Conocí a Rosa y Antón a través de un anuncio en la sección de contactos de Internet.
Decía: «Pareja bisexual y liberal de 30 años busca chicas y chicos bien dotados para compartir juegos. Zona de Madrid y alrededores. Sin foto no contestamos«.
Estuve dudando un tiempo antes de decidirme a enviarles la mía.
La contestación tardó algo más de una semana en llegar, acompañada de las fotografías de ambos y un número de móvil donde localizarles.
Esa misma noche me atreví a llamar. Contestó Rosa y su forma de hablar me sedujo completamente. Estuvimos un rato charlando antes de quedar para el sábado por la noche en un local de copas de la parte norte.
Cuando llegó la tarde del sábado ya me encontraba un poco nervioso y excitado por la novedad.
En otras ocasiones había quedado con parejas pero, o no se habían presentado, o de mutuo acuerdo no habíamos llegado a más que tomar unas simples copas.
Algo me decía que esta vez iba a ser diferente.
Llegué al lugar de encuentro algo temprano y me senté en una mesa del fondo.
Acababan de servirme la bebida cuando vi aparecer por la puerta a Rosa y Antón. Me levanté del asiento para que pudieran verme, saludando con la mano hasta que Rosa giró la vista en dirección mía.
No pude por menos de fijarme en ella, más alta de lo imaginado a través de la fotografía, delgada, el pelo a media melena cortado a la última moda.
El vestido ajustado, fino, de un color azul verdoso, y los zapatos de tacón realzaban su tipo, como si al moverse desplazase con ella un aura de sensualidad, atrayendo las miradas. Antón la seguía de cerca.
De rostro anguloso y tez morena, el pelo rizado le daba un aire juvenil marcado por la camiseta ajustada y los pantalones vaqueros.
Frente a mis brazos, largos y delgados, los de Antón marcaban la fuerza de sus músculos trabajados sin duda en el gimnasio, sus amplias manos me transmitieron la energía de su cuerpo al saludarnos.
Me alegré de encontrar una pareja tan bien parecida mientras los nervios me traicionaban al saludar a Rosa, el olor a perfume caro que ella portaba inundando mi sentidos.
Al rato de charlar parecía que nos conocíamos de toda la vida, me encontraba más relajado sobretodo por la sonrisa que ambos me dedicaban.
De forma lógica, poco a poco, la conversación fué cayendo en el punto clave de nuestra cita, el sexo, siendo Rosa la que marcó el punto y aparte, con un simple – quiero follar contigo – de manera tan natural y cálida que mis ansias aumentaron.
Su rostro se acercó al mío, rozándome en un beso, repetido con los labios entreabiertos, nuestras lenguas jugando en suave pelea. Al retirarse me miró sonriente. – Vámonos – dijo Antón.
Pedimos la cuenta, salimos del local y entramos en el coche, Antón conducía, Rosa y yo en el asiento de atrás por decisión suya.
En el trayecto ambos estuvimos dedicados a sobarnos por encima de la ropa, calentándonos para los juegos posteriores. No tardamos en llegar a la puerta de un chalet adosado, de dos plantas y con piscina.
Rosa me tomó de la mano dirigiéndome al interior mientras Antón dejaba que pasásemos y cerraba la puerta.
Rosa no se hizo esperar, levantó mi camiseta y ansiosa se dedicó a chuparme los pezones mientras su mano masajeaba mi polla, crecida por las ganas de liberarse. Me condujeron al salón donde se habían retirado casi todos los muebles dejando tan solo una silla y un sofá cama amplio.
En el centro del salón colgaban dos anillas recubiertas de cuero negro. Mientras me detenía a mirar los pocos objetos Antón estaba metiendo mano a Rosa, el vestido subido hasta la cintura revelando un tanga hecho de cuero.
– Desnúdate – Me indicó Antón.
Mientras me quitaba la ropa ambos hicieron lo mismo dejándome deleitar con la visión de sus cuerpos, ambos bien torneados, los pechos de Ana tersos, redondeados, coronados en pezones puntiagudos, la línea de su pubis cubierta por una ligera mata de pelo negro.
Antón era todo gimnasio, cada centímetro de su cuerpo resplandecía en trabajados y potentes músculos, pectorales, biceps, y todos los nombres de músculos que ahora no llego a acordarme. Su polla había respondido a los requerimientos de Rosa y se mostraba en erección, aunque frente a la mía parecía pequeña y endeble, fina y corta.
¡Cuanta diferencia!, ¡Cuánto contraste!, mi cuerpo algo flácido y delgado frente al suyo, musculoso y atlético. Sin embargo para que el conjunto hubiese resultado más natural debíamos habernos intercambiado aquello que produce el máximo deseo. Ja, nada más lejos de ser realidad.
Rosa me miró bajando hasta mi polla, se acercó y la tomó en sus manos, calibrando su peso, agarrando los testículos, presionando.
Sonrió a la vez que me la rozaba con su vientre.
Se agachó y comenzó a chupármela, despacio, luego introduciéndola en su boca, tan solo la punta. Antón se acercó y llevó a su mano agarrando el mástil que Rosa ahora succionaba.
Aún quedaba sitio para moverse y eso hizo Antón, masturbándome. Al poco se separaron de mí.
– Ahora vamos a jugar de verdad – apuntó Rosa antes de ofrecerme sus pechos para que los lamiese.
Antón salió por la puerta que imaginé daba a los dormitorios y regresó con una caja grande de la que sacó varias cuerdas y un pañuelo.
Suponía lo que ocurriría a continuación. Antón me agarró las manos por delante y anudó la cuerda en torno a mis muñecas, pasó el otro extremo entre las argollas del techo y tiró de la cuerda haciéndome levantar los brazos hasta quedar casi suspendido. Rosa utilizó el pañuelo para vendarme los ojos. De súbito la oscuridad se había hecho presente dejando tan solo sonidos.
Noté las manos de ambos explorando los rincones de mi cuerpo, acariciando la piel, agarrando mi polla, separando mis piernas y glúteos.
Me invadió el placer al notar como mi miembro entraba en una boca húmeda que se retiraba y volvía para abarcarla, con ansia, succionando fuertemente en cada arremetida. Oí a Rosa diciendo – cometela toda -.
Me dí cuenta que la boca húmeda era la de Antón y pensar que era otro hombre quien me daba placer no hizo sino aumentar mi deseo que se transmitió a través de mi columna para dar un fuerte empujón.
Sentí el quejido de Antón cuando mi polla penetro hasta su garganta, pero no se retiró. Rosa pasó entre mis piernas y comenzó a lamerme por debajo en el poco hueco que dejaba Antón sin cubrir.
– Ahora déjame a mí – indicó Rosa a su compañero.
Rosa empezó a chupármela mientra notaba la polla de Antón entre mis nalgas y sus manos acariciando mi torso.
De repente la presión de la cuerda disminuyó.
– Ponte de rodillas -.
Obedecí gustoso, quería experimentar más juegos.
Rosa colocó sus piernas a los lados de mi cuerpo y ayudándose con la mano hizo que mi polla penetrase en su ardiente coño.
Empezó a moverse hasta que su culo golpeó mi vientre.
La oía chupar el miembro de Antón con cada arremetida, al principio moviéndose despacio, aumentando hasta hacerse espasmódico, gritando de placer al llegar al orgasmo y de repente cesando en su actividad, dejando que mi polla saliese de su mojado interior.
Deshicieron el nudo de la argolla pero no de mis manos. Sin dejarme levantar, de rodillas, me condujeron a la silla, volviendo a anudar la cuerda por detrás del respaldo.
Sentí las manos de ambos separando mis nalgas mientras un chorro de líquido frío resbalaba por la mitad, bajando por el ano hasta gotear cerca de los testículos.
Cuando noté la dureza en el centro de mi ano la reacción fue cerrarse pero unos violentos cachetes en mis nalgas tuvieron el efecto de impedirlo.
Cuando el dolor empezó a surgir en ese punto donde el anillo anal no quiere ser traspasado las manos me agarraron por las caderas y el golpe de dolor estalló haciéndome apoyar contra la silla y nublando parte de mi mente.
Fué remitiendo poco a poco, según la polla de Antón entraba y salía de mi trasero. Casi no podía respirar, más cuando en lugar de ir despacio las arremetidas eran fuertes, vigorosas, sintiéndome romper, notando como si su polla creciese dentro.
En cada salida golpeaba mi nalga. Su éxtasis fue repentino, descargando el semen dentro. Al salir mi ano quedó abierto, dolorido, sin fuerza, chorreando el semen a pequeños borbotones. Mi polla aún a pesar del dolor había permanecido rígida, esperanzada de vaciar su contenido.
– Levántate – me ordenó Antón, al mismo tiempo tiró de la cuerda hacia arriba obligándome a forzar los músculos endebles de mis piernas.
Me condujeron hacia el centro de la habitación.
– Túmbate aquí.
Obedecí y mi espalda se apoyó completamente contra el frío suelo. Me pasaron unas cuerdas alrededor de las rodillas. Los extremos sueltos a través de las argollas.
Quede sujeto, los brazos estirados hacia arriba, las piernas en posición de sentado, con los pies en el aire. Recosté mi cabeza y traté de relajarme, en espera de ver que sería lo siguiente.
Rosa acercó su coño a mi cara, noté su culo apoyado en mis brazos, hasta que los pliegues de su sexo quedaron pegados a mi boca, el sabor de sus jugos mezclándose en mis labios. Comencé a lamer el fruto con ganas, Rosa frotándose contra mi.
Por su parte Antón me abrió de piernas. Pensé que me follaría de nuevo por atrás, sería demasiado pronto. Pero en su lugar tomó mi polla y la empezó a chupar tragándose el vástago en la medida que su boca lo permitía.
De vez en cuando se la sacaba de la boca totalmente y me frotaba con la mano antes de volver a la carga con su lengua.
Noté la llegada del orgasmo casi violentamente, sin aviso, soltando el semen retenido durante tiempo en un, dos, tres golpes, parándose para regresar y volver en un chorro que inundó la boca de Antón y goteó a lo largo de mi polla mojando mi entrepierna hasta llegar al suelo.
Mientras yo gozaba Rosa había tenido un orgasmo y mi cara quedó humedecida.
Cuando se apartó noté en mis labios los de Antón, manchados en mi semen. Abrí la boca y nuestras lenguas jugaron unos instantes, intercambiados flujos.
Deshicieron los nudos y me quitaron la venda. Al mirarnos nos reímos. Luego nos dimos una ducha los tres juntos y nos vestimos.
Aún me dió tiempo a tomar una copa con ellos antes de marcharme y quedar para el fin de semana siguiente.