Cambio de planes

Lo primero que quiero que quede bien claro es que no soy un delincuente común, no voy por hay con una navaja asaltando a la gente… pero es que cuando te ponen las cosas tan a guevo…

Yo iba a mi rollo, con mis colegas, mi marcha y mis líos en el instituto.

No tenia, ni tengo, novia y con mis pajas y mis pelis porno me iba apañando. Hasta que la vecina de arriba nuestra, la del ático, se mudo y vino una nueva familia.

Antes de venir estuvieron una pila de currantes trabajando en la casa, levantando hasta el suelo para poner parcket y muchísimas cosas mas.

A mi me molestaba el ruido como a todos, pero si algo se me quedo grabada de esa obra era el dineral que tuvo que costar.

Luego se instalaron, y durante unas semanas no paso nada.

Durante el día mi madre, por lo visto, había hecho muy buenas migas con la nueva señora.

Esta, una cuarentona muy bajita y gordita, solo destacaba por su descomunal delantera, a la que pronto puse un par de «motes» muy graciosos.

Al callado de su esposo me lo cruce alguna que otra vez en el ascensor, y a su mocosa solo la vi de lejos un par de veces.

Mi madre, en las comidas, no dejaba de hablar de esta señora, de lo bien que vestía, de las joyas que lucia y de mil chuminadas mas, que ni a mi padre ni a mi nos interesaban…

Hasta aquella mañana, cuando me levante mas tarde porque faltaba uno de los profes, y vi desde el pasillo a mi madre charlando con la vecina en la entrada de mi casa.

Como yo iba medio en bolas permanecí oculto, tratando de llegar al water sin que ninguna de las dos marujas me vieran los gallumbos… pero me quede parado justo en la puerta, cuando escuche a la vecina pidiéndole a mi madre que guardara una copia de las llaves de su casa, por si algún día se las dejaba dentro.

No pude dejar de sonreír cuando oí a mi madre diciéndole a la señora que las escondería, por si las moscas, como si no supiera que su «escondite» era el viejo tarro que tenemos encima del aparador.

¿Qué habríais hecho vosotros con una oportunidad como esta?

Yo me pase los días siguientes dándole vueltas a la cabeza.

Era un robo tan fácil que me resultaba hasta extraño, pues solo tenia que entrar y abrir alguna de las ventanas que dan a la escalera o al patio de vecinos para que la policía sospechara que el ladrón entro por hay.

Y con lo que «limpiara» podría comprar pastillas durante meses, sin tener que pedir el dinero a mis padres, que ya estaban empezando a sospechar algo.

A ver, no es que sea un drogata, pero me mola tomar algo los fines de semana en la Disco, y así me podría salir de gorra el vicio.

Ya tenia la idea bastante clara, pero como suponía que pelas habría pocas en la casa, y que la ropa, las joyas y los electrodomésticos que pudiera coger no me servirían de mucho, decidí hablar con el «Toro».

Este es un colega mío, al que le llamamos así porque se gasta un rabo descomunal, del que esta muy orgulloso.

De hecho acababa de salir de la cárcel hacia un par de meses por exhibicionismo, ya que las monjas de un colegio cercano le denunciaron por andar enseñándole el rabo a las niñas cuando salían de clase.

Es un tipo enrollado y además es el que me pasa las pastillas habitualmente, así que le conté lo que tenia pensado.

El tío se mostró entusiasmado con la idea, sobre todo porque en el trullo había hecho unas cuantas amistades que nos podrían comprar casi todo lo que sacáramos de la casa, «hasta los muebles» me dijo riéndose, mientras charlábamos y bebíamos unas birras.

No tardamos mucho en planearlo todo.

Como el padre se llevaba a la mocosa al colegio bastante temprano, de camino que se iba a su curro, solo teníamos que esperar a que se fuera la esposa a la tienda en la que trabajaba de encargada y dispondríamos de toda la mañana para «disfrutar» de su vivienda, desvalijando lo que nos diera la gana.

Aunque las cosas no salieron como estaba previsto…

El día señalado estaba tumbado en la cama, tenso como un alambre, esperando ansioso oír como se marchaba la madre de una jodida vez.

Pues hacia casi una hora que había oído bajar el ascensor, señal de que el padre y la mocosa ya estaban camino del centro.

Nada mas escucharla llame a mi compinche por teléfono, citándonos para media hora después, no fuera que alguno se hubiera olvidado algo y regresara a buscarlo.

Les puedo asegurar que se me hizo eterno, sentado en la escalera frente a su puerta, con la llave en el bolsillo, después de haber hecho creer a mi madre que me iba al instituto.

El Toro, sin embargo, llego la mar de tranquilo, fumando un pitillo, y con la sonrisa en los labios.

Decidimos revisarlo todo en silencio antes de decidir que nos llevábamos y que dejábamos atrás, así que nos separamos para acabar cuanto antes.

Imagínense el susto que me lleve cuando al abrir la puerta de uno de los dormitorios me encontré a la mocosa sobando tan tranquila en su cama.

Cerré con muchísimo cuidado, y blanco como la pared me fui en busca del Toro.

Me lo encontré en el comedor, jugando entusiasmado con la carísima cámara de vídeo que había encontrado, mientras me decía las ganas que tenia de una como esa.

Cuando le dije al Toro que la jodía mocosa no había ido ese día al colegio y que estaba durmiendo en su cuarto, apenas se inmuto, y me pidió que le llevara hasta allí, en vez de salir pitando a la calle como era mi intención.

Una vez en el cuarto en penumbras de la niña me susurro que terminara de inspeccionar la casa, no fuéramos a encontrarnos con mas sorpresas.

Yo estaba cagadito, pero me fui a hacer lo que me dijo, porque suponía que el sabría lo que se llevaba entre manos.

Pero el muy bestia, en cuanto se quedo solo, no se le ocurrió otra cosa mejor que hacer que dejar la cámara en el suelo y destapar a la cría… porque le hacia mucha ilusión ver como le quedaba su pijamita infantil, según me contó luego.

La claridad que se filtraba por la ventana era mas que suficiente para ver que esta era un comino de chica, de entre 14 y 15 años, bajita, morena de pelo lacio… y con un par de tetas descomunales que, por lo visto, tensaban la tela del pijama de mala manera.

El Toro, sin pensárselo dos veces, le desabrocho rápidamente los cuatro botones de la camisa, dejando al aire los mejores melones que había visto en su vida.

No les exagero en absoluto, eran una maravilla, mucho mas grandes que los de la mayoría de las chicas que conocíamos, y tan duros y tiesos como los de las vigilantas de la playa.

Eran dignos de aparecer en la mejor revista de desnudos que ustedes se puedan imaginar.

El Toro asombrado, y extasiado, con su descubrimiento, utilizo la cámara para grabarla.

Este chisme es tan bueno que en el vídeo que tenemos, y a pesar de la poca claridad del cuarto, se pueden ver con total nitidez los maravillosos melones de la mocosa, con sus gruesos y llamativos pezones oscuros en unos increíbles primeros planos.

Como la chica estaba despatarrada boca arriba el Toro le alzo fácilmente los pantalones ante la cámara y, al ver que la cría no llevaba puestas tampoco las braguitas, se apresuro a bajárselos hasta medio muslo, para que se viera su bosquecillo oscuro y virginal nítidamente.

Justo en ese momento fue cuando irrumpí en la habitación, quedándome de una pieza, como se pueden imaginar, tanto por el espectacular cuerpazo que tenia delante como por la increíble osadía del Toro.

Mis ojos desorbitados iban de sus descomunales tetas al Toro una y otra vez, incapaz de reaccionar y sin saber que hacer.

Pero el Toro, excitado, y con la voz algo ronca, si tenia muy claro lo que quería…

Me tendió la cámara enseguida y me pidió en susurros que le grabara mientras metía mano a la pechugona durmiente.

Yo no lo tenia tan claro, pero accedí a regañadientes, ansioso por acabar cuanto antes y marcharnos zumbando de allí.

En el vídeo se aprecia como me temblaba el pulso y lo mal que se me daba enfocar con aquel chisme hasta que le cogí el truquillo.

Aun así se puede ver con bastante claridad lo que el Toro estaba haciendo…

Lo cierto es que el Toro empezó a acariciarla con bastante mas delicadeza de lo que yo habría supuesto, paseando sus manazas por esas magnificas tetas con gran maestría y resbalando sus dedos a través de su escasa mata de pelitos hasta deslizarlos por encima de sus rosados labios vaginales… pero pronto le invadió el deseo, y sus apretones se hicieron mas intensos y sus toqueteos muy obscenos.

El ver como sus gruesos pezones se erguían poco a poco entre sus dedos, destacándose sus dos enormes botones pardos hasta alcanzar casi los tres centímetros de alto le volvió medio loco y le impulso a tratar de meter uno de sus dedazos a través de la sonrosada abertura que empezaba a brillar a causa de los líquidos que rezumaban, y paso lo inevitable….

Que la chica se despertó por fin, agitando sus bracitos en un intento de apartar al Toro de encima y murmurando incoherencias mientras intentaba erguirse en la cama.

El Toro no se ando con chiquitas y la puso boca abajo antes de que la pobrecilla llegara a darse cuenta de lo que le pasaba, tapándole la cabeza con una almohada para acallar los gritos que muy pronto empezaríamos a oír y evitar de paso que nos viera la cara a ambos.

Salí escopeteado en busca de una de las cuerdas de tender la ropa que había visto en el patio y, mientras la desataba del tendedero, tuve la feliz idea de acordarme de una cosa que había visto en el dormitorio de los padres, y que me había hecho mucha gracia.

Mientras el toro le ataba las manos a la espalda yo le explique que el chisme que llevaba era un antifaz para dormir, que era opaco y que iría de perlas para que la aterrada cría no nos viera si le daba por sacar la cabeza de debajo de la almohada… aunque era algo poco probable dado que la pobre apenas si se atrevía a sollozar ante las continuas amenazas de muerte que no paraba de susurrarle el Toro al oído mientras la terminaba de atar.

La guinda la puso el mismo, al obligar a la chiquilla a abrir la boca para meterle dentro las diminutas braguitas azules que habíamos visto sobre una de las sillas.

Yo, inquieto a los pies de la cama, no veía el momento de salir por patas de allí, pero no podía dejar de mirar el tembloroso culito respingón de la mocosa.

El Toro no dejaba de pasar sus manazas una y otra vez por las pálidas medialunas desnudas, mientras seguía susurrándole cosas al oído. Yo no podía escucharle bien, pero lo que decía tenia que ser efectivo, porque cuando le dio la vuelta, volviéndola a poner boca arriba sobre la cama, la chiquilla se quedo tiesa como una tabla, a pesar de estar prácticamente desnuda.

En la habitación en penumbras solo se escuchaban sus apagados gemidos cada vez que el Toro le estrujaba algún pecho, o deslizaba los dedazos por su entrepierna, insensible a la débil resistencia que la pequeña ofrecía juntando sus muslos todo lo posible.

Cuando vi con cuanta ansia y placer chupaba el Toro de su pecho, arrodillado junto a ella, no pude resistirlo mas, y me acerque todo lo posible, hasta alcanzar la otra teta.

Era increíble, su tacto era tan suave como la piel de un bebe, y su dureza hacia que mis manos amasaran y apretaran cada vez con mayor frenesí.

Pero sin duda lo mejor de todo era su enorme pezón, tan largo como la falange de uno de mis dedos y tan duro como una alcayata, no me cansaba de estrujarlo entre mis dedos y tirar de el, provocando así los elocuentes gemidos de la pequeña, que decían bien a las claras cuan sensibles eran.

Me hubiera podido pasar toda la mañana jugando con ellos, sobre todo cuando el Toro se aparto y me dejo arrodillarme en su lugar, pudiendo así degustarlo por primera vez.

No crean que lo hizo por compañerismo, lo hizo porque el tío estaba ansioso por probar algo mucho mas sabroso… e intimo.

A pesar de tener ahora las dos gigantescas tetas solo para mi no podía dejar de mirar por el rabillo del ojo con que facilidad el Toro terminaba de despojar a la pequeña llorona de su pantaloncito de flores, sentándose luego a los pies de la cama, y separando todo lo posible sus pálidos muslos, para acceder con mayor facilidad a su cueva virginal.

Casi me atraganto con el pezón que estaba mordisqueando embelesado cuando la cría se tenso como un alambre al sentir el primer lengüetazo del Toro en su almejita.

Pronto pude seguir chupando sus deliciosas tetas con mas tranquilidad pues, aunque su respiración se volvió muchísimo mas agitada, la pequeña dejo de resistirse, limitándose a temblar y jadear ante los frenéticos lengüetazos que el Toro le estaba dando.

Me extraño pues que me hiciera señas de que quería volver a cambiar de sitio tan pronto, pero como también estaba deseando saborear su almejita me apresure a hacerlo.

Mientras me situaba el Toro puso a la mocosa de rodillas boca abajo en la cama, por lo que solo tuve que separarle un poco mas las piernas para tener toda su raja a mi alcance.

Así que me aferre a los pétreos cachetes de su culito y empece a lamer de arriba abajo como si me fuera la vida en ello.

Los continuos jadeos de la pequeña, y los sabrosos y cálidos fluidos que mi lengua encontraba en su estrecha cuevecita cada vez con mayor abundancia, indicaban bien a las claras lo efectivo de mi trabajo.

De lo cual se aprovecho el Toro, que había aprovechado para quitarse los pantalones y los calzoncillos y tenia su descomunal rabo desnudo y tieso como una viga a solo unos centímetros de su víctima indefensa.

Yo no lo vi, pues ya supondrán que estaba la mar de ocupado degustando su suculento conejito, pero mas tarde me contó con todo lujo de detalles lo que había hecho.

Empezó restregándole el descomunal nabo por la carita sonrosada y sudorosa y, al ver que no reaccionaba malamente, le saco las braguitas azules de la boca, amenazándola sin cesar con mil atrocidades si se atrevía a chillar o a morder lo que le iba a dar.

Luego, sujetando su carita con ambas manos, se sentó junto a ella, y empezó a deslizar la punta de su cipote por sus labios.

A base de ruegos y amenazas logro que abriera al fin su boquita pero, a pesar de los esfuerzos de la cría, apenas le cabía algo mas que el glande en su interior.

Eso si, lo que le cabía lo chupaba con un ansia frenética, como si le fuera la vida en ello.

El Toro, en el séptimo cielo, le sujetaba por el cogote con una mano mientras le manoseaba las tetas con la otra, pellizcando sus pezones sin piedad.

Sus manejos, unidos a mi voracidad, pronto arrancaron el primer orgasmo de la mocosa, muy largo y salvaje, porque quizás fuera el primero de su vida, el cual me bebí casi por completo, mientras estrujaba y palmeaba su pétreo culito llevado por la emoción.

Esta vez, cuando el Toro me volvió a pedir el cambio, accedí encantado, porque entre lamida y lamida ya había visto la tremenda mamada que le estaba pegando la mocosa, y yo no quería ser menos.

Así que cuando me senté en su lugar ya tenia los pantalones y los calzoncillos enrollados en los tobillos.

Supongo que la diferencia de tamaño debió de complacer a la chiquilla, pues en cuanto lo puse entre sus labios empezó a lamerme el rabo con un ansia insospechada.

Me puse sentado mirando hacia su culo, para poder coger un pecho en cada mano, y para ver de paso que hacia el Toro allí detrás.

No tenia que sujetarle la cabeza, pues ella sólita la subía y bajaba con un ritmo endiablado, tragándose la mitad de mi nabo en cada trago.

Mientras el Toro, de pie entre sus muslos separados acomodaba tranquilamente la punta lubrificada de su gigantesco chisme en la encharcada intimidad de la mocosa.

Aferrado a sus caderas la empalo lentamente, pero sin piedad, rasgando su inútil virginidad como si nada, hasta meterle mas de la mitad del rabo dentro.

La pequeña, medio asfixiada con mi poya, aullaba de dolor, meneando inútilmente sus caderas, pues ninguno de los dos le hacíamos el mas mínimo caso, entregados de lleno a nuestro propio placer.

Pronto empezó el vaivén, y las enculadas del Toro debían ser balsámicas, porque poco a poco fueron transformando su tremendo dolor en placer.

La mocosa dejo de quejarse al ratito y volvió a chupar mi nabo con renovado interés.

Para cuando los huevos del Toro empezaron a golpear sus muslos los gemidos que profería eran casi continuos y en cada cabezada notaba su naricilla restregándose contra la maraña de mi pubis, señal de que se estaba tragando mi rabo por completo.

Su orgasmo fue tan bestial y tan violento que provoco que yo me corriera en su garganta directamente y hasta juraría que ni se entero.

A diferencia de cuando se corrió el Toro, pues sus salvajes enculadas mientras lo hacia casi provocan que la mocosa vomitara lo que yo acababa de hacerle tragar.

Estábamos tan excitados los dos que no quisimos dejar tiempo ni para recuperarnos, ni falta que hacia, pues teníamos los rabos tan tiesos como cuando empezamos.

Así que volvimos a cambiar de posiciones, para que la chica limpiara bien a fondo el colosal cipote que la había desvirgado… y para que yo hiciera realidad mis sueños.

En cuanto vi que el Toro estaba en posición y que la chica se entregaba de lleno a tragar todo el rabo que podía, me aferre a sus prominentes melones, y apoye la punta de mi pringosa poya en el agujerito de su ojete… dispuesto a desflorarle el trasero.

Confieso que me sentí un poco decepcionado al ver que, una vez pasada la estrechez inicial, su culito acogía mi rabo sin apenas complicaciones.

Eso si, era tan estrecho y tan cálido que era una delicia apuñalarlo con mi estoque una y otra vez mientras estrujaba sus inmensos melones a manos llenas.

El Toro, excitado con lo que veía, y con la boquita que no dejaba de intentar tragarse su poya, decidió volverla a poseer de nuevo.

Para ello solo tuvo que mantener a la mocosa erguida unos instantes contra mi, mientras el se sentaba en el borde de la cama junto a mi.

Luego solo tuve que sujetarla por la cara interna de sus muslos y dejarla caer sobre la descomunal poya de mi colega, donde se empalo con una facilidad asombrosa.

Ella misma cruzo los pies a la espalda del Toro, por si sola, jadeando de placer mientras este empezaba a menear sus caderas.

Yo, que no me había salido en ningún momento de su culito, sentí como su estrechez se hacia casi insoportable, y como el frenético ritmo que imprimía el Toro me arrastraba de nuevo al orgasmo a marchas forzadas.

Le apretaba tanto los maravillosos melones que pensé que se los iba a arrancar, pero a la chiquilla, entregada a su propio gozo y placer, no parecía importarle, así como tampoco se quejaba de los continuos mordiscos que yo veía que el Toro le daba a sus destacados pezones, de los cuales tiraba y pellizcaba yo cada vez que podía.

Esta vez fui yo el primero en correrme, y estoy convencido de que mis ultimas culadas frenéticas fueron las que provocaron que ellos dos se corrieran casi al momento.

Eramos la viva estampa de la lujuria, chorreando en sudor y abrazados a la pequeña pechugona que aun trataba de recobrar la respiración.

Yo estaba exhausto, pero el Toro, haciendo honor a su apodo, aun tenia ganas de acabar lo que empezó, así que me hizo señas muy claras y concretas y me apresure a encender la luz mientras el volvía a colocar a la desmadejada chiquilla de rodillas boca abajo en el borde de la cama.

Mientras la chiquilla volvía a poner en forma su tieso mástil, lamiéndolo con devoción, yo prepare la cámara y, cuando la tuve lista, empezó el acto final.

A pesar de la facilidad con que su culito había acogido mi cipote pense que era del todo imposible que el descomunal rabo del Toro pudiera entrar, y las quejas y lamentos que profería la mocosa mientras este la sodomizaba así lo parecían confirmar… pero a base de culadas fue entrando poco a poco.

Yo, dando vueltas alrededor de ambos, sacaba unos planos increíbles de todo el polvo, y del cuerpo sudoroso y lleno de señales de la pequeña.

La cual esta vez se corrió la primera, chillando presa de su orgasmo mas violento, y creo que se volvió a correr cuando el Toro eyaculo en su interior por ultima vez, pero estaba ya tan agotada que no lo puedo asegurar.

Cuando la desatamos antes de irnos aun jadeaba con la respiración agitada. Eso si, solo nos llevamos la cinta del vídeo.

¿Qué porque les cuento todo esto? Porque son las 2 de la madrugada y aun sigo dándole vueltas a lo que paso cuando esta mañana abandonábamos su habitación.

Pude escuchar claramente como la pequeña susurraba con voz enronquecida que volviéramos pronto… que iba a estar malita toda la semana.