Capítulo 4

Contrólate

Pasaron menos de dos horas y me sentía bastante mejor. Me encendí un cigarrillo en esa terraza y me apreté la polla, recordando la sensación de mi capullo aprisionado por las piernas de mi tía. Llevaba un buen rato intentando sólo disfrutar del aire fresco y las vistas.

— Fumar es malo. Sobrino cochino. — Dijo la voz de mi tía a mi espalda. De repente, estar en un sitio así, sentado fumando mientras una jaca semejante se me acercaba, se me antojó como estar en la cima del mundo. Podía presumirla sin pudor delante de mucha gente, y eso inflaba mi ego juvenil casi tanto como ella conseguía inflar mis huevos.

— Pues sí. — dije, sonriendo.

— ¿Has dormido siesta?

— No. ¿Y tú?

— Yo sí. — dijo, sentándose a mi lado. — Si estoy cansada te lo pongo demasiado fácil. Me tengo que empezar a defender para que practiques.

Decidí no mirarla para no parecer ansioso. En pocos segundos continuó hablando, probando lo transparente que mi cabeza era para ella.

— ¿Has aprovechado el tiempo? ¿Has ido a buscar a la rubita?

— No, que va. — Y entonces sí que me giré, riendo, para mirarla.

Mi tía Celia estaba completamente desnuda a mí lado, recostándose en la tumbona. Sus piernas cruzadas ocultaban el coño tras un triángulo y sus melones fascinantes bailaban levemente mientras hablaba. La miré, ya sin la vergüenza de otros días ni el riesgo de estar conduciendo, e intenté que mi voz sonase con normalidad.

— Igual es buena idea sacarle el teléfono, ¿no? Si te trae luego el champagne ese lo puedo intentar.

— Seguro que se lo sacas, niño. Como es nueva, también se lo puedo sacar a la jefa por ti si te portas bien hoy. Y te la investigo, que no sea una lagarta, la rusita

— Sonaba española.

— Bielorrusa.

— Anda — Dudaba de si me estaba vacilando o realmente era capaz de distinguir eso. Celia echó los brazos hacia atrás luciendo melones y respirando hondo, para mirar el cielo.

— Son estrellas de mar y les gustan los ojos tristes. Son cómodas para hombres normales, pero tú vas a poder hacer lo que quieras con quien quieras. No tienes que enfrentarte al mal carácter de las occidentales, se lo puedes cambiar.

— Ok, tita.

— Me las vas a desgastar, cochino.

Me incliné hacia su lado riéndome y mirándolas fijamente, mientras ella sacaba pecho desde la espalda, haciéndolas aún más espectaculares.

— Marrano… Deja de mirarle las tetas a tu tía.

— No quiero. Mi tía se pasea en bolas para que se las mire, y tengo derecho.

Sonrió y se dio un azote en la teta derecha, mirándome fijamente a los ojos. En ese momento sonó mi móvil; una notificación en forma de zumbido.

— Míralo si quieres, que en un ratito lo tienes que apagar — me dijo.

Era un mensaje de Isa, mi ex: “Tengo todavía las entradas para Noviembre. ¿Las quieres? Yo no voy a usarlas.”. Y el fastidio de recordar los planes que habíamos hecho para el concierto, por supuesto, debió notarse en mi cara.

— ¿Qué ocurre? — Intervino Celia.

— Nada tita, la Isa. No le voy ni a responder.

Mi tía soltó una carcajada y dio tres palmadas, apretando sus berzas entre los brazos e inclinándose hacia mí para asegurarse de sacar mi atención del móvil y volver a quedársela.

— ¡Esa no sabe la que le espera! La vas a tener chupándote el pie en cero coma. Pero ya no la vas a querer de novia.

Vi claro lo que estaba haciendo. En su sonrisa, incluso en sus pechos buscando protagonismo, estaba más mi madrina cuidándome que la hembra cachonda que necesitaba masturbarse y comerme la boca al pensar en el poderoso macho que creía estar esculpiendo. Se me quedó mirando y apoyó la cabeza en la tumbona, suspirando pensativa. Celia siempre supo manejar a la gente, quizá porque realmente le interesaba todo el mundo. Y yo más. Se dejaba llevar por sí misma, haciendo algo que funcionaba genial, no sé si más por tećnica o por casualidad: te llevaba de un tema a otro y de una emoción a otra, quisieras o no, haciéndote aterrizar donde quería.

— Que guapo estás. Oye… siempre haces lo que te dice tu madre. Lo sabes, ¿no? — Me dijo, dulcificando más su sonrisa.

— No siempre… — Respondí, acomodándome también de costado hacia ella.

— Sí siempre sí, siempre sí… — me interrumpió mientras yo negaba con la cabeza — De hecho, más que “siempre”, porque si no te dice lo que hacer te quedas un poco pasmaíllo.

— No, a ver… Es mi madre, coño. Y es como es. Y me guía y me apoya… Y decepcionarla me da un poco de respeto, desde siempre.

— No te confundas, que no es una crítica. — se llevó un dedo a la frente — Hacerle caso a mi hermana es buena idea siempre. Pero, por si no te lo ha dicho, te lo aclaro yo. Es la primera que quiere que seas independiente. Otra cosa es que sepa ayudarte en eso.

— Ya. Bueno, lo estoy intentando. Pero tengo que elegir, o termino la carrera pronto o me pongo a trabajar.

— No me refiero a trabajar, no te hace falta. Pero dentro de poco te vas a ver con un problema.

— Venga, a ver.

— Ahora le haces caso en todo porque es como es. Tampoco es porque seas su hijo solamente, es porque Elena es Elena y manda romana donde va. Pero dentro de poco sabrás, así dentro, muy dentro, íntimamente, que tú puedes gobernarla. Y eso va a cambiar cosas en tu cabecita. Vas a tener que hacer un esfuerzo para decidir y tenerla más como consejera que como jefa.

— No es mi jefa.

— Es la jefa de todo el mundo.

— Bueno, si consigo hipnotizar a alguien que no seas tú ya lo vamos hablando. A mamá dudo mucho que la hipnotice, de todas formas, aunque pueda.

Hablaban el pudor y la ingenuidad juvenil, inconsciente de que Celia escuchaba esas mentiras políticamente correctas, o prudentes, como quien oye a un niño decir que él no se va a quedar jugando a la play hasta tarde si se lo permites. De todas formas, decir algo tan absurdo me azoró, e intenté cambiar de tema.

— Oye… tendríais que escucharos hablar la una de la otra. No tenéis nada que ver y os adoráis. Me da envidia vuestra relación. Leo y yo no nos podemos llevar peor.

Celia dejó pasar unos segundos antes de responder, quizá ponderando si hacerme ver que mi cabeza era cristalina para ella, o quizá ya, como hizo tantas veces, dejándome mensajes para el futuro en forma de gestos de condescendencia amorosa.

— Mira… Tu madre es la única constante de mi vida, y lo será de buena parte de la tuya. Para bien y para mal, de hecho, es la constante de todo el mundo a su alrededor y poca gente tiene un eje de esa calidad. Sabe que, sin ella, yo no sería la mitad de capaz; ni de sana. Y yo… pues espero haberle hecho la vida más tranquila.

— ¡Más emocionante, dirás!

Celia me miró con más dulzura aún. Y yo, claro, apenas entendí nada durante décadas. Apenas creo que hoy empiezo a entender un poco esa sonrisa. Y no sé si “Las Voces y las Trampas”, el libro que me dio Aura, me aportará mucho más.

Y supongo que consideró que ya había basculado suficiente desde el mensaje del móvil, así que decidió volver a cambiar el tercio. Se levantó y se puso en pie delante de mí, echándose la toalla al hombro y poniéndose una mano en la cadera

— Vente, polla gorda, que te enseño la piscina jacuzzi — dijo, señalando al interior de la casa con la cabeza.

La miré a la cara y fui bajando por sus tetas hasta su coño depilado y perfecto. Resoplé y me mordí los labios, realmente dudando de si acabaríamos follando, y tratando de sacar de mi cabeza la idea de mi madre descubriéndolo todo.

Con la toalla al hombro, me dijo que iba a ducharse antes de empezar, y que lo haría en la ducha del jacuzzi.

— ¿La “ducha del jacuzzi”? No entiendo. — pregunté.

— Es más bien piscina jacuzzi, ¿no has bajado a verla?

Y, diciendo esto, comenzó a andar de espaldas y se acarició los pechos con los antebrazos, levantando el dedo índice y moviéndolo repetidamente hacia sí, indicándome que la siguiera. Se giró contoneándose y sabiendo que yo sí estaba hipnotizado por su culo. Y seguí a su culo por el pasillo, bajando los escalones tras de ella. El aire se hizo más cálido y húmedo a medida que descendíamos.

Junto a las dos enormes habitaciones suite del “albergue” ya había un baño adicional enorme con una gran ducha. Pero al bajar unas escaleras se abría una estancia circular con dos pequeñas puertas de cristal translúcido y los monigotes en pequeños carteles señalizando vestuarios femeninos y masculinos. Una gran puerta corredera automática transparente dejaba ver, antes de abrirse, una piscina interior que salía directamente del suelo. Entre la puerta y el borde de la piscina, tres duchas. En penumbra, pero perfectamente iluminado por luces dirigidas en cada detalle, desde la repisa de las duchas para botes de gel y champú hasta un sofá de piedra junto a la piscina.

Para mí, a mi edad, y también por ir siguiendo a semejante hembra, cada detalle en ese lugar gritaba “porno”. La piscina jacuzzi debía tener espacio para quince o veinte personas, y pegaba con una gran cristalera que daba unas vistas impresionantes de una gran montaña con la corona final nevada.

La casa no estaba pensada, claro, para dos personas. Sólo esa piscina-jacuzzi debía tener unos 50 metros cuadrados, y en ese momento me impresionó profundamente. Creo que no he vuelto a sentir esa impresión ni al ver la casa de Aura y Raúl.

Me puse en el borde de la piscina percibiendo el humear, leve por la temperatura cálida de toda la estancia.

— Sólo me voy a duchar, ¿eh? Primero practicaremos en la terraza, y luego volvemos. — Me dijo Celia.

Colgó la toalla y me miró mientras abría el grifo de la ducha. No dije nada, sólo me giré para disfrutar mientras ella se ponía bajo el chorro de agua, haciendo brillar sus tetas y salpicando el suelo desde ellas.

Se echó el pelo hacia atrás y dejó que el agua le diese en la cara. Los melonazos botaron y ella bajó las manos sobre ellos, sobándolos por los lados y mesándoselas desde abajo. Sonrió, sabiendo el efecto que causaba, y se fue girando levemente de un lado a otro mientras bajaba las manos a sus caderas y a su culo, girando, aprovechando el momento de distribuir el agua para darme un espectáculo y volver a cargarme el rabo de sangre.

“Si te portas bien hasta me las puedes tocar un poco”, me había dicho.

En realidad, hace una semana le vi restregarse mi semen por el estómago y las tetas, pero no me atreví a jugármela y comérselas. Tampoco me dio mucho tiempo. Estábamos tan recalentados que ambas pajas fueron rapidísimas. Tuve que conformarme con el tacto de sus melones contra mi pecho y el sabor salado del agua del mar en su boca, mientras le metía la lengua hasta donde pude. Y ya era mucho más de lo que había pensado conseguir. Ahora se exhibía en la ducha después de ponerme enfermo durante todo el viaje y la llegada al sitio.

— Dios Celia, esto es una tortura coño… — dije, llevándome las manos a la cabeza y mirándole el coño fijamente.

— ¡Ja! — Respondió, comenzando a frotar jabón entre sus manos para comenzar a enjabonarse el torso, pero sobre todo las tetazas — Se dice “madrina, esto es una tortura”.

— Que buenas estás, coño. Te hacía de todo, tita, pero esto es horrible.

— Ah!… — dijo, abriendo mucho la boca, apoyando su lengua en la comisura del labio en un gesto chulesco y llevando lentamente las manos a sus pezones hasta ocultarlos — Entonces… ¿prefieres que me tape?

Pensé decirle que sí, que se abriese de piernas ahí mismo a recibir pollazos o que se tapase de una puta vez. Pero no lo hice.

— No, la verdad es que no.

— ¿No te he dicho que sí me haces caso tendrás lo que quieras? — dijo, mientras volvía a frotar lentamente jabón entre sus manos.

Asentí con la cabeza, mirándola con una sensación de urgencia, que tan sólo por la insinuación de comenzar a taparse había producido. Sabía que era una broma, pero no pude evitarlo

— Cielo.. si me haces caso, llegará un momento, muy pronto, en que yo no pueda hacer nada para detenerte. De hecho… — dijo, girando despacio para, mirándome fijamente, poner su cuerpo de costado, y comenzando a bajar con una mano por su vientre y con otra por la espalda — De hecho, puedes hacer que sea yo la que suplique…. lo que tú desees que suplique. — y sus manos alcanzaron su coño por delante y la raja de su culo por detrás. — Pero para eso hacen falta más entrenamientos. Y lo primero para controlarme — sus manos frotaron con intensidad su coño y su culo — es controlarte tú.

No respondí. Sentí el dolor en la polla de una erección salvaje y apreté los labios, respirando hondo e intentando relajarme, mientras cruzaba los brazos sobre mi pecho.

— Eso es que no me puedo dar una paja ahora.

— No señorito. Esa leche va a salir hoy… — y dos dedos de su mano separaron sus muslos mientras otros dos le desaparecían en el chocho — …como Dios manda. Uff.. A lo mejor no puedo impedirte nada. Si eso pasa y me respetas, aunque no podamos follar, uff… te aseguro que vendrán las tres mejores putas rusas de Barcelona… o de Toulouse… Para dejarte sequito y feliz… ahh — giró más para mostrarme más el culo, y también habían dedos aplastándose contra sus nalgas, con uno desaparecido, claramente entrando en su ojete.

— Hosta no, tita… no, por favor, que llevo días sin pajearme.

— ¿Ah sí? Ahh.. Por… ¿Por qué? ¿La guardas para mí?

No sabía dónde meterme mientras la Celia de los cojones se masturbaba el coño y el culo delante de mí con el agua haciéndola brillar. Me llevé las manos a la nuca, apoyándolas, y cerré los ojos por un momento, hinchando el pecho de aire e hirguiéndome para soltarlo muy despacio, intentando al menos que mi rabo no doliese.

— Joder, madrina…

Pero ella continuaba, y su mandíbula cayó un poco, en una sonrisa agresiva, mientras me miraba entrecerrando los ojos.

— Sí que me la guardas… guarro… quieres volver a correrte conmigo… me querías impresionar con una lefada enorrrrme…

Y respire hondo mientras ella aceleraba lentamente el movimiento de su mano contra su coño y su culo, hasta que se detuvo y lo hizo al contrario: su culo se apretaba contra su mano atrás, y luego empujaba contra su mano delantera. Abrió más las piernas y miraba mi erección imposible de disimular, con el mástil empujando las bermudas como un mascarón de proa.

— Ahh.. La… tienes gorda, niño… cochino…

— Yo no puedo, pero tú sí. — dije, asintiendo con la cabeza. — Anda que ya te vale, madrina.

— Yo no soy… de piedra… — levantó las cejas e hizo un círculo de su boca, con un pequeño puchero infantil — y yo tengo… que estar calmada… tu tienes que aguantar.

— Como consiga hipnotizarte te voy a reventar, tita.

Y sus ojos se endurecieron de nuevo, devolviéndole el gesto agresivo, con la nariz arrugada y enseñándome los dientes mientras aceleraba la follada que se estaba dando. Ni siquiera caí en ese momento en lo difícil que era masturbarse como lo estaba haciendo. Me estaba dando el espectáculo tanto como se estaba dando placer.

— Cerdo… Amenazando a tu tía… ¿Qué vas a hacer? ¿Violarme?

Llevó su hombro contra la pared, acelerando la paja y saliendo un poco del chorro de agua. Parecía que se estuviese follando sus manos, ondulando hipnóticamente su cadera y su vientre contra sí misma. Era un baile para mí, y probablemente no se hubiese puesto tan cachonda haciéndolo más cómoda sin tener a su nuevo juguete delante, embobado, mirándola y obedeciéndola, aguantando el tirón sin echársele encima.

La miré negando con la cabeza.

— No quiero putas. — dije, con la voz más grave que había emitido desde la semana anterior en la playa.

Los ojos de mi tía se abrieron como platos

— Soy la hermana de tu madre… Si se entera me mata… No me puedes follar a mí…

Detuvo el movimiento de su culo, su pie movió el apoyo y empezó a azotarse el coño mientras se hincaba más el dedo en el culo. Se metió tres dedos en el coño y comenzó a meter y sacar el dedo de su culo con velocidad.

— Ah! uuUu… ah…

Yo me froté la polla sobre el pantalón mientras su corrida explotaba, en un squirt enorme que pude ver perfectamente a pesar del chorro de agua que aún caía parcialmente sobre ella.

Llevó lentamente los dedos de su coño a su boca y se los chupó, aunque la mano en su culo no lo abandonó. Me miró fijamente, y di un paso adelante.

Seguía respirando agitada y me quité la camiseta, acercándome al chorro de agua y a ella.

— Viene el toro. — dijo, sonriendo.

Titubeé, pero lo interpreté como una luz verde y volví a avanzar, entrando en contacto con el agua que caía y mirándola alternativamente al coño y a las tetas. Ella negó con la cabeza sin perder la sonrisa.

Pero no paré. Atravesé el chorro y me pegué a ella, que abrió los ojos y la boca de par en par al sentir mis manos en las caderas mi polla empujándola entre las piernas.

— No puedo más. — Dije, acercando mi cara a la suya.

Su mano izquierda subió por mis abdominales hasta mi pecho y la derecha me cogió de la cabeza, acercándome para besarme.

La lengua de mi tía volvió a mi boca una semana después, premiando mi arrojo al dar un paso adelante. Agarré su culo con fuerza y le rebufé en la boca mientras la empujaba contra el azulejo con todo el cuerpo.

Su lengua jugueteó con la mía durante unos segundos que aproveché para restregar mi polla contra ella, buscando frotarle el coño todo lo posible y colarme en medio. Pero su mano derecha acompañó a la izquierda en mi pecho, empujándome y sacando la cara hacia la izquierda.

Me lancé a su cuello con la lengua mientras me empujaba un poco más fuerte.

— Para, niño cochino… — dijo. — Para, que no podemos.

Apreté sus nalgas y apoyé mi frente en su cuello, resoplando.

— Virgen santísima, Celia.

— Virgen santísima, tita, se dice. — Acarició mi cabeza y me besó en la cara. — Aguanta un poco más, no falta mucho. Y vas a tomar lo que quieras. Pero tienes que controlarte.

Cerré los ojos y levanté la cabeza, respirando hondo.

— La corrida de mi niño va a ser espectacular, ¿eh? — Dijo, sonriendo y alargando la mano para apagar la ducha. Acto seguido, me agitó el pelo sin empujarme más. — Lo estás haciendo genial, mi torazo. Hoy voy a vaciar yo tus huevos.

Me separé de ella lentamente y me aparté el agua de los ojos.

— O sea, que es como trabajo, porque toca. — le dije, tratando tarde de que mi sonrisa fuese lo más auténtica posible, al darme cuenta de que la queja no era mi mejor baza. Obviamente, le dio la risa al ver mi infantil reacción. — Quiero decir — Intenté arreglarlo — que es para que llegue a eso, a hipnotizar.

Celia alcanzó la toalla y comenzó a secarse despacio, masajeando sus tetas más de lo necesario y sonriéndome.

— No, cielo… Los motivos para tener que hacer lo que hago y para querer hacerlo son los mismos. Me tengo que masturbar porque ahora mismo me encantaría hacer mucho más. Algo vas entendiendo, me parece. — Y, acercándose, se echó la toalla al hombro y me abrazó — Sin esa voz que tienes no estaría haciendo esto. Ni me pondrías tan cachonda. Y al mismo tiempo, si no fuese por que es importante que aguantes para usar las voces, pues ya habríamos hecho… ¡Buff! Más cositas, seguro,

Le devolví el abrazo, riéndome, y creí darme cuenta de que al final todo sería una decepción para ambos.

— Tita, que no voy a hipnotizar a nadie

— ¡Uuuu! — y me dio un palmetazo en el pecho dejando salir el ocasional deje andaluz que le quedaba — Uy lo que ma dicho… ya lo creo que vas a hipnotizar. Pero lo que no está escrito.

Yo miré al jacuzzi y pregunté.

— Vamos a entrenar ahí o sólo a bañarnos?

— Aquí vamos a bailar.

Tírame

Celia me abrazó y habló con la habilidad de siempre para conseguir redirigirme y calmarme. Mientras seguía de nuevo su hipnótico culo hacia las escaleras, también me ayudó pensar que, finalmente, todo acabaría como una decepción para ambos, Yo no me la acabaría follando y ella se daría cuenta de que lo de mi poder hipnotizador no era más que su inmensa capacidad de sugestión magufa.

Sin embargo, en cuanto levantó un pie y pude ver algo de su ojete y la línea de su coño, enmarcados en esas nalgazas de diosa, tuve que concentrarme de nuevo y respirar. Aún así, no pasaron cuatro peldaños hasta que alargué la mano y agarré su culo.

Ella deceleró y su mano fue a buscar la mía para acariciarla y presionarla contra sí. Subió las escaleras muy despacio, sujetando mi mano en su culo.

Al subir, me pidió que cogiese agua del frigorífico para sacarla, y aproveché para disfrutar su forma de abrir las puertas correderas para salir a la terraza. Se dio la vuelta y me miró antes de continuar andando hasta la barandilla.

Cuando llegué, se fue girando hasta mirarme, apoyando los codos en la barandilla, echando el pecho hacia atrás y cruzando el pie derecho tras el izquierdo, para que la leve apertura de la pierna mostrase su coño, recibiéndome en una posición que no me permitiese relajarme del todo.

— Quítate el bañador, polla gorda. — dijo, mirándome entre las piernas.

Sonreí mientras me lo quitaba, y mi rabo aparecía, saltando y manteniéndose apuntado hacia delante; pero, al menos, ya sin el dolor. Mi polla es gorda, por cierto. Algo más larga que la media nada más, pero muy gruesa.

Mi tía la miró, se pasó la lengua por los labios y se dio la vuelta, sonriente, hacia el enorme espacio vacío de ladera de montaña. Miró abajo, al río; pegó el vientre a la barandilla y sacó el culo hacia afuera. De esa forma, sus enormes melones sobresalían y, probablemente, se verían bastante bien desde la terraza del restaurante, unos veinte o treinta metros más abajo, a la izquierda en la misma ladera.

La barandilla era metálica, recia, segura, pero daba al precipicio. Las vistas caían cientos de metros y me produjo cierto vértigo verla así. Escalo desde niño con mamá y no tengo vértigo por mí mismo, pero nunca he podido superar el vértigo que me da ver a otros cerca de un precipicio, colgados de una pared o incluso asomados a una ventana.

MIentras yo soltaba el bañador en la tumbona, dijo, girando levemente la cara:

— Pégate a mí por detrás. — Y, mientras me acercaba a ella — pon la polla donde la tengas cómoda, entre mis muslos o en la raja de mi culo.

Me la empujé hacia abajo justo cuando estaba cerca, para poder rozarle con el capullo el ojete que se había estado follando con el dedo delante de mí hacía unos minutos. Sólo después de escuchar el pequeño gemido que conseguí sacarle di el último paso y la metí entre sus muslos. La agarré de la cadera con la izquierda, empujándola, mientras mi mano derecha iba a su clavícula, sujetándola y atrayendo su espalda contra mi pecho.

— Mmm… toro… muy bien. Me empujas con la polla y me sujetas con las manos.

— Te empujo con la polla y te sujeto con las manos.

— ¡Ha! Has estado rápido. Pero no hemos empezado.

— Ah, pues sonaba igual.

Acerqué mi boca a su oreja mientras hablaba, y sentí su risa a través de todo el cuerpo, pero en particular en la punta de mi polla, por el frotamiento brusco contra su coño y sus muslos. Miré al vacío mientras acababa de acoplarla. Mi cuerpo pegado al máximo, mi rabo saltando y acomodándose de nuevo pegado a su raja, y su cuerpo más recto que antes.

— No paras de latir, cielo. — me dijo, girándose levemente y pegando su mejilla a mis labios — Iba a empezar diciéndote que me agarrases como si me fuera a caer. Y es lo que te ha salido sin decírtelo.

Extendí los brazos para rodearle el cuello con una mano y agarrarle la teta izquierda, por arriba, metiendo tres dedos bajo su axila y uno tocando su hombro. La otra bajó a su muslo, rodeándolo con los dedos hasta llegar a su coño, con el pulgar subiendo a su cadera y abarcando todo lo posible.

Noté cómo el interior de sus piernas estaba ya manchado de mi líquido preseminal mientras sentía la humedad de su coño sobre el tronco de mi polla.

— Concéntrate. — Dijo. Y su cuerpo se tensó un poco contra mí. — Y empieza.

Respiré hondo. Me concentré en todas las partes de mi cuerpo que la tocaban y respiré, obligándola en mi mente a respirar a mi ritmo. Mis manos, agarrando su teta y su muslo, la apretaban, expandiéndola hacia afuera, cuando mi pecho se hinchaba contra ella. Mi polla latía con mi respiración y sentí que mi capullo se abría paso en su raja.

Intenté enfocarme en todas las piezas. Mi polla latía, rozando sus muslos con cada respiración. Esta vez sentí el eco de mi propia voz acavernada desde la primera palabra.

— Una mano está en tu corazón, y bombea la sangre. La otra aprieta tus pulmones para que traigan el aire…

— Así…

— Y mi mano en tu coño está contando los hijos que puedes darme.

— Ahá…

— Cuando muerda tu cuello estaré dentro de tu cabeza. Y todo lo que no sea yo está de más. Despéjala, porque no puede haber nada, o me iré.

Celia no respondió, y, por primera vez, sentí como si algo se encendiese dentro de ella al mismo tiempo que algo en sus músculos se apagaba. En ese momento aún no hubiera podido decir qué partes de su sistema nervioso estaban activas en qué medida y para qué. No las podía sentir con claridad. Pero esa fue la primera vez que sentí el interruptor.

Y cambió de nuevo. Pocos segundos después de encenderse dentro, se apagó; antes de que Celia hablase, aunque no sabía qué iba a decir, sí sabía que iba a referirse al precipicio.

— Imagina.. que me tiras. Tienes que desear tirarme de verdad.

Abrí los ojos para mirar al vacío, más allá de sus enormes tetas. La agarré con más fuerza y lo visualicé a mi manera. No la tiraba, sólo la dejaba caer. Apenas la empujaba con la palma de una mano en la cadera al soltar la presa. La otra mano sólo dejaba de sostenerla por el pecho y la axila. Su cuerpo se inclinaba hacia adelante, cayendo al vacío en silencio.

En esa visión, el sonido no era el mío, sino el viento en sus oídos durante la caída. Y la sensación del aire golpeándome también era la de su cuerpo bajando hasta el riachuelo.

Abrí los ojos y miré al cielo.

— Lo has visto, ¿verdad? — Me dijo, con una voz débil y extremadamente aguda que intentó recomponer usando el diafragma y retrayendo con ello el culo. Mi polla se abrió paso un poco más entre los labios de su coño y el capullo recibió algo de aire fresco al empezar a asomar por el otro lado. — Ahora… haz que sienta que sin ti me caería, cielo. Que eres lo único que me impide caer doscientos o trescientos metros.

La concentración había hecho que el dolor de huevos desapareciera. Respiré hondo de nuevo y hablé.

— He cogido tu corazón y tu voz. Me he llevado tu útero. El hambre que tienes no puede saciarse sin mí. Y, si me voy, te caerás entre lágrimas. He visto el hueco en tu alma y lo he agarrado con una cadena para que sea siempre hambre. — Y mi polla volvió a doler de repente al decir “hambre”, saltando tan fuerte hacia arriba contra su coño que sentí claramente cómo un tercio de mi capullo estaba empujándola y abrazado por su raja — Yo puedo llenarlo, y tú no.

— hfuu… — un golpe de aire oclusivo salió de su boca mientras volvía a sentir el interruptor, el cuerpo apagarse y lo que me pareció una luz dentro de ella, encendiéndose.

— Cuando te levantes tendrás ya mi semilla dentro. Tendrás semen, tendrás palabras y tendrás las risas y los llantos que yo te haya dejado. Cada vez que pienses sentirás que piensas tú, pero sabrás que soy yo.

Y Celia sólo me escuchaba.

Y sentí el acelerón nervioso por primera vez. Como si un millón de diminutos latidos intentaran coordinarse para pelearse conmigo.

— Es el viento el que te ha metido mis manos dentro. Y me lleva el resto. Y cada golpe de brisa saca lo demás, y me más deja dentro. Y no quiero ver nada que no sea yo.

Su brazo derecho se soltó de la barandilla como si lo hubiese arrancado. La mano de mi tía fue hacia su clítoris muy despacio y se tocó a tientas, como si no supiese dónde estaba. Después, continuó el movimiento hasta tocar la punta de mi polla, acariciándola en círculos con un dedo.

Y comenzó a masturbarse lentamente. Continué hablando.

— Te está llamando el vacío y te sostengo yo. Tira de ti, pero le he dicho que no. Y no piensa dejarte llegar nunca, quiere que caigas para siempre. Y que te arrepientas para siempre de no haberme dado lo que es mío.

Mi voz me sonó no sólo acavernada esta vez. Sentí el eco en su cuerpo como si gritase a una garganta de montaña. Al mismo tiempo, las palabras salían más cortadas y precisas. Creo que fue la primera vez que me reconocí como una voz, o que sentí que eso era algo con entidad propia.

Ella no respondió. Su respiración se hizo más profunda. Sentí su pulso acelerarse bajo mi mano en el cuello y los millones de pequeños latidos agolpándose en distintas partes de su cuerpo. Su coño se mojó más contra mis dedos y contra mi polla.

Pasaron minutos. El viento soplaba leve, el precipicio quieto.

Finalmente, respiró hondo y sentí cómo su cuerpo volvía y ese interruptor cambiaba, haciendo desaparecer esa luz, el enganche interior. Su pecho se infló contra mi brazo y llevó la mano con la que se masturbaba hasta mi antebrazo, que seguía sujetándola con fuerza.

— Eres increíble, torito. Seguramente, el mejor.

Le sonreí, le dejé espacio y ella, al mismo tiempo, giró sobre sí. Mi polla salió de sus muslos y la humedad que llevaba se paseó por su muslo hasta que el capullo se depositó en su vientre.

Sus ojos brillaban. Sus mejillas bronceadas estaban coloradas y sus labios hinchados y húmedos.

Se separó de la valla, cogiéndome de la mano, y me llevó dentro, hacia las escaleras.

Viólame

El aire húmedo nos recibió de nuevo mientras bajábamos.

Caminábamos en silencio, y yo miraba su culo moverse con una sensación nueva. Estaba seguro de que iba a correrme en él.

Le solté la mano para poder ver desde fuera cómo se metía al agua. Se metió despacio, sin mirarme. El culo y el coño que con total seguridad iba a follarme se metieron en el agua. Al verlo, tuve un pequeño sobresalto. Sentí cómo el agua caliente hacía contacto con su ojete y su coño. Y no pude salir de esa sensación hasta que creí sentir lo mismo en sus pezones, cuando dio la vuelta y sus tetas se sumergieron tras flotar un poco en la superficie.

El agua caliente me envolvió las piernas, luego el torso y la polla aún dura.

Celia se levantó. El agua le llegaba a la cintura.

— Abrázame. — dijo, acercándose a mí.

Me puso las manos en los muslos. Yo pasé los brazos por sus caderas, pegando mi pecho al suyo y disfrutando de un latigazo por todo el cuerpo al sentir sus melonazos aplastándose contra mí.

— Piérdeme cielo, pero piérdeme a tope. Voy a defenderme todo lo que pueda, lo prometo. Pero no me lo vas a permitir.

Le tiré un beso suave en los labios, sin pensarlo. Apretó sus manos contra mis muslos con fuerza, clavándome los dedos, mientras su cabeza bajaba a mi cuello.

— Concéntrate. Tienes que estar dispuesto a violarme. Si no ganas, tienes que estar dispuesto a violarme. O matarme si me resisto.

— No voy a violarte.

— Pues tienes que querer hacerlo. Que estar dispuesto. Completamente. Corro el riesgo.

Y, diciendo eso, cogió mi polla con una mano y la volvió a meter entre sus piernas. Creí entenderla y no volví a protestar. Me ocupé de visualizar esa idea, y la formulé en mi cabeza.

“Celia, si no te doblegas, te follaré a la fuerza. Estaré violándote ininterrumpidamente, para siempre. Y si te resistes una sola vez, te mataré, te devolveré a la vida y te volveré a violar. La única forma de evitarlo es entregarme cada célula de tu cuerpo. Tu única escapatoria de la tortura es convertir cada célula de tu cuerpo en mi propiedad, en mi puta. Hazlo y será una cesión armoniosa que se adapte feliz a cualquier cosa que desee hacerte. Las opciones son sólo ser mía en el orden o en el caos. Pero no hay escapatoria.”

Nunca hubo unas palabras mágicas, pero siempre hubo unas ideas. Algo ajeno a mí y a la dominada me lleva dentro. Y entonces lo más doloroso es siempre echarme.

Nos abrazamos más fuerte y sus manos fueron a mi culo.

— Tú me llevas. Tú me mueves. — dijo.

Cogió mi polla con una mano. La guió entre sus piernas, sonriendo. La pegó a su coño, apretando los muslos para que quedara atrapada ahí.

La cogí del culo con las dos manos y le apreté las nalgas. Después dejé una haciendo presa y llevé la otra a su cabeza, agarrando su pelo mojado con fuerza y empujando después su cabeza contra mí.

Y empecé a movernos.

La giré despacio en un círculo, llevándola conmigo. Respiré y continué mi letanía interior. Cambié de dirección, girando al revés. Luego la levanté levemente y giré más rápido para que sus pies dejaran de tocar el fondo.

— La luz está girando Celia, tira de ti hacia dentro.

Ella se dejó llevar. Suspiró y sus brazos, caso caídos, subieron hasta mi cuello.

— Te has apagado fuera. El enganche es mío ya.

Giré más rápido, luego lento de nuevo. Su piernas se abrieron. La izquierda se apoyó en mi muslo, apretando, y la otra me abrazó del culo. La levanté un poco, apretándola contra mi polla, y su coño latió con fuerza. Y no paró, mientras intentaba seguir concentrado.

Me mordió el cuello.

— Se ha encendido ya, Celia. Ahora te diré lo que tienes dentro.

Sus piernas se cerraron sobre mi culo y fui yo el que retrajo la polla, pensando que se le iba a colar dentro. Ella gimió. Me clavó las uñas en la espalda mientras un sonido gutural no lograba salir de su boca. Parecía un leve “no” incapaz de ser vocalizado, pero se fue ahogando hacia dentro, cayéndose de la garganta al pecho.

Giré otra vez, cambiando dirección, y la empujé contra la pared del jacuzzi, que era la pared de la propia sala. Me empujó de la cara con una mano mientras su lengua saltaba a chupar mi cuello. El agua empezó a salpicar mientras la agarraba con fuerza y ella convulsionaba contra mí.

Su respiración se aceleró, gimiento más y más con cada frase. Empezó a golpearme el culo con los talones y a apretar el coño contra mí. Hice todo lo que pude para seguir concentrado.

Sentí el eco antes de empezar a emitir el sonido.

— Soy una voz, y ya estoy dentro.

Sentí un leve temblor en su cuerpo. Sus muslos se aflojaron un poco, luego apretaron. Su cabeza cayó hacia atrás un segundo, apoyada en la pared, y sus piernas fueron cayendo por mis muslos hasta llegar al suelo del jacuzzi.

Entonces supe que estaba perdida del todo. Su cuerpo caía y la sostuve cuando mi polla estaba a punto de clavarse en ella. Sentía su coño latir por dentro sin tocarla.

— De pie, Celia.

Y obedeció. Al separarme, vi sus ojos entrecerrados mientras intentaba equilibrarse.

La observé. Su preciosa cara de ojos grandes. Sus labios espectaculares.

La besé con ansia. La cogí de la cabeza y le metí la lengua en la boca hasta donde fui capaz.

Mis manos fueron a sus tetas, apretándolas con violencia. Los pezones se endurecieron bajo mis palmas como piedras y sus manos fueron a mi polla mientras una de sus piernas viajaba a mi culo, atrayéndome hasta que mi capullo presionó contra su raja.

Empujó su coño contra mí lo que pudo, haciendo que la punta de mi rabo se le metiese. Lo hizo como un bebé lanzando un juguete. Como si no pudiese coordinar la búsqueda de mi polla.

Y sus labios respondieron torpes, lentos. Como si estuviera lejos. Su lengua se movía hacia un lado.

Llevé mi mano a su coño. Y, más que gemir, expulsó el aire de sus pulmones.

— Ahh…

Restregué mi polla por su coño con la mano, frotándosela por la raja y golpeando su clítoris.

Era mía. Un montón de carne caliente deseando que me la follara. Pero la semana anterior me estaba comiendo la boca con ansia y restregándome las tetas mientras se masturbaba.

Y me asusté. No lo hubiera pensado antes, pero la cogí de la cara con ambas manos y me separé un poco de ella. La acaricié con los pulgares en las mejillas.

— Tía. Celia. Vuelve.

Ella balbuceó.

— Era… fieeeer fiera… tonio.. aeee uae.. fieera… toniobrón.. scuju… sujugo… sujubo…

La agité suave por los hombros con una mano.

— Apaga dentro, estoy aquí fuera contigo. Venga, tita, ven.

Esperé unos segundos. Sus ojos bajaron y se abrieron de par en par. Levantó la cabeza mientras su boca también se abría hasta el límite. Los ojos se le salían de las órbitas cuando la mueca de la boca se abrió aún más a los lados en una sonrisa pasmada

Y de su garganta salió un “¡HAH!” que llegaba desde el diafragma como un disparo.

— ¡Niño! ¡Niño!

Y diciendo esto me agarró de la cabeza y me besó, pegándose a mí. Sus tetas se volvieron a aplastar contra mi pecho y me metió la lengua en la bocs, gimiendo. Me mordió los labios y me los chupó por unos segundos, hasta que bajó el ritmo.

— Uff… niño… Me has perdido del todo, del todo. Estaba fuera.

— Más bien dentro, — Dije, sonriendo.

Y respiré hondo tratando de no darle la vuelta, ponerla contra el borde de la piscina y empezar a follármela.

Tía Celia miró hacia abajo y llevó su mano a mi polla.

Apretó mi capullo con fuerza e hizo un círculo sobre él. Su otra mano fue al tronco de mi nabo, lo abrazó y viajó por él hasta la base.

— Ufff… Joder… — Rebufé, mirando sus manos.

— Esto no se puede quedar así, mi amor. Ufff… ven… Ufff… No podemos follar, mi vida… Sal. Sal.

Me empujó hasta las escaleras de piedra que eran todo el borde de la piscina y que llegaban a las duchas tras el suelo de piedra encharcado.

— Túmbate… ahí.

Y dijo esto mientras yo salía de espaldas, empujado por ella, colocando el culo en los escalones hasta llegar al último. En cuanto coloqué el culo en la piedra, me empujó del pecho.

— Túmbate.

Saqué las piernas y le hice caso. Siguió en contacto con mi pecho y mi polla, saliendo conmigo y arastrándose a cuatro patas sobre mí.

Me besó mientras su mano trazaba círculos desde la punta de mi rabo hasta la base, muy despacio. Cuando su mano bajaba sobre mi polla, su boca se desencajaba de la mía. Y después volvía, buscando succionar mi lengua.

Apoyando la mano en la piedra, llevó sus tetas a mi boca sin dejar de trazar círculos, ahora exclusivamente sobre mi capullo.

— Cómeme las tetas, cielo… Cómemelas…

Y empecé a tirar lametones a sus pezones. Me aplastó las ubres contra la cara mientras mis manos las agarraban sin poder abarcarlas del todo para llevármelas a la boca, primero una, después otra.

Celia gemía mientras, con la palma de la mano, empezaba a frotar mi rabo por la parte inferior. Bajaba mientras su mano giraba, provocándome una sensación que me llegaba al pecho, como si no pudiese correrme pero, al mismo tiempo, me llevase al límite.

Bajaba hasta mis cojones y los estiraba hacia abajo por el escroto con apenas un roce del exterior de las uñas. Luego sus dedos llegaban hasta mi culo y volvían, sobándome los cojones hasta alcanzar de nuevo el rabo y encontrarse al final con mi capullo. Lo rodeaba en círculos con la mano y volvía a bajar.

Enseguida se incorporó sobre sus rodillas y llevó sus manos a mis corvas, tirando de ellas hacia arriba para levantar mis piernas y meter las suyas.

Y entonces empezó mi primera super paja. Celia me sonreía con una cara de zorra que no olvidaré jamás. Hacía, como supe más tarde, su mejor esfuerzo para no engullir el rabo con la boca o con el coño.

— Relájate…

Cruzó sus piernas bajo las mías. Agarró mis huevos con una mano, y con la otra usaba dos dedos para cruzar mi rabo hasta la base, apretándolo ahí. Sostuvo la presión mientras daba pequeños tirones y sobadas a mis pelotas. Sus dedos sobre mi rabo se apretaron más cuando la otra mano se apoyó en el perineo y me empezó a dar pequeños manotazos en los huevos.

— Pffua! — Me escupió en la polla y empezó a sobarme los huevos y el nabo con las dos manos, restregándome su saliva. — Yo me encargo de esto…

Y su mano empezó a subir desde la base hasta el glande, dibujando una espiral por él para después saltar y volver. Huevos, polla desde abajo, capullo, vuelta a empezar…

Y no me sentía dueño de mi eyaculación. Hace unos minutos podría haberme corrido restregándome cuatro o cinco veces contra su muslo. Pero, de repente, el placer parecía explotar en partes de mi verga que no conocía, y los chispazos eléctricos me surcaban el culo hasta la espalda.

No sé cuánto estuvo así, pero cada vez que lo hacía parecía que iba a correrme. Y no ocurría.

La miraba, con las tetazas entre sus manos, mirándome con cara desencajada de vicio y la lengua fuera. Y me pareció que estaba más guapa que nunca.

Su mano derecha empezó a apretarme la base, pulsando unos segundos, mientras la izquierda iba directamente a mi capullo en círculos, como si una mano quisiese sacarme la leche y la otra impedirlo. Bajaba corriendo a veces con los dedos, o me atornillaba el rabo con la mano izquierda.

Y nunca había recibido un masaje de polla semejante.

Y Celia sonreía, complacida, viendo mi cara de sorpresa.

De repente, pasó las piernas sobre mí, y sus manos se apoyaron atrás. Se arqueó hacia arriba, como si fuese a hacer el pino puente, pero se detuvo a medio camino, con el culo cerca de mi polla. Y la imagen maravillosa de su precioso coño apareció ante mí.

Bajó su culo sobre mí. y empezó a restregármelo por la polla.

Y bajaba, y volvía a subir…

Apoyaba su raja en mi polla y su cuerpo ondulaba, como lanzando el golpe contra mi rabo a través de sus nalgas.

Fue dejando cada vez más peso, así sobre mí, en sentido contrario, ambos mirando al techo. Hasta que mi capullo hacía contacto con su ojete y ella continuaba bajando, retrayendo el culo, volviendo a bajar las piernas para que mi polla llegase a contactar su raja, y vuelta a empezar.

— Ufff… Joder Celia…

Noté su risa en la polla, y levantó la pierna izquierda, colocándola cruzada sobre la derecha. Ahora estaba apoyada en sus manos, elevada sobre mi cuerpo y sobre un pie, guiñándome el ojo.

Retrajo la pierna hasta tocar con la rodilla en la piedra, mientra sus manos me rodeaban y volvía a acercar su cara a la mía.

— Fóllame las tetas, cariño. Sírvete.

Y, diciendo esto, me rodeó para cogerme del culo y ponerme de costado contra ella. Apoyó mi polla entre ellas y se llevó ambas manos a la espalda.

— Son tuyas.

La cogí de la cabeza mientras ella levantaba una pierna y se echaba mano al coño. Después, agarré su teta derecha y la estrujé, empezando a moverme.

Los gemidos de Celia competían con el sonido del agua y, cada vez más, el chuicc, chuicc de mi polla frotándose entre sus tetas.

Y ahora sí estaba a punto de correrme. Cogí su cabeza y la empujé hacia abajo. Sus labios se acercaron a mi capullo, que salía y entraba de entre sus melones con los empujones frenéticos de mi pelvis. Sacó la lengua para alcanzar mi rabo y empezó a darle lametones cada vez que lo tenía al alcance.

Cuando noté que era inevitable, empujé más su cabeza y apreté mi polla contra sus tetas, sus tetas contra mi polla, y apunté a su boca.

Cuando la leche empezó a salir, mis huevos estaban apoyados en sus melones, mi polla surcaba la mitad de ellos y el capullo estaba en la boca de Celia, que empezó a tragar y tragar leche mientras se azotaba el coño, corriéndose conmigo.

Chupa

— Uummmm-uuouuummmaaammmmhhh… — gimió Celia al sentir mi corrida contra su lengua.

— Jo.. derrr…

Mis huevos, aplastados ahora contra los melonazos de mi tía, llevaban días sin descargarse, recalentados por la perspectiva del fin de semana. Cuando mi polla, incrustada entre sus tetazas, empezó a manar, su boca llevaba más de un minuto dándome lametones y chupadas en el capullo, cada vez que le emergía de entre las bufas.

Mientras le follaba las tetas frenéticamente, traté de estirar el movimiento y apuntar más y más a su boca, cogiéndola de la cabeza para acercarla, pero estaba tan requemado que era incapaz de frenar mis embestidas para concentrarme un segundo en mover mi cuerpo hacia arriba, dejando de pajearme con sus melones, y clavársela en la trompa. Así que me movía descontrolado contra ella, y el chuic chuicc de la follada de bufas se acompasaba con el sonido palmeante de los azotes que Celia se estaba dando en el coño.

Y la suerte, o su habilidad, quisieron que el primer disparo de la lefada entrase directamente en su boca mientras rodeaba mi glande, alcanzándolo con la lengua para succionarlo. Empezó a manar como un tiro en su boca, y retraje el movimiento de mi polla sin haber acabado ese primer y larguísimo chorro, que al salir impactó contra su mejilla y continuó, aún cuando empujaba el rabo manando de nuevo contra sus labios. Al percutir la boca con el capullo, sofoqué el gemido que Celia empezaba a emitir, mientras el mismo primer chorro seguía saliendo, volviendo a su boca, más profundo esta vez. Tras el empujón de leche en su garganta, ese primer chorrazo aún dio para, al salir otra vez, impactarle de nuevo en los labios.

Sentí la presión de mi corrida como nunca antes, y volví a empujar hacia su boca mientras el temblor se extendía por mi cuerpo y aflojaba mi espalda, concentrando la fuerza en mis caderas, nalgas y muslos.

Ella tenía la pierna levantada hacia arriba, como un perro meando, mientras se corría a chorros palmeándose el coño, y lanzó la cabeza contra mi polla con la lengua fuera, buscando recoger toda la leche posible. Seguí lefándole la cara, empujando la polla en su boca y resbalando por su lengua para entrar, mientras ella apretaba más su torso contra mí, haciendo que mis huevos produjesen también su propio sonido húmedo, estrujados contra las tetazas que me habían convencido de empezar todo esto.

Mi mano se engarfió sobre su cabeza y Celia gruñó al sentirlo, mientras mis empujones le estrujaban las tetas contra el cuello y la cara hasta que las tuvo pegadas a las mejillas, con mi rabo saliendo y entrando de entre ellas hacia su boca.

— Chupa… chupa… — Ordené.

Y, mientras decía esto y aún me estaba corriendo, sentí el interruptor en mi tía. Mi voz resonó en mi propia cabeza con un leve eco de armónicos volando alrededor de las sílabas.

Su cara y su boca seguían recibiendo lefazos, pero sus párpados vibraron rápido sobre sus ojos muy abiertos al escuchar la palabra por segunda vez, y su mano voló a mi culo para empujarme más contra sí.

Celia lanzó su otra mano entre nuestros cuerpos hacia mi capullo, cubriéndolo para aprisionarlo más contra su boca; se lo metió y lo mantuvo ahí, contrayéndose contra mi polla y comenzando a succionar. Empujó sus tetas hacia abajo con el mentón al abalanzarse así para mamar, engulléndome mientras la leche continuaba saliendo, y mi culo empujaba en tirones más pequeños, empezando a vaciar de verdad mis cojones en el fondo de su boca.

Celia acomodó la cabeza y empujó de nuevo, tragándome y haciendo que la leche siguiese manándole dentro.

— Gluggbb… gugggb..

Entonces su culo empezó a moverse, serpenteando con los muslos, haciendo que su torso lo siguiese, y moviendo con ello su cuello y su cabeza contra mi rabo, al mismo tiempo que presionaba desde dentro su boca succionando, su garganta tragándome.

— nGoG… nGOGgJJj…

Se movía contra mi rabo con todo el cuerpo mientras la corrida disminuía de intensidad y mis empellones se espaciaban, cortados, secos. Pero ella seguía tragando como si quisiera exprimirme. Respondí apretando su cabeza contra mi polla.

Seguí moviéndome, sabiendo que mi voz la estaba obligando. Pero no paré. Me dije a mi mismo que ya me la estaba lamiendo y le estaba lefando la boca antes de ordenarle que chupara.

Mi tía serpenteaba contra mi rabo despacio, en un movimiento tan hipnótico como he visto pocos, ni siquiera desde entonces. La luz, la humedad y la propia animalidad sexual que Celia ha emanado siempre hacen de esa primera mamada una de las visiones más impactantes de mi vida. Llevé mi mano derecha a su nuca y la izquierda a sus tetas, moviméndome contra ella e intentando ahora acompasarme a su ondulación.

— GloG… glUgb.. — Tragaba.

Aunque su cuerpo continuó serpenteando para lanzar ese movimiento absorbente de su cabeza contra mi polla, externo e interno, sus brazos fueron quedando laxos, concentrándose en su boca.

Y no paré de follarla. Los últimos lechazos entraron en su garganta tanto por su tragada como por mis primeros y fuertes empujones. Mis cojones casi se habían vaciado en ella, pero seguí moviéndome, despacio, follándole la boca mientras ella lamía y tragaba.

Salía de su garganta hasta su lengua, y ella respondía de inmediato enroscándomela en el capullo como una pitón. Sus gemidos se hicieron tenues y profundos.

Y seguí follándole la boca. Apretaba su nuca con fuerza, y su tetaza con ansia. La amasaba, agarrándola para empujarle el rabo una y otra vez, muy despacio, más calmado por la corrida reciente.

Le pasé las uñas de mi mano engarfiada por la cabeza y le agarré el melonazo clavándole los dedos en su parte inferior, intentando sin éxito abarcarlo completo mientras le sacaba la polla de la boca para restregársela por la cara.

— Ahhh… ufflaaaAAlAAammmMmm…

Celia siguió gimiendo mientras mi polla se pegaba a su cara y su ojo. Mis huevos se le aplastaban contra los labios y su lengua salía para saborearlos. Comenzó a bucear a lametones en ellos, mientras yo admiraba el cuerpazo de jaca mojado al que le estaba follando la cara.

Sus caderas seguían moviéndose casi imperceptiblemente, y pensar en bajar a follarme ese culazo me encendió nuevamente. Mi polla trempó, golpeando mi barriga al latir y su ojo al volver. Me conformaría con su boca esta vez, y ya decidiría en qué circunstancia coger su culo.

— Dios Celia, cómo me has puesto…

— Pfuaaammm… se dice… tita… cómo me has puesto…

Titubeé por un momento. Mi sensación no había cambiado, y estaba seguro de que la estaba sintiendo encendida por dentro; que el interruptor no había hecho “clic” de vuelta. Así que estaba, por así decirlo, hipnotizada. Pero me hablaba.

— Dame de chupar, cielo… amm… leeeaaAAahhh…

Chupaba mis huevos con ansia y tiraba lenguetazos una y otra vez contra el tronco de mi polla al terminar el lametón a las pelotas. Alargaba su lengua todo lo posible, reclamando de nuevo mi rabo en la boca.

— Ufff… como me pones, coño, que… calientapollas eres tita… ahhh… — y Celia chupó más fuerte al oirme, con los ojos muy abiertos, y su expresión de zorresca se intensificó.

Eché el culo para atrás todo lo posible, y volví a metérsela en la boca, despacio, pero esta vez hasta el fondo. Salí de nuevo, completamente, y se la empujé otra vez mientras ella me miraba con un hambre que no había visto en los ojos de nadie. La sensación de poder, la leve duda de si estaba o no hipnotizada, y la sensación indescriptible de su boca y su garganta calientes mitigaban una diminuta sensación de culpa y me enardecían aún más.

— GLOGG!! Aglogg… ahh sí.. así, polla calentita… mmMAAUUMGGOGGB… — gemía, tragando, lamiendo y mirándome alternativamente a los ojos y al capullo.

Y verla desatada, hablando de esa forma, con mi rabo por fin en su boca, no me permitió aguantar mucho. Me di cuenta de que, de nuevo, estaba a tope y a punto de correrme.

— Vas a tragar sin parar… tengo más leche.. para ti…

Y juraría que el sonido profundo, más bajo que lo gutural, que emitió en ese momento era casi un mugido. Un grito, no emitido, sino más parecido al que se hace tomando aire. Venía desde su pecho y se parecía más al sonido de un vocalista gutural metalero que a cualquier gemido que yo hubiese escuchado.

— jjuUwueEeoo.. wuUueoOooo… jjjugggouoOooOo…

La vibración de ese sonido endemoniado contra mi polla me hizo cerrar los ojos, clavársela y empezar a eyacular de nuevo. Las embestidas no hacían que mi cuerpo se separase de su cara, sólo empujaba contra la elasticidad de su carne y su garganta.

Empecé a soltarle leche de nuevo, directa en su interior.

Gemí mientras sentía que el grito me absorbía, y sólo podía soltar el aire por la nariz, con los dientes apretados y la boca cerrada.

Y mientras mi rabo seguía latiendo levemente y su grito diabólico se frenaba, le acaricié la cabeza.

Pronto apareció un sonido agudo, como una risa contra mi rabo. Un gritito feliz e infantil, satisfecho. Pero no paró de tragar y succionar hasta que yo la saqué de su boca y me sonrió.

La culpa me dio una pequeña punzada mientras mi tía reptaba besándome el torso y acercando su cara a la mía.

Sonrió y me acarició la cara, relamiéndose y chupándose los labios.

— Joder tita… eres increíble.

— Sí que me habías guardado la leche… Que rrrico estás, cielo… Te la seguiría mamando sin parar…

— Uufff… — dije, abrazándole la cabeza — Cuando te he dicho que chupes… creo que ha sido así como… demasiado persuasivo.

— ¿Quieres decir… que me lo has ordenado? ¿Que me lo has metido dentro? — y no estaba enfadada, sus cejas levantadas y su sonrisa me parecieron una celebración feliz de esa posibilidad.

— Creo que sí. No sé, estaba fuera de mí.

Celia cerró los ojos y respiró profundamente. Después, los abrió, pero frunciendo levemente el ceño y elevando sus pupilas hacia arriba.

— Bueno, la verdad es que ya estaba chupándotela. Pero al decir eso me has puesto a cien mil por hora. También recuerdo pensar ya en rechupeteártela la semana pasada, pero a ver… — llevó su mano a mi mejilla, apretándome y acercando su cara sonriente a la mía — cielo, te queda mucho por aprender, pero ya me has conseguido doblegar. Ya no puedo hacer mucho, y no voy a alejarme para protegerme de mi sobrinito pollón. Si tengo estas ganas locas de tragarme esa preciosidad porque me lo has grabado tú o no, no necesito ni saberlo. Así que estoy en tus manos, mi amor.

En ese momento, realmente pensé que, simplemente, estaba majara. Pero me pareció tan bella en ese momento que me daba igual. Si esa locura suya la llevaba a darme más momentos así, ni siquiera iba a ser capaz de luchar contra mí mismo para evitarlo.

— ¿Me queda mucho, pero muchísimo por aprender? — dije, metiéndole los dedos bajo el pelo para acariciarle la cabeza, rascándole levemente con las puntas de los dedos.

— Bueno.. — dijo, llevando su mano abajo y acariciando mi polla. — Tienes que conseguir hacerlo a distancia… y tienes que hacérselo a otras… Y al final, creo que conseguirás incluso hacerlo delante de todo el mundo, hablándole a alguien, y dominándola, sin que los demás se den cuenta.

— Dominándola.

— Sí, con hombres es distinto. Tu p… Tú… pues tú puedes ir explorándolo.

Ese titubeo, tan raro en ella, me pareció un subproducto de la excitación, o del efecto de tanto empujón en su boca. Ahora sé, porque Celia me lo dijo hace apenas una semana, que había empezado a decir lo siguiente (cito textualmente copiando mensaje de Nogram):

“Ese día me corté, pero empecé a decir algo que había elaborado cien veces en mi cabeza mientras te entrenaba:

Que tu padre podría enseñarte, si el muy imbécil no se hubiese largado como una rata cobarde y hubiese aprendido a hacerlo, como estás aprendiendo tú. Pero no puede ni podrá, porque, si le diera por aparecer, le arranco la cabeza y me cago en ella.”

Práctica

El siguiente fin de semana no hubo excursión. La tía Celia me llamó por Nogram desde el aeropuerto, diciéndome que tenía que pasar diez días fuera. Pero asegurándome que al siguiente fin de semana, sin duda, continuaríamos. Me pidió que practicase y me prometió ayuda a distancia.

— Vale tita, “ayuda a distancia”. ¿Eso cómo se hace?

— Pues puedo grabarte… Audios, quizá. Contándote cosas muy muy cochinas, para que te pongas a tono. Y te puedo grabar algún vídeo, si te comprometes a ser discreto.

— Vale, no está mal.

— Te puedo grabar… ¿Un relato erótico? O te cuento alguna cochinada sucia que haya hecho, o las cosas que podrías hacerme a mí y a quien quieras… Cuando llegue al hotel también puedo hacerte una videollamada y que me veas, y así me enseñas la polla.

— Vale, tita. — dije, sonriendo y disfrutando de verla tan explícita y desatada conmigo — Cualquier cosa servirá. Practicaré, pero ¿alguna guía para eso?

— Repite en tu cabeza las cosas que hemos trabajado, mientras hablas con otras mujeres.

— Lo de que sean mujeres empiezo a pillarlo, pero no lo tenía del todo claro. Siempre te refieres a mujeres.

— Sí, cariño. Ya hablaremos de eso, y de que todas las que no son una trampa son un animal.

— Vale, más cosas que estudiar. ¿Tú eres trampa de esas, o animal?

— Yo soy una trampa como tu mamá. Creo que tu hermana sí que es un animal.

— Vale, ¿se lo digo? — repliqué, intentando evidenciar la sorna al máximo.

— Ya se lo diré yo. Pero no es un insulto, nene. Las mujeres importantes son animales, no trampas.

— Vale Celia, pues ya me contarás.

— ¿Me dices “Celia” para cabrearme?

— Normalmente no… pero a veces un poco sí.

— Pues me voy a enfadar y voy a empezar a chincharte yo también.

— ¿Más? Si llevas un mes sacándome de mis casillas. — Dije mientras escuchaba de fondo, en el salón, unas notas al piano. Y cuando mi madre toca el piano siento la necesidad urgente de dejarlo todo e ir a sentarme en el sofá a escucharla y mirarla.

— Pues sí, más. Y voy a aprovechar el entrenamiento — su voz se hizo más grave, se notaba que quería regodearse —… hasta que me hagas callar cuando me porte como una perra insolente.. a guantazos, y metiéndome la polla en la boca.

— Joder tita, que voy a tardar en verte otra vez. Suave, porfa, poco a poco.

— Bueno… no te puedes imaginar la necesidad que tengo todo el tiempo de tragarme la polla del rey del mundo, niño. A lo mejor sí me has hipnotizado bien, dejándome la semillita ya despierta. Lo que sé es que cuando te agarre te voy a dejar los huevos secos. Te la voy a chupar tan fuerte que te van a salir los chiquillos peinaos.

— Halaaa… — y la verdad es que, después, no me decepcionó — Tomo nota.

— Ufff… te cuelgo que me pongo perraca, torazo.

Esa conversación fue el Miércoles de la semana siguiente.

Había tenido tiempo de tomar distancia respecto al jacuzzi y el viaje de vuelta, en el que Celia se recostó sobre mis piernas en el avión, con la chaqueta sobre la cara y mi polla en la boca, para pasar más de una hora chupando mi polla como una ternera. Dejé de creerme hipnotizador-follador. Decidí que mi tía estaba enfermizamente sugestionada, y había acabado hipnotizándome ella a mí con sus tetazas, su locura, y ahora su experta boca, haciéndome creer que era posible.

Me costó salir de lo que, me parecía, era una magufada autocomplaciente, apartando la convicción íntima que tenía de albergar aún sensaciones en mi mente que no eran mías, sino que venían de Celia, de su cuerpo conectado a mí por mi voz. La certeza profunda que tuve en el jacuzzi de que había agarrado su interior y le había grabado a fuego la necesidad de chuparme la polla con una orden seguía ahí.

Pero también estaban en mi cabeza mil sesgos de los que mamá me había enseñado a desconfiar. Era joven, pero ya había pasado certezas y desengaños, como que me casaría con Isabel o que algún día sería futbolista. O que era valiente, o que mi padre me quería. Pensando en esas cosas ya me resultaba fácil darme cuenta de que no debía confiar en creencia alguna.

Colgué el teléfono, salí de mi habitación y fui directo al salón.

Adoraba ver a mamá tocar el piano.

Su posición recta y perfecta, sus ojos casi siempre cerrados, la fluidez de su torso, habitualmente tan recto. Y su culo apoyado, y sus piernas abiertas, por supuesto. Sus tetas en movimiento. Su cara de ángel, concentrada y fuera del mundo, en una ausencia que me permite mirarla a placer como si sólo estuviese escuchando cómo toca el instrumento.

Las tetas de mi madre son espectaculares. No son las inmensas bufamelonarracas de Celia, pero el cuerpo esbelto de mamá hace que sus tetazas se vean enormes y destacadas. Su elegancia estirada las hace parecer, para mí, una provocación constante.

Mi hermana pasa por delante del salón, descalzándose porque sabe que a mamá le gusta el silencio cuando toca. Pasa de puntillas elevando demasiado las rodillas para hacer el payaso, dejándome ver el contorno de su nalga contra el mulo. El culo de mi hermana es francamente espectacular. Y en ese momento me doy cuenta de que las observo con demasiada lujuria. Y haberle follado la boca a mi tía no ayuda.

El culo de mi hermana dirigiéndose a la cocina se mueve con el balanceo natural de sus pasos y el añadido, creo en esa época, de un habitual contoneo autoconsciente. Me hace un gesto con las manos y el cuerpo: “Luego hablamos, voy a ducharme”, pero continúa hacia la cocina.

El culo de mi hermana está duro como una piedra y es joven y perfecto. Siempre me ha parecido que era increíble, pero en los últimos tres o cuatro años, desde que decidió usarlo constantemente como reclamo a su alrededor, ha sido una locura. La costumbre de usarlo como reclamo permanece en casa, en su forma de andar y en lo poco que le importa pasearse en tanga.

A veces, honestamente, echo de menos tener una relación más estrecha con ella. Pero, si eso no fuese posible no pudiese ser, me conformaría con que nos llevásemos mejor para poder mirar más regular e intensamente su culo sin tener que esconder mucho la mirada. En sus rutinas no veo oportunidades como las que me da mamá, tocando el piano en camisón, o, como hoy, con el top apretado y escotado que usa para hacer ejercicio en el jardín. Y con unos leggins de esos que te permitirían ver un DIU.

Había quedado con mi hermana Leo en que la llevaría a casa de Gloria hoy. Vive relativamente cerca, como a una hora y media. En la espectacular casa de su padre, Juan, en la misma orilla del mar.

Mamá dejó de tocar el piano y se levantó, girándose, como siempre haciendo un movimiento de dibujos animados.

— Me voy a mover un poco al jardín. ¿Vienes?

Mamá iba a hacer yoga, o como lo llamase. Pocas cosas eran más bellas que ver a mamá hacer eso. Quizá estar con ella, cuando en ocasiones me invitaba a aprender y me enseñaba con el ejemplo, teniendo yo la obligación, obviamente para aprender, de estar muy atento a su cuerpo estirado apuntando las tetas al cielo, o con sus piernas abiertas y el culo haciendo espirales de fibonacci en el aire.

— ¿A hacer yoga? — dije, para fastidiarla un poco.

— No es yoga. — dijo con frialdad, estirando el cuello hacia arriba y a la derecha, para mirarme con los ojos hacia abajo en un gesto que, para variar, la embellecía — Son ejercicios y estiramientos con buen criterio biomecánico. El yoga es un invento hippie de los 60, tiene de milenario lo mismo que los anillos de compromiso y los ninjas.

— Vale vale, ejercicio. No, no me apunto.

— Te vas a volver hippie y acabarás considerando que la ayahuasca es suficiente para mantenerse en forma y te alimentarás del sol.

— Lo del sol no, pero la droga es vida.

— Más te vale no hacerte hippie.

Me quedé pensando. ¿Podía intentar lo que acababa de ocurrírseme… Pero en lugar de con mi hermana, con mi madre? No, ni de coña. Mi madre me miraría fijamente con la ceja levantada, me cagaría de miedo y, en caso de que esta chorrada pudiese funcionar con alguien que no fuese mi tía la hippie loca, jamás funcionaría con mi madre. Pero podía concentrarme y charlar con mi hermana.

— Despierta, niño. — me dijo, elevando el brazo para chascar los dedos consiguiendo la mayor resonancia posible — ¿Estás seguro de que no quieres venir conmigo?

— Me voy a estudiar a mi cuarto — le dije.

Mamá se acercó y me tocó la cabeza, desde el cuello, en un gesto muy suyo, y siempre ejecutado de forma idéntica. No me acariciaba la cabeza de abajo a arriba, sino que empezaba en la parte superior de la espalda, casi en la nuca, abarcaba toda mi nuca con la mano y arqueaba los dedos sobre mi cabeza acariciándome con las puntas de los dedos hacia el centro de la parte posterior de mi cráneo; como si la agarrase, pero con dulzura, provocándome siempre un pequeño escalofrío de placer. Después, apoyaba más la palma para coger mi cabeza y se acercaba a darme un beso. Si tenía que decirme algo, lo hacía antes de separarse demasiado de mi cara.

— Eres guapo a rabiar. Te pareces a tu padre

— Qué va, esa es tu hija. Yo me parezco a ti, mamá.

— También es verdad.

Repetimos esas frases, a buen seguro, más de mil veces, mi madre y yo. Esa conversación, siempre idéntica. A mí me parecía un intercambio amoroso, sin más. Y lo de que me parezco a mi padre fue una mentira que me acompañó durante toda mi vida, hasta que, hace menos de un mes, le conocí. Al de verdad. Y vi que sí, que era cierto, y que me parezco mucho a él. Pero a Fernando, a quien siempre llamé “papá”, no, a ese no me parecía. Así que mi madre siempre habló de alguien distinto a quien yo creía que se refería.

La frase “También es verdad” era algo atípico en ella. Una de sus escasas muletillas. A mí me parecía una jerga íntima, una manera de resolver esa conversación repetida de manera amorosa y cómplice. Pero era una frase que nunca cuadró con su forma de hablar, con su discurso completamente desprovisto de muletillas o titubeos. Hasta ahora, nunca me resultó extraño. El hecho de que fuese jerga íntima explicaba la anomalía, a mi entender.

Ella, en realidad, no estaba usando una frase hecha. Me estaba diciendo que “también” me parecía a ella; sin insistir, pero sin tener que retractarse de su afirmación anterior. Cada vez que lo dijo estaba siendo tan precisa como en cualquier otro momento.

“Sí te pareces a tu padre” quedaba omitido, pero implícito en el “también es verdad”. Ella estaba diciendo “Sí, te pareces a tu padre, y también te pareces a mí”.

Mientras mamá salía al jardín por la puerta acristalada corredera, la miré de arriba a abajo, como siempre. Giré la cabeza y mi hermana aún estaba en la cocina, metiendo platos en el lavavajillas, y me alegré de llegar a tiempo de ver su culo empompado en movimiento. Pasé unos minutos mirándola por el rabillo del ojo hasta que acabó y se dio la vuelta.

— Bueno, ahora sí voy a ducharme. Me vas a llevar, ¿verdad? — dijo, cerrando la puerta del aparato sin mucho cuidado.

— Sí, claro. Pero me tendrá que dar un abrazo, al menos.

— Veeeenga, y dos también.

Ya había dado el paso, internamente. Pedirle el abrazo para intentarlo. Así que, cuando se dio la vuelta, me levanté y la seguí subiendo las escaleras mientras se dirigía a su habitación. Estaba decidido a hacer que mi hermana se desnudase delante de mí por primera vez en años.

Continuará.