Bruno

1-II-00 Sevilla

Si, hoy ha sido un buen día. Siempre, cuando espero en la cama a que vengan los sueños, me gusta hacer un repaso de lo que ha sido mi pasado reciente.

Hago esto desde que me di cuenta de que remontarme demasiado atrás en el tiempo, a cuando era “normal”, suponía un doloroso acto de regresión, más castrador aún que mi propia realidad.

Desde que noté, antes casi de estar despierto, que algunos rayos de luz entraban por la ventana de mi habitación calentándome agradablemente la cama supe que hoy sería un buen día.

Cuando hube disfrutado un poco de esta sensación irrumpió como un torbellino Sara, como todas las mañanas.

-¡Venga Bruno, que hoy tenemos cosas que celebrar!-Hasta ese momento no había recordado que hoy saldrían las notas finales de la única asignatura que me faltaba aprobar para terminar mis estudios de psicología.

Sara es, sin duda, la mejor que he tenido nunca y además sin su ayuda me hubiera sido imposible continuar con mis estudios.

Fue Felipe quien me habló de ella: ”No tiene ni idea de nada, tío, pero tiene un culo y un par de tetas…” Evidentemente, Felipe se equivocaba en lo que no se refería a su cuerpo, pues Sara, sin llegar a ser muy inteligente, es la persona más intuitiva que jamás he conocido.

– Hoy te vas a poner elegante, te he sacado un traje y la corbata de seda, ¿te parece bien?

Sí, me parecía bien, pero de todas formas nunca había diferido lo más mínimo con ella y, por otro lado, hubiese sido totalmente absurdo hacerlo.

Una vez vestido y desayunado, nos encaminamos a la Facultad en mi furgoneta.

Es cómoda mi furgoneta, pero no consigo dejar de marearme siempre que me monto, sobre todo en días tan fríos como éste, o me congelo, o me mareo y, la verdad, prefiero marearme.

Es extraño, no entiendo por qué nunca me pongo nervioso. A mi alrededor, delante del tablón de calificaciones, no paro de escuchar gritos, llantos y otra serie de ridículas expresiones desesperadas de nervios.

Supongo que yo no estoy así porque soy consciente de que nunca ejerceré la profesión para la que he estudiado, aunque reconozco que esos malditos exámenes orales han sido una pesadilla.

-¡Aquí está, Bruno Aguilar!- Se detiene un momento, tira de un anuncio que había en la pared (no sé para qué) y grita: “!Campeón, un siete, has sacado un siete, uuuhh!”. Todo esto me lo decía a un centímetro de mi cara, tan cerca de mí que podía oler su aliento a café del desayuno, tan caliente como recién hecho y mucho más dulce de lo que yo mismo lo recordaba.

-¿Estás segura, Sara?- Pues claro que lo estaba. Por primera vez en mi vida no supe qué decir, Sara siempre estaba segura de las cosas importantes, pero yo seguía sin saber qué decir y metiendo la pata: “!Pues dame un beso con lengua, cariño!”

– Bruno, no empieces – Me contestó acariciándome las mejillas.

Nunca me besa, y no sé porqué pero nunca ha querido hacerlo y no lo entiendo, siempre me han dicho que no soy feo, e incluso que tengo una dentadura sana y bonita, mi dentista dice que tengo sonrisa de anuncio de chicles.

No sé muy bien qué quiere decir eso, pero me consta que es un buen piropo.

Pero a lo que vamos, que Sara nunca me besa y yo me muero de ganas, pues cuando me besa en la cara noto la calidez de sus labios y me pongo enfermo.

Algunas veces he llegado a tocarlos con los míos en falsas equivocaciones y ha sido suficiente para saciar un poco la sed que tengo de sus besos, que crece y crece, aunque soy consciente de que esta es una fruta tan prohibida para mí como ejercer de psicólogo.

Nos hemos vuelto a montar en mi furgoneta y hemos ido al gimnasio.

A Sara le gusta decir que vamos al entrenamiento ya que en uno de los libros que me ha tenido que leer sobre motivación, había un capítulo dedicado a la importancia que, para personas faltas de motivación, tiene las distintas formas de llamar a la misma cosa, con la intención de hacer que las situaciones cambien de signo sólo nominándolas de otra manera.

Tiene memoria Sarita, sí señor.

Ella lo llama así y no va muy desencaminada, pues me cansa bastante esto de hacer diez series de cinco minutos de flote.

Me ofrecen ayuda, pero yo siempre me niego, y aún es más complicado cuando a mi alrededor hay veinte personas haciendo estúpidos largos, uno detrás de otro, sin permitir que el agua se esté quieta un momento.

Pero, al menos, salgo siempre muy relajado, que es el objetivo de mi “entrenamiento”.

Al salir de la ducha, donde estuve charlando con Juan, mi monitor, que me felicitó por mi licenciatura, tuve que ir al servicio y, una vez más, se ha tenido que comer el marrón Juanillo.

Es buen tío, pero un poco fantasma. Hoy me ha dicho que Sara le mira mucho y me he tenido que poner serio con él:

– Mira, Juan, no te lo tomes a mal, pero como yo me entere de que le pones una sola mano encima, te corto las pelotas ¿entendido?- Le he dicho sin levantar la cabeza mientras me caía agua casi hirviendo por el cogote en mi obligada segunda ducha de la mañana.

– Bueno, hombre, no te enfades que hoy es tu gran día – Me contestó sin dejar ver su miedo por mi amenaza.

– No pasa nada, sécate y dile a Sara que entre si no hay nadie más por aquí.

Estuve esperando un ratillo y entró de nuevo mi torbellino.

– ¿Qué tal, Brunillo? – Me preguntó curiosa como siempre.

– Perfecto – Contesté – ¿Nos vamos de borrachera? – Casi le supliqué entre dientes.

– Pues claro ¿qué esperabas?- Concedió ella sin dudar un instante.

Hemos estado en “ El Bartolo” más de cuatro horas, cinco montaditos y quince cañas.

Cuando hemos llegado a casa hemos estado riéndonos de mi conversación con Juan delante de un café y un porrito, al poco, nos ha entrado sueño, así que nos hemos echado un rato en mi cama. Muchas veces, si no estamos enfadados, Sara se acuesta conmigo a dormir la siesta.

Dormir, lo que se dice dormir, sólo duerme ella, pues yo nunca dejo que el sueño me arrebate la constancia de estar con esta mujer en la cama sólo con ropa interior, así que cuando creo que se ha dormido, me giro sigiloso hacia ella para poder olerle el pelo y lanzarle besos furtivos con la complicidad de su sueño, que por supuesto acaba siendo el mío despierto.

Cuando al menos llevábamos dos horas en la misma situación, no sé por qué el reloj del salón ha sonado tres veces, me he visto sorprendido por una erección brutal y, quizá escudándome en la irresponsabilidad etílica, he empezado a frotar mi pene suavemente contra el cuerpo de Sara, cada vez que ella se movía o hacía algún ruido me quedaba completamente inmóvil y perdía la respiración por un momento.

Así he seguido otro buen rato hasta que, de repente, Sara ha cambiado de postura dejando caer una mano por detrás de su espalda, justo entre mi pene y su cuerpo.

En ese instante he pensado que había llegado demasiado lejos y cuando me disponía a cesar en mi turbulento intento, la mano de Sara ha empezado a colarse por dentro de mis calzoncillos.

En ese momento sí que me he quedado sin respiración y mis mejillas se han encendido como hierros en una fragua.

Sara no se volvía ni yo me quería mover mientras ella continuaba masturbándome lentamente.

El único sonido que se escuchaba era el de unos tímidos gemidos que emitía Sara coincidiendo con los cambios que sufría en mi erección, yo sólo notaba un placer cada vez más intenso, no por el simple medio del placer físico, sino por mi sensación de plenitud y fortaleza, mucho más intensa que ninguna erección anterior.

De pronto, entre más gemidos menos tímidos y más continuos, Sara ha dejado de masturbarme y se ha metido debajo de las sábanas.

No me lo podía creer, incluso en esta situación, he pensado que lo que iba a hacer era colocarme bien la entremetida o que, simplemente, buscaba alguna cosa.

Pero no, me ha quitado el calzoncillo y ha empezado a practicarme una felación infinitamente mejor que la mejor de mis felaciones imaginarias, ¿cómo iba a pensar yo que esa boca que Sara niega a la mía estuviese besando de esa forma tan suave y amorosa todo mi sexo?

Pensé en decir algo, pero no encontré, por segunda vez en mi vida y en el mismo día, absolutamente nada que pudiese sustituir ese silencio que ahora mis gemidos interrumpían muy a menudo.

Se acercaba el momento, y ahora sí me veía obligado a romper es silencio, pero… ¿qué?

No sé qué se dice en estas situaciones. Había oído películas porno y supongo que los guionistas de esas películas no sabrían tampoco qué decir en esta situación, así que decidí improvisar sobre la marcha:

-Sara – Susurré entrecortado con un mareo diferente al de mi furgoneta.

Ella seguía y me temí que no me hubiese escuchado, así que repetí:

-¡Sara! – No encontré el volumen correcto y esta vez grité.

-Ya, ya lo sé – Me respondió y no sé cómo porque no noté ninguna pausa.

Me recorrió un escalofrío espeluznante y me desbordé en su boca, no me pareció soez ni sucio, me pareció generoso, esa era mi lectura y la mandíbula me iba a estallar, me dolía la cabeza pero estaba disfrutando de los mejores momentos de mi vida.

Casi de una forma convulsiva noté cómo Sara se incorporaba y se arrodillaba sobre mí poniéndome una pierna a cada lado de la cabeza.

El olor que me llegaba era extraño, intenso pero curiosamente familiar, olía a ella pero mucho, olía a su boca, asu pelo, a sus manos, a su esencia y me la estaba ofreciendo.

No me dijo nada, así que comencé a besarla.

No sé cuánto tiempo estuve comiendo de su esencia, solo sé que la lengua empezaba a dolerme como me duelen los abdominales en el «entrenamiento».

Me hubiese gustado preguntarle si lo hacía bien o mal pero creo que sobraba la pregunta, los gemidos que salían ahora de su boca no parecían de ella, parecían pertenecer a un ser superior que hubiese entrado en su cuerpo.

Yo continuaba mi labor sin dejar ningún sitio sin visitar y centrándome en una zona que ascendía el volumen de Sara con cada una de mis incursiones.

Ha sido la primera vez que siento estar haciendo algo por ella y creo que ya era hora después de tanto tiempo y tanto como ella me ha dado a mi.

Me evadí. Pensé estar en un amar e incluso pensé que aquella zona en concreto era una isla donde yo retozaba bajo el sol.

De pronto, estando tumbado sobre la arena de la playa me sorprendió un maremoto que convirtió ese mar en océano. Como no podía ser de otra forma, me bebí ese océano salado saboreando hasta su última gota.

Sara se sentó de espaldas a mí y poco a poco cesaron sus gemidos y unos pequeños espasmos que empezaron después del maremoto.

-Es tarde, ¿necesitas algo o te vas a dormir ya?- Me preguntó mientras se levantaba todavía con la voz entrecortada.

-No, me voy a dormir ya- Me di cuenta de que la boca se me había quedado seca pero no quería molestarla- Vete ya si quieres.

-Bueno Bruno, descansa, mañana te veo ¿vale?

-Hasta mañana Sarita.

Y éste ha sido mi día, estoy aquí esperando a que me llegue el sueño con el sabor de Sara aún en los labios y verdaderamente feliz.

Creo que, pese a todo, en ocasiones un día puede ser fantástico.

Sobre todo aquellos en los que consigo olvidarme de que soy ciego y no tengo ni brazos ni piernas.

Sí, decididamente hoy ha sido un buen día y Sara es la mejor enfermera que he tenido nunca.