleble C.C (Cornudo de Carolina), me puso un cinturón de castidad CB-2000, «para que todos sepan que eres mi cornudo», dijo, se colocó la llave en su cadenita del cuello, y me llevó a una playa nudista cerca de donde vivíamos.
Allí le preparé la toalla, se la extendí, la alisé para que no tuviera arrugas, y cuando ella dio el visto bueno, se echó sobre ella con las piernas abiertas y con el coño al aire libre.
«Me gusta sentir la brisa en mis coño», me dijo sonriendo.
Y es que yo le había arreglado antes de salir los pelos del coño, con unas pequeñas tijeras para que se le viera bien la raja y los labios.
Por arriba lucía una buena mata, también arreglada, pero más abajo los llevaba a ras de piel para que se abultaran bien los labios de su coño y se le viera claramente su raja.
Esa era, y es, mi obligación diaria, el mantenimiento de su coño y como un buen mecánico tengo que estar atento a si se exhibe bien, luce bien, se ve bien y está bonito, etc. Y así consta en el contrato que me hizo firmar.
Por el lugar no había muchos bañistas, algunos diseminados por las cercanías y otros un poco más cerca que se debían estar bañando, porque estaban las toallas, sí, pero desocupadas.
Yo miré al agua y vi que cuatro o cinco negros alborotaban por la orilla.
Y me asusté, porque desde hacía días sabía que a ella le rondaba por la cabeza, por su coño, el follarse a algún negro, pues la había sorprendido bajándose de Internet fotos con pollas de negros descomunales.
Y el día anterior, cuando íbamos por la calle cogidos de la mano y pasamos por las obras que la empresa ONO realiza para cablear la ciudad, le echó una mirada al negro que trabajaba en ella que venía a decir:
«Fóllame con tu polla negra, hazme tuya, párteme en dos, métemela hasta el útero, fóllame sin piedad, dilátame tu coño a tope, hasta el máximo, hasta que explote, porque con tu polla me siento puta, tuya, abierta y permanentemente ofrecida a tu pollón de macho». Luego, me cogió de la mano y me llevó corriendo a casa para que la calmara.
– Lámeme el coño, cornudo, que el negro me ha puesto a mil.
Y yo le lamí y lamí su coño, hasta que conseguí que se corriera sobre mi cara y que me llenara de sus jugos.
Por eso al verlos chapoteando en el agua me temí lo peor.
Es decir, lo mejor, según se mire, porque al llegar ellos me habían mirado mi cinturón de castidad, la habían mirado a ella y se conoce que habían comprendido la situación. Y porque en cuanto ella los vio noté que el coño comenzó a brillarle.
Como suena. A mi querida Carolina le rezumó el coño nada más verlos.
«Cava un pozo en la arena», me dijo, «y luego entiérrate en él y saca sólo la cabeza». Y yo la obedecí, me puse a cavar y cuando vi que cabía me acosté en el fondo y ella me echó tierra dejándome completamente oculto, excepto mi cabeza que aparecía hasta el cuello. Luego me puso una toalla encima y un bolso junto a la cara para taparme y que no se me viera nada. No veía, debajo de la tolla, no podía ver nada pero si oír. Y oí como se acercaban unos tipos riéndose y cómo le preguntaban que dónde estaba su pareja
– Le he dicho al cornudo que se vaya, para que podamos follar mejor –les contestó ella como si tal cosa.
Y ellos por lo visto tampoco estaban para protocolos diplomáticos porque al rato empecé a oír suspiros, roces y besos, además de gemidos de mi querida Carolina, la mujer que tanto me quiere, que tanto me ama y que se preocupa por mí, y mucho, porque al ver que tenía la cara tapada movió un poco la mano y me abrió un hueco en la toalla para que no me perdiera ripio de mis cuernos.
Y la vi allí, tendida sobre la toalla, con sus muslazos abiertos, acariciada por un montón de manos negras y chupando y acariciando otras tantas pollas negras, grandes, como pollas de burro.
Y vi como una la follaba por el coño, otra se la metía por un sobaco, otra por el otro sobaco, otra por la boca y la última se apoya en su ombligo.
– Follarme por todos los agujeros habidos y por haber, por lo que tengo abiertos y hasta por los de las orejas, para que el cornudo de mi novio sea un cornudo integral, completo, por el coño, por el culo, por los sobacos y por las orejas, que no quede nada sin que vosotros lo falléis y sea así cornudo por todos mis agujeros, habidos y por haber.
Y así estuvieron un rato, follando y follando, sin descanso, hasta que un momento dado ella se levanto, se acercó a la parte de arena en la que estaba enterrado mi pito, escarbó, la sacó, le quitó el cinturón de castidad y apareció encogida por la presión.
– Este es el pito del cornudo de mi novio –les dijo a ellos-, pero ahora veréis cómo se pone en su lugar.
Y se volvió a tender en la toalla para seguir follando con ellos, mientras mi polla aparecía allí, como el telescopio de un submarino, entre la arena de la playa.
– Veis –les dijo a ellos-, no falla, en cuanto me ve cómo le pongo los cuernos se le pone dura.
Y era verdad, porque al verme allí humillado y a ella follando con los negros, se me puso el pito duro, muy duro, hasta el punto de que ya aparecía entre la arena como un arbolito allí plantado, mientras que ellos seguían follándola y follándola y consiguiendo que se corriera como una verdadera puta.
Y cuando vio que alguno después de correrse, se le quedaba pachucha, les dijo que se viniera a mí para metérmela en la boca y que yo la excitara de nuevo.
– Lame esa polla, cornudo, y excítala de nuevo para que pueda volver follarme- me dijo
Y obedecí, claro, y me dediqué a chupar las pollas que ellos me iban metiendo en la boca, porque mientras que unos se la follaban por todos sus agujeros el que sobraba, se acercaba a mi cabeza enterrada en la arena hasta el cuello y me metía su polla en la boca para que lo animara y pasara luego al rondo, en cuanto algún otro se corriera. Y en éstas anduvimos hasta que en un momento dado, dolorida y escocida por tanta polla, ella los paró les dijo que se corrieran sí, pero sobre sus tetas (sobre esas tetas que a mí me está prohibido besar o acariciar, sin su permiso, y a las que nada más verlas me tengo que arrodillar). Y entonces ellos metían sus pollas entre sus tetas, las apretaban para aprisionarlas así entre ellas y se follaban sus tetas, en eso que llaman «paja cubana».
Creo que se corrieron casi todos y entonces ella se restregó la leche por sus tetas, por sus pezones, y les dijo a ello que escupieran en la polla del cornudo, para demostrarle que lo suyo, lo mío, era un pito y que lo de sus machos era un polla.
Y ellos se acercaron y fueron escupiendo uno a uno sobre mi polla y mis huevos, conforme se iban despidiendo de ella. Luego ella se puso una camiseta amplia sobre sus tetas, «porque no quiero que se me vaya la leche de mis machos», me dijo, se acercó a mí, se pudo en cuclillas y se meo sobre mi pito y mis huevos.
– Cuanto más te humillo, más duro se te pone el pito –me dijo con mucho cariño.
Y sí, porque allí andaba yo, escupido en el pito por los machos que me habían hecho cornudo, y con el pito duro y más duro aún al sentir su caliente meada sobre mi «virilidad».
Luego me llevó a casa para darme de mamar de sus tetas la leche de sus machos, y yo me sentí feliz y gozoso porque se preocupara tanto por mí y porque me quisiera como una madre.
Más que una madre, esa es la verdad, según me decía ella mientras apoyaba mi cabeza en su brazo, me metía un pezón en la boca y me decía que mamara la leche de los machos que me habían hecho cornudo.
Después de aquello nos fuimos a vivir juntos.