Al ponerse el sol frente al mar

Se encontraban en la proa del pequeño velero.

Navegaban hacia el sol poniente, dirigidos por el rumbo automático.

Una cantidad innumerable de colores anaranjados y violetas se desplegaban ante sus ojos, en lo que se iba convirtiendo en la despedida del sol por aquel día.

Ana se había situado en la parte más adelantada de la proa del velero.

En una pequeña pasarela que incluso sobresalía de la proa.

Se aferraba a unas maromas de seguridad colocadas a cada uno de sus lados.

Bajo sus pies, podía ver como la quilla cortaba las aguas provocando constantes chorros de espuma.

Detrás y a escasos centímetros de ella, estaba Quique.

Podía oler el aroma de su piel que la brisa le llevaba.

Ana llevaba un bikini blanco y una camisa azul celeste, anudada en su cintura.

Quique llevaba su atlético torso descubierto y unos finos pantalones blancos de algodón, arremangados hasta sus tobillos.

Ambos estaban descalzos.

Quique sentía su falo en estado de semiexcitación, mientras que Ana notaba que su pulso latía más aceleradamente de lo normal.

Quique reflexionó sobre cómo habían transcurrido las cosas hasta encontrarse como se encontraba en ese momento.

Ana y Quique habían llegado al caribeño lugar un mes antes.

Su empresa les había destinado junto a otros seis compañeros, a desarrollar un proyecto cuya implantación se prolongaría dos meses.

Atrás quedaba la ciudad y los fines de semana que Quique últimamente dedicaba a acercarse a la costa para navegar en el pequeño velero que había adquirido.

Habían comenzado su labor en el país tropical, con unos seminarios.

Quique se había ligado a una de las azafatas de congreso encargadas de auxiliarles.

Se llamaba Andrea, una preciosidad de niña morena de 22 añitos.

Tenía una cara angelical y unos pechos redonditos y firmes, al igual que su trasero.

No era muy dada a conversaciones «profundas», pero tenía sentido del humor.

En las últimas semanas, Quique pasaba tanto tiempo en su habitación de hotel como en el apartamento de Andrea.

Por otra parte, el trabajo, había acercado a Quique y Ana más que nunca.

Tareas en común les habían llevado a compartir almuerzos, comidas y alguna conversación de final de día.

Físicamente, Ana no tenía la apariencia de «modelo» de Andrea, pero a Quique… le gustaba, sin saber decir concretamente por qué. Le gustaba su compañía y le atraía Ana.

En ese periodo, se juntaron casualmente un fin de semana con un día festivo del país.

Quique decidió alquilar un velero con el que poder disfrutar de su nueva afición.

Le apetecía navegar con Ana. Pero estaba Andrea.

Tras hablar con esta, Andrea le animó a que viniera Ana, que aceptó gustosa la invitación, pues nunca había navegado.

Los tres se embarcaron a recorrer un paradisíaco entorno.

Las aguas, cristalinas, les invitaban a darse un chapuzón y el sol a su vez, a disfrutar de sus rayos sobre su piel.

Ambas cosas las hacían vestidos con sus trajes de baño.

Ana, ya estaba morenita y exhibía un bikini blanco que ensalzaba aún más su piel dorada.

Quique usaba unas bermudas justitas y no muy largas que destacaban la firmeza de sus glúteos.

Y Andrea… llevaba un tanga que resaltaba las redondeces de sus tetas, debido a la brevedad del sujetador y la tersura de su trasero.

Pasaban las mañanas navegando y recalando en pequeñas y desiertas calas, en las que se dedicaban a contemplar coloridos peces y a jugar como adolescentes.

En estos baños, Ana y Quique habían aumentado su contacto físico, queriendo hundirse el uno al otro y rozándose y «abrazándose» en más de una ocasión.

Los roces que por su parte, propinaba Andrea a Quique, eran más explícitos.

En alguna ocasión, le había introducido la mano por dentro de las bermudas para agarrar su pene.

En una ocasión en la que Ana se había salido a tomar el sol en cubierta, Andrea y Quique se habían quedado agarrados al cabo del ancla, besándose.

Apartados de la vista de Ana. Al final, se habían excitado tanto que habían terminado masturbándose mutuamente.

Después de comer, a Andrea le gustaba echarse una larga siesta en el camarote.

Ana prefería relajarse, o leer en una de las colchonetas colocadas en la cubierta de proa, protegida del sol por un toldo. Quique aprovechaba para navegar o también dormía un rato.

En una ocasión en las que Quique y Andrea estaban se habían bajado al camarote después de comer, Andrea bajó media hora después al baño.

Las puertas de los camarotes no cerraban bien, y el leve oleaje, a veces las entornaba y a veces las abría un poco.

Ana pasó por delante del camarote de Quique y Andrea, cuya puerta estaba entreabierta. Miró descuidadamente para, sorprendida, frenar sigilosamente en seco y echar un furtivo vistazo.

Frente a sus ojos, contemplaba la musculosa espalda de Quique, extendidos sus brazos apoyándose en el colchón, las sábanas subidas hasta la mitad de sus nalgas y sus lumbares contrayéndose y relajándose en movimientos de bombeo.

Bajo él, y tumbada boca abajo con el culo levantado, se adivinaba a Andrea.

En la habitación, ruido de aliento acelerado y gemidos contenidos.

A Ana se le aceleró el corazón y sintió como la sangre acudía a calentar sus mejillas.

Este efecto se multiplicó cuando Andrea volvió repentinamente la cabeza para susurrar a Quique:

-Métemela por el culo, cabrón- y pareció detener un segundo su mirada en la puerta.

Ana se retiró como una centella y subió de puntillas a la cubierta, cogió el libro y fingió leer, mientras intentaba recuperar el aliento.

Por la tarde nadie dio muestras de que hubiera ocurrido nada especial.

Por la noche, bajo las sábanas, la mano de Ana en contacto con su piel, buscó su entrepierna, recordando la escena contemplada…

La noche siguiente, tras un día de navegación, juegos, bebidas exóticas, cuerpos al sol y mucho, mucho relax, atracaron en un puerto deportivo y fueron a bailar.

Andrea y Ana, muy sexys, cada una a su manera, bailaban ritmos calientes con Quique. Ambas derrochaban sensualidad.

La de Andrea, más salvaje, llegaba a movimientos de caderas que atraía las miradas de los varones bailando alrededor. La de Ana, más comedida, atraía las de Quique.

En un momento en que pusieron ritmos más lentos, Quique disfrutó de demostrar que Andrea era su chica, bailando muy pegados. Besándose con pasión.

La misma Andrea también sugirió que sacara a bailar a Ana.

Y Quique bailó con ella, sintiéndose afortunado de poder hablar tan cerca de ella, sintiendo su aliento, su perfume y en más de una ocasión, el contacto de sus tetas contra su cuerpo.

Hasta el punto, de que al finalizar la música lenta, Quique necesitó continuar bailando un rato más intentando que bajase la erección que el momento le había provocado.

Esa noche Quique se levantó para ir al baño.

Espió la puerta entreabierta del camarote de Ana y la contempló en su cama. Iluminada por la luna.

Las vueltas que debía haber dado, habían apartado la sábana un poco y se dejaba ver su corto camisón, que también desplazado, dejaba entrever parte de un seno.

Ana dormía también con unas braguitas de encaje que a Quique le resultaron sumamente eróticas.

Quique volvió a la cama y despertó con sus caricias a Andrea, a la que echó un polvo salvaje.

Aunque no era Andrea en quien pensaba mientras la follaba.

Al día siguiente, estuvieron buceando y comieron muy tarde.

Andrea dijo sentirse mareada, pues parecía que las olas se habían encrespado con la brisa, aunque el tiempo continuaba siendo maravilloso.

Andrea se tomó una pastilla y se retiró a lo que parecía una larga y tardía siesta.

Así, habían quedado Ana y Quique en cubierta.

Habían hablado de lo bien que lo habían pasado esos días, mientras bebían de una misma copa que se habían servido.

Ana se levantó y fue a la punta de la proa a contemplar el atardecer y Quique al rato, fue también para colocarse detrás.

En ese momento de recuerdo de estos días se encontraba Quique en ese momento.

Ana se volvió de espaldas al mar y de frente a Quique.

-Esto es una pasada ¡Guau!- Exclamó levantando los dos brazos en señal de celebración.

En ese momento, una ola rompió con fuerza empujándola hacia delante.

– ¡Uuuh!- Exclamó riendo mientras caía sobre Quique que la recogió agarrándola por la cintura.

Tantos momentos de tensión, de excitación, de ardor, se arremolinaron y explotaron en un segundo.

Los labios se juntaron y las lenguas comenzaron un duelo de pasión.

No supieron muy bien como los besos en los labios se convirtieron en chupetones en el cuello, mordiscos en las orejas, pechos muy pegados el uno contra el otro.

Jadeaban, besándose con fruición, recorriéndose las espaldas con manos y aferrándose con las uñas como si se les fuera a escapar el otro cuerpo.

Rodando sobre cubierta, abrazados el uno al otro y sin dejar de besarse, se encontraron desnudos al cabo de… bueno, en realidad habían perdido la noción del tiempo.

La saliva impregnaba sus cuerpos y también los fluidos que de la polla de Quique y también los fluidos vaginales de Ana, muy húmeda, se vertía sobre sus pieles.

Quique, tumbado sobre cubierta, boca arriba, disfrutaba de los movimientos de Ana, que cabalgaba sobre él, bamboleando sus tetas arriba y abajo.

Andrea llevaba un par de minutos contemplando la escena en silencio.

En la puerta de acceso a los camarotes.

El pelo mojado y cubierta por una toalla de baño alrededor de su cuerpo, sonreía.

En medio de su frenesí, Ana volvió la cabeza hacia donde se encontraba Andrea.

Dejó de cabalgar. Quique siguió su mirada.

Se arrepintió de haber abierto la boca cuando de ella surgieron las palabras: -Andrea, no es lo que parece…-

-Claro que no es lo que parece, mi amor- Dijo sin dejar de sonreír. -En realidad es mucho mejor…-

Andrea se acercó a Ana, todavía sobre Quique que continuaba tendido en la cubierta.

-¿Te lo estabas pasando bien con mi novio?

– La preguntó acariciándola el pelo-.

Ana no se cortó y mirándola a los ojos le respondió

-Sí-.

Al momento añadió mientras se retiraba de Quique

-Ehh, bueno creo,…- -Sssshhh- la hizo callar Andrea colocándola su dedo índice en los labios. Se puso detrás de Ana y la tomó con las manos cada una de sus tetas. -Mmmm… me gustan tus pechos, Ana-

Quique y Ana se miraban, absolutamente desorientados.

-¡Oooh, Ana, mira esto, vamos a hacer algo! – dijo Andrea contemplando el pene de Quique.

Este había perdido la erección que un minuto antes lo había convertido en un segundo mástil.

Andrea cogió la mano de Ana e hizo que agarrase la polla de Quique.

La instigó a iniciar un movimiento de leve masturbación. -Mmmm…, así, buena chica- le dijo Andrea besándola en los labios.

-Pónsela dura-.

Andrea comenzó a lamer uno de los pezones de Ana. Esta, fue transformando su cara de sorpresa en una de placer, mordiéndose el labio inferior con los dientes superiores.

La polla de Quique había recuperado el grosor previo.

Este empezó a gemir cuando Andrea, colocando su mano sobre la de Ana, comenzó a dar cortos y rápidos lametones sobre el glande.

Quique, la agarró por el pelo y la atrajo hacia sí.

La arrancó la toalla, dejándola desnuda y la besó.

Andrea le devolvió el beso y se volvió hacia Andrea. La atrajo contra ella y la besó con tanta pasión que la tumbó sobre la cubierta.

La joven se tumbó sobre ella y Quique contempló a las dos mujeres dándose el lote.

Su polla estaba a punto de reventar.

La sentía gruesa y dura. Observaba a las dos mujeres, las pieles brillantes por el sudor a la luz del cálido atardecer, sus tetas pegadas unas contra otras.

La mano de Andrea perdida en el coño de Ana, que con los ojos entrecerrados gemía de placer.

Es más de lo que Quique podía resistir.

Tomó de las caderas a Andrea y la colocó a cuatro patas.

La penetró diciéndole

-Ven aquí mi zorrita-.

Comenzó a follarla mientras cruzaba su mirada con la de Ana.

Está, gozaba en ese momento de los lametones y mordisqueos que Andrea propinaba a su clítoris.

Los grititos de Ana se confundían con los sonidos que emitían las gaviotas, que revoloteaban alrededor como testigos de excepción.

Quique se salió de Andrea y comenzó a besar a Ana.

Sus besos fueron bajando por sus pechos y su ombligo hasta que tomó el relevo a Andrea.

Se colocó en posición de 69 y separó los labios vaginales de Ana.

Encontró un delicioso y colorado clítoris con el que comenzó a deleitarse.

Pronto sintió como su polla era atrapada por la boca de Ana, quien glotona, comenzó a engullirla.

Quique sintió la lengua de su compañera de trabajo acariciándole la polla en todas direcciones e hizo lo mismo por su parte.

El gemido de Quique se intensificó aún más cuando sintió una lengua, la de Andrea, comiéndole el culo, que comenzó a temblar con tal cúmulo de sensaciones.

Quique se dio la vuelta y abrió a Ana de piernas.

Su coño quedó expuesto plenamente y Quique no lo dudó. Le lanzó un beso a la vez que le metía la polla cuan larga era.

Estaban demasiado húmedos como para que le doliera, pero Ana se sintió llena de polla.

Quique se follaba a Ana semiincorporado, en posición de misionero.

Alzó la vista y se encontró ante sus ojos el coño bien depiladito de Andrea.

-Comedme el coño, cabrones- Decía colocada de pie a horcajadas cobre Ana. Agarró a

Quique de la nuca dirigiéndole hacia su coño.

Quique empezó a lamer sin abandonar el mete-saca de su polla sobre Ana.

Tras un rato de recibir los lametones de este, Andrea se fue agachando hasta colocar su coño sobre la lengua de Ana, que la esperaba con cara de vicio.

Al poco, Andrea comenzó a gritar alcanzando un tremendo orgasmo.

Casi simultáneamente, Ana comenzó a mover sus caderas frenéticamente.

Andrea comenzó a hacerla una paja con el dedo, aún con la polla de Quique dentro.

Ana se corrió volviendo la cabeza hacia un lado y hacia otro.

Tanta excitación era demasiado para Quique. Continuó follándose a Ana hasta que exclamó -¡Me corro!-

-Dánoslo, mi amor- Dijo Andrea incorporando a Ana. Quique se salió de Ana y se incorporó.

Su polla fue apresada por Andrea, la cual, colocándosela delante de ambas, comenzó a hacerle una paja hasta que tibios chorros de semen comenzaron a fluir.

Andrea, realizando movimientos circulares, hizo que estos impregnasen los pechos de ambas.

Se los comenzaron a restregar, ayudados por Quique.

Exhaustos y desnudos, se tumbaron en cubierta para ver aparecer las primeras estrellas.

Esa noche, la última noche en el velero, no tenían intención de dormir…