Apenas habían pasado unos instantes desde que se marchara cuando sonó el timbre de la puerta de casa.
Yo estaba tumbada en mi cama, desnuda, agotada, todavía con el recuerdo del increíble polvo que me habían pegado.
Sin nadie en casa todavía, me podía relajar y alargar ese maravilloso placer que recorría toda mi mente y casi mi cuerpo.
No tenía ganas de levantarme, pero al segundo timbrazo no tuve más remedio que hacerlo.
Pensé que era él que se le había olvidado alguna cosa y volvía por ella.
Así que, sin muchos miramientos me puse la camiseta blanca de estar por casa, nada debajo, con la que le recibí antes y salí a abrir la puerta.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando me encontré que al otro lado de la puerta no estaba el chico, sino Dorian. Aturdida, absolutamente desconcertada, solo acerté a balbucear una especie de saludo…
”Hola”, como si le estuviera diciendo, “pero cómo tú por aquí y en este preciso momento”.
“¿No me vas a dejar pasar?” respondió él, tan perturbado y alucinado como yo.
“Claro, claro, pasa, es que no te esperaba” le dije mientras me hacía a un lado para invitarle a entrar.
Se disculpó diciendo que había terminado de hacer unas cosas y casualmente pasaba por mi calle y había decidido verme y saludarme, nada más. Pero la situación sí que daba para más, ya lo creo, la situación era altamente explosiva, porque yo tenía la certeza que él se iba a dar cuenta de todo.
Lo confirmé cuando le dije que se sentara un momento para que yo fuera a la cocina a sacar algo de beber. En el camino entré al cuarto de baño, me miré en el espejo y pude ver los síntomas evidentes que reflejaban mi rostro.
Unos ojos cansinos, una mirada fatigada, unos músculos faciales abatidos, todo ello mezclado con una sensación de bienestar, de placentera paz delataban algo que podía callar pero no esconder.
Y a Dorian mucho menos, porque me conocía, sabía que esta imagen mía era consecuencia de haber tenido una buena ración de sexo.
Para más inri, había salido solamente vestida con la camiseta, sin ropa interior, sabiendo él que no me gusta nada ir así, y que cuando estamos juntos, después de hacer el amor, enseguida me pongo las braguitas y el sujetador, incluso para estar en la cama. La sospecha era lógica.
Yo sola en casa y prácticamente desnuda, teniendo en cuenta que jamás iría así por casa en circunstancias normales, abriendo la puerta y quedándome perpleja al verle…¿qué podía pensar él sino que acababa de ser follada, bien follada, muy bien follada?
Pese a todo, no tuve más remedio que disimular e intentar estar lo más normal posible. Hablamos de cosas banales, más bien hablaba él porque yo bastante tenía con no pensar demasiado y en no decir nada impropio.
Le notaba cierto aire de misterio, adornado con alguna sonrisa maliciosa y ciertas miradas escrutadoras. Tal vez estaba pensando que yo le iba a decir algo importante, o sorprendente, o inquietante, pero de mi boca no salió nada que le convenciera totalmente de aquello que sin duda sospechaba.
Finalmente, cuando ya había dicho dos o tres veces que se iba a marchar antes de que volviera mi familia de cenar, se insinuó ligeramente, con picardía y algo de guasa, por qué no decirlo, me cogió la mano muy suavemente, la besó con dulzura y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, me soltó que parecía que no estuviéramos solos en casa para aprovechar la circunstancia.
Su mirada burlona me gustó, pero yo seguí en mis trece de fingimiento, y le respondí que seguramente estaban a punto de llegar y que además estaba bastante cansada y adormilada.
“Se te nota, no hace falta que lo jures”, dijo él, en un tono jocoso y malicioso.
Y mientras se levantaba acarició muy sutilmente mi pierna desnuda, al tiempo que se lamentaba de mi “cansancio y fatiga”.
Cuando se marchó, me quedé más aturdida si cabe. No dejaba de pensar en que Dorian se había dado cuenta de que yo había estado con otro. No éramos pareja, no éramos novios, y indirectamente siempre habíamos hablado de la libertad que teníamos los dos para todo, sexo incluido.
Pero pillarme así, in fraganti, sin excusa posible, era otra cosa. El se lo había tomado con esa ironía y cinismo que tanto le caracterizaban, pero yo me preguntaba qué iba a ocurrir a partir de ahora.
La respuesta a esa pregunta no tardó en llegar.
Pocos días después salimos Dorian y yo a cenar. Era una noche de viernes cálida, enigmática, susurrante. Parecía que había algo flotando en el aire que lo envolvía todo de un cierto misterio, de una cierta delicadeza. Yo, al menos, sentía ese extraño cosquilleo en el cuerpo que suele adelantarse a un acontecimiento especial, mágico o explosivo.
Después de una cena muy agradable, como era nuestra costumbre, y de haber degustado y disfrutado de unos sabrosos vinos y sus correspondientes licores al finalizar los postres, yo me encontraba chispeante, alegre de cuerpo y alma, algo bebida pero con mucha energía.
Nos metimos en un bar de copas muy elegante, todavía no había mucha gente y alcanzamos la barra sin demasiados problemas. La música era divertida, para bailarla casi a lo loco, y el ambiente que se respiraba era intenso y provocador. Pedimos dos copas y nos las bebimos rápidamente mientras nos acariciábamos y nos besábamos sin vergüenza, haciendo movimientos sensuales y desinhibidos ante la mirada de algunos.
Cuando Dorian me dijo que tomáramos otra copa, le contesté que solo una, una para los dos, porque yo empezaba a tener la cabeza como un globo de helio, flotante en el interior de la pista de baile, y mis ojos ya comenzaban a tener curiosas visiones.
Estaba realmente feliz, me lo estaba pasando en grande con Dorian, como casi siempre. Hasta el punto que me había olvidado por completo del último incidente en mi casa. Sonreía contenta y dicharachera, dispuesta a divertirme en una noche de verano caliente y seductora.
Dorian regresó con un vaso y empezamos a sorberlo a medias, jugando, juntando nuestras bocas y nuestras lenguas mezcladas de alcohol y de hielo, de sensaciones contrapuestas pero gratificantes, tanto o más como las sensaciones que estaban al caer…
“Hola, qué casualidad vernos aquí”, escuché a duras penas entre el sonido de la música mientras unas manos me agarraban del brazo y una cara se acercaba para darme un par de besos de saludo amistoso.
No me lo podía creer, era el chico, elegante, sonriente, perfumado, atractivo quien me besaba. Volvía a tener yo dificultades para balbucear algo ligeramente inteligente, como hace unos días.
Le devolví el saludo y tras hablar unos segundos entre nosotros, intervino Dorian entregándome el vaso con el resto del cubata que se agotaba. Me lo bebí de un trago, pensando en el socorrido tierra trágame…el chico y Dorian, Dorian y el chico, uno a cada lado de la barra, mirándome, en una coincidencia impensable, al menos para mí.
Llegó el turno de las presentaciones. Aquí el chico que está en mi grupo del tenis y en este otro lado Dorian, que está de organizador en otro grupo. “Ya nos conocemos”, dijeron los dos casi simultáneamente, para mi mayor asombro y desconcierto, mientras se chocaban las manos y se saludaban con cierta amistosidad.
Entonces Dorian dijo que se conocían porque coincidieron en unas pistas de tenis hace unas semanas, y hablando casualmente se dieron cuenta que estaban los dos en el mismo torneo de tenis, uno como jugador y el otro como organizador. Yo estaba de las dos cosas, parecía que ese era mi destino: estar entre dos.
Tomamos otra copa, yo realmente la necesitaba tras este inesperado suceso, mientras los dos reían divertidos y me contaban cosas graciosas ante mi perplejidad y sonrisa expectante y cautelosa. Comentábamos cosas del tenis, de los grupos, de ciertos jugadores, de detalles ocurrentes y de anécdotas jugosas, como la que Dorian estaba a punto de contar.
“Recuerdo”, dijo, “hace unos días, era ya de noche, entre semana, aparqué el coche en la puerta de tu casa, me dirigí hacia la entrada y le vi salir a él, aunque él no me vio. Como ya le conocía y sabía que estaba en tu grupo”, siguió contando mirándome a los ojos, “y no tenía referencias de que viviera en tu misma finca ni que tú hubieras comentado nada al respecto, me quedé algo sorprendido, pero no le di mayor importancia. Subí a tu casa y me abriste la puerta de un modo muy peculiar, y mi sorpresa se hizo enorme, grandiosa, inquietante y casi increíble”.
Verdaderamente la sorprendida era yo. Ahora me estaba enterando de que Dorian no solo había sospechado lo que yo acababa de hacer cuando llamó a mi puerta sino que sabía con quien lo había hecho.
Y los tres protagonistas de esa misteriosa, hasta ese momento, escena estábamos juntos, en un pub, con varias copas dentro del cuerpo y con varias preguntas sin respuesta que todavía se tendrían que desvelar.
Yo no sabía a quien mirar, si irme despistadamente al servicio o perderme entre la multitud que ya abarrotaba el local, pero ellos lo tenían todo muy claro.
Dorian me cogió, me acarició, y me besó sacándome toda su lengua y pasándomela por toda mi boca, por mis labios y por mis mejillas, mientras el otro permanecía al lado, insinuante, sin dejar de mirarnos, contemplando la escena con ojos de lujuria y de salvaje deseo. Yo le miraba de reojo, queriendo encontrar una explicación a este impulso de Dorian, queriendo saber qué estaba pasando entre nosotros.
Cuando Dorian se retiró un poco, sin dejar de fijar su mirada en la mía, agarrándome la mano con fuerza y acercándosela a su boca para lamerla y me preguntó si me estaba gustando, si me estaba encontrando bien… entonces entendí que el encuentro con el chico no había sido casual, que él no había aparecido allí por azar, sino que era todo un sutil y fino montaje de ambos, para poseerme, para amarme entre los dos, para convertirme en la reina de esa noche mágica y cálida.
Dorian se habría puesto en contacto con él tras verle salir de mi casa y encontrarme a mí en ese estado tan evidente, le habría propuesto la idea de dos machos para una chica y el otro habría aceptado de buena gana, sin duda.
Salimos los tres del local, casi abrazados, los dos me tocaban alternativamente, mi cintura, mi culo respingón, me cogían las manos, acercaban sus caras a mis mejillas calientes, me susurraban indecencias al oído, me lamían la oreja… yo no me podía creer nada de lo que estaba pasando, creo que estaba ausente, flotando en la nada, dejándome llevar por algo que no controlaba, que no podía evitar, no sentía nada, o casi nada, no tenía claro si me repugnaba la idea de acostarme con los dos o por el contrario me excitaba, tenía un caos en mi cabeza de impresión, pero el alcohol hizo de relajante moral para seguir hasta el final.
Fuimos a un hotel, Dorian se adelantó ligeramente para pedir una habitación triple. Yo me quedé un poco apartada, muerta de vergüenza, el recepcionista levantó la cabeza para observarme y pensé que en aquel preciso instante se pensaría que yo era una fulana, una guarra, una cochina.
Ya en el ascensor pude experimentar por mi cuenta esa sensación, porque los dos me besaban a la vez, me manoseaban todo mi cuerpo, me levantaban la falda hasta tocar mis ardientes braguitas, buscando la humedad de mi cueva pelada, la jugosidad encerrada tras la tela de encaje, la suavidad de mis labios carnosos.
Yo cerraba los ojos, levantaba la cabeza al cielo, al infinito, intentando no pensar, no avergonzarme de lo que estaba ocurriendo, queriendo abstraerme por completo para alcanzar el éxtasis total y absoluto.
Ya en la habitación me hicieron arrodillarme entre ellos, para estar mi cabeza a la altura de sus braguetas, me ordenaron que las bajara y que sacara el premio que me tenían preparado, empezaron a gruñir de vicio y de lujuria que eso era lo que me merecía, que iba a sentirme como la más puta y la más cachonda de todas las mujeres de la ciudad esa noche, esa noche que ahora sí que estaba resultando mágica, arrebatadora, entusiasmante, visceral.
Metí la mano en sus paquetes para que sus pichas respiraran mi aliento, para que las engullera una y luego la otra, para que las pajeara con mis pequeñas manos, para notar sus cada vez más tersas durezas, para llenar mi boca con sus dos glandes, rojizos, carnosos, amenazantes, excitantes.
También les masajeaba sus peludos cojones, llenos de líquido inflamable que me estallaría dentro de un tiempo, dentro o fuera de mí, o en todos los sitios de mi cuerpo, dentro de mis entrañas y fuera de mi piel, resbalando por mis tetas o por el interior de mi coño.
Cuando mis babas habían lubricado convenientemente sus pollas me levantaron y me llevaron a una mesa que había pegada a la pared de la habitación.
La separaron un poco para tener espacio libre y comodidad suficiente, me tumbaron en la mesa y me rompieron entre ambos las bragas, uno a cada lado, estirando de la fina tira que envolvía mi cintura. La tiraron a la otra parte de la habitación, inservible, ya no me la podría poner más.
La misma sensación tenía yo con ellos, ya no me harían falta bragas cuando quedara con los dos, solo una pequeña falda sensual y nada debajo.
Dorian se quitó los pantalones y colocó su polla en mi conejo depilado, suave como el de una niña, rasurado y anhelante de rabo, de rabos. Golpeó con delicadeza con su polla mi rajita. pero con sus ojos repletos de rabia, de excitación, restregó su picha dura y rebosante por mi vulva afeitada, buscó hasta encontrar mi clítoris inflamado, rojo, hinchado y me dijo entonces que me iba a ensartar como a una perra, a lo que yo le contesté que vamos, que adelante, que quería sentirme como una cerda con los dos.
Un grito siguió a su ensartada hasta el fondo, hasta que noté sus huevos en mi culo, un grito que quedó ahogado entre la boca del chico, que me lamía la cara, los labios, el cuello, la parte más alta de mis tetas que quedaban al descubierto bajo el sujetador, que sin quitármelo del todo, había bajado para dejar salir a mis pezones amoratados, llenos de puntitos duros, con la aureola comprimida, a punto de reventar.
Chupaba mis tetas a la vez, las agarraba para juntarlas, para poder llenarme de su saliva al mismo tiempo mis dos senos endurecidos.
Se incorporó para meterme su pollón en mi boca, para no dejarme ni respirar, entre los dos me estaban metiendo y sacando sus miembros erectísimos. Me estaban satisfaciendo a pares, como nunca había soñado.
Se retiraron unos segundos para terminar de desnudarse. Así hice yo, que me quedé totalmente desnuda, como si me quisiera ofrecer a mis dioses del sexo y de la pasión, ahora conscientemente, sin remilgos, con la furia de mi sexo que derribaba todas las barreras de vergüenza que hasta entonces me habían atenazado.
El chico se sentó en una silla y me arrastró de espaldas hacia él, me hizo sentarme de culo y me aplicó su picha descomunal, fuerte y robusta como un tronco de roble.
Me gritaba que saltara, que botara encima de él, que le rompiera el nabo cuando lo que realmente iba a pasar es que él a mí me iba a destrozar el chocho.
Al mismo tiempo Dorian me miraba enloquecido, con los ojos fuera de sus órbitas, me susurraba lindezas tales como zorra, guarra, te vamos a follar como te mereces, te vamos a penetrar por todos tus agujeros de fulana mayor, de calentorra pendona… volvió a taparme la boca con su polla, a un lado estaba él, dando bomba y meneándose al unísono con el otro, que me alzaba las piernas para abrírmelas de par en par, para que mi chocho soportase su continuo vaivén dentro de mi cuerpo.
Yo tragaba la polla de Dorian, que la notaba más dura y más gorda de lo habitual, de tan caliente y excitado que estaba, al contemplar la escena de otro tipo follándome y yo disfrutando y gozando a lo bestia.
“Ahora te vas a enterar” dijo uno de ellos, ya no sabía quien hablaba, quien susurraba palabras llenas de impudicia, envenenadas de vicio y de lascivia. Dorian me arrancó de un tirón de las rodillas del chico y salí de su taladro majestuoso de un golpe, notando el vacío que se quedaba en mis entrañas.
“Ahora vas a ver lo que es gozar de dos pichas a la vez”, otra voz retumbó en la habitación del hotel, se paseó por sus paredes, embriagó mi mente y mi imaginación se desbordó como un río tras una inundación.
El chico se tumbó en la cama, boca arriba y con su mástil mirando al cielo del techo, casi tocándolo. “Metétela otra vez, zorra”, me ordenó groseramente, a lo que yo obedecí sin premura, me arrodillé cara a él y me hinqué su pichote en mi cueva caliente, retorciéndome de placer, electrificando mis nervios, temblando mis piernas y mis brazos, palpitando mi corazón y llenándome las manos de mis tetas, restregándomelas, subiéndolas hasta mi boca para poder chupar mis pezones, en una locura de autogoce.
Unas manos por detrás de mi cuerpo inclinaron mi espalda hacia delante, hasta pegarme al cuerpo del macho que me estaba jodiendo. Unos dedos que notaba pringosos, mojados, viscosos jugueteaban en mi otro agujero, el más pequeño, el prohibido, el más caliente y negro de mis orificios. Un pequeño gemido de dolor salió de mi alma cuando introdujo uno de sus dedos en la pequeña pero ardiente cueva.
Un uauhhhhh seco y breve retumbó en los oídos de ellos dos, para a continuación hacer unas suaves penetraciones para dilatar mi culito. Una vez conseguido me giré para ver a Dorian con su polla empalmada a punto de penetrarme el culo por primera vez, le abrí la boca, le saqué levemente la lengua y le susurré ferozmente vamos métela ya, quiero que me folléis los dos a la vez, joderme bien…arggghhh, ahora sí que había entrado su polla en mi culo, la notaba hinchada en mi pequeño agujerito, haciendo hueco por mis paredes, entrando y saliendo con cierta dificultad al principio, mientras yo me seguía moviendo emparedada como estaba para continuar gozando de la picha que tenía en mi chochito.
Los dos a la vez, una y otra vez, sin parar, un buen rato, mientras los gritos, los gemidos y los suspiros se mezclaban con voces de rabia, de sexo puro, de goce inmenso.
Los tres estábamos entregados al máximo, sin querer parar de saciar nuestros más impuros deseos, turbados, enrojecidos, sudorosos, mojados y lubricados.
Como si lo hubieran preparado todo hasta el más mínimo detalle, los dos amenazaron con correrse al mismo tiempo, notándoles yo la hinchazón última de sus pichas que ensanchaban todavía más las paredes de mis dos rellenas cuevas.
Dorian hizo gesto de retirarse, seguramente porque quería eyacular en mi cara, en mi boca, pero me giré a tiempo para pedirle que lo hiciera dentro de mí, que me llenara el culo de su leche caliente y abundante.
Grité que quería la leche de los dos dentro de mi cuerpo, que se corrieran a la vez para repletar mi chocho y mi culo de sus fluidos de vida, de pasión, de lujuria.
Ellos todavía hicieron más fuerza, el último y feroz intento de colmarme, de saciar mi apetito de zorra lasciva, los dos se meneaban como trenes desbocados, sincronizados, con los muelles de la cama chirriando ante tanto movimiento enloquecedor.
Los dos me enchufaban sus pollas hasta el fondo de mis entrañas, de mi alma.
Los dos gritaban y demonizaban, se agarraban a mi piel sudada, a mis carnes embadurnadas de pasión.
Los dos se corrieron a la vez abarrotando mis agujeros de su caliente leche mientras yo grité el grito de la pasión, de la doble pasión que me arrastraría una y otra vez durante todo el tiempo, de aquí en adelante.