Una experiencia

Hola. Soy mexicana y desde hace varias semanas me he convertido en lectora constante de sus calientísimos relatos, de modo que es justo que ahora conozcan ustedes una de mis experiencias.

Por razones que ustedes deben entender, me cambiaré el nombre y seré Olga.

Tengo 30 años, estoy felizmente casada con un hombre que me lleva cuatro años. Tengo dos hijos, varón y hembra.

Mido 1.72 metros, soy rubia, de tetas un poco chicas, pero con un culo que me ha dado enormes satisfacciones.

Una de ésas es la que hoy les contaré.

Resulta que, hace unos siete años, en el 74, para ser exactos, conocí en una reunión con amigos a un hombre que me pareció bastante mayor que yo. Yo tendría entonces 23 años y él acababa de cumplir 39.

Lo llamaremos Juan Pedro.

Así, a primera vista, todo indicaba que nada iba a pasar, pues si bien no es feo, tampoco es de los que puedan flechar a una mujer a primera vista.

La plática entre todos los presentes fue más bien de trivialidades, pero quedamos en reunirnos en ocasión posterior y así ocurrió.

Solo que de los nueve que asistimos la primera vez, esta vez solo acudimos cuatro. Miguel y Marta, novios y algo más, Juan Pedro y yo.

Luego de cenar, convenimos en irnos a bailar a una discoteca.

La noche se fue rapidísimo, pero allí me dí cuenta de que no Juan Pedro ya me había echado el ojo, pues no dejaba de mirarme mi culito y cuando la música era para bailarla pegaditos, «como no queriendo» me hizo sentir su verga bien parada.

Cuando fue a dejarme a mi casa, al oído, para que nuestros amigos no escucharan, me dijo: «Ya eres mía. Y no te vas a arrepentir».

Fue advertencia que en pocas semanas me cumplió.

¡Ah! Se me había olvidado que era «casi» virgen, pues con un novio que tuve en la prepa, había decidido perder a virginidad, pero a última hora me arrepentí y solo pudo meterme su verga una sola vez, pues enseguida lo aventé de la cama y ya no me dejé coger.

A ese novio solo se la mamé para que se viniera, porque me dijo que le estaban doliendo los huevos.

Volviendo con Juan Pedro, su manera de cortejarme fue fabulosa, lo mismo serenatas romantiquísimas, que llamadas telefónicas para escuchar una canción en la que decían cosas que «se escribieron para ti», me decía.

Las salidas a cenar o al cine se hicieron cosa de todos los días.

Hasta que me llegó la hora.

Saliendo precisamente de ver una película muy romántica, pero con escenas algo eróticas, me llevaba a la casa en las afueras de la ciudad.

En un momento dado, frenó su auto y comenzamos a besarnos.

Nada que no hubiera ocurrido en ocasiones anteriores.

Hasta que una de mis manos resbaló hasta el enorme bulto en que se había convertido su verga.

No pude contener mi curiosidad y, tras bajarle la cremallera, le saqué el mosquetón.

¡Vaya que estaba dotado el hombre!

Nunca se la medí exactamente, pero sí andaba por las 9 o 10 pulgadas.

Comencé a masajeársela cada vez con mayor velocidad, hasta que él me paró, pues no quería, me dijo, que la primera entrega de leche que me diera fuera por una masturbada.

Ni siquiera me preguntó y enfiló hacia una de las salidas de la ciudad, en donde encontró un pequeño motel de paso. Rentó un cuarto y allí nos metimos.

Apenas cerró la puerta por dentro y comenzó a besarme de tal manera que antes de quedarme desnuda, ya había tenido el primero de los muchos orgasmos que esa noche me provocó.

Con algo de miedo por las dimensiones de su verga, le dije que me tratara con cuidado, pues era virgen.

Todo un caballero, me cumplió mi deseo.

Lo primero que hizo fue dejarme totalmente desnuda y é se quedó en un «slip» negro que no podía ocultar lo excitado que estaba.

El recostó en la cama y comenzó a besarme desde la frente hasta los pies.

Luego lo hizo de manera inversa, hasta llegar a mi panochita que ya estaba empapada.

Me dio una mamada de panocha que me hizo ver estrellitas.

Jamás me habían hecho algo así.

Enseguida, con bastante cuidado, me abrió las piernas y puso su verga en la entrada de mi panochita. Se me quedó viendo a los ojos, me dio un prolongadísimo beso, para enseguida iniciar la penetración.

Lo hizo poco a poquito, hasta que tuve toda su carne adentro. ¡Qué delicia¡

Antes de que él se viniera por primera vez, yo tuve no menos de cinco orgasmos y tenía al griterío, que para callarme me puso una almohada en la boca.

¿Cuánta leche me echó en mi panochita? No lo sé, pero debieron haber sido litros, porque cuando acudí al baño a asearme, los chorros no paraban de escurrirme por las piernas.

¿Y que dijeron? ¿Eso fue todo?

Por supuesto que no.

Apenas regresé del sanitario y ya estaba él, recostado boca arriba, pero con su enorme verga otra vez endurecida y me dijo: ¿Te acuerdas que una vez te dije que eras mía y que no te ibas a arrepentir?. Pues ven acá.

De nuevo volvió a las caricias cada vez calientes, hasta que me volteó boca abajo.

Me besó la nuca, la espalda; las nalgas me las mordizqueó causándome un dolorcillo muy sabroso, me separó las nalgas y me dio un beso en el culo.

La verdad, sentí algo extraño, pero igual de extraño es que no protesté.

Me metió la lengua en el culo y me chupaba como si quisiera sacarme algo.

No supe ni en qué momento se acomodó con su verga bien parada en mi entrada negra y, sin avisarme, me la dejó ir de un solo golpe.

Ya se imaginarán el grito que pegué. Pero él, mucho más fuerte que yo, impidió cualquier maniobra mía para zafarme de ese castigo.

Castigo que en segundos se convirtió en deleite.

La culeada que me dio debe haber durado fácilmente unos 20 minutos, hasta que él volvió a descargar su leche, ahora en mi culo.

Me pidió disculpas por haberme forzado a la culeada, pero me aclaró que de no haberlo hecho así, yo no lo hubiera permitido.

Después de ese día, nuestros ratos en el motel se hicieron constantes.

Hasta que me enteré que no era la única a la que culeaba.

Tenía otras dos mujeres, una de 35 años, de un cuerpo hermosísimo y la otra no tan guapa, pero de 17 años.

Decidí terminar mi relación con él y a los tres meses me casé con el novio de la prepa, con el que no quise perder la virginidad.

Tremendo error.

Es cierto que mi marido es un buen hombre. Muy decente, adora a mis hijos, me tiene con todas las comodidades, me hace costosos regalos, pero…

Pero no me coge como yo quiero.

Como es doctor, muy seguido llega a casa a altas horas de la noche y muy cansado, de modo que cuando lo toco para buscar que me coja, me pide que lo deje en paz.

Debo confesar que nunca, jamás, mi marido me ha siquiera insinuado cogerme por el culo.

Y la verdad, Juan Pedro me dejó muy acostumbrada a sentir su pedazote de carne en mi trasero.

Por eso, aunque mi marido tiene la verga más gorda que Juan Pedro, pero unas dos pulgadas más corta, mi goce en la cama habían sido en estos cuatro años de casados, un poco incompleto.

Hasta que me encontré un día a Juan Pedro, quien se había ido de la ciudad cuando supo que me casaba.

Nos encontramos en el supermercado, a donde yo había ido con mi niño mayor y él andaba acompañado de una mujer, que luego supe era solo una amiga.

Tan solo verlo me provocó escalofríos primero y mucho nerviosismo después.

El no había notado mi presencia, por lo que, venciendo mis miedos, me le acerqué.

¡Hola!, me dijo. ¡Qué buena te has puesto!

Se refería a que, con la maternidad, mis pequeños pechos habían crecido bastante.

La despedida fue con un beso en la mejilla, aunque, la verdad, rozamos las comisuras de nuestros labios.

No pude aguantar la tentación y llamé a su mejor amigo, Roberto.

Le pregunté por Juan Pedro y me comentó que había vuelto para abrir su despacho.

Me dio su número telefónico lo llamé.

Para evitar las habladurías, nos citamos en un restaurante que está a media hora de la ciudad.

Abreviaré diciéndoles que esa tarde acabamos en la cama.

Desde entonces, hace poco más de un año, dos días por semana nos vamos a un hotelito.

Por supuesto, después de una buena cogida, termino con su enorme lanza metida en el culo, chorreando leche por detrás y por delante.

Y desde entonces, todos somos felices.

Juan Pedro, porque el muy descarado me dice que nunca encontró un par de hoyitos como los míos.

Yo, porque me dan las cogidas y culeadas como a mí me gustan.

Y mi marido, mi pobre marido, porque ya descansa de que en las noches le interrumpa el sueño para pedirle verga.

¿Qué les pareció?