Los tunos
Capítulo I
Mi hermano quería ser un tuno, pero de los de verdad, con su capa negra, sus cintas y su mandurria, supongo que para poder impresionar a las chicas de la Universidad; pues, a pesar de ser muy inteligente, aun no tenia novia.
Yo, como su hermana mayor, siempre he cuidado de él, porque le quiero con locura, pero sabia que no lo tendría nada fácil.
Pues, si les he de ser sincera, el pobre no solo no canta nada bien sino que ni tan siquiera tiene oído para la música; y, por si fuera poco, además el pobrecillo tampoco es lo que se dice guapo, ni demasiado popular, entre sus otros compañeros y compañeras de estudio.
Desde que murió mi padre, hace ya algunos años, ayudo a mi querida madre a llevar una pequeña papelería cerca de la Universidad.
Por eso sé que soy bien conocida por la mayoría de los muchachos; pues, sin pecar de inmodestia, además de una cara atractiva tengo un cuerpo bastante llamativo, con generosas curvas, muy firmes y pronunciadas, como me dice, entre dulces caricias, mi novio, cada vez que se aprovecha de ellas.
Mi madre, después de mucho insistir, dejo que los chicos utilizaran el almacén de atrás para sus ensayos y reuniones después de cerrar la tienda, con la única condición de que yo les vigilara.
Lo cierto es que pronto me di cuenta de que si los demás tunos, sobre todo los más veteranos, aceptaban a mi hermano, era solo por estar cerca de mí.
Viendo que mi hermano pequeño era feliz yo dejaba que los mas pícaros bromearan acerca de mis rotundas formas con una sonrisa tonta en los labios, como haciendo ver que no me enteraba de sus gracias, o que estas no me afectaban en absoluto.
Pero pronto empece a notar como rozaban mi cuerpo con los suyos, de forma mas o menos disimulada, cada vez que podían.
Mientras ellos ensayaban yo procuraba ordenar un poco la tienda y el almacén, provocando con mis continuos paseos su lascivia.
Sobre todo cuando tenía que colocar algo en según que estanterías y les mostraba brevemente mi ropa interior por debajo de mis reducidas minifaldas.
Creo que para algunos tunos era una especie de orgullo el averiguar antes que los demás que llevaba puesto ese día.
De todas formas, como hacía ya algún tiempo que había perdido mi virginidad a manos de mi novio, no le daba la más mínima importancia a sus picardías; al contrario, me divertía viendo como se esforzaban día tras día para poder ver el color de mi ropa interior.
Solo me preocupaban dos o tres de los más veteranos, pues estos, a la que podían, me palmeaba o pellizcaban el trasero, haciéndolo pasar por una broma.
Uno de ellos llego incluso a simular una caída, para poder coger un pecho, con ambas manos, delante de todos los tunos.
Me sentí muy violenta, no solo por la confianza con que me lo estrujaba, sino por la excitación que veía en los demás.
Al final di por buenas todas estas tonterías cuando accedieron a que mi hermano pasara la semana de iniciación, junto con otros chicos, como condición indispensable para llegar a ser tuno, después de varias pruebas.
Capítulo II
Al principio no quise saber nada de las pruebas, pues sabía que les harían hacer todo tipo de novatadas, y no quería sufrir viendo lo mal que lo iba a pasar mi hermano.
Pero una noche nos llamó uno de los tunos más veteranos, a una hora bastante intempestiva, para pedirme que les fuera a recoger con mi coche, ya que ni mi hermano pequeño, ni el novato que les había llevado en su coche, estaban en condiciones de volver a casa solos.
Yo, después de tranquilizar a mi madre, fui a buscarles a un pueblo cercano, en cuyas fiestas habían estado tocando los tunos toda la noche.
Cuando les encontré estaban los cinco, borrachos como una cuba, cantando, como buenamente podían en una pequeña plazoleta junto al coche del chico que les había traído.
Este se negó a venir con nosotros, pues no quería dejar su coche solo, y me lleve a los otros cuatro en el mío a la ciudad.
Mi hermano se quedo dormido nada mas sentarse en el asiento del copiloto, pero los otros, aprovechando el anonimato que les daba la oscuridad de la carretera, empezaron a meterme mano desde atrás.
No sirvió de nada que les amenazara con echarles fuera del automóvil, ya que el alcohol les daba el coraje suficiente para hacerse los sordos; así que decidí que lo mejor que podía hacer era ignorarlos, y concentrarme en la carretera, para llegar lo antes posible a casa.
Pase un viaje de lo más asqueroso pues, al llevar puesto solo un ligero vestido de verano, como de costumbre sin ningún tipo de sujetador, sus ansiosas manos podían alcanzar cualquier parte de mi cuerpo con relativa facilidad.
Tres tunos se dedicaron a tocarme los pechos, acariciándomelos y estrujándomelos sin ninguna consideración, hasta que consiguieron endurecer mis sensibles pezones.
Debido a su espectacular grosor estos pronto se convirtieron en su blanco favorito, así que se ensañaron a gusto con ellos, a base de darles pequeños pellizcos, muy dolorosos, durante todo el camino.
Pero hubo un tuno que prefirió luchar contra mis piernas para conseguir, tras muchos esfuerzos, meter una de sus largas manazas dentro de mis braguitas; así, el afortunado, pudo manosear, bastante rudamente, mi sagrada intimidad, el resto del viaje.
Cuando por fin llegue a casa estaba tan enfadada con ellos por su sucio comportamiento que me negué a llevarles a sus casas, y les obligue a irse andando desde allí, aun sabiendo que algunos vivían casi en la otra punta de la ciudad.
Mi madre me ayudo a meter en la cama a mi hermanito y, al día siguiente, le dio una buena bronca; que no fue muy dura porque a las dos nos daba un poco de pena, y de risa, ver la tremenda jaqueca que tenia.
Capítulo III: voyeur
El castigo de mi hermano les sirvió como excusa a los tunos para quedarse a dormir en nuestra casa, aprovechando que mi madre había salido de viaje a Madrid por unos días, para que los novatos hicieran una sesión de espiritismo, con el fin de invocar a los tunos de todos los tiempos.
No se como lo hizo, pero el caso es que mi hermano consiguió convencerme, como de costumbre, y esa noche tuve a todos los tunos haciendo el payaso dentro de mi casa.
La verdad es que se portaron relativamente bien, encargándose ellos de todos los detalles relativos a la cena.
Solo me enfade de verdad con los chicos cuando después del postre empezaron a descorchar las botellas de champan que habían traído como si estuvieran en las carreras, poniéndolo todo perdido de liquido espumoso.
No me irrito tanto el hecho de que me tomaran como blanco predilecto, haciendo que mi fino camisón se transparentara por completo, pegándose a mis generosos pechos de tal manera que parecía que iba prácticamente desnuda, como el que pusieran casi toda la cocina perdida.
Solo me calme un poco cuando mi hermano se comprometió a dejarlo todo reluciente al día siguiente, antes de que se fueran sus amigos de casa.
Esa noche preferí acostarme bastante temprano, no solo por no tener que soportar por mas tiempo las intensas miradas que dedicaban los chicos a mi anatomía, asi como sus constantes piropos y groserías, sino porque, cosa rara en mi, tenia muchisimo sueño.
A la mañana siguiente me desperté con un fuerte dolor de cabeza y con todo el cuerpo oliendo desagradablemente a sudor, a pesar de haberme duchado antes de acostarme.
Me lleve una enorme sorpresa al ver a mi hermano pequeño, sentado en una silla, junto a mi cama, dando cabezadas.
No me costó mucho imaginarme lo que había pasado realmente, que esa panda de sucios bribones me había puesto algún somnífero en la cena para poder aprovecharse de mí; y mi hermano, a poco que le apreté las clavijas, me lo confesó todo.
Me aseguro que él no sabía nada y que, en cuando se enteró, se quedó a mi lado durante toda la noche para evitar que abusaran de mí.
Aunque me compadecí de sus enormes ojeras, y le prometí no decírselo a nadie, sabía que no me estaba diciendo toda la verdad; ya que yo sospechaba que esa noche había pasado algo mas, que él no me quería contar.
A los tunos no les volví a ver el pelo hasta el día de la última prueba, la de la cabina.
Esa mañana vinieron dos de los tunos más veteranos a la tienda cuando me quede sola, y me pidieron que participara en dicha prueba.
Me negué en redondo, sobre todo cuando supo que consistía en que tenían que entrar todos los tunos novatos en una cabina, junto con algún tuno veterano como juez, como buenamente pudieran, y tenían que hacer cada uno de ellos una prueba, que les dictaban por teléfono desde otra cabina cercana a esa.
Cuando por fin se convencieron de que no estaba dispuesta a servirles de diversión me dieron un sobre y se marcharon enseguida, sin decirme nada más.
En el sobre solo había dos pequeñas fotografías polaroid, de esas que son instantáneas, y que no necesitan revelado.
En la primera se me veía durmiendo en mi cama, completamente destapada y con mi descarado camisón rosa de seda subido hasta la cintura.
La foto estaba tomada muy de cerca, para que se vieran bien tanto las pícaras braguitas blancas, como un buen manojo de oscuros rizos rebeldes que asomaban por ambos lados de la pícara prenda.
Cuanto más miraba la foto más convencida estaba de que alguno de ellos se había entretenido en liberarlos de su encierro, metiendo las manos donde no debía; pues no era normal que mi espesa mata asomara de una manera tan espectacular fuera de la exigua prenda.
Y en la otra foto aún era peor, pues me habían bajado además las tirantas del camisón, para dejar totalmente al descubierto mis grandes y firmes senos, con sus oscuros pezones en primer plano.
Deseaba de todo corazón que la rígida dureza de que hacían gala mis enormes fresones se debiera únicamente al frío de la noche, y no a las manos, o puede que las bocas, de los tunos que se habían aprovechado tan frívolamente de mi sueño provocado.
Había también una nota escrita a máquina en la que me recordaban que faltaban otras diez fotos mas, aun más pícaras, como mi hermano podía atestiguar; y que me las darían todas esa noche, si accedía a entrar en la cabina, cuando terminaran la última prueba.
Como supondrán fui corriendo a mi casa y mi hermano, llorando, me contó lo que no me había dicho aún sobre la noche que se quedaron en casa.
Según me dijo, cuando vino a darse cuenta de que faltaban algunos de los tunos más veteranos, estos ya llevaban un buen rato metidos en mi dormitorio.
Cuando por fin les encontró ya estaban acabando la sesión fotográfica, mientras se aprovechaban de mí total desnudez.
Pues, mientras uno de los tunos se encargaba de las fotografías, los demás tunantes, nunca mejor dicho, me besaban y metían mano a conciencia por todas partes mientras me cambiaban de postura en la cama; divirtiéndose con los objetos, e incluso alimentos, que introducían insidiosamente en los acogedores orificios que habían estado utilizado sin piedad.
Él pobre solo pudo evitar, bajo amenazas, que sus amigos me violaran, como era su intención, después de hacerme las doce fotografías.
Pero no pudo evitar que se quedaran con las fotos como recuerdo; ni que me toquetearan todos, incluidos los novatos, como prueba de iniciación.
Luego, cuando todos los chicos hubieron demostrado su habilidad táctil, haciéndome alcanzar un orgasmo, como mínimo, por riguroso turno, mientras los demás le ayudaban acariciándome bien a fondo por todas partes, mi hermano consiguió por fin que se marcharan de mi dormitorio.
Después se quedó toda la noche, velándome, por si alguno de los muchachos cambiaba de idea y decidía volver a rematar la jugada.
En cuanto supe lo sucedido, mi primera intención fue la de denunciarles a la policía; o decírselo a mi novio, para que les diera una paliza.
Pero, dado que mi hermano pequeño había participado también en los hechos, me lo tuve que pensar bastante.
Al final decidí que lo mejor era participar en el chantaje; y, si no cumplían su parte, dejar que mi novio y sus amigos se enteraran de lo que había pasado, y que tomarán las medidas oportunas.
Pues, conociendo lo brutos que son estos, sabia que los tunos lo iban a pasar muy mal.
Capítulo IV
Esa noche vinieron a recogernos dos de los más veteranos para acompañarnos hasta el apartado parque en el que se iba a realizar la prueba.
Antes de salir de casa, mientras mi hermano se vestía de tuno, uno de ellos me obligó a subir a cambiarme de ropa; haciendo que me pusiera un ajustado vestido de minifalda, con una cremallera por delante, en lugar de los vaqueros que pensaba llevar.
Pues era un conjunto que a todos les gustaba mucho.
No me hizo ninguna gracia su petición, pues ya suponía lo que me esperaba en la famosa cabina, pero tuve que acceder; aunque, eso sí, me juraron que no habría más fotografías.
Fuimos los últimos en llegar, y ya todos nos esperaban ansiosamente, vestidos de tuno, como era de ley, para empezar la última prueba.
Primero entraron mi hermano pequeño y dos de los novatos, después me toco el turno a mi, y después los tres novatos que faltaban, junto con algunos veteranos voluntarios, a los que no llegue a ver bien en ningún momento porque procuraban estar detrás mío todo el tiempo.
Estábamos tan apretados dentro de la cabina que preferí preocuparme mas de aguantar el equilibrio que de las manos, y lo que no eran las manos, que empezaba ya a notar por los lugares más insólitos de mi anatomía.
Pronto sonó el teléfono de la cabina y uno de los novatos se encargó de descorgarlo y avisar al tuno solicitado para que lo cogiera como pudiera, y supiera cuál era su prueba.
Para empezar el primer tuno fue obligado a quedarse mi sujetador como recuerdo.
Lo cierto es que el apurado jovencito no aprovechó demasiado su oportunidad mientras me lo quitaba, limitándose a algún que otro achuchón sin importancia, pero una vez que lo tuvo en su poder ya me quede con la cremallera abierta todo el tiempo; y ni que decir tiene que al final salí con ambos senos llenos de morados de tantos apretones, magreos, pellizcos, y hasta algún que otro ansioso mordisquito, como me dieron entre todos.
El siguiente tuvo que hacerse con mis bragas, aunque para ello me las tuvo que romper, pues estaba tan abierta de piernas que no me las podía sacar de ninguna otra forma.
A esas alturas la cabina estaba ya tan llena de vaho que ni siquiera se veía la calle, y yo empezaba a gozar de la insólita y turbadora situación.
Digo esto porque uno de los tunos que estaba agachado debajo de mi vestido me estaba chupando y lamiendo a conciencia la parte más sensible de mi cuerpo, demostrando ser un verdadero maestro con la lengua.
Había otro tuno que, desde atrás, estaba metiendo uno de sus largos dedos por mí hasta entonces virginal entrada posterior, consiguiendo introducirlo, totalmente, en su interior; después se dedico a hurgar con él, insidiosamente, hasta volverme medio loca de placer, enseñándome así nuevas formas de gozar, totalmente desconocidas por mi hasta la fecha.
Los demás novatos, mientras tanto, tuvieron que demostrar su arte, pintándome cosas indecentes en los pechos, el trasero, y los muslos, con rotuladores que habían escondido previamente por la cabina; firmando luego sus obras, para saber quien las había pintado.
Yo estaba tan a gusto, corriéndome una y otra vez en la multitud de ansiosas manos que pronto empezaron a explorar a conciencia mi acogedora gruta, sin olvidarse tampoco de mi trasero, que casi no me entere de lo que los demás me hacían.
Y, hasta que no llegue a casa no vi las tonterías que me habían dibujado por todas partes.
Recuerdo, eso sí, que mi hermano me dibujó una diana en el ombligo, con una larga flecha que iba directa a mi intimidad y que acababa de un modo bastante sospechoso en mitad de mi vello púbico.
La última llamada fue para mí, me dijeron que el sobre de las fotografías estaba pegado en el techo de la cabina, y que para cogerlo solo debía subirme sobre los nuevos tunos.
Así lo hice, sin que me preocupara ni lo más mínimo el hecho de que todos me volvieran a sobar a gusto, mientras me apoyaba en ellos, para alcanzar el dichoso sobre.
En cuanto lo tuve en mi poder se acabaron las pruebas, y pudimos salir, por fin, de la odiosa cabina.
La cual, cada vez que pasó por allí, me recuerda que no hay que fiarse nunca de los tunos.