Mujer madura I
Les empezaré contando que conocí a Gringa en una fiesta que los papás de un amigo ofrecían en su casa.
Ella es una mujer increíblemente hermosa a pesar de sus añitos encima (por lo menos más que yo que tengo 24).
Rubia de piel muy clara, cutis muy cuidado y limpio, cuerpo perfecto de lolas grandes, como a mí me gustan, caderas anchas, cintura finísima y una cola espectacular.
Pues bien, yo de principio quedé impactado y comentaba con mis amigos lo bella que era; mis amigos concordaban con lo que decía. Justamente me encontraba en la cocina cuando ella entró y sorprendido sonreía y le dije “buenas noches”, ella me respondió con un “hola”.
Yo me servía un vaso de ron y le pregunté si quería tomar algo. Me pidió que le sirviera un vodka bien cargado porque estaba resfriada y quería que se le pase aunque sea por un rato.
La noche pasaba y empezábamos a conversar, me presenté más formalmente y la saqué a bailar.
Cuando juntamos nuestros cuerpos, mezclados en pasos y piruetas, comencé a excitarme por la cercanía de su pecho y su pelvis. Supongo que ella habría notado también el roce de mi polla que estaba a mil y quería salir a cualquier costo.
Seguimos tomando, bailando y cruzando miradas, además de toqueteos corporales.
Ya la fiesta entraba en declive y mis amigos estaban por irse, me preguntaron que si iba con ellos y les contesté que sí; pero ella inmediatamente me pidió que la acompañase y tuve que despedirme de ellos (además me convenía, era noche de suerte).
Salimos de la casa y ella me besó, me acarició el cabello y dijo que era muy lindo. Yo correspondía con lo que podía.
Caminamos un buen rato hasta que hicimos parar un taxi y al ir a su casa pasamos por una licorería a comprar dos botellas de vino.
Hasta llegar a su casa nuestros labios entablaron más cercanía y mis manos ya comprobaban los contornos de su cuerpo.
Ella me frotaba la polla que aún era prisionera dentro de mi pantalón.
Subimos a su departamento y mientras yo descorchaba las botellas de vino, ella “se ponía más cómoda”. Me sentí como en mi casa pues serví el vino en unas copas de gran lujo, ambienté la velada con música romántica, apagué las luces y encendí tres velas de color verde que encontré en la mesa del comedor.
Yo no podía creer que eso me estaba sucediendo; pero sí me encantaba la idea de poderlo vivir.
Empecé a quitarme la chaqueta que llevaba y me senté junto al equipo de sonido.
Bajo la luz tenue divisé un disco de boleros y cuando comenzó la primera canción sentí las manos de gringa que delicadamente me acariciaban la cabeza, luego los hombros, los brazos, hasta mi pecho.
Me di la vuelta y mis ojos se posaron en esa figura magistral; mi pensamiento quedó bloqueado ante la despampanante visión: cabello mojado y peinado hacia atrás, ojos celestes que invitan a la locura, boca roja de pasión, y sobre su cuerpo un suave y delicado baby-doll que dejaba ver por su transparencia las más delicadas y finas formas que hasta entonces estaban ante mí.
Noté el ámbar de su piel corpórea adornada por matices rozados en los pechos, sus pezones denotaban aún más los redondos globos que se escondían debajo de ese atuendo y al final del traje, entre encajes y ligas, advertí la selva negra llamando al tenaz explorador que sin temor quiere internarse en lo más profundo para descubrir los ansiados tesoros.
No me hice esperar más y cogiéndola del brazo la acerqué a mi boca para fundirnos en un desenfrenado beso, recorrí sus dientes, paladar, interior de los labios y lengua.
Ella me consentía con iguales movimientos y compartíamos caricias que se iniciaban en la cabeza y continuaban su recorrido por todas las zonas erógenas que nos involucraban.
Yo le tocaba todo el cuerpo y me detenía especialmente en sus senos, le pellizcaba los pezones, se los movía de arriba abajo, de izquierda a derecha, los empujaba; mi otra mano recorría sus nalgas y su hirviente conejo.
Jugamos un poco más y cuando ya empezábamos a desenfrenarnos, pasamos a su habitación.
La luz de las lámparas era muy baja, la cama amplia y de color blanco, la ropa de ella tirada en el piso, el aroma de pasión se concentraba y el fuego interno me llevaba a mil.
Antes de dar rienda suelta a nuestros afectos, volví al living a recoger el vino y la cajetilla de cigarros, también dos velas.
Llegué a la habitación y vi a gringa recostada en la cama, con el lazo derecho del brasier caído.
Ella me instó a desvestirme y lentamente me iba quitando la camisa, me arrimé a la cama y bajé mis pantalones, me arrodillé, la besé y bajé completamente los lazos del brasier que cayó hasta el ombligo.
Ella me tumbó y comenzó a besarme, descendiendo de mi boca, pasando por mi pecho, abdomen, pelvis, terminando en mi cañón.
Yo estaba a full y quería someterla a mi juego.
Entonces bajó mis boxers y disparada como proyectil buscando blanco saltó mi herramienta, la sostuvo en su mano, hizo un movimiento de vaivén, la sacudió, la meneó de arriba abajo y se la tragó casi completamente.
No lo podía creer pues esa era la primera mamada que me daban en mi casta vida.
Sus labios hacían el efecto de sube y baja y su lengua me masajeaba internamente, algunos instantes sentía la profundidad de su garganta que colapsaba con su campanilla.
Me cachondeaba cada vez más y mis latidos se aceleraban, el pito se me hinchaba, dilataba y anunciaba el fin.
Llegó y sabiamente ella lo saboreó, lo hizo descender por sus montañas gemelas y se inundó el abdomen; yo contemplaba el espectáculo sin aún entender lo que ocurría, mi vista se mantenía en su cuerpo bañado por un jugo blanquecino que por cierto era de mi cosecha.
Me repuse e insinué que me lanzaba a la aventura, ella sonrió y se arqueó de espaldas; con una sonrisa más pícara me invitó a la casería.
Comencé a besarle los pies, subí por sus piernas, amagué el pantanal de amor, continué clavando mi lengua filosa en el pequeño ombligo, deslicé aún mis papilas por su plexo, llegué a las sinuosidades esponjosas, saboreé los picos del volcán que se teñían en arenas rojizas cual lava en erupción, escalé con esmero y dedicación esas serranías, las conocí como la palma de mi mano, viajé más adelante y dulcemente probé su encandilante cuello hasta producirle un estremecimiento que por poco me desequilibra, llegué a su lóbulo y escudriñé en su oreja.
La fascinante travesía produjo que mi amante rubia enardeciera y llegue a suplicar por la estocada; pero lo que ella desconocía es que me faltaba mucho camino por recorrer.
Reinicié la caminata y conduje a mi boca hasta la entrada principal de la afiebrada selva, caí entre peñascos y manantiales de placer, bebí a la orilla de ríos con cauces interminables y de sabores exquisitos que se confundían entre dulces y amargos.
Detuve mi marcha un instante para observar la actitud que gringa ponía frente a todo esto, ella gemía y se tocaba los senos, sus ojos cerrados y sus labios pronunciaban «sigue, no te detengas».
Aunque me detuve luego incursioné en las concavidades más alejadas, mi convertida en experta lengua dio tumbos completos por las paredes de su vagina sin menospreciar las carnes de su clítoris erecto.
Chorros de excitación se discurrían entre las sábanas y mi boca, tocando mi barbilla.
Se produjo el primer clímax y agotada exhaló fuertemente Ahhhh…
Me supuse que estaba lista para la faena y terminando ya con mi exploración oral, deduje que era el turno de “pepito el entusiasta”, así que lo preparé y mientras le colocaba el sombrerito, ella me detuvo y dijo que lo quería dentro y sin ningún forro alterno; me quité el sombrero y con calma toqué sus labios mayores, la vulva, el clítoris y sin dubitaciones ensarté a mi amiguito en lo más recóndito de aquella cueva, esto provocó que gringa profiriera un alarido de proporciones, se aferró a mi espalda y empezamos el armonioso compás de una mecedora: mete y saca, mete y saca, mete…
Ella estaba echada y yo encima suyo, nuestras caderas y pelvis estaban unidas en una sola combinación, se sentía la lubricación que ella emanaba desde su fuente para permitir el gran desplazamiento de mi compañero, el mismo que afanado en el trabajo repartía estocadas que a ambos nos escalofriaban.
Estaba sujetado a ella ya que sus piernas enlazaban mi cuerpo cual llave de lucha libre y a cada movimiento de penetración, me empujaba con la fuerza de sus pies.
Jadeábamos, gritábamos y juntábamos nuestra piel para producir un sofocante calor corpóreo.
Yo me sujetaba, cual niño de su juguete favorito, de sus tetas, las movía, las chupaba, las mordía, estrujaba, etc. y ella me pedía que la llenase con mi leche, que la partiera en mil, que la jodiera hasta el fondo y que clavase mi bandera en la cima del monte escudriñado.
A punto estaba de chorrearme cuando sentí el segundo orgasmo de ella, yo lo deseaba también, segundos después vacié el contenido de mi lecherito en la sedienta gruta de mi poseída, que por cierto lo sintió tanto que pensaba iba a inundarse, pero bien que me exprimió hasta la última gota.
Bajé mi cabeza junto a sus carnosas tetas, estaba sediento pues el esfuerzo me consumía, me separé notando la flacidez de mi pene y la extasiada mujer que reposaba en el lecho, serví el vino, lo probé y volviendo a sentame junto a su cuerpo derramé un chorro en su boca, en sus senos, en su abdomen, hasta su ingle.
Pasé a lamer y relamer todo ese néctar esparcido por su cuerpo, ella deliraba de excitación y empezaba a contagiarme pues sentía nuevamente el crecer de mi pene.
Decidí probar el oculto sitio de las mujeres y que tanto las hace enloquecer cuando las tocas, la preparé, le dí una vuelta y empezando a jugar con mis dedos, empezaba a lubricar su ano.
Mientras besaba su cuello y espalda, mis manos ensayaban caricias muy íntimas, primero un dedo se sumergió en su vagina y hurgueteó todo lo profundo, después probé dos y llegué a introducirle tres; hice un doblete cuando metí uno en su vagina y otro en su ano, ese instante se balanceó muy desordenadamente y me suplicó que la penetrase por atrás.
La posición fue de cuatro apoyos y sin mayores recaudos acerqué el instrumento para clavarlo como si fuese el clavo principal que atraviesa la madera de una importante construcción.
Le abrí las nalgas, palpé el hoyuelo, preparé, apunté, hice fuego e impacté; el combate fue rudo y sangriento, los primeros choques resistieron el avance del enemigo; pero poco a poco libramos la batalla hasta conseguir la victoria.
El héroe combatía solo y siempre estaba atento a las órdenes y coordenadas que se le instruía desde la base.
Y llegó el momento de la rendición, entonces se escucharon los susurros y gritos de rendición.
Yo alcancé a vaciar todo mi veneno dentro de aquella trinchera y fui bajando la intensidad del meneo hasta tendernos extenuados sobre el lecho de amor.
Nos acomodamos de costado, ella delante de mí, sujetó mi pene y lo reposó entre sus nalgas.
Encendió dos cigarrillos, me pasó uno, bebimos el resto de vino que quedaba, apagamos los puchos y abrazados dormimos.
Al promediar las ocho de la mañana me despertó para que me vaya pues sus hijas estaban por llegar; pero quedamos de hablar por teléfono para concertar otra cita.
Me vestí, la besé y salí de sus casa.
Cuando llegué a mi casa marqué su número de teléfono y decidimos volvernos a ver esa misma noche; pero ese es asunto que les contaré en la próxima entrega de este material pues ya me puse muy cachondo al escribir este relato y necesito ahogar mi excitación.