Capítulo 3

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Supernenas X III: Burbuja pierde la inocencia

¡Uy, uy, uy! Algo muy extraño está pasando con nuestras heroínas.

Es algo tan malo, tan perverso, retorcido, depravado y vicioso que yo diría que tiene algo que ver con… Oh, no, no quiero pensarlo. ¡No! ¡Agh! ¡Es él! ¡Es…!

«Ese» contemplaba la tierna escena en su televisor maligno.

Sus carcajadas diabólicas resonaban por toda su glamorosa mansión, pues su plan iba sobre ruedas.

Cactus había sido la primera en sucumbir a los placeres de la carne.

Después de ella, Pétalo, y después, por fin, Burbuja.

Las tres supernenas perderían sus superpoderes, a la vez que su dulce virginidad. Y entonces…

– ¡DOMINARÉ EL MUNDO! ¡JAAAAA JA JA JA! ¡PERO QUÉ MALO SOY!

«Ese» el malo más malo de todos los malos habidos y por haber, ese malo mezcla de demonio y drac-queen, correteó por toda su mansión, deleitado por su próximo triunfo.

Por fin, iba a dominar el mundo. Y todo se lo debía al sexo, al dulce y sencillo sexo, el sexo seductor, sin frenos, el sexo sucio y desesperado entre tiernas mujercitas.

Temblando de placer, se sentó en su sofá con un bol de palomitas, dispuesto a contemplar el espectáculo final.

Quedaba su favorita, la más tierna e inocente de las tres hermanitas…

Cactus obligó a Pétalo a no llevar ropa interior.

La amenazó con que, si la veía usar bragas o sujetador, le confesaría al profesor las guarradas que habían hecho juntas.

Pétalo avergonzada, caminaba por la casa sin ropa interior.

No obstante, era algo delicioso sentir su conchita libre entre sus piernas, al aire, y sus pechos sin más atadura que el vestido rojo, contra el cual se adivinaban a veces sus pezones.

Cactus se divertía con la vergüenza de su hermana, no podía creer que ella, la más lista de las tres, la «jefa», por llamarla de alguna manera, fuera tan mojigata.

De vez en cuando, para divertirse, le daba un cachete en el culo o rozaba uno de sus pechos como sin querer, y se echaba a reír oyendo las protestas de Pétalo. Aquel juego era muy divertido.

Aquella tarde el profesor volvió de jugar al golf, y Burbuja de su cita.

Pétalo sudó mares, temiendo que el profesor se diera cuenta de su falta de ropa íntima.

El profesor dieron la bienvenida a Cactus, que se había marchado de casa hacía tanto tiempo para vivir su vida.

¡Qué guapa estaba Burbuja! Siempre había sido la más bonita de las tres, y ahora tenía el principio de un verdadero cuerpo de mujer.

Bajo su vestidito azul ocultaba una silueta estilizada, una cinturita delicada, un culito gracioso y unos pechos apetitosos que nunca antes había tenido.

A pesar de que las tres habían sido creadas en el mismo momento y tenían por tanto la misma edad, Burbuja conservaba aun cierta ternura en su cuerpo.

En parte a eso contribuían sus perpetuas coletas rubias y sus risueños ojos azul claro.

Por su boquita torcida, Burbuja no parecía muy satisfecha con la cita de aquella mañana. Cactus insistió en que se lo contara todo, como una buena hermana.

Subieron juntas las escaleras hacia el cuarto.

Antes de desaparecer en el piso de arriba, le guiñó un ojo a Pétalo, señalando al profesor. Quería que se deshiciese de él.

– Esto… Profesor… -comenzó a improvisar.

– ¿Sí, Pétalo? -dijo el profesor Utonium, que estaba viendo un documental en la tele.

– ¡Ah, sí! Que llamó la señorita Bellum y dejó un mensaje para usted.

– ¿La-la-la-la Señorita Bellum? -tartamudeó el profesor- ¿Para mí?

– Sí. Dice que… que… Que le necesita desesperadamente. Que quiere que vaya ahora mismo al ayuntamiento. El alcalde no está, está sola. ¡Fíjese que no me ha dicho de qué se trataba!

– Ca-ca-ca-caray, entonces supongo-supongo que tendré que ir ahora mismo como buen caballero que soy. Me voy, Pétalo, cuida de tus hermanas.

– Adiós profesor.

En catorce segundos con ocho décimas, el profesor Utonium se afeitó, se echó colonia, se puso un traje elegante con corbata, y salió de la casa corriendo, más encendido que el dedo de E.T.

Pétalo comenzó a subir las escaleras, pensando con tristeza que algo muy grave iba a pasar en aquellas horas siguientes.

– Cuéntale a tu hermana lo que te ha pasado con ese chico -decía Cactus a Burbuja, sentadas en la cama redonda-. Me huelo que nada bueno.

– Bueno, pues no. ¡Ese chico se ha pasado!

– ¿A qué te refieres?

– ¡Se ha pasado conmigo! Estoy harta de los chicos. Son unos animales que sólo piensan todos en lo mismo. ¡Oh, Cactus, estoy tan triste! ¡Todos los chicos quieren tocarme demasiado, y eso no me gusta! ¡No se qué me pasa!

– Oh… cariño, no llores…

Cactus dejó que Burbuja llorara sobre su hombro. Se excitó cuando notó sus lágrimas humedeciendo el tirante de su camiseta.

Sólo tenía un pensamiento en la cabeza, y no podía demorarlo mucho más.

Le dio palmaditas cariñosas en la espalda, intentando consolarla.

– No te preocupes -le dijo-. Tú no tienes la culpa de nada. Eres una chica buena, simpática y preciosa. Le gustas a todo el mundo. Y no hay que perder la esperanza en el amor. Es sólo que…

– Oh, Cactus que buena eres conmigo.

– Es sólo que tengo comprobado que los tíos son todos unos cerdos. Piénsalo bien, ¿quién necesita a los hombres?

– ¿Qué quieres decir? -dijo Burbuja, mirándola con sus enormes ojos azules llorosos.
Las dos hermanas estaban abrazadas, sus rostros cálidamente cercanos entre sí. La respiración de Cactus se aceleraba.

– Quiero decir que -siguió Cactus- quizá hayas buscado en el lado equivocado.

Quizá no sea un hombre lo que necesites. Si yo pudiera…

– ¿Qué? ¿Qué te pasa, Cactus?

– Oh, Cactus, eres tan linda…

Cactus no pudo aguantar más y la besó. Comprimió sus rojos labios contra los de su asustada hermana.

Durante unos segundos permanecieron soldadas por la boca, pero luego Burbuja se separó violentamente.

Cactus gruñó.

– ¿Por qué te retiras? -le preguntó- ¡Quiero besarte otra vez, ha sido maravilloso!

– ¡Cactus! ¡Ha sido tan…! No sé… -gimoteó Burbuja.

– No seas tonta. Yo soy una chica. Sé lo que necesita una chica. Sé como besar a una chica.

– ¿De… de veras?

– Déjame demostrarte.

Pétalo entró justo en la habitación para ver el beso entre sus dos hermanas.

Se besaban tiernamente al principio, luego era un beso que se movía, que se humedecía, que se enlazaba.

Durante uno de esos instantes eternos, Cactus abrió sus ojos y miró directamente a Pétalo.

Ella notó el calor naciendo en su cuerpo, los pelos de punta, la piel de gallina, mientras Cactus besaba apasionadamente a Burbuja.

Cactus recorrió los labios de Burbuja, los besó individualmente, los lamió hasta dejarlos brillantes, y luego abrió mucho la boca para atraparlos en su interior.

Burbuja dio un brinco al abrir los ojos y ver a la turbada Pétalo de pie ante ellas.

– No te preocupes -dijo Cactus-. Pétalo hace todo lo que yo le ordeno. ¿No es cierto? – Sí, señora -refunfuñó Pétalo.

– Es mi esclava personal. Para empezar le he ordenado que no lleve ropa interior. ¿Quieres verlo?

– ¿No lleva? -rió Burbuja.

Cactus agarró el borde del vestido rojo de Pétalo y lo fue subiendo lentamente por sus piernas, hasta descubrir un coñito pulcramente depilado.

El coño que ella misma había desvirgado hacía unas horas.

Dejó que Burbuja observara bien el coño de su hermana. Le invitó a tocarlo.

Vacilante, Burbuja adelantó una delicada mano. Uno de sus delgados dedos, con la uña pintada de azul, acarició su vello.

Pétalo gimió.

Burbuja exploró aquella menuda mata de pelo con sus deditos curiosos. La entrepierna comenzaba a humedecerse con los flujos lubricantes.

Los deditos acariciaron el monte de Venus.

Pétalo se retorció cuando llegaron a su raja.

La inocente Burbuja estaba pasando sus dedos entre los labios exteriores, no tenía ni idea del placer que le estaba proporcionando.

Los dedos encontraron un punto muy especial que estaba surgiendo entre aquella carne que se abría en flor.

Al acariciarlo y apretarlo, su hermana gemía, lloraba, y perdía el control de los movimientos de sus caderas, que bailaban hacia atrás y hacia alante.

– ¡Ya basta! -cortó cruelmente Cactus- Tenemos todo el tiempo que queramos, hermanitas.

Y tú, Burbuja… Mmmh, qué rápido aprendes…

Y recompensó a Burbuja con un húmedo beso en los labios.

Pétalo temblaba de vergüenza, no podía mirar a los ojos a su hermanita. Cactus la zarandeó bruscamente para despertarla de su pudor.

Se miraron fijamente, y la besó. Sintió su libidinosa lengua retorcerse dentro de su boca.

– Ahora vas a ir a mi macuto -le susurró al oído-. Vas a encontrar dos juguetitos iguales. Mientras yo le doy placer a nuestra hermana, quiero que tú te pongas uno. Eres una niña muy lista, seguro que sabes cómo se usa.

Con su mirada de gata perversa, le ordenó que cumpliera la orden, mientras ella y Burbuja se tendían tan ricamente en la enorme cama tricolor.

Mientras se dedicaban besos aun más profundos y ansiosos, acariciaba su delicado cuerpo sobre el vestido.

Apretujó sus pechos, recorrió su espalda con las manos.

Burbuja, a medias gemía, a medias reía.

Pétalo casi se echa a llorar cuando encontró los juguetes en la bolsa.

¡Definitivamente depravada! Extrajo uno de los cinturones de cuero negro.

Tenía sujeto un pene de goma de enormes proporciones, dotado incluso con sus respectivos testículos.

En la parte interior del cinturón, sobresalía otro apéndice.

Muerta de arrepentimiento, pero cumpliendo las órdenes de su nueva jefa, se puso el cinturón, encajando el apéndice interior en su vagina.

Mientras hiciera el amor a otra persona, aquel pene estaría penetrándola a su vez, en un demencial juego de dar y recibir.

Se acercó a su hermanas con aquel enorme pene sobresaliendo de su cintura.

Cactus soltó la teta de Burbuja entre sus dientes para contemplar la divina aparición. Se relamió.

– ¿No es una preciosidad? -dijo con voz melíflua.

– ¡Qué grande! -dijo Burbuja.

– ¡Es una monstruosidad! -protestó Pétalo.

– Esclava, ven a la cama, ¡vamos, a la cama! Quiero que le hagas el amor a esta preciosa chica.

– ¿Esa soy yo? -rió Burbuja- Oh, Cactus, es muy grande, y yo nunca…

– Tranquila, puedes empezar por hacerle una buena mamada a tu hermanita la pelirroja.

¡Vamos! ¡Quiero que le chupes la polla! ¡Obedece!

Burbuja acercó su boquita al gran falo de su hermana.

El primer beso en la punta hizo mover el instrumento en la cavidad vaginal de Pétalo, que se revolvió de gusto, aun sin quererlo.

– ¡Venga, chupa, esclava, chupa bien! ¡Métetela toda, hasta los huevos!

Burbuja tuvo que dejarse de besos y engullir el pene directamente, para satisfacer a su ama. Era demasiado grande, y sólo le cabía la mitad en la boca.

Pero Cactus no estaba satisfecha.

Sujetó su cabecita rubia y la obligó a bajar y bajar, hasta que la verga desapareció dentro de su boca, tocando los testículos con los labios, hasta que la verga le llegó a la garganta.

Burbuja gruñó: la sensación fue angustiosa. Consiguió zafarse rápidamente y soltar la verga.

Un hilillo de saliva colgó de sus labios, enlazándolos aún con el pene artificial. La estampa era maravillosamente viscosa.

– Muy bien -dijo Cactus-. Parece que ya sabes cómo chupar una buena polla. Ahora pasemos a algo mejor. ¿Sabes? -dijo, dedicándole una mirada de cómplice a Pétalo- Creo que el desfloramiento, el que de verdad nos interesa, podremos dejarlo para después…

– ¿Des-qué? –gimoteó Burbuja -¡Oh, chicas, eso no suena nada bien! Vamos a dejar ya el juego, ¿vale? ¡Por favor…!

– ¡Calla! –ordenó la inflexible Cactus- Pétalo, quiero que desvirgues su culo.

– ¡No lo haré! –repuso Pétalo- ¡Ella no lo soportaría! ¡Es demasiado grande!

– Mmmh… Claro que podrás, cariño. Sólo tienes que hacerlo con un poquito de dulzura.

Estoy segura de que lo harás muy bien. Y tú Burbuja… –dijo, volteando a su hermanita rubia sobre la cama, alzando su suave culito ante Pétalo- Estoy seguro de que lo aguantarás hasta el final. Eres una chica muy fuerte. ¿Vale?

Ahora yo voy a ponerme una cosita, y enseguida vuelvo con vosotras.

¡Vamos, quiero que le desvirgues el culo! ¡Venga!

Cactus se retiró de la cama.

Pétalo y Burbuja se miraban fijamente. Burbuja adivinó el miedo de su hermana.
Se acercó a sus labios… y le dio un piquito.

– No te preocupes por mí –dijo-, soy una tía dura, ¿sabes? –qué linda era, incluso en esos momentos de abuso y bestialismo- Quiero que me hagas el amor…

Burbuja se inclinó y Pétalo ya no dudó más.

Apartó las castas braguitas de su hermana, y comenzó a ensalivarle bien el ano con la lengua, para que aquel primer desfloramiento fuera lo menos doloroso posible.

Con cada movimiento de su lengua, Burbuja se contraía y suspiraba.

Cuando ya estuvo bien brillante, Pétalo comenzó a rondar el ano con su verga. Le daba golpes y suaves empujones para que fuera habituándose.

Cuando creyó que ya estaba listo, cerró los ojos con fuerza, y empujó, empujó, resbaló hacia su interior, hasta que la polla entró totalmente en su retaguardia.

Burbuja soltó un grito animal, no se sabía si de infantil sufrimiento o de satisfacción plena al ser encajada de aquella manera rotunda.

Una vez abierto el camino, Pétalo entró y salió, entró y salió.

El culito de Burbuja la acompañaba en sus movimientos, pidiendo más maltrato, queriendo retenerla dentro.

– ¡Oooh, nena! -dijo Pétalo- ¡Al final –uh- te ha cabido toda -ah- toda dentro -mmmh! ¡Eres una niña buena!

– ¡Oh! ¡Oh! ¡Mh, sí! ¡Oh!

– ¡Muévete! -gritó Pétalo, sintiendo el aparato moverse en su interior al ritmo de sus propias acometidas- ¡Mueve el culito, sí! ¡Qué bien –ungh- mi niña!

– ¡Métemela más al fondo!

– ¡No puedo, no puedo más! ¡Es todo lo que tengoooooh-aaaaaah!

– ¡Síiiii!

Detrás de ellas sonó la voz de Cactus.

– Seguid unidas, chicas, no os separéis ni un segundo, ya estoy con vosotras…

No tenían ninguna intención de separarse.

Mientras Pétalo follaba a su hermana sin cesar en su ritmo, Cactus se le acercó.

Al ver cómo sonreía, exhibiendo entre sus piernas un nuevo miembro, adivinó sus perversas intenciones, pero el placer era tal que no pudo parar para hacer nada.

Con la habilidad de una serpiente sinuosa, Cactus se deslizó bajo Burbuja.

Se agarró a su espalda, y con agilidad pasmosa y sin preámbulos encajó su pene en la tierna vaginita de Burbuja.

Ahora la más tierna de las tres hermanas estaba disfrutando de un doble desvirgamiento en toda regla: penetración vaginal, penetración anal, dos enormes falos largos y gruesos que entraban y salían de su carne sin parar.

Las tres estaban unidas en su frenesí. La cama tricolor temblaba como sacudida por un terremoto.

Cactus, apartó la cara dolorida de Burbuja para agarrar la de Pétalo y engancharse con su lengua.

A partir de entonces no la soltó, permaneció hasta el final agarrada con todas sus fuerzas a su boca, a su lengua, siendo Burbuja la única que tenía boca para gritar por el placer extremo del doble desvirgamiento.

– ¡AAAH! ¡SIIIIII! ¡OOOOOOGH! ¡MIS DOS HERMANITAS FOLLÁNDOME, QUE BUENO! ¡YAAAAA! ¡YAAAAAAAAAAAAAAAH!

Las tres hermanas alcanzan un potente orgasmo juntas, con las patas de la cama a punto de romperse con la violencia de tanto ir y venir.

– ¡OOOOOOHDIOOOOOSSSS!

– ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAHMMMHAAAA!

– ¡¡¡MAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSÍIII!!!

Se desplomaron inconscientes sobre sus propios cuerpos, sin fuerzas siquiera para separar sus uniones de goma, carne, sudor, saliva y flujos vaginales.

Unas gotitas coloradas caían de la vagina de Burbuja…

En fin. Así fue cómo «Ese» destruyó los poderes de las Supernenas, y extendió por fin su control sobre Townsville, obligando a todos los hombres a llevar minifaldas de cuero, cinturones anchos y botas altas de tacón de aguja, y a todas las mujeres a cortarse el pelo, maquillarse mucho y vestir siempre con boas de plumas.

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