El Vampiro y Beatrice II
TRES
Abres los ojos. Estás cansada pero tienes que ir a trabajar. Te desperezas y te levantas. Subes la persiana y miras el sol. Te molesta. La vuelves a cerrar.
Te lavas y miras las heridas del cuello. No han mejorado. Tendrás que volver a tapártelas si no quieres que nadie haga preguntas estúpidas. Tu cara tampoco está muy bien: está pálida y tienes ojeras. Vuelves a tu cuarto y te vistes lo más recatada posible. No quieres llamar la atención.
Preparas café y te lo bebes pausadamente. A medida que la cafeína va haciendo efecto comienzas a ver las cosas un poco más claras, y a recordar cosas de la noche anterior. Qué más da si no vas a trabajar. Mañana serás vampira y estarás conmigo toda la eternidad. ‘Aprovecha tu último día de sol’ recuerdas que te dije. No vas a ir a trabajar.
Muy a mi pesar tengo que dejarte. Necesito descansar. Esta noche será muy larga.
cuatro
Despierto. Ya es de noche. Vuelo mentalmente hasta tu casa. Te veo. Estás sentada en el sofá. Desnuda. A tu lado, cervezas y ropa. Estás esperándome.
No has hecho prácticamente nada durante el día. Has intentado salir a la calle pero el sol te molestaba y has tenido que volver a casa. Has mirado la luz del sol hasta mediodía. Tus ojos no podían resistir su brillo y tu piel era muy sensible a sus rayos. No has aguantado más y has bajado las persianas.
Ya te han crecido los colmillos. Perfecto, sin ellos no podrías convertirte en vampira. Tienes que poder morderme para beber mi sangre en tu primera noche, si no morirías. Vuelvo a mi cuerpo.
Salgo de mi ataúd y me visto. Camiseta negra, tejanos negros, botas negras. Cazadora de cuero. Salgo de la cripta.
Vuelo rápido en tu busca. Veo edificios de todos los tamaños, de todos los colores. Miles de víctimas viviendo dentro. Millones de litros de sangre para alimentarnos de aquí a la eternidad. Ya veo tu edificio. Vuelo hasta él y me pongo a la altura de la ventana. La persiana está bajada.
Utilizo nuestra unión mental para decirte que ya he llegado. Tú te levantas del sofá y vas hacia la ventana. Subes la persiana y me ves. Tú rostro no refleja sorpresa. Simplemente sabías que vendría. Abres la ventana y me dejas entrar.
Nos quedamos inmóviles el uno frente al otro. Tú me miras fijamente, suplicando que empiece ya el ritual. Yo no me muevo, quiero hacerte sufrir. Te acercas a mí y me quitas la chaqueta. Me abrazas fuerte y me ofreces tu cuello para que beba. Acaricias mi pelo castaño y liso. Lo peinas con la mano. Después me quitas la camiseta y besas mi pecho y mis pezones. Palpas mi paquete y te cercioras de que, como pensabas, nada está duro ahí dentro.
Aparto tu mano de mi verga y te doy un largo beso.
Me desnudo delante de ti. Contemplas mi cuerpo delgado y blanco, mi largo pelo y mis ojos rojos. Yo abro la boca y te muestro los colmillos. Ha llegado la hora, como tú tanto ansiabas. Apartas el pelo de tu cuello y me lo ofreces. Yo hinco te hinco los dientes en la vena y bebo tu sangre. Vuelvo a sentir ese calor que lleva tu sangre y que a mí me proporciona tanta fuerza. Mi verga ya se levanta.
Dejo de beber pero no me separo de ti. Seguimos abrazados. Bajo mis manos por tu espalda y las llevo hasta tu duro culo. Me deleito un tiempo palpando tu divino trasero y después bajo un poco más las manos para llegar a la parte posterior de tus piernas. Entonces te levanto y separo tus piernas. Las sitúo una a cada lado de mi tronco y te vuelvo a bajar lentamente. Mi verga separa tus labios y se adentra sin remedio en las profundidades de tu coño. Gimes. Hacía días que esperabas esta penetración. Ansiabas tenerme dentro. Tenerme atrapado y que fuera tuyo desde un segundo hasta toda la eternidad.
Yo siento la calidez de tu cuerpo mortal. Tus fluidos, tu calor, tu piel; todo me proporciona de nuevo aquel gran placer que tenía casi olvidado. Hacía ya mucho tiempo. La última vez fue poco antes de mi última puesta de sol.
Haces esfuerzos por moverte. Subes y bajas haciendo fuerza con los brazos abrazados a mi cuello y con las piernas sujetas por mis brazos. Provocas el roce de nuestros sexos para sentir más placer. Buscas ansiosa el orgasmo. Todavía no es el momento.
Te hago parar. Ahora tienes que beber mi sangre. Me miras fijamente y me muestras los colmillos. Son blancos y grandes. Ya estás preparada para morderme. Acercas la cara a mi cuello y posas los colmillos en él. Dudas un poco pero yo te ordeno que lo hagas. Siento la incisión de tus dientes. Han desgarrado la piel y han llegado a mi sangre. Comienzas a beber.
Bebes rápido y con fruición. Disfrutas haciéndolo. Mi sangre te sabe a gloria, es lo mejor que has probado en tu vida, sin duda alguna. Yo quiero volver a beber y vuelvo a clavar los dientes en tu cuello, sin evitar que tu bebas de mí. De este modo la unión es completa. Nuestras sangres y nuestros sexos son uno.
Al cabo de unos minutos una sangre mezcla de las nuestras fluye por las venas de ambos. Ya es la hora de acabar nuestra unión. Saco los colmillos manchados de sangre de tu cuello y tú haces lo mismo. Entonces abro mi boca y te enseño los colmillos. Tú los lames hasta dejarlos completamente limpios y te tragas la sangre.
Te deposito en el suelo y me sitúo encima de ti. Vuelvo a penetrarte, esta vez con el propósito de darte el orgasmo. Muevo las nalgas y siento que llegará pronto. Tú gimes levemente al principio, pero a medida que te va llegando el orgasmo subes el volumen. El clímax está cerca, muy cerca. Cuando te llega clavas fuerte tus uñas en mi espalda, con lo que todavía incrementas aún más mi placer, desencadenando una fuerte eyaculación que te llena por completo.
Salgo de dentro de ti y me tumbo a tu lado. Miro mi polla y me sorprendo de que todavía esté firme. Sin duda la sangre que te he bebido todavía hace efecto. Tú también lo notas y rápidamente vuelves a la acción.
Te pones en cuclillas encima de mí. Me coges la polla con las manos y te la introduces lentamente en tu húmedo coño. Esta posición me encanta porque así puedo ver tus tetas y tocártelas cuando quiera. Y sé que a ti también te gusta. Por eso, antes de que empieces a botar pellizco tus pezones y te sobo las tetas. También el abdomen y los rizos del pubis. Tú te agachas y me besas. Vuelves a levantarte y comienzas a brincar lentamente, emitiendo un leve jadeo cada vez que bajas. Luego aceleras el ritmo. Yo contemplo anonadado el espectáculo de ver tus tetas botar y tu boca abierta emitiendo gemidos incontrolables. Te corres varias veces antes de que yo llegue al orgasmo y vuelva a inundarte con mi esperma. Cuando sientes mi semen en tu interior dejas de moverte y te atusas el pelo. Te agachas hasta que nuestros pechos y nuestros labios vuelven a estar juntos. Así permanecemos un buen rato.
cinco
Sientes que mi polla todavía está dura dentro de ti. Te entran ganas de comérmela toda y que tu boca se llene de semen. Te la sacas de dentro y te das la vuelta. Ahora puedo verte el coño. Te lo beso, pero tu levantas el culo. Sólo quieres chupármela, por ahora nada más. Me la sujetas por la base y abres la boca.
Todavía no sabes esconder los colmillos y me provocas un pequeño corte. Una pequeña gota de sangre sale de mi polla y sólo verla hace que te vuelvas hambrienta. La lames y pretendes sorberme de nuevo la sangre. Yo te aparto como puedo de encima de mí y te echo a un lado. Estás sedienta de sangre. No lo había previsto. Por esta noche tendré que salir a cazar para ti, todavía no estás preparada.
Vuelo unos minutos y localizo una víctima. Ronda los treinta años es bastante atractivo. Yo creo que te gustará. Dejo de volar y aterrizo en la otra punta del callejón por donde va a pasar.
Camino despacio por el callejón. Le veo en la otra punta. Lleva puesta una ajada gabardina y camina hacia mí. Sólo se oye el ruido de mis botas y el leve silbar del viento. No tiene miedo. No sabe lo que le espera. El caminar es imparable y ya estamos a dos metros el uno del otro. Sonrío. Saco mis colmillos. Va a morir.
Aquí tienes tu víctima. Sólo está inconsciente, no está muerto. Tú tienes que matarlo. Tienes que beber su sangre hasta que esté a punto de perder la vida. En ese momento debes parar.
Le miras con cara de pena, no quieres hacerlo. Parece que quieras follártelo. Sin duda, quieres follártelo. Yo sé que lo que te conviene es beber su sangre, así que hago un corte en su pecho con mis afiladas uñas. Su sangre empieza a brotar y tú, como ocurrió cuando viste mi sangre, te lanzas súbitamente hacia la herida y comienzas a beber.
Bebes ávidamente, como si no lo hubieras hecho en toda la noche. Yo controlo el pulso del joven y cuando éste deja empieza a flojear te aparto con fuerza para que no sigas bebiendo. Te lanzas otra vez contra el cadáver, ansiosa de seguir bebiendo, pero te lo impido violentamente. Si bebieras ahora morirías para siempre. Y no quiero que eso suceda.
Se acerca la hora del amanecer. Te cojo la mano y saltamos por la ventana. Volamos hacia mi cripta. Nuestra cripta. Llegamos y nos metemos en el ataúd. Te abrazo y nos sumimos en un profundo sueño.
Mañana será otra noche.