Papá y yo
La historia que os cuento es lo más excitante que me ha ocurrido en mi vida. Yo soy gay y lo tengo muy claro desde que era bastante joven. Ahora tengo 23 años pero mi primera experiencia sexual se remonta a la adolescencia, con un compañero de clase con el que todavía pego un polvo de vez en cuando. Pero lo que os quiero relatar ocurrió hace dos meses.
Yo llevaba varios meses fijándome en los hombres mayores, me gustaban los cincuentones, quizás por aquello de experimentar sexualmente. Estaba en una época en que me había tirado a un negro, un rubio albino, con la tontería que te arrastra el morbo de buscar novedades, que tantas satisfacciones te da al cuerpo. Buscaba por todo a un cincuentón para follar con él, cuando de pronto me di cuenta que mi padre, de 52 años, estaba de muy buen ver. Aquí empezó mi obsesión por él, aprovechando cada momento que iba a ducharse para colarme en el baño con cualquier excusa. Me ponía como una moto viendo su cuerpo, que se lo cuidaba mucho yendo al gimnasio tres veces por semana, que si bien no le ponía cachas le dejaba las carnes prietas y el cuerpo definido. Era de los que tenía vello poco espeso desde el pecho hasta el pubis, y a partir de ahí un rabo no muy descomunal, unos 17 centímetros, pero que se había convertido en mi objeto de deseo.
Me ponía tan cachondo que un día, cuando volvió del gimnasio con el tiempo justo se dejó la bolsa en su habitación sin sacar la ropa sucia, y yo al quedarme solo rebusqué entre las ropas y me puse a oler su camiseta sudada, el pantalón de deporte entreteniéndome en éste por la zona del paquete, que tenía restos de sudor de sus huevos, pero lo que me puso cachondísimo fueron los calzoncillos, todo un tesoro. Acerqué mi nariz a la zona del paquete y aspiré llenándome de su olor a polla sudada, a paquete que había rozado todo el día con esa tela. Los cogí y me fui a mi cuarto y una vez desnudo me recreé con ellos en la cara, haciéndome la paja más excitante de mi vida con el olor de su paquete y su culo.
Transcurrieron un par de días después de esto, era viernes y mi madre y mi hermana se habían ido a la casa de la sierra. Mi padre se había quedado en la ciudad porque trabajaba el sábado, y yo porque quería salir con mis amigos. Pero el viernes no tenía plan, así que me quedé viendo la tele hasta tarde. Eran las dos de la madrugada cuando llegó mi padre del trabajo, me había pillado viendo la peli porno del canal de pago y yo no me había enterado de su entrada en la casa. Me dijo:
– «Vaya hijo, veo que estás entretenido»
Yo me quedé de piedra e hice amago de cambiar el canal, con el mando en la mano, cuando mi padre me paró cogiendo mi muñeca:
– «No te cortes hijo, déjala. Que todos los hombres necesitamos una alegría de vez en cuando»
A esto se fue a su cuarto, me dejó solo, perplejo, cortado y excitado por el recuerdo de la paja del otro día, y volvió con su pantalón de pijama y se sentó a mi lado en el sofá. Yo estaba con una empalmada tan brutal, que con el pantalón suelto del pijama se iba a notar mucho, por lo que decidí subir las piernas y quedarme con ellas recogidas en el abdomen.
La película era muy buena, de las que se nota que los actores disfrutan, era de tíos y tías, pero de pronto empezó una escena entre dos tíos. Yo no sabía a dónde mirar, estaba cortadísimo pero a la vez se notaba mi excitación. Yo no me atrevía a mirar a mi padre y tenía la vista clavada en la pantalla y con el rabillo del ojo controlándolo, cuando éste irrumpió girándose hacia mí con tono picarón:
– «Vaya polvo están pegando esos tíos, cómo se la chupan, parece que te gusta lo que ves. Pues si te excita deberías probar con un tíoà» – Yo no dije nada y seguí sin apartar la vista y controlando a la vez, con la respiración entrecortada por la excitación que me daba la situación; veía a mi padre mirándome de vez en cuando con una sonrisa en los labios, muy picarón, cuando de pronto noté como me metía su mano por el elástico de mi pantalón, se adentra por los calzoncillos y, con la mano por dentro, me empieza a masajear los cojones:
– «Veamos, voy a inspeccionar el paquete de mi niño, que hace mucho que no se lo veo. Oye, tienes los huevos muy cargados y gorditos, aquí cabe mucho semen. Y la polla, a ver si baja y sube bien la piel, parece que sí, qué buena herramienta gastas hijo y qué capullo más gordo y húmedoà» – Yo seguía de piedra sin mirarlo con la vista en la pantalla, mientras él seguía con su masaje, sin mediar palabra tocándome los huevos, bajando hacia la raja del culo, metiendo un par de dedos por ella desde el incio, pasando por el agujerito y llegando de nuevo a los cojones, para pasar otra vez a la polla y seguir un ratito con el sube y baja. La escena transcurría en silencio, con los gemidos de la película, mi respiración que se entrecortaba cada vez más y el silencio de papá. La situación era suya y a mí me gustaba verme como el obligado. Al volver a hablar, conociéndose dueño de la escena, papá ya usaba un tono más autoritario pero igual de picarón, como el que le dice guarradas a alguien que está cortado:
– «¿Te gusta la paja que te está haciendo papá, eh? Venga quítate los pantalones y ábrete de piernas para que pueda hacerlo mejor»
Sin dejar de agarrar mi polla obedecí, y una vez abierto de piernas me atreví a mirar cómo me tocaba. Me encantaba ver su mano repasando mi paquete.
Me atreví a hablar:
– ¿Te gusta mi polla, papá?»
– – La tienes muy bien, y me gusta que te dejes hacer una paja para que nos conozcamos mejor.
– – Estás en tu derecho papi, al fin y al cabo mi polla es un poco tuya, tu me la hiciste.
Yo decía estas palabras con una excitación tremenda, con el corazón latiendo a tope y con ganas de lanzarme sobre él. A él lo veía igual pero lo dejaba hacer con su ritmo contenido, sin precipitar las cosas. Me gustaba ponerme nervioso por lo que se sucedería y a él se le notaba que le gustaba este juego. Él estaba muy empalmado y dejaba que se le notaba. Me indicó que mirara su paquete:
– «Mira cómo estoy yo, quiero que me la cojas y me hagas lo mismo»
En esto le bajé los pantalones poco a poco, los pasé por los tobillos, pies, y una vez cómodo se abrió de piernas y yo le cogí la polla, qué maravilla, qué gorda y qué cojones más ricos, peluditos. Estábamos haciéndonos esa paja cuando papá se fue acercando hacia mi cuello, y una vez en mi oreja me confesó susurrando que el día que le había robado los calzoncillos, había vuelto a casa a recoger unos papeles y me había visto hacerme una paja, me dijo que ya nunca más debería oler una tela pudiendo tener el original en sus manos o donde quisiera. Yo giré la cara y le clavé un beso en la boca de tornillo que ya desató el polvo maravilloso que iniciamos.
Nos fuimos a la cama, y en trayecto del salón a la habitación me confesó que desde hacía tiempo le excitaba, que cuando me veía jugar al fútbol en la liga del instituyo, con pantalón corto, se ponía como una moto. Yo le hablé de mis necesidades y le pedí que fuera mi amante, que esa noche selláramos un pacto de semen, que nos la chupáramos hasta corrernos en nuestras bocas para sellar esta relación fraternal.
Y nos pusimos a ello, mi padre se puso a chuparme el rabo, me estiraba bien la piel para que el capullo quedara terso para después subir el pellejo hasta taparlo y adentrar la lengua y chupar la punta con el glande tapado. Mientras él se entretenía me coloqué para chupársela. Qué excitación, ya no era una tela con un olor impregnado, era su polla que la tenía a mi disposición y la mía a la suya, y le estaba sacando partido. Me la metí en la boca y saboreé en mi lengua esos aromas que estaban sólo en mi mente. Ahora todo su sabor era mío. Y mis aromas suyos, lo olores del «choricito de papá, ese choricito correoso que tiene mi niño y que esconde una cremita que se la va sacar papá para comérsela, porque mi niño será bueno y le dará a papá la merienda» me decía antes de chupármela, y vaya si se lo iba a dar, y él a mí.
Ya no podía más con ese juego de subirme y bajar la piel, él sí que sabía cómo era cada centímetro y qué necesitaba en cada momento, sabía cómo aplicar la lengua en el capullo como nadie, y yo a mi vez le estaba devorando su rabo. Fue tan intensa la última embestida que descargué en la boca de padre, una vez, dos, mi semen salía con fuerza intensa mientras su lengua no dejaba de hacer su trabajo sobre el capullo. De la excitación de recibir mi semen papá descargó en mi boca, y con aquel orgasmo recibiendo su leche yo creía desmayar, qué maravilla, sus chorros calientes en mi boca, el mismo semen del que yo había salido y ahora lo estaba saboreando, era como hacerle un homenaje por haber nacido y darle las gracias con esa chupada. Como podéis ver este pacto de semen fue sellado y a partir de este momento tenemos una relación incestuosa consentida por dos seres adultos que saben lo que quieren y lo que buscan para incentivarse sexualmente.