Mis historias
Cada experiencia sexual es única en si misma pero hay circunstancias que hacen que ciertas situaciones no se repitan jamás.
Esas son las que pasan a formar parte de la mitología personal a la que uno recurre cuando la rutina o la falta de estimulo hacen perder brillo a la vida amatoria diaria.
La mayoría de la gente solemos recurrir a esas fantasías con mayor o menor frecuencia.
En algunos casos rebuscando en nuestra memoria encontramos esos episodios que por haberlos vivido personalmente tienen el aliciente del realismo que da la certeza de saber que ocurrió en realidad y la rememoración de los detalles.
En otras ocasiones el estimulo está en la novedad, en la recreación de hechos acaecidos a otros.
Sea como fuere la mente juega un factor importante en la consecución de la satisfacción sexual, bien utilizándola meramente como excitante o recurriendo a ella como base de conocimientos y experiencias.
Este extenso preámbulo viene a presentar una serie de narraciones, reales algunas y otras desarrolladas a partir de historias oídas o leídas, a las que acudo para la prolongación de una sexualidad amena y deleitable.
La primera se remonta a mis inicios sexuales.
Valga decir que desde entonces he aprendido a valorar los placeres exquisitos de la carne.
A modo de presentación diré simplemente que pertenezco al sexo masculino y soy heterosexual y por obvias razones uso un seudónimo.
Por motivos familiares que no vienen al caso me aliste voluntario en el ejercito a la edad de diecisiete años y sin haber tenido aun ningún encuentro sexual propiamente dicho.
Algún que otro escarceo con alguna chica que no había pasado de una febril «metida de mano».
Mi iniciación se produjo durante el tiempo que permanecí en filas pero el hecho no es digno de mención aunque si aclararé que no fue, como en el caso de algunos compañeros, «yéndome de putas».
Lo que sí marco realmente un hito en mi transición a la edad adulta fue el haber sido destinado al cuerpo de la policía militar dado que realicé servicios de vigilancia en las zonas llamadas «de alterne» visitando bares donde las camareras eran condescendientes con los clientes.
La finalidad de esas patrullas era impedir que el personal militar se metiera en conflictos con la población civil.
En nuestras rondas por los mismos locales llegamos a ser conocidos y saludados efusivamente por las chicas con las que ocasionalmente nos tomábamos alguna «libertad».
Finalizada la mili seguí frecuentando algunos de aquellos bares pasando algunas noches en compañía de mis viejas «amigas».
Fue así como conocí a Elena, una muchacha recién llegada de una pequeña ciudad de provincias y que por razones que más tarde me explico se vio empujada a la vida «nocturna».
Una de las chicas veteranas del lugar me presento con lisonjeras palabras
-Desde que se ha licenciado la PM no es lo que era. Los que vienen ahora son unos «estiraos».
A los diecinueve años tener una reputación es importante.
Había que estar a la altura. Inicié conversación con ella.
Sentado en el taburete alto ante la barra y ella al otro lado teníamos que inclinarnos el uno hacia el otro para poder oírnos por encima del ruido ambiental de las conversaciones y la música de fondo.
Al sesgarse mostró el contenido de su generoso escote y mi vista se dirigió hacia allí.
La iluminación del local favorecía la intimidad pero no me permitió ver el rubor de sus mejillas cuando alcé la vista pero si lo leí en sus ojos.
No estaba familiarizada todavía con su nuevo papel y aun sentía cierta vergüenza, pero su propósito era firme y estaba dispuesta a lo que fuera para salir adelante.
Haciendo acopio de valor tomó mi mano derecha y la sumergió en su escote.
Superando mi sorpresa inicial me apoderé de su pecho con avidez y lo tanteé dentro de la estrecha prisión de su vestido.
No llevaba sostén lo que me permitió examinarle con mano diestra el otro pecho mientras mi boca se unía a la suya en un ardiente y húmedo beso cargado de promesas.
Para poder seguir acaparando su atención tuve que invitarla a tomar una bebida ya que esta era la base del negocio de las chicas.
Seguí charlando con ella y ocasionalmente visitando sus pechos por dentro y por fuera del escote y le propuse acompañarla a casa al terminar su turno a lo que ella accedió.
El bar cerró a las tres de la madrugada y yo estuve haciendo tiempo conversando con las otras chicas hasta que llegó la hora.
Durante el camino a su casa me detuve en varias ocasiones para besarla y llevar las cosas mas lejos pero ella insistió en que estaba cansada e incapaz de hacer nada por lo que me convenció aunque de mala gana para que lo dejáramos para su día libre al cabo de tres días ya que cada día terminaba a esas horas y no estaba para nada.
Los tres días transcurrieron con agonizante lentitud y por supuesto la fui a visitar al bar cada noche y le pagué la bebida de ritual pero no me quede ninguna otra noche hasta las tres.
En mi mente estuve forjando toda suerte de lujuriosas escenas alternadas con súbitos desalientos en caso de que no acudiese a la cita.
Mis temores fueron infundados. Allí estaba.
A plena luz del día su aspecto era convencional.
No llevaba el vestido corto, ceñido y escotado que usaba en el bar que la hacia parecer mayor y más descarada.
Cuando la vi llevaba una falda acampanada, estampada con flores y una blusita de manga corta muy recatada.
Nos fuimos a tomar un refresco y me contó la historia de su vida.
Tenía veinte años y se había ido de su casa porque el chico con el que salía la había embarazado y no se quería casar con ella entonces vino a la gran ciudad y se hizo practicar un aborto y como tenia que devolver el dinero la forma más rápida de ganarlo era meterse en un bar de noche.
La historia no me conmovió demasiado porque no terminé de creerla, era demasiado común.
Además mi interés en ella seguía otros derroteros mucho más libidinosos.
Le sugerí que comprásemos algo para comer y nos fuésemos a comer al campo.
La idea le entusiasmó y así lo hicimos.
Busque un lugar discreto a unos kilómetros de la ciudad donde extendí una manta de viaje que llevaba en el coche, baje las provisiones y nos sentamos a comer.
Mi paciencia había llegado al limite.
Desde que habíamos dejado atrás la ciudad el ritmo de mi sangre se había acelerado de forma creciente.
Viendo avecinarse el momento cumbre mi apetito no era de ingerir comida.
Traté de abrazarla y besarla pero no tuve éxito. Ella sí tenia hambre.
No fue hasta que terminamos de comer que accedió a tumbarse a mi lado y entregarse a mis brazos.
La besé en la boca con precipitado ardor.
Mis impaciente manos recorrieron su blusa en busca de los botones para desabrocharlos.
Deje al descubierto su torso en el que solo unos minúsculos sostenes servían de protección para sus pechos ante la inminencia de mi ataque.
Me eche un poco hacia atrás para contemplar mi victoria y esa visión me serenó un poco.
Eso le permitió a ella alcanzar el cierre del sostén y soltarlo liberando así a esos dos trémulos montículos, blancos por haber sido privados de compartir el sol con el resto de su anatomía.
Esa nacarada blancura coronada por dos erectos pezones marrones rodeados por una aureola fue la invitación al festín.
Golosamente me apodere de uno de ellos con mi boca mientras el otro sucumbía a la presión de mis dedos que lo hacían rodar.
El tratamiento fue recibido con sonoros indicios de satisfacción ya que Elena comenzó a emitir una sucesión de gemidos al tiempo que sus dedos se hundían en mi cabello presionando sobre mi cabeza, incitándome a proseguir el trabajo que mi lengua estada haciendo.
Yo lamía y succionaba y fui pasando alternativamente de un pecho al otro como siguiendo las indicaciones que su mano me daba.
Era evidente la sensibilidad de sus pechos y el placer que mi caricia le esta procurando pero yo quería más.
Mi mano ya se había aventurado bajo su falda y había escalado por sus muslos que, obedeciendo a los estímulos de un ascendente clímax, se habían ido separando a medida que mi mano ascendía.
El logro de mi objetivo fue marcado por la exhalación de un gemido mas profundo.
Mi mano recorrió el triangulo cubierto por las puntillas de sus braguitas en busca de una entrada franqueable.
Mis dedos se aventuraron por el lado de la ingle y entraron en contacto con su toisón pero fueron incapaces de maniobrar por lo que opté por abordar la parte superior de la braguita y empecé a tirar hacia abajo.
La ayuda no tardó en llegar.
Sus manos se sumergieron debajo de la falda y sujetando las bragas por ambos lados las tiro hacia abajo hasta llegar a las rodillas.
Por supuesto la maniobra me había hecho abandonar los pechos de Elena que ya estaba deseosa de verdadera acción.
Continué la tarea donde ella la había dejado y desde las rodillas le baje las bragas hasta los pies y finalmente se las saqué del todo.
En esta posición mi cuerpo había descendido mas debajo de su cintura y presa del morboso deseo que produce lo oculto levante su falda para ver finalmente el centro de mi deseo.
Por fin lo tenia a mi merced.
Sus piernas abiertas confluían en un pequeño matorral rizado dividido por una tenue rendija entreabierta.
No pude sustraer mi vista durante unos segundos y permanecí inmóvil, extasiado e indeciso.
Mi erección era dolorosa no solo por haber llegado al cenit de la excitación sino porque además mi pene seguía apresado por mis ajustados pantalones.
Desde el primer momento mi instinto había sido el de introducírselo. Estábamos allí para eso.
Sin embargo la fascinación que aquel pequeño montículo velludo ejercía iba mas allá de la atracción y sin pode resistir el embrujo por mas tiempo me agache en una especie de reverencia y por primera vez en mi vida me zambullí en los coralinos labios de una boca de amor.
Fue un mar de sensaciones encontradas lo que descubrí.
Al entrar en contacto con mi lengua los labios se abrieron sin esfuerzo y una sensación de reparo a la vez que de excitación se apoderó de mi al notarlos rezumando lo que parecía una baba viscosa y un suave olor a brisa marina invadió mi olfato.
Estimulado por esa primera experiencia vencí los restos de cualquier inhibición que pudiese quedar y me aplique con esmero a la tarea de descubrir como es y a que sabe la fuerza más grande del universo, ese pequeño agujerito en el cuerpo femenino alrededor del cual gira el destino de la humanidad.
Suave como el nácar de una madreperla era una golosina para mi paladar y fui recorriendo los pliegues sin saber a ciencia cierta que es lo que se suponía que debía de encontrar.
El estimulo venía de arriba; sus jadeos iban en aumento.
Sus dos manos sujetaban mi cabeza por ambos lados presionándola hacia abajo al tiempo que su pelvis se movía arriba y abajo al compás frenético de mi lengua.
Elena jadeaba, gemía y resoplaba de manera creciente.
Su cuerpo se arqueaba al tiempo que empujaba hacia abajo mi cabeza con más fuerza. Por momentos me faltaba aire y empuje mi cabeza hacia atrás para tomar una bocanada de aire cuando tuve una visión extraordinaria de aquel chochete vivo, anhelante, al borde de la explosión y tuve el impulso de introducir mi dedo en él.
Mi índice entró de un solo tirón hasta el fondo mientras mi cara permanecía a escasos centímetros.
La reacción de Elena no se hizo esperar.
Su cuerpo se arqueó al tiempo que emitía un gruñido. Una contracción aprisionó mi dedo dentro de aquella ardiente cueva al tiempo que un chorro de caliente liquido salió expelido como una bocanada a varios centímetros de distancia haciéndome apartar la cara para no recibirlo de lleno.
Aun sorprendido noté otras contracciones acompañadas de los gemidos de Elena que se retorcía.
Mi excitación había alcanzado la máxima cota y súbitamente tome conciencia de mi propia urgencia. Me desabroche el pantalón con ferocidad y me los baje hasta las rodillas al tiempo que rugía
-Ahora me toca a mí-
Con la misma precipitación introduje mi pene en aquella chorreante cavidad y solo necesite unas breves sacudidas para conseguir alcanzar mi propio clímax y eyaculé profusamente terminando de inundar las entrañas de Elena antes de caer derrumbado sobre ella.
Permanecimos inmóviles por espacio de unos minutos hasta que rodé sobre mi mismo y me quede tendido mirando al cielo evocando lo que acababa de ocurrir.
En ninguna de mis anteriores experiencias había encontrado una mujer que tuviese ese tipo de orgasmo.
En un primer momento creí que se había orinado de placer.
Al haber sido mi primera practica oral estaba confuso.
El placer que había experimentado fue intenso y la excitación extraordinaria pero mi inexperiencia me hizo vacilar y con ello perder la oportunidad de experimentar mas ese exquisito y raro placer que es hacer el amor con una mujer que tiene orgasmos mojados.
Deje pasar demasiados días hasta volver a verla y en el ínterin otro ocupó mi lugar.
Desde entonces he recordado con frecuencia este episodio con nostalgia y pesar ya que no se me ha vuelto a presentar otra oportunidad como aquella.