Era ya muy de madrugada, seguramente no estaba lejos del amanecer, cuando regresaba de bailar caminando ya por las calles de mi barrio. Junto a mi, un chico que vivía por la zona y que conocí esa noche, ambos veníamos muy animados por el alcohol, las bromas y la charla.
Lo llevé por una calle que de un lado estaban las casas y al frente una arboleda que pertenecía a un polideportivo. Una de las casas tenía un largo frente con un paredón blanco con enredaderas y en especial un rincón bien oscuro donde no llegaba la luz de las luminarias
-Que lindo lugar para hacer de todo- dije mientras apoyaba mi trasero sobre la entrepierna del chico, que sin vacilar me arrinconó contra la pared restregando su pelvis en mis nalgas. Yo emitía leves jadeos mientras, sin darme vuelta, mi mano buscaba tocar más allá de sus prendas. El ya había sacado su verga del pantalón y al tacto la sentía enorme y caliente, yo también me baje mi pantalón dejando mi culo al aire sintiendo como el me metía un dedo goloso en el ano.
Me eché un poco de saliva en mi culo y en su verga y con mi mano fui guiando hasta la puerta de mi agujero que estaba ansioso. Me la metió de una sola vez pero la saco rápidamente porque le dolía un poco el glande al no estar bien lubricados. Agregamos más saliva a nuestros sexos y me clavó de nuevo esta vez con éxito.
Yo tenía un brazo contra la pared y la cabeza apoyada en el mientras con la otra mano abría un poco más mi culo, el me tomaba de la cintura para aumentar el ritmo y cogerme bien a gusto. El alcohol hacia el resto, me nublaba, me excitaba más y me hacia decirle cosas para que el supiera lo bien que la estaba pasando.
No pasaba un alma por ahí. Descargó todo su semen en mi, su esperma goteaba de mi ano cuando sacó su verga, yo que estaba excitadísimo me masturbe para acabar también. Nos limpiamos un poco, nos arreglamos y nos fuimos complacidos. La noche cerraba con broche de oro.
Varios días después, una tarde que pasaba por esa misma calle, por ese mismo lugar donde me habían cogido, estaba el dueño de la casa del paredón blanco, un vecino al que saludaba amablemente cuando lo cruzaba.
Me llamó y me preguntó si tenía unos minutos porque quería enseñarme algo. La verdad no sé porque entré a su casa, quizás porque creí que me iba a pedir que lo ayude en algo, mientras lo acompañaba me contaba que su hogar había sido víctima de robos o intento de robo en otras ocasiones, que tuvo que hacer algunos arreglos para evitar a los cacos y que, entre esas cosas que hizo fue poner un par de cámaras de vigilancia en un lugar que siempre estaba a oscuras.
Y me mostró el monitor de la computadora donde en una filmación con visión nocturna se apreciaba claramente mi rostro y el de mi amante ocasional de la otra noche aproximándonos al lugar, y en otro ángulo distinto se veía como me estaba cogiendo mientras yo me movía como gata en celo.
-Y saben tus viejos que tienen un pendejo puto?- me dijo con sarcasmo, mientras yo, con la boca abierta, sentía que el mundo se me venía encima.
Malditas cámaras de seguridad.