Vacaciones calentitas

¡Hola de nuevo! Soy otra vez el chico del Teruel que sí existe y quisiera contaros una aventura que me ocurrió el verano en el que cumplía 22 años.

En aquel entonces no salía con la que ahora es mi novia pero ya me iba la marcha a tope para mi atlético cuerpo, que mis sudores me costaba.

En esos tiempos era más tímido que ahora, he ido espabilando, pero mis atributos, léase mi polla, ya gozaban de un buen calibre.

Ni que decir tiene que los nombres que aparecen son absolutamente ficticios, aunque en este caso el peligro de reconocimiento es mínimo.

Todo sucedió ese verano estando de vacaciones en una playa de la Costa Dorada, en Tarragona.

No pensaba encontrar nada extraordinario en cuanto a ligues, todo normal, pues era, soy, un chico bastante tímido. Me alojaba en un hotel frente al mar.

Mi actividad era muy simple, levantarme, ducharme, bajar a desayunar e irme a la playa.

Tras unos cuantos baños y después de tomar el sol, vuelta al hotel, comida, siesta, salida a bares y pubs, tomar unas copas, cenar y de nuevo a la cama.

A pesar de todo y teniendo ya claro que iban a ser unas vacaciones muy tranquilas, estaba satisfecho con lo que hacía, pero también tengo que confesar que alguna noche no pude resistir la tentación de pelármela recordando alguna chica vista en la playa.

Pero una mañana cambió todo radicalmente.

Estaba en la playa, sentado en la arena sobre mi toalla, cuando vi que pasaban dos chicas de unos 20 años.

Las dos eran muy atractivas.

Una era rubia y llevaba un bikini azul y un pareo transparente que dejaba entrever que la braguita era tipo tanga.

La otra era morena y con bikini negro.

Tenían unas formas exuberantes.

Los pechos, apretados por el sujetador parecían querer escaparse de su presión y, los culos, cuya raja se tragaba la tira del bikini, eran de nalgas redondas y respingonas.

Las de la morena más grandes que las de su compañera.

Se pusieron a unos cinco metros de donde estaba yo y se tendieron para tomar el sol, la rubia ya sin el pareo.

Las estuve contemplando un rato hasta que, al final, me decidí y me acerqué a ellas.

Pensé que me iban a cortar rápido, pero el intento valía la pena.

Les pedí fuego. Una excusa tonta y muy manida, pero fue lo único que se me ocurrió.

Me dijeron que no fumaban pero, con cierta sorpresa por mi parte, aceptaron mi presencia y mi conversación.

A los pocos minutos me invitaron a sentarme con ellas.

Se llamaban Ingrid la rubia y Emma la morena.

Eran inglesas, hablaban bastante bien el castellano, llevaban un día de vacaciones y no conocían a nadie.

Quizá por eso aceptaron la amistad que yo les brindaba.

Pasamos toda la tarde hablando y bañándonos hasta que quedamos para vernos, sobre las diez de la noche y después de cenar, en un pub musical de los que yo ya conocía.

Cuando las vi de nuevo a la hora de la cita, en la que fueron de una puntualidad inglesa, me quedé helado. Iban supersexys.

Ingrid llevaba una camiseta y una falda amarilla que le tapaba justo unos centímetros más que el culo. Más tarde tuve la gran, y agradable, sorpresa de comprobar que no llevaba bragas.

Emma llevaba un diminuto top, de tiras muy finas, y también una minifalda pero negra y un tanga del mismo color. Las dos, era pura evidencia, sin sujetador.

Estuvimos un rato en el pub y yo ya estaba a cien. Bailé con las dos, dándome cuenta que no se cortaban ni un pelo en el sentido de que no protestaban si yo les metía mano.

Así fue como supe que Ingrid no llevaba bragas ya que, al meterle mano bajo su corta falda, encontré un peludo coño y, además, muy mojado.

Ellas hacían lo mismo conmigo, tocándome la polla por encima del pantalón mientras me besaban con lengua.

Acabé tan excitado tocando aquel coño desnudo, sobando sus firmes y buenas tetas y entrelazando mi lengua con las suyas, que las invité a ir a mi habitación del hotel a tomar otra copa.

No dijeron que no, al contrario, me cogieron de una mano las dos y así me llevaron fuera del local.

Camino del hotel íbamos cogidos los tres por la cintura como si fuéramos amigos de toda la vida.

Nos besábamos y yo, de vez en cuando, levantaba un poco sus faldas y, con el morbo que eso me daba, desnudaba sus culos en plena calle, para gozar sobando aquellas preciosas nalgas expuestas al aire.

Nada más entrar en la habitación empezaron a desnudarme y cuando mi polla, dura como una estaca, saltó al aire, me la cogieron y comenzaron a chupármela a dúo, alternando sus lenguas y sus labios.

Cuando una me chupaba la verga, la otra me lamía los cojones y luego se intercambiaban.

Era imposible de soportar. Suspiraba como si en ello se me fuera la vida, temiendo correrme de un momento a otro. Me estaba muriendo de gusto, casi literalmente.

Cuando vieron que mi resistencia estaba a punto de doblegarse, entre las dos me tendieron de espaldas sobre la cama.

Ingrid, sin perder tiempo, continuó chupándome la polla mientras que Emma se colocaba de tal forma que, a horcajadas sobre mi cara, pegaba su coño a mi boca para que se lo comiera.

Sin hacerme de rogar, saqué la lengua y empecé a lamer aquella húmeda raja de abajo a arriba, incluso alguna que otra vez llegando al agujero de su culo que también lamía, provocando que la chica lanzara profundos gritos de gusto.

Emma se corrió contra mi boca al menos, me pareció, dos veces, llenándomela de sus flujos vaginales, mientras Ingrid seguía haciéndome una mamada de campeonato.

Estaba tan emocionado, tan a gusto, que no me enteré de que Ingrid, dejando de mamármela, se ponía encima de mí.

Me enteré únicamente cuando sentí cómo mi polla entraba en su encharcado coño y de un solo golpe.

Primero lentamente, pero luego muy agitada, me cabalgaba dejando deslizar mi dura polla por su mojado coño.

Yo no podía gemir ya que el coño de su amiga me cubría la boca, pero todo mi cuerpo se retorcía presa de un intenso placer.

¡Así, así! ¡Qué gusto siento …! gritaba sin parar de cabalgarme. ¡Me corro otra vez …! ¡Ooooh …! ¡Sí, otra vez …!

Se corría como una loca y creo que, por los chillidos que de vez en cuando lanzaba, llegó a orgasmar tres o cuatro veces casi seguidas.

Entonces, viendo que yo aún no me había corrido, cambiaron de posición.

Ingrid me puso su coño, lleno de espesos jugos, en la boca para que se lo chupara mientras que Emma, agarrando mi tiesa verga, se la dirigía a su coño, no menos lleno de jugos vaginales por sus corridas gracias a mi lengua y labios.

Cuando Emma, tras cabalgarme con furia, empezó a gritar como una histérica que se corría, ya no aguanté más.

Mis huevos explotaron y toda mi leche salió disparada con fuerza hacia sus entrañas.

Acabamos los tres rotos sobre la cama, abrazados, besándonos y acariciándonos.

Aquella noche dormimos los tres en mi cama.

Me despertaron unas dulces caricias en mi polla.

Entre las dos, para darme los buenos días, estaban lamiéndome verga y huevos para excitarme.

Lo lograron en breves instantes, dejándome la polla más tiesa y dura que una barra de hierro.

Entonces hicieron lo mismo que la noche anterior, una pegó su coño a mi boca mientras la otra, se introducía mi polla en su coño y me cabalgaba cada vez con más furia.

Las dos se corrieron, al menos, un par de veces.

Luego cambiaron. Cuando la segunda me llenó la boca con sus jugos, eyaculé con furia, llenando el coño de la otra con abundante y espesa leche.

Nos duchamos los tres juntos, metidos en la bañera, acariciándonos, sobándonos a placer, pero mi verga, aunque lo intentaron, ya no respondió a sus caricias para levantármela.

Tras desayunar, bajamos a la playa para tomar el sol, refrescarnos y descansar para lo que vendría después.

Lo triste es que sólo les quedaban tres días de vacaciones, aunque los aprovechamos hasta las últimas consecuencias.

Hasta entonces, en mi vida, había follado tanto y tan bien.

Con todo el tiempo que ha pasado y con todo lo que he disfrutado después, hoy es el día que no las he olvidado y pienso que permanecerán para siempre en mi recuerdo.