Capítulo 3

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El desván III – Final

DÍA III Y ÚLTIMO

Donde, poco antes de llegar los padres de Virginia, esta tiene su último capricho: que su prima le haga una felación, con un pepino como pene, y poder correrse en su cara utilizando un bote de mayonesa.

Las ocho y cuarenta minutos.

En una hora, los padres de Virginia llegarían a casa, y fin de la soledad y el amor.

Se habían besado hasta saciarse, de todos los modos y humores posibles.

Se habían abrazado hasta temblar de emoción.

Habían probado a cumplir sus fantasías.

Habían hecho el amor como salvajes, como ángeles, como chicas inocentes, y también como un recién casadas.

Ahora no les quedaban fuerzas para nada más.

Una hora y adiós.

Simplemente se miraban la una a la otra, tumbadas en el sofá, Estela sobre Virginia, Virginia acariciando tiernamente sus cejas, viviendo sus últimos momentos.

– ¿Ha estado bien, eh? -musitó Virginia.

– Sí… ¿Crees que volveremos a repetirlo?

– Yo qué sé. Qué más quisiera yo…

– Pero dime, ¿tú repetirías?

– Por supuesto. Toda la vida, Estela -dijo, dándole un suave mordisquillo en los labios.

– Oh, qué guapa, qué cosas dices…

– ¡Pero, oye! ¡Al fin y al cabo somos primas! ¡Familiares! Nos volveremos a ver montones de veces más, no hay más remedio. En Navidad, en las cenas familiares, en los cumpleaños de los abuelos, en verano estamos dos meses juntas… Y siempre que nos veamos, intentaremos que nos dejen salir por ahí, y podremos por fin estar solas.

– Vaya, lo pintas muy bien… Ojalá se cumpla.

– Se cumplirá. Te lo prometo -y selló la promesa con un largo beso.

La casa volvió a quedar en total silencio.

Estela miró a su prima con sus claros ojos azules.

– Virgi…

– ¿Sí?

– Apenas nos queda una hora. Hagamos algo. Quiero que cumplas conmigo una última fantasía. ¡Por favor, todavía tienes tiempo! ¡Aprovecha…!

– ¿Qué? ¿Ahora? No sé, tía, estoy muy cansada… Sólo de pensar en que te tienes que ir…

Estela se incorporó y se sentó sobre las piernas de su prima.

Se desabrochó la camisa y le mostró sus pechos.

Descubrió uno de ellos de la copa del sujetador: grande, redondo, suave.

Tan grande era que agachó la cabeza y llegó con la boca a su propio pezón.

Hizo succión con fuerza y atrapó su pecho.

Sin usar las manos, quedó colgando de su boca.

Virginia observó la escena, encendida.

Estela siguió succionando un rato, contrayendo hacia adentro las mejillas.

Dejó caer el pecho: el pezón estaba húmedo y duro.

Estela sonrió perversa.

– ¿Y eso? ¿Todavía no te inspira? -dijo.

– Qué loquita estás…

Virginia se lanzó sobre aquel pezón.

Probó el sabor y la calidez de la saliva de su prima.

Le dio golpecitos con su lengua dura, lo lamió en círculos, lo chupó como una bebé de meses, lo mordisqueó y tironeó.

Estela ya gemía.

Virginia descubrió el otro pecho y le dio el mismo trato, hasta que los dos estuvieron entre sus manos, duros, brillantes y con los pezones húmedos y erectos.

– Nunca sabrás cuánto me gustan tus tetas, cabrona…

Virginia se escapó de debajo de Estela, en dirección a la cocina.

– Creo que comienzo a inspirarme. -dijo- ¡Tienes que esperar un poco, con los ojos cerrados!

Estela obedeció.

Escuchó los pasos de su prima por la cocina, y luego el ruido del frigorífico abriéndose y de rebuscar entre las cosas.

Luego volvió hasta el sofá.

– ¡No puedes abrirlos todavía!

Oyó el sonido de una cremallera abrirse y luego cerrarse, y por fin notó a su prima tumbarse junto a ella en el sofá.

– Ya puedes…

Virginia, apoyada su espalda contra el brazo del sofá, la provocación en su mirada.

En su pantalón, un grueso bulto. Estela sonrió, imaginaba lo que su prima quería.

– Si hay una última cosa que me gustaría -dijo con voz lacia- es que me hagas una buena mamada.

Estela miraba aquella entrepierna abultada, mordiéndose el labio inferior.

Virginia hizo un gesto con la mano, invitándola a comenzar.

Se tumbó cómodamente en el sofá cuando Estela por fin le bajó la bragueta.

Sus finos dedos se introdujeron bajo la tela y palparon.

Estela rió a carcajadas, sorprendida.

Con mucho cuidado, extrajo aquel pene vegetal: un descomunal pepino.

Estela hizo cosquillas en el extremo de la polla de su prima, haciendo traviesos círculos con la puntita de la lengua.

Los círculos la rodearon completamente, la lamió de arriba a abajo.

Mientras tanto, la miraba a los ojos, con sus ojos azules e inocentes.

Hasta que no estuvo totalmente barnizada de saliva, no se la metió en la boca. Virginia gruñó de satisfacción.

– Eso es… Mmmmh… Chúpamela… Es grande, ¿eh? Mmmmh, qué bien, cariño, tú si que sabes. Uh…

Estela era una felatriz nata. Suavemente, fue introduciéndose el grueso tronco en la boca.

Su cabeza fue bajando, bajando, hasta que no pudo entrar más.

Las palabras obscenas de su prima la animaban en sus movimientos ascendentes y descendentes. Su boca producía líquidos sonidos de succión.

Sus finos labios, tan jóvenes, se cerraban en torno al enorme pene verde.

Su amante, o su víctima, o su cliente, sacudía la cintura para ayudarla.

Cualquiera que hubiera visto la escena habría jurado que realmente allí había una chica de quince años comiéndole la polla a su amiguita, y que ésta estaba continuamente a punto de correrse, a juzgar por su cara y sus lamentos.

– Chúpamela hasta el fondo… Eso es… No, no, no. Por favor, cariño, un poco más dentro… Todo lo que puedas, sé buena… Asíiii…

Sujetó la cabeza de Estela y la empujó, obligándola a tragar un poco más, acompañándola en sus subidas y bajadas.

Virginia introdujo una mano bajo los pantalones para acoplarse lo mejor posible el pepino contra su coño.

Quería correrse de verdad con la mamada que le estaba dedicando Estela.

El efecto fue perfecto y el frotamiento contra el pepino le proporcionó auténtico placer.

– Vamos, pequeña, ahora quiero que te masturbes por mí… Venga, quiero ver esos deditos en acción…

Mientras chupaba, Estela se bajó la falda y las bragas e introdujo dos dedos entre sus labios vaginales.

Sus pechos pendulaban alante y atrás. La visión era celestial para Virginia.

Hizo un nuevo esfuerzo y consiguió encajarse el pepino dentro de su rajita.

Se desabrochó los pantalones y los bajó para facilitar la postura.

Ahora la felación era más auténtica que nunca.

Cada embestida de la boca de Estela movía el pepino dentro de su carne -ella aun no sabía mucho del tema, pero un poco más adentro, sólo un poco más, y habría perdido la virginidad.

Un dedo acariciaba su clítoris.

Otro dedo de su prima, humedecido en sus propios jugos, buscó su ano. Pero ambos cuerpos se revolvían sin parar en el sofá, y no consiguió penetrarlo.

Como una oleada lejana, Virginia sintió llegar sus orgasmos, uno detrás de otro, como cumbres de montañas que viajaban silbando al viento.

– ¡Joder…! ¡Joder! ¡Jooooodeeeeeeer! ¡Me corrooooooo! ¡AAAAAAAAAAHNNNNNNNNNN!

Los orgasmos le llegaron todos juntos, en racimo, incontables.

Gritó y botó, penetrada por el pepino, mamada por su prima.

Estela aun no había llegado, se masturbaba con empeño. Virginia se retiró.

El pepino salió húmedo de entre los labios.

Estaba muy bien allí dentro, no se lo sacó.

Se puso de pie.

De debajo del sofá sacó una sorpresa: un bote de plástico de mayonesa, de los de apretar.

Le quitó la tapa. Puso un pie sobre el sofá.

– Mírame… -le ordenó a Estela.

Ésta se sentó, mirando hacia ella. Con una mano se propinaba tremendos retorcimientos a un pezón, con tres dedos de la otra se penetraba, temblorosa, ansiosa por llegar al clímax.

– Y hora… -dijo Virginia- No hay felación sin eyaculación. Quiero correrme en tu cara… Vamos, abre esa boquita…

Estela la abrió. Virginia, se colocó el bote en la cintura, como un segundo pene.

Con una parsimonia imposible, comenzó a masturbarlo, pasando las yemas de sus dedos por su suave superficie plástica.

Quería el momento exacto, quería eyacular en su cara justo cuando llegara al clímax.

Los gemidos de Estela se convirtieron en gritos. Fue la señal.

Mientras su cuerpo adolescente temblaba y se tensaba, víctima de una cadena de orgasmos, su prima apretó el bote.

Un chorro de falso esperma amarillento se estrelló contra su mejilla.

No acertó en la boca.

Su orgasmo aun duraba, así que el pene volvió a ser estrujado y a eyacular. La boca se llenó de líquido pastoso, tragó con ansia.

Mientras el orgasmo se disipaba como un vapor etílico, su prima sujetó su carita y colocó el bote sobre sus labios.

– Venga, una última corrida más… Quiero ver como te tragas todo mi semen.

Allá voy…

Con un último apretón, se corrió. No había escapatoria. La boca se inundó de semen hasta colmarse y correr por sus labios, barbilla y cuello abajo.

– ¡Traga! ¡Tragaaa!

Estela se portó: tragó todo lo que pudo, gruñendo por el esfuerzo. Tragó, se relamió y se rebañó con los dedos, hasta que no quedó apenas nada.

DESPEDIDA

Los padres de Virginia ayudaban a su sobrina a cargar el macuto en el autobús.

Le dieron un par de besos de despedida y la invitaron a volver cuando quisiera.

Ella les prometió hacerlo.

Le dieron recuerdos para su padre y una bandeja con empanadillas que había hecho la madre de Virginia.

Estela subió al autobús.

Virginia dudó un momento, pero finalmente corrió y subió al vehículo dispuesta a darle una última despedida. La encontró ya sentada junto a una ventanilla.

– A partir de hoy -le susurró al oído-, cada vez que vaya al médico, pensaré en ti.

– Y yo -contestó Estela en el mismo tono-, me acordaré de ti cada vez que me eche mayonesa en la comida. Y creo que a partir de hoy eso va a ser muy a menudo.

– Te quiero…

– Te quiero, Virgi…

Estela echó un vistazo al exterior del autobús: sus tíos ya se alejaban y no estaban mirando.

Abrazó a su prima y la besó profundamente, en medio del autobús.

Un montón de ojos, que no conocía y que no le importaban ya lo más mínimo, las examinaron de arriba abajo, mientras duró el beso, y mientras acabó el beso en una mirada, y mientras una de las bolleras salía del autobús, y la otra bollera, vete tú a saber qué educación había recibido para salir así y qué enfermedades tendría, seguro que el SIDA, se sentaba tan pancha en su asiento, como si nunca hubiera hecho nada malo.

Este es el…

FIN

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