Capítulo 1

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Manolon I

Manolo es conductor de camión. Lleva frutas y verduras de Valencia y Murcia a diferentes puntos de Europa. Es un hombre casado que pasa muchas noches fuera de casa. Tiene 45 años, cabeza redonda y con algunas canas en los pocos pelos que le quedan. Siempre está de buen humor, siempre sonrie, es un tipo feliz. Mide 1’80 más o menos y pesa alrededor de los 100 kgs. Como casi todos los camioneros de largas distancias tiene una redonda barriga que denota la falta de ejercicio físico y de pasarse muchas horas sentado.

Aquel lunes había salido muy temprano para llegar al mercado de Lyon (Francia) al anochecer. Hacia horas que conducía, estaba cansado y como iba bien de tiempo decidió parar para cenar en una zona de descanso de la autopista. Llevaba comida desde casa así ahorraba en las dietas que le daba la empresa y ganaba más dinero a fin de mes.

Las áreas de descanso de las autopistas francesas están muy bien. Tienen lavabos y muchos árboles que dan mucha sombra.

Manolo aparcó su inmenso camión y saltó a estirar las piernas y dar una vuelta al camión para revisar la carga.

De pronto un joven de unos 18-20 años se le acercó y le pidió si le podía ayudar, su coche estaba averiado y él era novato en eso de conducir.

Manolo le abrió el capó y asomó su cabeza al interior del motor, dando su espalda al chico y mostrándole su hermoso culo. Pronto descubrió el motivo por el cual el coche no se ponía en marcha, un cable de la batería no hacía contacto correctamente. Apretó la tuerca y le dijo al mozo que probara de arrancar. Al primer golpe de llave el motor se puso en marcha.

El joven francés lleno de alegría le dió la mano agradeciéndole la ayuda y mientras le estrechaba la mano derecha le acariciaba el brazo con la izquierda.

El camionero se sorprendió de la caricia en su brazo y sin cortarse contraatacó.

Mientras se tocaba el paquete le preguntó al joven desconocido si ahora le podía hacer un favor a él.

El joven feliz le dijo que sí, que haría cualquier cosa.

– Bien, contestó Manolo. Hace mucho tiempo que no estoy con un joven tan guapo como tu, ¿qué te parece si vamos detrás de aquellos árboles para disfrutar un rato los dos?

Una vez escondidos entre la maleza Manolo besó apasionadamente a su joven amante al mismo tiempo que éste le bajaba la cremallera de su mono de trabajo. Ante la vista del extasiado joven pareció una selva de pelos que sus temblorosas manos acariciaron. Sus dedos separaron los pelos de los pezones y su lengua los limpió de sudor.

Mientras le acariciaban su redonda barriga, Manolo, se sacó las mangas y el mono cayó hasta las rodillas, dejando al aire su culo y su polla.

– No llevo calzoncillos porque me aprietan los cojones y eso no me gusta, aclaró.

El joven francés quedó admirado por el oso que tenia en frente y por la polla que se estaba despertando. En estado de reposo era grande, una vez erecta debía ser inmensa, terrorífica. El joven francés no lo sabía pero a Manolo, sus compañeros, lo llamaban Manolón por su enorme vergón

Desnúdate, ordenó Manolo.

En un momento Manolo pudo admirar al joven que se le ofrecía. Era blanco como la leche y no debía pesar más de 50 kgs., sin un pelo en el pecho.

El joven imberbe se arrodilló delante de Manolo y se llevó su verga a la boca. Primero despacio y después más deprisa la besó, chupó, lamió, succionó con ansia y ganas. Mientras con la otra mano acariciaba sus cojones y sus duras nalgas.

Cuando Manolo consideró que su verga había alcanzado su máxima erección, apartó la boca de su polla, no quería acabar, aquello tenía que durar más.

Pronto su boca no fue suficiente para tanta polla. La llenó de saliva y de deseo.

Gírate, abre las piernas y apoya las manos en el tronco de ese árbol, dijo Manolo.

El joven obedeció al mismo tiempo que le decía que era novato en aquellas cuestiones sexuales, que solo lo habían penetrado una vez y que aquella verga no iba a caber en su culo. Le pidió que se la dejara chupar hasta tragarse toda su leche.

Tranquilo jovencito vas a disfrutar como nunca. Recordarás este encuentro toda tu vida.

El joven paralizado por el deseo y por el miedo dejó maniobrar a Manolo. Se desnudó también, se arrodilló detrás le abrió el culo y ante sus ojos apareció un ano chiquitito y rosado. Su lengua quiso penetrarlo. Los duros pelos de una barba de dos días rascaban el culo casi virgen del muchacho. Unos dedos gordos y llenos de grasa de camión reemplazaron a la lengua. Primero un dedo que al penetrar provocaron el primer suspiro. Luego con el segundo se oyó un tímido ¡hay!

Relájate, fue la respuesta de Manolo.

El ano se empezó a relajar y cuando consideró que estaba preparado lo hizo girar hacia él, lo cogió por la cintura lo levantó del suelo, lo atrajo hacia sí y con sumo cuidado lo fue bajando. Colocó sus manos en el culo del muchacho y al mismo tiempo que lo sostenía lo abría para enterrar su polla.

Mientras Manolo abría el culo del joven, su verga había perdido algo de su erección, esto facilitó la enculada.

El joven se agarró a su querido oso y recostó su cara en su amplio pecho. Su verga también se había levantado y ahora estaba prisionera entre su vientre y el vientre peludo de Manolo.

Las manos del camionero empezaron a levantar y bajar el cuerpo del muchacho. Primero muy despacio para que la polla se acomodara en su interior.

El mete saca de Manolo endureció más su verga, el muchacho empezó a protestar. Paró para que los músculos del culo del chico se acomodaran al pollón que tenían. De pronto Manolo empezó a andar. De lejos parecía un joven en brazos de su padre. Al andar la polla no se movía del culo pero si se restregaba la verga del joven en el vientre del oso y esto lo excitó todavía más.

Manolo quería descargar sus huevos, no podía aguantar más. Volvió a subir y bajar el cuerpo del chico, cada vez más rápido hasta explotar los dos al mismo tiempo.

Se tuvo que recostar en un árbol para no caer los dos al suelo. Soltó ríos de espermas en el interior del francés y este en la barriga de ambos.

No soltó su presa hasta que su verga se desinchó y salió sola del culo de su amante.

Se sentaron en el suelo hasta recuperar la respiración.

Se limpiaron mutuamente.

Se dieron un besazo en la boca y el francés le dijo: ¡Rascas!

Manolo sonrió, como siempre, se dirigió a su camión a cenar ya que esa era la idea al pararse en aquella área libre de descanso.

El joven francés arrancó su coche y se perdió en la autopista.

Mientras aceleraba reconocía que la excusa del coche averiado le había dado más que un buen resultado un buen orgasmo.

Continuará…

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