Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.

Milena ya pasó los 30 años, decidió que para cumplir todas sus expectativas de vida, no debería tener compromisos serios.

Es independiente, tiene un showroom que le permite vivir holgadamente (lencería y prendas deportivas) que le dan la posibilidad de aprovechar cada uno de los fines de semana extensos que los feriados otorgan en Argentina.

Amante de la naturaleza, espera las 13 horas de los viernes para cargar su auto y partir raudamente a playas vírgenes o sectores de sierras que pocas personas reconocen. Eso la llevó a hacer cientos de kilómetros por carreteras poco recorridas pero que le dan tranquilidad y privacidad.

Estuvo más de dos meses averiguando por el Balneario Orense, en la provincia de Buenos Aires. Consiguió una cabaña a muy buen precio, con todas las comodidades que le agradaban y confirmó el alquiler.

La tarde del jueves 4 de diciembre, cargó en su auto un bolso con algunas ropas, un poco de comida para consumir al llegar y su ilusión de conocer un nuevo destino. Viernes a las 6:30 de la mañana, abordó su confortable Volkswagen Up, abrochó el cinturón de seguridad y comenzó el viaje desde Buenos Aires a Orense. Serían varias horas de travesía por ruta nacional y algunos kilómetros por caminos vecinales: el GPS indicaba que sería un buen tramo de manejo.

Aprestó un pendrive en su equipo de audio e inició el recorrido. La ruta 3 estaba atiborrada de vehículos, lo que la llevó a demorar algo más de lo previsto. Al llegar a Tres Arroyos se detuvo en una estación de servicios y completó el tanque de combustible, pidió un café y analizó las opciones para llegar a destino: una más extensa pero por ruta y otra más breve pero por caminos vecinales.

Milena pensó que era mejor opción la segunda, bebió el café, se subió al auto y retomó el camino. Todo iba genial, hasta que su vehículo dijo lo contrario. Un camino polvoriento, casi desierto, y esa luz en el tablero de mandos que la detuvo.

Se maldijo por no tomar la opción más lenta. El calor comenzaba a apretar y ella en medio de la nada: “Mile, ¿quién te manda a hacer cosas así?” pensaba mientras se bajaba del auto y abriendo el capot trataba de entender lo sucedido. El vapor salía del motor como si estuviese preparando una sopa…

Notó como se empezaba a mojar la remera producto del sudor, por suerte solo optó por una pollera corta y cómoda para manejar. Miró el reloj que marcaba las 12:30, sol a pleno y no había un solo sonido que hiciera imaginar que alguien recorría el camino.

Habían pasado más de dos horas, y nadie pasaba por el camino, pensó en cerrar el auto y caminar (¿rumbo a dónde?) en busca de ayuda, cuando escuchó un sonido lejano.

“¡¡Por fin!!” pensó Milena mientras divisaba a la distancia un vehículo que se aproximaba.

Unos minutos después se detuvo a su lado una camioneta vieja, bastante destartalada manejada por un muchachito que tendría unos 20 años como máximo.

“Buenas tardes señora, ¿qué problema tiene su coche?” le consultó el chico vestido claramente con ropas de trabajo en el campo. “No tengo idea, se encendió una luz y comenzó a echar vapor” explicó Milena.

“Dejeme ver: ¿puede poner en marcha el auto?” le pidió el joven, ella accedió e hizo lo solicitado. Una seña de él detuvo la acción.

“Pinchó una manguera, se quedó sin agua” dijo acercándose a ella “Si no le molesta, voy camino al pueblo, puedo llevarla de tiro o pedirle al mecánico que venga a buscarla con su remolque”

Pensó en las dos opciones y tras preguntarle cuanto demoraría en llegar el mecánico, se decidió por la primera. El joven calzó una linga, le dio algunas instrucciones y comenzaron el remolque.

Una hora después se detenían frente a un taller, el joven bajó de la camioneta y se dirigió al interior mientras Milena se bajaba del vehículo y se acomodaba un tanto las ropas.

Minutos después el mecánico y el joven salían del taller, revisaron rápidamente el auto y el profesional dio su diagnóstico: “hay que cambiar dos mangueras y asegurar que no haya daños mayores, pero en el pueblo no hay repuestos para estos coches.”

El panorama era pésimo para Milena, debería quedarse en el pueblo hasta que se consiguieran los repuestos, quizás el lunes.

“Pablo, ¿vos vas a Tres Arroyos esta noche? Tenés que descargar cereales en la cooperativa, ¿no?”. El joven asintió con la cabeza.

Mecánico: ahí tenemos la solución señorita, vaya con él y mañana sábado se vuelve con los repuestos en mano y le reparo el auto” le dijo.

Pablo se puso súper colorado y Milena dudó sobre la propuesta, pero no tenía muchas opciones.

Milena: si no te molesta, me llevas hasta la ciudad y mañana vuelvo con las refacciones.

Pablo: El camión es muy cómodo, algo viejo y cargado muy lento, ¿le sirve?

Milena: por supuesto.

El mecánico puso manos a la obra y comenzó a desarmar el vehículo, dejando todo listo para el día siguiente, mientras Pablo llevó a Milena al único hospedaje del pueblo para que pudiese prepararse para el viaje y comiera algo. La dueña del lugar le alistó una habitación y preparó una cena liviana, a las 23 horas Pablo llegó al lugar ya en su camión (cargado), listo para el viaje.

Pablo: disculpe el horario señorita, pero la playa de camiones abre a las 3 de la mañana y con la carga tardo más de 4 horas en llegar. Ya tengo turno.

Milena pensó que haría tanto tiempo hasta que abriese el comercio, imaginó que podría quedarse en la estación de servicio haciendo tiempo hasta la apertura del negocio.

Pablo: si está lista, partimos

Milena: creo que es buena idea.

Subieron ambos al camión, resultó bastante más cómodo que lo esperado por Milena. Pablo puso música en un viejo estéreo y emprendieron el viaje.

Habría pasado una hora aproximadamente y Milena notó que el cansancio la vencía, se dio un par de cabezazos contra la ventanilla.

Pablo: ¿quiere acomodarse en la cucheta? Estará más cómoda.

Milena: te lo agradecería.

Pablo detuvo unos minutos el camión y abrió una cortina que había tras los cabezales. La ayudó a trepar hasta el lugar y una vez ubicada, retomó el viaje. Cómo todo camión de cargas, contaba con luces de colores en el habitáculo y la música suave hizo el resto: Milena se durmió rápidamente.

En sus sueños, sus fantasías se hicieron presentes: sintió como las manos de un hombre se deslizaban por sus piernas, rozándolas, erizándole la piel, provocándole espasmos de placer sin necesidad de invadir su intimidad, tan solo acariciándola suavemente. Dejó escapar algunos gemidos que inquietaron a Pablo, él era joven y sus hormonas estaban a flor de piel.

Notó como se verga se despertaba, mientras la pasajera perdida en sus sueños gemía soñando con ser mimada.

Los kilómetros del viaje se hicieron eternos para Pablo, si hasta le parecía que la mujer murmuraba en sueños, pidiendo al protagonista de sus sueños que siguiera con su accionar.

Cuando las primeras luces de la ciudad anunciaban la llegada al destino, Pablo estaba excitadísimo, y no sabía cómo disimular lo que le estaba sucediendo. Tenía que despertarla, interrumpir su sueño y avisarle que estaban a escasos kilómetros de la estación de servicios donde ella esperaría.

Pablo: señorita Milena, ya llegamos, despierte.

“No me dejes así, quedémonos juntos hasta el amanecer” murmuraba ella en sueños. Pablo no sabía cómo reaccionar, intentó nuevamente despertarla pero obtuvo la misma respuesta, algo más atrevida “Amor, no me dejes así de calentita…”. Pablo detuvo el camión a las puertas de la playa de camiones, había unos 500 metros hasta la estación de servicios.

Pablo: señorita, despierte, ya llegamos

Se atrevió a rozarle una de sus piernas para despertarla, ella extendió su mano y la hizo subir por su muslo casi hasta su entrepierna.

Pablo: por favor señorita Milena, despierte.

Milena apenas entreabrió sus ojos y las luces de la playa de camiones parecieron herir sus pupilas, notó como su mano se aferraba a la del muchacho, acercándola a su Monte de Venus, candente y necesitado de afecto. Dudó un momento si lo vivido era realidad o un sueño, notó la humedad que brotaba de su cuerpo y creyó que era el momento de cumplir su fantasía más guardada.

Milena: estacioná el camión, cerra las cortinas y vení conmigo.

Como pudo, Pablo completó el ingreso al predio, entregó la documentación correspondiente y apenas terminado el proceso buscó su lugar en el predio. Estacionó el camión, detuvo el motor, apagó luces, corrió las cortinas que impedían ver hacia adentro de la cabina y trepó a la litera.

Ella lo recibió acomodándose de costado y haciendo un espacio para que él ingresara. Torpemente, se despojó de su pantalón, desprendió la camisa y se la quitó rápidamente. Ella solo se bajó la tanga hasta los tobillos y retiró la remera, dejando la corta pollera aferrada a su cintura. Lo dejó acomodarse, acostado en la litera y se subió a su cuerpo.

El perfume del muchacho la embriagó, tomó posesión de sus labios de manera desesperada, permitiendo que las manos ásperas del joven le recorrieran las caderas y se perdieran en su culo. Bastó un movimiento para llevarlo a su interior, no hubo juegos, ni caricias preliminares: fueron directo al grano.

Ella abrió las piernas y las ubicó bajo las de él, y lo trabó para que no pudiera salir de su interior. Comenzó a moverse de manera frenética, él la apretaba y movía de arriba abajo, tratando de penetrarla tan a fondo como el espacio se lo permitía. Los bufidos de él eran correspondidos con gemidos de ella, la velocidad era intensa, los deseos feroces y el orgasmo indescriptible.

Una vez concluido ese primer polvo, reposaron uno sobre el otro, buscando reponerse de la acción. “Buen polvo Pablito, sos todo un semental” le dijo al oído. “Y usted una hembra muy caliente” le devolvió el cumplido.

Milena: podés tutearme, ya que acabas de cogerme, ¿no te parece?

Pablo: y voy a cogerte mucho más, hasta que el sol salga.

De manera poco delicada, la puso debajo de él y tras recuperar potencia, volvieron a sacudirse, ahora sin nada de delicadeza, de manera más vehemente hasta llegar a un segundo orgasmo: ella primero con un grito agudo y él instantes después descargando toda la leche que quedaba en sus huevos. Rendidos, se ubicaron en el camastro y durmieron hasta que varios golpes en la puerta despertaron a Pablo.

Empleado: es tu turno Pablo, a descargar.

Pablo: ya voy, dame un rato

Empleado: apura que es finde largo y me quiero ir a casa.

Como pudo, se calzó los jeans y la remera, puso en marcha el camión y enfiló a las tolvas. El movimiento del camión despertó a Milena, que se puso la tanga sobre el cuerpo cubierto de semen, acomodó el brassier a duras penas y calzó la remera.

Cuando el camión se detuvo para la descarga de los granos, Pablo bajó a firmar los papeles de la descarga y Milena hizo lo propio, para ir camino a la estación de servicio.

El empleado de la planta vio a Milena, se sonrió y se acercó a Pablo: “¿te comiste a esa hembra Pablito?” le dijo, Pablo no dijo nada solo sonrió y la vió irse rumbo a la estación. Comenzó la descarga y él fue hacia la estación de servicio, entró y pudo ver como ella salía de los baños.

Pablo: vaya por los repuestos, en dos o tres horas vuelvo para el pueblo.

Milena se sonrojó, él ya no la tuteaba, pero sin dudas estaba esperando un nuevo encuentro. Partió en un taxi rumbo a la casa de repuestos y volvió con ellos casi a las 11 de la mañana.

El acoplado del camión había sido desprendido y Pablo la esperaba apoyado en el frente del chasis. “¿Volvemos señorita?” le dijo y recibió un si como respuesta.

El retorno fue extraño, la charla era algo distante, sin hacer mención a la noche que ambos habían pasado. Cuando estaban a escasos 5 kilómetros del pueblo, Pablo tomó la palabra.

Pablo: con suerte, en unas dos horas estará su auto reparado y usted podrá completar su viaje.

Milena: eso dijo el mecánico ayer.

Pablo: espero pueda solucionar el tema y disfrutar de su fin de semana.

Milena: Gracias Pablo, por todo. ¿Te volveré a ver?

Pablo: difícil, es tiempo de cosecha y estamos muy atrasados.

Milena: sabés donde encontrarme.

Le dio un beso corto y se bajó con los repuestos en la puerta del taller. Sintió como el camión se iba del lugar y pensó que algo habría hecho mal, ya que el muchacho no accedió a volver a verla.

Sobre el mediodía, el Volkswagen Up estaba reparado, pagó por el servicio e inició el camino rumbo al Balneario. Al llegar, se disculpó con el dueño de la cabaña por la demora (ya había avisado del problema vehicular) y tomando las llaves ingresó, descargó sus cosas y se fue directo a la ducha: el pegote de semen en la tanga, el olor a leche en sus vellos y el de sus flujos eran un combo muy fuerte. Ya aseada, se fue a dar un paseo por la playa y aprovechó para meditar en lo acontecido con Pablo en su camión. Había cumplido su fantasía pero quería algo más, como siempre sin compromisos.

Reflexionó en cada minuto pasado con el chico y repasó cada momento.

La tarde se hizo interminable, al igual que su paseo hasta que las primeras nubes empezaron a oscurecer el cielo. Los primeros relámpagos la acompañaron en el retorno a la cabaña, encendió la chimenea para dar algo de calor al lugar mientras las primeras gotas de la lluvia golpeaban el alero. Buscó en la heladera de viaje algo para preparar la cena y se dedicó a esperar al muchacho mientras leía un par de relatos eróticos en la web que encontró donde los protagonistas eran una madura y un joven. Se imaginó como la protagonista, iniciando al joven en algunas artes amatorias y la excitación empezó a hacer efecto en ella. Pero él nunca llegó.

Amaneció el domingo, la lluvia había afectado a los caminos de acceso al Balneario. Fue en busca de pan fresco para desayunar: allí se enteró que los caminos vecinales estaban bastante anegados y que solo podría utilizar la ruta principal para su regreso, por lo que decidió retirarse antes de lo previsto. Aun así canceló su deuda por los días restantes, cargó su auto nuevamente y decidió partir para evitar tránsito pesado en la ruta.

Se alejó del balneario, cruzó las calles del pueblo (casi desiertas) y se adentró en la ruta de regreso a casa.

Tomó esa recta de 80 kilómetros interminables y a mitad de la misma, nuevamente la luz del tablero le planteó un alerta inesperado. Se detuvo a la vera del camino, tomó su teléfono celular y se comunicó con el servicio de grúas de su seguro automotor.

Operadora: señorita, la cobertura es de 350 kilómetros máximo y usted está a más de 500.

Milena: ¿qué quiere que haga? ¿Debo forzar el motor hasta alcanzar el kilometraje?

Operadora: no, solo pagará la diferencia. ¿Le envío el auxilio?

Milena: no tengo opción. Llamo a mi mecánico y le confirmo la dirección.

Operadora: ya le reservo el servicio, demorará unas 2 horas en llegar ¿viaja usted con el vehículo?

Milena: si, por favor.

Cortaron la llamada, se comunicó con su mecánico de confianza y le informó lo sucedido, arreglaron para llevar el auto hasta la puerta del taller con el auxilio

Se sentó en el auto, se preparó un sándwich, destapó una cerveza y se dispuso a esperar la llegada del remolque. El sol se hacía insoportable, ayudado por la humedad del ambiente, por momentos se bajaba del auto para estirar las piernas, fumar un cigarrillo y matar la espera.

Aprovechó ese tiempo para rememorar la noche vivida con el joven en la cucheta del camión, sentía como se humedecía con los recuerdos y tenía deseos de acariciarse cuando recordaba las penetraciones y los gemidos del muchacho.

Un sonido de motor deteniéndose la sacó de aquel trance, los pasos acercándose al vehículo la pusieron en alerta y dos suaves golpes en la puerta la trajeron a la realidad. Abrió la puerta y se bajó.

Empapado en sudor, un hombre de unos 40 años se presentó como el encargado del traslado. Completaron los trámites de rigor, subieron el automóvil a la plancha del remolque. Le indicó que subiese a la cabina y emprendieron el retorno a Buenos Aires. Los primeros kilómetros de la travesía transcurrieron en una charla típica: qué había sucedido, los costos extras del movimiento, la confirmación del lugar donde debían dejar el auto y cosas por el estilo.

Llegando a Olavarría, ella pidió de detenerse unos instantes para acceder a un baño, comprar algo para comer y beber, a lo que el chofer accedió.

Chofer: no se demore porque tengo que cumplir con los tiempos de la empresa.

Milena: serán solo unos minutos.

Utilizaron las instalaciones de una estación de servicios. Cuando volvía al transporte observó al chofer que estaba en la fila de espera de los sanitarios: era bien parecido y se había mostrado simpático, hasta le había permitido fumar en la unidad, cosa que no era habitual.

Lo esperó para ocupar nuevamente su lugar en el tráiler. Le ofreció un cigarrillo y una bebida fría que él aceptó de buena gana. Intercambiaron una charla animada, donde ambos se declararon solteros y libres de compromisos, uno por sus tareas y ella por decisión propia.

Chofer: por cierto mi nombre es Rubén

Milena, un gusto Rubén, soy Milena

El recorrido se volvió más ameno con la conversación.

Rubén: ¿Qué la trajo por esta zona?

Milena: tranquilidad y aventura

Rubén: ¿y lo logró?

Milena: poca tranquilidad y algo de aventura, la rotura del auto no colaboró

Rubén: ¿por qué viaja sola? Casi siempre he hecho traslados donde hay al menos dos pasajeros

Milena: ¿por eso la doble cabina?

Rubén: entre otras razones

Milena: ¿cómo cuáles?

Rubén: Descanso, solo hago coberturas extensas y suelo dormir en el tráiler.

Las alarmas se encendieron en la cabeza de Milena: soltero, atractivo, simpático y con un espacio preparado para descansar… ¿sólo descansar?

Rubén desviaba cada tanto su mirada de la ruta hacia su “compañera de viaje”, pollera corta, remera ajustada, aventurera, soltera. “¿estará dispuesta a algo más que un traslado?” pensó y apostó a más.

Rubén: llevas ropas algo sugestivas, ¿siempre viajás así?

Milena: me gusta estar cómoda

Rubén: obviamente no esperabas tener un problema mecánico

Milena: claro que no, pero pude cambiarme antes que llegaras. Me alegro de no haberlo hecho.

Las cartas estaban echadas, ambos jugaban un juego riesgoso. Él encendió las balizas del tráiler y bajó la velocidad cuando divisó un pequeño monte a la vera de la ruta. Deslizó su mano derecha hacia la palanca de cambios retirando la marcha y prolongó suavemente el recorrido por la pierna izquierda de Milena. Instintivamente, ella abrió levemente sus piernas y lo dejó recorrerla.

Rubén: ¿segura de esto?

Milena: totalmente, necesito atención como mi auto.

No era un joven inexperto el que estaba a punto de darle tratamiento a su ansiedad, Milena sabía que era el momento y el lugar adecuado para cumplir con su “materia pendiente”.

Hábilmente Rubén detuvo el tráiler entre los árboles, se inclinó hacia ella y le dio un beso profundo, acompañado de caricias en los pechos, jugando con ellos hasta que los pezones parecían querer reventar la remera. Bajó una de sus manos a la entrepierna de ella y esquivando la pollera fue directamente a la raja, hundiendo el dedo en ella como si quisiera enterrar la tela de la tanga en su interior. Milena no se quedó quieta, devolvió la gentileza aferrándose a la verga que comenzaba a marcarse en el pantalón, bajó el cierre y desprendió el botón del jean para poder introducir su mano en busca de la herramienta. La halló, dura y firme, instintivamente la comparó con la de Pablo y la notó más grande.

Rubén: vamos atrás

Milena estaba por abrir la puerta para bajarse y él lo impidió. Accionó una palanca que separaba los dos asientos y el respaldo se deslizó hacia abajo, dejando espacio para pasar al asiento trasero sin salir del tráiler. Mientras ella se movía hacia atrás, él tomó el elástico de la tanga y se la retiró de manera algo brusca, dejando al aire su concha brillante de flujos.

La hizo acomodarse sobre un asiento mucho más acolchado, le subió la pollera hasta la cintura y abriéndole las piernas, se inclinó hacia ella, iniciando una comida de concha memorable. Ella afirmó la planta de los pies en el asiento y le dio acceso total, sentía la lengua recorrerla y al llegar a la parte superior, los dientes de él se prendían al clítoris que comenzaba a hincharse de manera descontrolada.

Los aullidos de Milena eran profundos, y hubiesen podido sentirse desde la ruta misma. “Si papito, haceme acabar con esa lengua juguetona” le pedía entre recorrido y mordiscos.

Él se esmeraba en cumplir, pero también quería ser atendido. Cuando la tuvo a punto del orgasmo, abandonó el lugar para enterrarle la verga a fondo. “¡¡¡¡Dios!!!! Me estás partiendo, bombea, acaba y haceme llegar ya” gritó mientras sentía como esa verga la llenaba por completo.

Cuatro o cinco minutos fueron suficientes para que ella tuviese un orgasmo intensísimo y otros cinco minutos más hasta que sintió como la concha se llenaba de leche. Los labios vaginales latían desbocados, las piernas le temblaban y el corazón parecía salirse del pecho.

Él se derrumbó sobre ella, agotado y muy satisfecho. Permaneció dentro de ella hasta que la erección comenzó a bajar. Se retiró y trató de ubicarse a un lado, ella se sentó y sentía como escurrían sus jugos acompañados de leche de él.

Vió que el permanecía con los ojos cerrados disfrutando del momento vivido y sintió la necesidad de darle algo más: se reclinó sobre la verga y comenzó a mamarla y frotarla arriba y abajo, logró que recuperara algo de vigor y se dedicó a chupar fuertemente, buscando que le llenara la boca de semen.

Lo logró rápidamente, la cantidad fue mucho menor, pero suficiente para calmar su necesidad.

Sin mediar palabras, él se acomodó la ropa, volvió al asiento delantero, puso en marcha el tráiler y retomó el camino.

Ella seguía desparramada en el asiento trasero, reponiéndose de la sesión de sexo, algo adolorida por el tamaño recibido, pero satisfecha: su fantasía estaba cumplida con creces, había sido cogida por dos camioneros (uno inexperto pero rendidor y otro que la había hecho gemir como nunca).

Se durmió recostada en el asiento trasero, hasta que las luces de la ciudad empezaban a inundar el habitáculo. El tráiler se detuvo en otra estación de servicios, ya en Buenos Aires.

Rubén: Milena, estamos en un sector alejado, quizá quieras acomodar tus ropas antes de llegar.

Milena: gracias, ya bajo.

Ella chequeó el reloj y habían cumplido con el tiempo de traslado. Evidentemente mientras ella dormía él había acelerado para que la demora no se notase. Cuando volvió al tráiler, el asiento estaba acomodado nuevamente y dispuesto para que ella ocupara el lugar. Completaron el camino hasta el taller, donde dejaron el auto.

Cumplido el trámite, él hizo que firmara los papeles correspondientes y le ofreció acercarla a su domicilio, ella se negó, pero le dejó su número telefónico. “llamame cuando tengas un día libre y nos encontramos para revivir el viaje” le dijo antes de subirse a un taxi y partir rumbo a su casa.

Cuando llegó a casa, se fue directo a la ducha. Al enjabonarse la entrepierna sentía cierto dolor, producto de las penetraciones de Rubén, sonrió y tras secarse se aplicó una crema relajante y se recostó en su cama. Minutos más tarde, recibía un mensaje de WhatsApp con una foto de su tanga roja embadurnada de semen y varios emojis de fueguitos con un texto “La pienso devolver cuando nos volvamos a encontrar. Rubén”.

Se durmió hasta pasadas las 13 horas del lunes, al despertar la molestia vaginal había desaparecido, pero los recuerdos invadían su mente. Miró el teléfono y no había nuevos mensajes, debería esperar. Una espera ansiosa que prometía nuevas emociones.

Espero tus comentarios, y más que nada tu opinión.

Saludos,

Alejo Sallago – alejo_sallago@yahoo.com.ar