La fiesta de máscaras y antifaces era un torbellino de deseo reprimido, con cuerpos disfrazados rozándose bajo luces estroboscópicas y una música que latía como un corazón acelerado. Él, enfundado en un traje negro impecable que marcaba su figura atlética, sintió un chispazo al verla: una rubia despampanante con un vestido rojo que se adhería a sus curvas como una segunda piel. El escote profundo dejaba entrever sus tetas perfectas, redondas y firmes, mientras el tajo del vestido subía hasta casi la cintura, revelando una liga roja que sostenía unas medias de red. Sus ojos, ocultos tras un antifaz de encaje, lo desafiaban con una promesa silenciosa. El flirteo fue inmediato, un intercambio de miradas ardientes y palabras cargadas de dobles sentidos. Su polla ya palpitaba bajo el traje cuando la tomó de la mano y la llevó a una habitación apartada de la mansión, donde la penumbra envolvía todo en un aire de secreto. En la habitación, ella se recostó en la cama, el vestido rojo deslizándose lo justo para mostrar la curva de sus muslos. Sus labios entreabiertos y la forma en que cruzó las piernas, dejando entrever la liga, lo tenían al borde de perder el control. «Voy por un trago», murmuró él, más para calmar el calor que lo consumía que por necesidad. Ella asintió, lamiéndose los labios con una lentitud que lo hizo estremecer. Cuando volvió con un whisky en la mano, la habitación estaba vacía. El aroma de su perfume aún flotaba, pero ella no estaba. Confundido, dejó el vaso en la mesa de luz, el hielo tintineando, y regresó a la fiesta, con la polla dura y un nudo de frustración en el pecho. Se mezcló entre la multitud, bebiendo tragos para apagar el fuego que lo quemaba por dentro. Charló con amigos, pero sus ojos buscaban el destello rojo. Y ahí estaba: el vestido carmesí brillando en la pista, ella bailando con una sensualidad que parecía diseñada para torturarlo. Se acercó, embriagado por el deseo, y deslizó su mano por el tajo del vestido, sus dedos rozando la piel cálida de su nalga, buscando el calor húmedo que imaginaba entre sus piernas. Pero ella, con un destello de furia en sus ojos azules, le dio una cachetada que le ardió en la mejilla. «¡Qué mierda haces!», siseó, y se alejó entre la multitud, dejándolo atónito, con la cara caliente y la excitación mezclada con desconcierto. Volvió a la habitación, pero solo halló el silencio y la cama vacía. De pronto, una voz suave y cargada de promesas lo envolvió desde atrás: «Pensé que no ibas a volver…». Era ella, la rubia, su vestido rojo como una bandera de deseo. Intentó hablar, pero ella le tapó la boca con un dedo, la uña rozando sus labios. «Shhh, no hagas ruido», susurró, arrodillándose frente a él. Sus manos desabrocharon su cinturón con una lentitud tortuosa, liberando su polla dura como roca. Ella lo miró con esos ojos azules, poniendo su mejor cara de puta, y pasó la lengua lentamente por la punta, saboreando las gotas saladas de precum. Lo envolvió con su boca, chupando suave, lamiendo cada centímetro, dejando un rastro de saliva que brillaba bajo la luz tenue. Alternaba succiones profundas con una paja húmeda, sus manos resbalando por su eje mientras lo miraba fijamente, desafiándolo a aguantar. Él gemía, sus caderas moviéndose hacia ella, pero justo cuando sentía el orgasmo a punto de estallar, ella se detuvo, se levantó con una risa baja y salió de la habitación, dejándolo con los pantalones en los tobillos, jadeando, con la polla palpitante y el cuerpo temblando de frustración. Regresó a la fiesta, intentando calmarse. Tomó el lugar del DJ por un rato, mezclando canciones para distraerse, pero su mente estaba atrapada en el vestido rojo. Y ahí estaba ella otra vez, bailando en el centro de la pista, sus caderas ondulando con una sensualidad que lo hacía sudar. Lo miraba fijamente, sus labios entreabiertos, su cuerpo moviéndose como si lo estuviera follando con cada giro. Cuando él se acercó para bailar, ella se deslizó hacia un pasillo oscuro de la mansión, como un espectro rojo que lo atraía. La siguió, su corazón latiendo con una mezcla de deseo y confusión. En la penumbra, ella lo tomó por la nuca con fuerza, guiando su cabeza hacia su vestido. Sin decir una palabra, corrió el tajo, dejando al descubierto su coño empapado, los labios brillando de humedad. «Chúpame», ordenó, y él se hundió en ella, su lengua explorando cada pliegue, saboreando su dulzura salada. Ella gemía, sus manos apretando su cabello, hasta que un estremecimiento la recorrió y un chorro caliente de su squirt lo salpicó, empapándole la cara y el pecho. Antes de que pudiera reaccionar, ella lo empujó con una risa cruel y desapareció, dejándolo de rodillas, con la cara mojada, la polla dolorosamente dura y la cabeza dando vueltas. La fiesta seguía, pero él estaba en otro mundo. Charló con amigos, jugó a embocar pelotas de ping-pong en vasos, pero sus ojos buscaban el vestido rojo. Entonces la vio, bailando con otra mujer en un coqueteo lésbico que hizo que su polla volviera a endurecerse al instante. Sus cuerpos se rozaban, las manos de la rubia acariciando los muslos de la otra bajo su disfraz. Las siguió hasta una habitación, donde la rubia ató a la otra mujer a la cama con una cuerda de seda. Con una lentitud provocadora, le arrancó la ropa interior, dejando al descubierto un coño brillante de excitación, los jugos resbalando por sus muslos. La rubia tomó la tanga empapada y se la metió en la boca a su compañera, sonriendo mientras le colocaba unas orejas de zorra que sacó de un cajón lleno de juguetes sexuales. «Ya vuelvo, zorrita», dijo con una voz cargada de malicia, y salió, perdiéndose entre la multitud. Él salió tras el vestido rojo, pero ella se desvaneció entre la gente. Frustrado y excitado, volvió a la barra, preparando tragos para unas chicas que reían y le pedían que les sirviera el licor directamente en la boca, sus lenguas rozando el borde del vaso. Pero su mente estaba en ella. Y entonces, como un imán, la encontró. La rubia lo vio y, sin mediar palabra, le comió la boca con un beso feroz, sus lenguas enredándose, el sabor de su saliva mezclándose con el licor. Sin dudarlo, él la tomó de la muñeca y la llevó a una habitación contigua. La ató a la cama, imitando la escena que había presenciado. Deslizó sus manos por su cuerpo, arrancándole el vestido rojo para revelar sus tetas perfectas y su coño empapado, la tanga chorreando de excitación. La acarició, sus dedos resbalando en su humedad, mientras ella gemía y se retorcía. Encontró las orejas de zorra en el cajón, junto a un arsenal de juguetes sexuales, y se las puso. Le arrancó la tanga, empapada de sus jugos, y se la metió en la boca. «Esto es por dejarme caliente», gruñó, inclinándose para lamer una última vez su clítoris palpitante, haciéndola temblar. Luego se levantó, dejándola atada, mojada y jadeando, con la promesa de volver para «darle una tremenda cogida». Salió de la habitación, sintiéndose triunfante, como si por fin hubiera tomado el control, ahora si no se podía escapar… Afuera, los fuegos artificiales estallaban en el cielo, mientras en las habitaciones contiguas, una rubia y una morocha, atadas y chorreando de deseo, esperaban ansiosas a que alguien volviera a follarlas.

Lo que el hombre hasta el momento no sabía era que en realidad no era una sola rubia con la que había interactuado sino con un par de hermanas gemelas, siendo Zara la primera con la que flasheo, la que le hizo sexo oral y a quien había dejado en la cama atada, y la otra gemela Kira, la que lo obligó a chuparle la concha y quien tenía atada en la cama a la morocha en la habitación de al lado… y mientras el se paseaba por la fiesta, planeando qué perversión hacer con su sumisa en la cama… dentro de esa habitación las cosas se iban a poner mas interesantes entre las dos hermanas…

Kira entró tambaleándose en la habitación, el vestido rojo pegado a su cuerpo por el champagne que había derramado, la tela húmeda marcando cada curva de sus tetas y sus caderas. El alcohol le nublaba la mente, pero su piel ardía con la euforia de la noche: el recuerdo de la lengua de un desconocido devorando su coño hasta hacerla estallar en un chorro caliente aún palpitaba entre sus piernas. Los fuegos artificiales estallaban afuera, lanzando destellos de luz que se colaban por la ventana, iluminando apenas la figura atada a la cama. En la penumbra, vio a una mujer desnuda, con las muñecas sujetas por sogas de seda roja, las piernas abiertas dejando al descubierto un coño brillante de humedad, los labios hinchados y relucientes bajo la luz intermitente. Una tanga empapada sobresalía de su boca, y unas orejas de zorra ladeadas le daban un aire de sumisión perversa. Kira, creyendo que era su morocha, sonrió con malicia, el calor del deseo subiéndole por el pecho. Sin dudarlo, descorchó el resto del champagne y lo vertió sobre el sexo expuesto, el líquido burbujeante resbalando por los pliegues rosados, mezclándose con los jugos que ya chorreaban por los muslos. Se arrodilló entre las piernas de la figura atada, el aroma dulce y salado de su excitación llenándole los sentidos, mezclado con el toque afrutado del champagne. Su lengua rozó primero los muslos, lamiendo el líquido que goteaba, la piel suave temblando bajo su boca. Luego, se hundió en el coño, lamiendo lentamente los labios externos, saboreando la mezcla embriagadora de champagne y jugos calientes. Cada lamida era un deleite, la textura sedosa de la carne cediendo bajo su lengua, los gemidos ahogados de la mujer vibrando contra la tanga en su boca. Kira cerró los ojos, dejando que el morbo la guiara, chupando el clítoris con una presión suave que se volvía intensa, sintiendo cómo se hinchaba bajo su lengua. Sus manos se aferraron a los muslos, las uñas clavándose ligeramente mientras la figura se arqueaba, un chorro cálido de squirt salpicándole los labios y la barbilla, empapándola con un sabor que la hizo gemir de placer. El cuerpo atado temblaba, y Kira, perdida en la lujuria, lamió con más avidez, succionando cada gota, sus propios jugos empapando su tanga mientras su coño palpitaba de excitación. Subió por el cuerpo, sus manos acariciando las tetas firmes, los pezones duros como pequeñas piedras bajo sus dedos. Los lamió, mordisqueándolos suavemente, sintiendo cómo la figura se retorcía, sus gemidos más fuertes ahora, casi desesperados. Kira, con la boca chorreando de jugos y champagne, se acercó para besar a quien creía que era su morocha, arrancándole la venda de los ojos. Pero la luz de un fuego artificial iluminó el rostro, y su corazón dio un vuelco: la cabellera rubia, los ojos azules idénticos a los suyos, el rostro que era su propio reflejo. «¡Zara!», exclamó, el shock mezclándose con el alcohol y el deseo que aún le quemaba el cuerpo. Le arrancó la tanga de la boca, el tejido húmedo cayendo sobre la sábana, y balbuceó: «¿Qué haces aquí?». La confusión la golpeó como una ola, pero bajo esa náusea, una chispa prohibida seguía ardiendo, haciendo que su coño se contrajera al recordar cómo había lamido a su propia hermana hasta hacerla estallar.

Desde la perspectiva de Zara:

Zara yacía atada a la cama, las sogas de seda mordiendo suavemente sus muñecas, su cuerpo expuesto y vibrante de deseo. Los fuegos artificiales retumbaban afuera, cada explosión resonando en su pecho, amplificando el calor que palpitaba entre sus piernas. La tanga empapada en su boca sabía a su propia excitación, un recordatorio constante de la promesa del hombre que la había dejado allí, jurando volver para follarla duro. Su coño estaba hinchado, chorreando, los jugos resbalando por sus muslos mientras esperaba, la venda en los ojos sumiéndola en una oscuridad que hacía que cada sensación fuera más intensa. De pronto, la puerta se abrió, y un chorro frío de champagne cayó sobre su sexo, haciéndola jadear contra la mordaza. El líquido burbujeante resbaló por sus labios vaginales, mezclándose con su humedad, y antes de que pudiera procesarlo, una lengua suave y experta comenzó a lamerla, arrancándole un gemido que vibró en su garganta. La lengua era un milagro, recorriendo sus pliegues con una precisión que parecía conocer cada rincón de su cuerpo. Lamía lentamente al principio, saboreando los bordes de su coño, luego se hundía en su clítoris, chupándolo con una presión que la hacía arquearse, sus caderas empujando contra esa boca sin control. El champagne frío contrastaba con el calor de la lengua, creando una sensación que la volvía loca, como si estuviera siendo devorada por alguien que sabía exactamente cómo encenderla. Los gemidos se le escapaban, sofocados por la tanga, mientras sentía sus tetas siendo lamidas, los pezones succionados con pequeños mordiscos que enviaban descargas eléctricas a su coño. Cada roce de esa lengua era perfecto, como si fuera su propio reflejo lamiéndose, y cuando el orgasmo la atravesó, su cuerpo se convulsionó, un chorro caliente de squirt salpicando la boca que la devoraba, empapando la sábana bajo ella. Sus muslos temblaban, su respiración era un jadeo desesperado, y el placer era tan abrumador que casi no notó cuando le quitaron la venda. Entonces, la luz de un fuego artificial iluminó el rostro de su agresora, y el mundo se detuvo. Era Kira, su gemela, con la boca brillante de sus jugos, los ojos azules abiertos de par en par por la sorpresa. Zara sintió una náusea subirle por la garganta al darse cuenta de que había sido su hermana quien la había llevado al clímax, pero bajo esa repulsión, una chispa prohibida la traicionaba, haciendo que su coño palpitara aún más. Le arrancaron la tanga de la boca, y Zara, furiosa, gritó: «¡Eres una enferma!», suéltame perra!! Le dijo mientras lograba zafarse de las ataduras, propinándole una cachetada que dejó la mejilla de Kira enrojecida. Intentó darle otra, pero Kira le sujetó el brazo, luego el otro, y de pronto estaban cara a cara, sus alientos mezclándose, sus cuerpos tan cerca que podían sentir el calor del otro. La furia dio paso a algo más oscuro, y cuando Kira la besó, Zara giró la cara, pero el deseo la venció. Sus lenguas se enredaron, el sabor de su propio squirt aún en la boca de Kira, y su coño se mojó de nuevo, traicionándola mientras se rendía a ese beso apasionado.

La confusión y el asco se mezclaban con un deseo que ninguna de las dos podía negar por completo. Zara, aún temblando por el orgasmo, empujó a Kira contra la cama, sus manos moviéndose con una furia que era mitad venganza, mitad lujuria. «Esto no te va a salir gratis», siseó, arrancándole el vestido rojo empapado de champagne, dejando al descubierto las tetas firmes de Kira, los pezones duros y rosados brillando bajo la luz intermitente. Tomó las sogas de seda y ató las muñecas de Kira, asegurándolas con fuerza, luego le vendó los ojos y le metió su propia tanga, húmeda de excitación, en la boca. «Te voy a hacer exactamente lo que me hiciste», gruñó, y comenzó a repetir cada movimiento con una precisión cruel. Sus dedos se deslizaron por el coño de Kira, resbalando en la humedad que chorreaba, mientras su lengua lamía sus tetas, succionando los pezones hasta hacerla gemir contra la mordaza. Zara chupó su clítoris con una intensidad que era casi castigadora, saboreando los jugos que fluían, llevándola al borde del orgasmo una y otra vez antes de dejarla estallar. Cuando Kira llegó al clímax, un chorro caliente de squirt salpicó el rostro de Zara, empapándola, y ella lamió cada gota, su propio coño palpitando de deseo. Pero Zara no la desató. «Aún te queda un castigo», susurró, inclinándose cerca de su oído, el aliento cálido rozando la piel de Kira. «Vas a quedarte en mi lugar. Ese hombre prometió volver y follarme duro, y ahora tú vas a recibirlo». Kira, con la tanga en la boca, intentó protestar, su voz ahogada. «¡Estás loca!», balbuceó cuando Zara le quitó la mordaza por un momento. «¡Fue un error! En la habitación de al lado tengo a una chica atada, esperando por mí». Pero esas palabras encendieron algo en Zara. La idea de intercambiar roles, de hacerse pasar por Kira y tomar a su morocha, la excitó tanto que no dejó que su hermana terminara de hablar. «Cállate», gruñó, volviendo a meterle la tanga en la boca, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí, dejando a Kira atada, chorreando de deseo, esperando al hombre que estaba a punto de entrar.

En la habitación de Kira:

Kira yacía atada a la cama, las sogas de seda roja mordiendo sus muñecas, dejando marcas carmesí en su piel pálida que brillaban bajo los destellos intermitentes de los fuegos artificiales que se colaban por la ventana. Su cuerpo desnudo relucía de sudor, los muslos abiertos, su coño hinchado y chorreando, los jugos resbalando por sus piernas hasta formar un charco brillante en las sábanas blancas. La venda negra había sido arrancada, pero la tanga empapada aún colgaba de un lado de su boca, húmeda de su propia excitación y la saliva que goteaba por su barbilla. Los fuegos artificiales estallaban afuera, pintando la habitación de rojos, azules y dorados, iluminando su rostro enrojecido por la cachetada de Zara y el calor del deseo que aún la consumía. De pronto, la puerta se abrió con un crujido, y el hombre entró, su figura imponente recortada contra la luz del pasillo. Sus ojos, tras la máscara negra, brillaban con una mezcla de lujuria y venganza, recordando cómo ella —Kira, aunque él creía que era Zara— lo había asfixiado contra su coño, empapándolo con su squirt. Sin mediar palabra, se acercó, su traje negro desabrochado revelando una polla dura y pulsante, la punta brillando con gotas de precum bajo la luz parpadeante. Kira intentó hablar, su voz temblorosa rompiéndose en un balbuceo: «No lo hagas, es un error, yo no soy…». Pero antes de que pudiera terminar, él la tomó por el cabello, enredando sus dedos en la melena rubia, y le enterró la polla hasta la garganta. El grosor llenó su boca, cortándole el aire, mientras sus labios se estiraban alrededor del eje, la textura caliente y venosa rozando su lengua. Kira emitió un sonido gutural, sus ojos lagrimeando mientras intentaba respirar, la sensación de asfixia enviando una corriente de placer a su coño, que palpitaba y chorreaba aún más. Él mantuvo su polla allí, inmóvil, como una vaina en su funda, hasta que los pulmones de Kira ardieron y su visión se nubló, los colores de los fuegos artificiales danzando en sus párpados cerrados. Cuando finalmente se la sacó, un hilo de saliva espesa y brillante conectó su boca con la punta de la polla, goteando por su barbilla hasta sus tetas, que brillaban bajo la luz azul de un nuevo estallido. Kira jadeó, intentando hablar de nuevo, pero él no le dio oportunidad. Volvió a embestir, metiéndole la polla hasta la garganta, el movimiento rudo y deliberado haciéndola gemir contra la carne dura. La saliva chorreaba por su rostro, mezclándose con las lágrimas que corrían por sus mejillas, y el placer de ser usada como su puta la volvió loca. Ya no quería explicarle nada; solo quería esa polla asfixiándola, llenándola, haciéndola sentir viva. Abrió la boca más, invitándolo a seguir, sus labios rojos brillando de baba, su lengua lamiendo el eje cada vez que él se retiraba, saboreando el sabor salado del precum. Su coño palpitaba, los jugos resbalando por sus muslos, empapando las sábanas, mientras imaginaba a Zara en la habitación de al lado, chupando la concha de la morocha. ¿Estaría lamiéndola con la misma intensidad con la que ella la había lamido? La idea de su hermana entregada al mismo juego perverso la excitaba aún más, y Kira se rindió por completo, gimiendo contra la polla que la atravesaba, dispuesta a dejar que él la usara como quisiera.

En la habitación de Zara:

Zara cerró la puerta de la habitación contigua, su cuerpo aún vibrando por el orgasmo que había tenido en la cara de la morocha. La luz de los fuegos artificiales bañaba el pasillo en destellos multicolores, iluminando su vestido rojo empapado, que se pegaba a sus tetas y caderas como una segunda piel. Sus muslos brillaban de jugos, y el aroma de su propia excitación la seguía mientras entraba en la habitación donde la morocha esperaba, atada a la cama. La figura yacía desnuda, las sogas de seda negra sujetando sus muñecas y tobillos, sus tetas firmes subiendo y bajando con cada respiración agitada. El coño de la morocha estaba hinchado, chorreando, los labios rosados reluciendo bajo la luz dorada de un fuego artificial, mientras las orejas de zorra negras ladeadas le daban un aire de sumisión salvaje. Zara, con una sonrisa perversa, revisó los cajones de la mesa de luz, sus dedos recorriendo un arsenal de juguetes sexuales: vibradores brillantes, esposas de cuero, y finalmente, un plug anal con una cola de zorra esponjosa que brillaba bajo la luz. «Esto hará un lindo juego con tus orejitas, zorrita», susurró, tomando el plug y embadurnándolo con lubricante transparente que goteaba como miel. Se acercó a la morocha, que temblaba de anticipación, y sin mediar palabra, le separó las nalgas, la piel suave y cálida bajo sus manos. El plug, frío y resbaladizo, se deslizó lentamente en el culo de la morocha, que se retorció con un gemido ahogado, la cola de zorra cayendo entre sus muslos como un trofeo. «Prepárate, zorrita, porque vas a abrir ese culito y luego me vas a chupar bien la concha», gruñó Zara, escupiendo en la cara cubierta por el antifaz de la morocha. El escupitajo brilló bajo la luz roja de un fuego artificial, y Zara lo esparció con la mano, metiendo los dedos en la boca de la morocha para que chupara su saliva. Luego, se subió a la cama y se sentó sobre su cara, asfixiándola con su culo, su coño chorreando sobre la barbilla de la morocha. «Chupa, zorra puta», ordenó, y la morocha obedeció, su lengua lamiendo los pliegues empapados, recorriendo el clítoris con movimientos desesperados. Los jugos de Zara goteaban por el rostro de la morocha, mezclándose con su saliva, mientras la habitación se llenaba de sonidos húmedos y gemidos sofocados. A pesar del placer, Zara comparaba la lengua de la morocha con la de Kira. No era lo mismo. La lengua de su hermana había sido precisa, casi mágica, sabiendo exactamente dónde lamer, dónde succionar, dónde morder. La morocha, aunque se esforzaba, no llegaba a ese nivel de perfección. Mientras la obligaba a chuparle la concha y el culo, Zara disfrutaba del espectáculo visual: la cola de zorra meciéndose entre los muslos de la morocha, el antifaz negro brillante de sudor y saliva, los pezones duros como piedras bajo la luz cambiante. Pero su mente estaba en Kira, en la habitación de al lado. «Se merece que la cojan bien por zorra», pensó, imaginando a su hermana siendo follada sin piedad por el hombre que había prometido volver. La idea de Kira, atada y usada, le provocó una oleada de excitación tan intensa que su cuerpo se convulsionó, un chorro de squirt salpicando la cara de la morocha, empapándola hasta el cuello. Zara jadeó, su respiración entrecortada, los muslos temblando mientras la luz de un fuego artificial azul iluminaba la escena. «En un rato vengo por más, putita», dijo, levantándose. «Tómate un descanso, zorrita». Salió de la habitación en puntas de pie, dejando la puerta entreabierta, el corazón latiéndole con fuerza. Quería espiar qué pasaba en la habitación de al lado, imaginar a Kira recibiendo el castigo que merecía. La noche aún prometía más juegos, más confusiones, más deseos prohibidos, y Zara, con el cuerpo todavía vibrando, estaba lista para reclamar su parte.

Fuera de las habitaciones:

Mientras Zara se deslizaba por el pasillo, los fuegos artificiales seguían estallando, bañando la mansión en destellos de colores que se reflejaban en los espejos y las paredes. En la habitación de Kira, el hombre seguía embistiendo su garganta, la polla brillante de saliva, los gemidos guturales de Kira resonando en la penumbra. En la habitación contigua, la morocha, con el plug anal y la cola de zorra, jadeaba, su cuerpo temblando de deseo, esperando el regreso de su ama. Y Zara, en el pasillo, con el vestido rojo pegado a su piel y el coño aún palpitante, se acercaba sigilosamente a la puerta de la otra habitación, lista para descubrir qué le estaba haciendo el hombre a su hermana, mientras la fiesta seguía su curso, ajena al torbellino de lujuria y confusión que se desataba en las sombras.

Zara en las sombras:

Zara se deslizó como una sombra por la puerta entreabierta de la habitación contigua, su vestido rojo empapado de champagne y jugos adherido a su piel, marcando cada curva de sus tetas y caderas bajo los destellos intermitentes de los fuegos artificiales. La luz multicolor —rojos intensos, azules profundos, dorados brillantes— se filtraba por la ventana, pintando la escena frente a ella con un resplandor hipnótico. Allí estaba Kira, su gemela idéntica, atada a la cama, las sogas de seda roja dejando marcas en sus muñecas pálidas, su cuerpo desnudo reluciendo de sudor, los muslos abiertos y el coño chorreando, los jugos brillando como perlas bajo la luz cambiante. La tanga negra, empapada, colgaba de un lado de su boca, y la saliva goteaba por su barbilla, mezclándose con el brillo de su piel. El hombre, su figura imponente recortada contra la luz del pasillo, dominaba la escena, su polla dura y pulsante enterrada en la garganta de Kira, el eje venoso deslizándose con rudeza mientras ella jadeaba, sus gemidos guturales resonando en la habitación como un canto de sumisión. Zara, oculta en la penumbra, sintió un calor abrasador subirle por el pecho al ver a su hermana, siempre tan controladora, reducida a una esclava obediente. Recordó la lengua suave de Kira lamiendo su coño con una dulzura que la había llevado al éxtasis, y ahora, esa misma boca estaba siendo follada con una furia animal. La polla del hombre entraba y salía como una espada desenvainada, cada embestida arrancando un grito ahogado de Kira, su rostro enrojecido, los ojos lagrimeando, la saliva espesa cayendo en hilos brillantes desde sus labios hasta sus tetas, que se agitaban con cada movimiento. Zara no pudo resistirse; su mano se deslizó bajo el vestido, sus dedos encontrando su coño empapado, los labios hinchados palpitando bajo su toque. Se los introdujo, gimiendo suavemente, y los sacó, llevándolos a su boca para saborear sus propios jugos, imaginando que eran los de Kira, dulces y salados, como los que había probado antes. La imagen de su hermana, asfixiada y dominada, la llevó al borde, y cuando llegó al clímax, un grito de placer escapó de sus labios, apenas contenido para no ser descubierta. Por suerte, o por la conexión casi sobrenatural de las gemelas, el hombre también estalló en ese momento, un rugido gutural llenando la habitación mientras llenaba la boca de Kira con un chorro espeso de semen. El semen blanco y caliente se derramó desde los labios de Kira, resbalando por su barbilla, goteando sobre su pecho en riachuelos brillantes que relucían bajo la luz de un fuego artificial dorado. Su rostro, cubierto de fluidos, brillaba con una mezcla de extenuación y éxtasis, los ojos entrecerrados, la respiración entrecortada. El hombre, con una ternura inesperada, le apartó un mechón rubio de la cara, peinándola con dulzura, y le dio un beso suave en la frente. «Espérame si quieres un poco más, voy por un trago «, dijo, su voz grave y cargada de promesas, antes de desatar las sogas de sus muñecas. Kira, exhausta, apenas pudo asentir, su cuerpo temblando mientras lo veía salir de la habitación. Fue entonces cuando sus ojos se encontraron con los de Zara, escondida en las sombras. La mirada de Zara, brillante de lujuria y complicidad, se cruzó con la de Kira, y con un gesto rápido, le hizo señas para que guardara silencio. Una sonrisa pícara curvó los labios de Zara, y la conexión tácita de las gemelas brilló en sus ojos idénticos. Se acercó a Kira, sus pasos silenciosos sobre el suelo, y se inclinó para susurrarle algo al oído, su aliento cálido rozando la piel sudorosa de su hermana. Los ojos de Kira se abrieron de par en par, una chispa de sorpresa y excitación cruzando su rostro antes de que una sonrisa traviesa se dibujara en sus labios, aceptando la propuesta con un brillo de anticipación.

La habitación vibraba bajo los destellos de los fuegos artificiales, sus colores —rojos ardientes, azules profundos, dorados relucientes— filtrándose por la ventana y bailando sobre las paredes, iluminando los cuerpos sudorosos en un caleidoscopio de lujuria. El hombre entró después de 10 minutos, su traje negro desabrochado, la polla medio dura asomando bajo los pantalones, sosteniendo una botella de champagne burbujeante y dos copas de cristal que reflejaban la luz multicolor. Antes de que pudiera reaccionar, Kira se deslizó detrás de él como un espectro, su vestido rojo empapado pegado a sus tetas, los pezones duros marcados bajo la tela húmeda, los muslos brillando de jugos. Con un movimiento rápido, le vendó los ojos con una cinta de seda negra, sus uñas pintadas de rojo rozando su nuca mientras sus manos ocupadas con las copas lo dejaban indefenso. «Ahora es mi turno», susurró Kira, su voz ronca rozando su oído, el aliento cálido enviando un escalofrío por su espalda. Sus labios besaron la nuca del hombre, lamiendo la piel salada, mientras sus manos desabrochaban su camisa, arañando ligeramente su pecho firme, los músculos tensándose bajo sus dedos. Kira lo desnudó con una lentitud tortuosa, arrancándole la camisa para revelar su torso reluciente de sudor, los contornos de sus músculos brillando bajo un destello azul de los fuegos artificiales. Su mano se cerró alrededor de su polla, ahora dura como roca, el eje venoso pulsante, la punta brillando con gotas de precum que captaban la luz como pequeñas joyas. Lo acarició, sus dedos resbalando por la piel caliente, mientras lo besaba, su lengua enredándose con la de él. Él gemía, ciego bajo la venda, cada roce amplificado por la oscuridad. Entonces, Zara entró, su figura idéntica a la de Kira, el vestido rojo descartado, dejando al descubierto una lencería negra de encaje que se pegaba a sus curvas, los muslos reluciendo de jugos. Con una sonrisa traviesa y un dedo en los labios, le hizo señas a Kira para que guardara silencio. Se arrodilló frente al hombre, su aliento cálido rozando la punta de su polla antes de lamerla, la lengua trazando círculos lentos alrededor del glande, saboreando el sabor salado y ligeramente amargo del precum.

Desde la perspectiva de Zara:

Zara sintió la polla llenarle la boca, el grosor estirando sus labios, la textura venosa rozando su lengua mientras succionaba con una intensidad que hacía que su coño palpitara. Tomó una copa de champagne de la mesa de luz, el cristal frío contra sus dedos, y vertió un chorro burbujeante sobre la polla, el líquido dorado resbalando por el eje, goteando hasta el suelo en pequeñas perlas que brillaban bajo la luz roja de un fuego artificial. Lamió el champagne, el sabor afrutado mezclándose con el calor salado de la piel, mientras sus ojos se clavaban en la venda del hombre, imaginando su confusión y placer. Se la metió hasta la garganta, el grosor cortándole el aire, su garganta apretándose alrededor de la polla mientras sentía el mundo desvanecerse, los pulmones ardiendo. Cuando se la sacó, un hilo de saliva espesa conectó sus labios con la punta, goteando por su barbilla hasta sus tetas, que brillaban bajo la luz dorada. La sensación de asfixia, el sabor de la polla mezclado con el champagne, la hacía temblar de deseo, su coño chorreando, los jugos resbalando por sus muslos. Pasó la posta a Kira, sus ojos brillando con complicidad, mientras se lamía los labios, saboreando el regusto de su presa.

Desde la perspectiva de Kira:

Kira tomó la polla con una avidez feroz, sus labios envolviéndola, la lengua lamiendo el eje con movimientos rápidos, saboreando la mezcla de champagne, saliva de Zara y precum. La textura caliente y pulsante llenaba su boca, y ella succionó con fuerza, dejando que la saliva espesa chorreara por su barbilla, goteando sobre sus tetas, que relucían bajo un destello azul. La venda del hombre amplificaba sus gemidos, cada sonido resonando en la habitación como un eco de sumisión. Kira se la metió hasta la garganta, sintiendo la polla presionando contra su paladar, cortándole el aire, su coño palpitando con cada segundo de asfixia. Cuando se la sacó, jadeando, un chorro de saliva cayó sobre el suelo, y ella rió, excitada por el juego, por la idea de compartir esa polla con su gemela. La sensación de control, de dominar a un hombre que no sabía que estaba siendo devorado por dos, la hacía temblar, sus jugos empapando la lencería negra, resbalando por sus muslos hasta formar un charco en el suelo. Las gemelas se alternaban, un ballet perverso de bocas y lenguas. Zara lamía la punta, succionando con movimientos lentos, mientras Kira chupaba los testículos, sus labios rozando la piel tensa, el sabor salado llenándole la boca. Luego cambiaban, Kira devorando la polla hasta la garganta, mientras Zara lamía el eje, sus lenguas chocando ocasionalmente, un roce húmedo que las hacía gemir. La polla, brillante de saliva y champagne, palpitaba entre sus bocas, los hilos de baba cayendo sobre sus pechos, reluciendo bajo la luz cambiante. Dejaban que el hombre viera por momentos, arrancándole la venda para que captara un destello de sus rostros idénticos, sus ojos azules brillando con caras de puta, solo para taparlo de nuevo y seguir el juego. Finalmente, decidieron revelar el secreto. «Vamos a decirle la verdad y que explote de placer o sorpresa», susurró Kira, sus labios hinchados rozando la oreja de Zara. Le quitaron la venda, y él parpadeó, aturdido, ante la imagen: dos rubias idénticas, arrodilladas en la cama en cuatro patas, sus lenguas lamiendo su polla al unísono, la lencería negra pegada a sus cuerpos, los antifaces de encaje negro enmarcando sus rostros de deseo. «Esta noche vas a disfrutar la mejor noche de tu vida», dijo Zara, su voz ronca. «Porque esto no termina aquí», añadió Kira, antes de salir con una sonrisa pícara.

El tipo quedo atonito entre exitado y confundido mientras Zara le seguía chupando la pija, Kira regresó minutos después, tirando de una correa de cuero negro que sujetaba el cuello de la morocha, quien gateaba, sus rodillas rozando el suelo, las medias bucaneras negras brillando bajo la luz de los fuegos artificiales. La morocha llevaba las orejas de zorra ladeadas, la cola del plug anal meciéndose entre sus nalgas, el metal plateado reluciendo entre la carne suave. Un arnés de cuero reemplazaba el corpiño, dejando sus tetas al aire, los pezones rosados duros como piedras, balanceándose con cada movimiento. Sus ojos estaban vendados con una cinta negra, y su boca brillaba de saliva, los labios hinchados por el uso. La imagen era un espectáculo infernal: una rubia despampanante en lencería negra, trayendo como una perrita a una morocha vestida de zorra sumisa. Zara, en la cama, sonrió, su coño palpitando ante la escena. «Sube a la cama», ordenó a la morocha, quien obedeció. «Ahora nuestro perro te va a coger, y nosotras miramos», dijo Zara, su voz cargada de autoridad. La morocha, confundida, balbuceó: «¿Miramos? ¿Quién más está aquí?». Una nalgada sonora de Zara resonó, el culo de la morocha enrojeciéndose bajo la luz azul. «Cállate y chúpale la pija», gruñó, y la morocha obedeció, sus labios envolviendo la polla con una destreza que parecía conocer cada rincón de su carne. Mientras la morocha chupaba, su lengua trazando círculos expertos alrededor de la punta, la saliva goteando por su barbilla hasta sus tetas, Zara y Kira se sentaron frente a la cama, sus cuerpos brillando de sudor y jugos. Sacaron un dildo de dos cabezas del cajón, un juguete largo y negro, brillante bajo la luz, con venas marcadas que relucían como obsidiana. Cada una tomó una cabeza, sus lenguas lamiendo el plástico con una avidez obscena, los labios hinchados brillando de saliva. Desde la perspectiva de Zara: Zara chupó la cabeza del dildo, sintiendo la textura dura y lisa contra su lengua, el sabor plástico mezclándose con el regusto salado de la polla que había lamido antes. Sus ojos se clavaron en los de Kira, un brillo de complicidad mientras succionaba, la saliva espesa goteando por su barbilla, resbalando hasta sus tetas. Se lo metió hasta la garganta, atragantándose, la sensación de asfixia enviando una corriente de placer a su coño, que chorreaba, empapando la lencería negra. Cuando lo sacó, un hilo de baba conectó sus labios con el dildo, brillando bajo un destello dorado. Luego, se lo introdujo en el coño, los labios vaginales hinchados abriéndose para recibirlo, la sensación de ser llenada haciéndola gemir, sus jugos resbalando por el juguete mientras miraba a Kira hacer lo mismo.

Desde la perspectiva de Kira:

Kira lamió la otra cabeza del dildo, sus labios deslizándose por la superficie, la textura dura contrastando con la suavidad de su lengua. El sabor plástico se mezclaba con el regusto de la polla del hombre, y ella succionó con fuerza, atragantándose, sus ojos lagrimeando mientras miraba a Zara, su gemela, reflejando su propio deseo. La saliva chorreaba por su pecho, goteando sobre sus muslos, mientras su coño palpitaba, empapado, los jugos resbalando por la lencería hasta el suelo. Se metió el dildo en el coño, sintiendo cómo la llenaba, los labios vaginales estirándose, un gemido gutural escapando de su garganta mientras sus caderas se movían, sincronizándose con las de Zara. Las gemelas se acercaron, el dildo conectándolas, sus coños chorreando mientras se follaban mutuamente, los sonidos húmedos de sus movimientos resonando en la habitación. Sus muslos brillaban de jugos, los cuerpos temblando bajo la luz multicolor, mientras sus gemidos se mezclaban con los de la morocha, que chupaba la polla del hombre con una intensidad feroz. Las gemelas cambiaron de posición, Zara de espaldas en la cama, las piernas abiertas, el dildo enterrado en su coño, mientras Kira se ponía en cuatro patas, el juguete deslizándose dentro de ella, los jugos goteando por sus muslos. Sus movimientos eran lentos, deliberados, sus caderas chocando, el dildo brillando de fluidos bajo la luz de un fuego artificial rojo. Sus tetas se balanceaban, los pezones duros rozando la sábana, mientras sus ojos seguían fijos en el hombre, que embestía la boca de la morocha, la cola de zorra meciéndose entre sus nalgas. La habitación olía a sexo, a champagne, a sudor, un perfume embriagador que amplificaba el placer. Cuando vieron que el hombre estaba a punto de explotar, sus gemidos volviéndose más roncos, lo hicieron parar. Zara tomó una copa vacía, el cristal reluciendo bajo la luz, y junto con Kira masturbaron la polla, sus manos resbalando por el eje húmedo. «Acaba aquí», ordenó Zara, y él obedeció, un chorro espeso de semen llenando la copa, el líquido blanco brillando bajo un destello azul. Kira llevó la copa a la morocha, y le ordenó: «Toma, putita». La morocha, con los ojos brillando de sumisión, lamió el semen, su lengua recorriendo el borde del cristal, chupando cada gota, el sabor salado llenándole la boca.

«Cómo te gusta la leche, zorrita», rió Kira, dándole una nalgada que dejó una marca roja en el culo de la morocha, el sonido resonando en la habitación. «Ahora vuelve a tu cucha», añadió, tirando de la correa para sacarla, la morocha gateando, la cola de zorra meciéndose, los muslos reluciendo de jugos. Las gemelas, ahora solas con el hombre, se pusieron las orejas de zorra, ladeadas sobre sus cabelleras rubias, y avanzaron hacia él, sus cuerpos brillando de sudor y fluidos, la lencería negra pegada a sus curvas. «Ahora nos toca a nosotras», dijeron al unísono, sus voces resonando como un eco seductor. El hombre, al verlas, sintió su polla endurecerse al instante, la imagen de las dos rubias idénticas, con antifaces y orejas de zorra, acercándose como depredadoras lo llevó al borde del delirio. La habitación, bañada en destellos de fuegos artificiales, vibraba con la promesa de un nuevo clímax, mientras la fiesta seguía rugiendo afuera, ajena al torbellino de lujuria que se desataba en la penumbra.

La habitación vibraba con la energía de los fuegos artificiales, sus destellos de rojos intensos, azules profundos y dorados brillantes filtrándose por la ventana, proyectando sombras danzantes sobre las paredes y los cuerpos sudorosos. Zara y Kira, en lencería negra de encaje que se pegaba a sus curvas como una segunda piel, se arrodillaron en la cama, sus antifaces de encaje negro enmarcando sus ojos azules, brillantes de lujuria. Sus tetas, libres del encaje, se balanceaban, los pezones rosados duros como piedras, mientras sus muslos relucían de jugos, un charco brillante formándose en las sábanas blancas. «Es hora de experimentar algo que nunca hemos hecho», dijo Zara al hombre, su voz ronca cortando el aire cargado. «Queremos que estrenes nuestras colitas… que nos rompas el culo», añadió sin rodeos, su sonrisa pícara iluminada por un destello rojo. El hombre, con la polla dura palpitando bajo la luz, asintió con una mezcla de asombro y deseo, su pecho brillando de sudor bajo los restos de su camisa rota. Las puso en cuatro patas, una al lado de la otra, sus culos redondos y firmes alzados, la piel pálida reluciendo bajo la luz multicolor. Las colas de sus lencerías negras colgaban entre sus muslos, empapadas, dejando al descubierto los anos apretados, rosados y vírgenes, que palpitaban ligeramente con la anticipación. Él se chupó el dedo medio de ambas manos, la saliva brillando bajo un destello azul, y comenzó a acariciar la entrada de cada ano, sus dedos deslizándose con suavidad, lubricados por la saliva. El gemido de las gemelas fue en estéreo, un eco gutural que resonó en la habitación, sus cuerpos temblando al unísono. Desde la perspectiva de Zara: Zara sintió el dedo rozando su ano, la saliva fría contrastando con el calor de su piel, enviando una corriente eléctrica a su coño, que chorreaba jugos por sus muslos. El roce era lento, tortuoso, la presión suave haciendo que su ano se dilatara, una sensación nueva y abrumadora que la hizo gemir, su voz mezclándose con la de Kira. Sus tetas se endurecieron, los pezones rozando la sábana, mientras sus ojos buscaban los de su hermana, encontrando un reflejo de su propio deseo.

Desde la perspectiva de Kira:

Kira sintió el dedo del hombre explorando su ano, la textura resbaladiza de la saliva abriendo su carne, un cosquilleo intenso que la hizo arquearse, sus jugos goteando hasta las sábanas. La sensación era extraña, íntima, pero el placer la atravesó como un relámpago, su coño palpitando mientras gemía, su voz sincronizada con la de Zara.El hombre se acercó a Kira, separando sus glúteos con manos firmes, la piel suave cediendo bajo sus dedos. Su lengua lamió el ano de Kira, la punta cálida y húmeda trazando círculos lentos, el sabor limpio y ligeramente salado llenándole la boca. Kira jadeó, su culo temblando, mientras un destello dorado iluminaba su piel brillante de sudor. Luego, pasó a Zara, lamiendo su ano con la misma intensidad, la lengua hundiéndose ligeramente, haciendo que Zara se arqueara, un gemido profundo escapando de su garganta. Los dedos volvieron, primero la yema, deslizándose con cuidado, luego una falange, el ano de cada gemela cediendo lentamente, la carne apretada envolviendo los dedos. Zara: La sensación del dedo entrando en su culo era intensa, un estiramiento que mezclaba dolor y placer, su coño chorreando con cada movimiento, los jugos resbalando por sus muslos hasta el colchón. Kira: El dedo en su ano la hizo temblar, la presión nueva y excitante, su clítoris palpitando mientras gemía, su cuerpo sincronizado con el de Zara. Cuando el dedo se metió por completo, ambas gritaron «¡Sí!» al unísono, sus voces resonando como un coro erótico bajo la luz cambiante.

Mientras el hombre movía los dedos dentro de sus culos, las gemelas se volvieron a mirar, sus rostros a centímetros, los antifaces ladeados, los ojos azules brillando con una mezcla de deseo y desafío. Sin pensarlo, sus labios se encontraron en un beso apasionado, sus lenguas enredándose con una furia que recordaba su encuentro anterior. La saliva corría por sus labios, goteando por sus barbillas, mientras sus tetas se endurecían, los pezones rozándose entre sí, un destello rojo iluminando sus cuerpos entrelazados. El beso era feroz, sus lenguas danzando, el sabor de sus bocas mezclándose con el regusto de champagne y jugos.

Zara: El beso de Kira era eléctrico, su lengua suave pero exigente, y Zara sintió su culo dilatarse más con cada movimiento del dedo, el placer anal amplificado por la conexión con su hermana. Kira: La lengua de Zara era un espejo de la suya, y el dedo en su culo la hacía gemir contra su boca, su coño chorreando, los jugos empapando las sábanas. El hombre sacó los dedos, dejando sus anos palpitando, y tomó el consolador de dos cabezas, el plástico negro brillante bajo la luz, las venas marcadas reluciendo como obsidiana. Introdujo una cabeza en el culo de Kira, la carne apretada cediendo con un gemido gutural, luego en el de Zara, que jadeó, su ano estirándose para recibirlo. Las gemelas, en cuatro patas, comenzaron a moverse, sus culos chocando, el dildo desapareciendo entre ellas, los sonidos húmedos de sus movimientos resonando en la habitación. Zara: El dildo en su culo era más grueso que el dedo, un estiramiento intenso que la hacía gritar, el placer nuevo y abrumador, su coño goteando jugos que brillaban bajo la luz azul. Kira: La sensación del dildo llenándola era indescriptible, cada choque de sus nalgas contra las de Zara enviando ondas de placer, sus gemidos sincronizados mientras sus jugos chorreaban. El hombre, mientras tanto, alternaba entre ellas, ofreciendo su polla a sus bocas. Kira chupó primero, la saliva goteando por su barbilla, luego Zara, lamiendo con una avidez que hacía temblar al hombre.

Kira fue la primera en recibir la polla en el culo. El hombre, con la punta brillante de precum, la penetró lentamente, la carne caliente y pulsante deslizándose en su ano, que se dilataba con cada centímetro.

Kira: La sensación era diferente al dildo, la polla latía dentro de ella, viva, caliente, y cada embestida la hacía gritar, su coño chorreando, los jugos resbalando por sus muslos. «¡Rómpeme el culo!», jadeó, su voz rota por el placer, mientras sus nalgas temblaban bajo la luz dorada. Luego fue el turno de Zara, cuyo ano se resistió al principio, pero cuando la polla entró, el placer la atravesó como un relámpago.

Zara: El estiramiento era intenso, un dolor delicioso que se mezclaba con el placer, su coño palpitando mientras gritaba: «¡Rómpeme el culo, más fuerte!». La imagen de Kira siendo penetrada brutalmente la había encendido, y ahora, con la polla dentro de ella, se sentía al borde del delirio. Las gemelas, perdidas en el placer, rompieron todos los tabúes. Zara, con la polla en el culo, se inclinó para chupar el coño de Kira, lamiendo los jugos que chorreaban, el sabor dulce y salado llenándole la boca. Luego cambiaron, Kira chupando el coño de Zara mientras el hombre embestía su culo, la polla alternando entre sus anos y sus bocas.

Zara: Lamer el coño de Kira mientras sentía la polla en su culo era una locura, sus jugos mezclándose con la saliva, el sabor embriagador haciéndola gemir.

Kira: Chupar el coño de Zara, empapado y palpitante, mientras la polla la follaba por detrás, era un placer que la llevaba al límite, su lengua explorando cada pliegue. Finalmente, se pusieron en un 69, sus bocas devorando sus coños, los labios vaginales hinchados, los jugos goteando por sus caras, los gemidos resonando en la habitación bajo los fuegos artificiales.

El hombre, al borde del éxtasis, embistió el culo de Kira, que estaba en cuatro patas, con la cabeza de Zara chupándole el coño. Su polla explotó, un chorro espeso de semen llenando el ano de Kira, saliendo a borbotones por los costados, goteando sobre la cara de Zara, que lo recibió con la boca abierta, la leche caliente y salada resbalando por su lengua.

Zara: El semen en su boca era cálido, espeso, y ella lamió los restos del coño y el culo de Kira, saboreando la mezcla de fluidos mientras un destello rojo iluminaba su rostro.

Kira: Sentir el semen llenándola, desbordándose, mientras Zara lamía su coño, era un placer que la hacía temblar, sus muslos empapados reluciendo bajo la luz. Zara se incorporó, giró a Kira boca abajo, y dejó caer el semen de su boca en cámara lenta, el líquido blanco brillando al caer sobre los labios de Kira. Kira hizo lo mismo, escupiendo el semen en la boca de Zara, y jugaron así, pasándose la leche entre ellas, sus lenguas chocando, la saliva y el semen mezclándose en un espectáculo obsceno bajo la luz multicolor. El hombre, extasiado, miraba, su polla cayendo entre latidos…de lo que había sido una noche increible.

El pacto de silencio:

La habitación, aún palpitante con el eco de los gemidos y los fuegos artificiales, estaba bañada en un resplandor multicolor que se filtraba por la ventana, destellos de rojos, azules y dorados danzando sobre las paredes y los cuerpos sudorosos. Zara y Kira, arrodilladas en la cama, sus cuerpos brillando de sudor, semen y jugos, se miraron a los ojos, sus antifaces de encaje negro ladeados, las orejas de zorra torcidas sobre sus cabelleras rubias desordenadas. La lencería negra, empapada, se pegaba a sus curvas, los muslos reluciendo con riachuelos de fluidos que goteaban hasta las sábanas blancas, ahora arrugadas y manchadas. Sus labios, hinchados por los besos y el uso, brillaban con restos de saliva y semen, y sus pechos subían y bajaban con respiraciones entrecortadas. El hombre, exhausto, yacía a un lado, su polla aún palpitante, su pecho brillando de sudor bajo la luz cambiante, los ojos perdidos en la imagen de las gemelas, como si no pudiera creer la intensidad de la noche.

Desde la perspectiva de Zara: Zara sintió un nudo en el estómago, una mezcla de vergüenza ardiente y éxtasis abrumador. La imagen de Kira, con el rostro cubierto de semen, la boca brillante, los ojos azules reflejando los suyos, la golpeó como un relámpago. Recordó la lengua de su hermana lamiendo su coño, el dildo conectándolas, la polla del hombre llenándole el culo mientras sus lenguas se enredaban en un beso prohibido. Su coño aún palpitaba, los jugos resbalando por sus muslos, y aunque la náusea por haber cruzado ese límite con su gemela le quemaba el pecho, el placer era más fuerte, una corriente que la recorría entera. Miró a Kira, y en sus ojos vio el mismo torbellino de emociones: culpa, deseo, complicidad. Sus dedos, aún pegajosos de fluidos, rozaron los de Kira, un toque eléctrico que hizo que sus tetas se endurecieran de nuevo, los pezones rosados brillando bajo un destello rojo.

Desde la perspectiva de Kira:

Kira, con el cuerpo temblando de extenuación, sintió el peso de la noche aplastándola. El semen del hombre aún goteaba por su barbilla, cálido y espeso, mezclándose con la saliva que resbalaba por su pecho, dejando un rastro brillante bajo la luz de un fuego artificial azul. La sensación de la polla en su culo, el dildo conectándola con Zara, el sabor de los jugos de su hermana en su lengua, todo seguía vivo en su piel, en su boca, en su mente. La vergüenza la golpeó, un calor que le subía por la garganta, pero al mirar a Zara, su reflejo perfecto, sintió una conexión que iba más allá de la culpa. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, sin palabras, supieron que lo que habían hecho las había cambiado para siempre. Sus manos se tocaron, los dedos entrelazándose, la piel pegajosa rozándose, y un escalofrío le recorrió el cuerpo, su coño palpitando una última vez. Las gemelas, sin apartar la mirada, se inclinaron lentamente, sus rostros a centímetros, el aliento cálido mezclándose, el aroma de sexo y champagne llenando el espacio entre ellas. No hubo beso esta vez, solo un silencio cargado, sus labios temblando, los ojos brillando con lágrimas contenidas y deseo residual. «Nunca vamos a hablar de esto», susurró Zara, su voz apenas audible, rota por la intensidad de la noche. Kira asintió, sus ojos fijos en los de su hermana, un pacto sellado en la penumbra. «Jamás», respondió, su voz temblorosa, mientras un destello dorado iluminaba sus rostros idénticos, grabando la promesa en sus miradas. Se levantaron, sus cuerpos desnudos reluciendo bajo la luz, la lencería negra colgando en jirones, los muslos brillantes de jugos y semen. Se ajustaron los antifaces, un gesto final de complicidad, y salieron de la habitación, dejando al hombre atrás, aún jadeando, perdido en el torbellino de lujuria que habían desatado.

La mañana siguiente:

La luz del sol se filtraba por las cortinas, bañando la habitación compartida de Zara y Kira en un resplandor cálido que contrastaba con la resaca que les golpeaba la cabeza. Ambas despertaron en sus camas, separadas por apenas unos metros, con el cuerpo pesado, la piel aún impregnada del aroma de sexo, champagne y sudor de la noche anterior. Al pie de cada cama, como un recordatorio cruel, yacían los vestidos rojos, arrugados y manchados de semen seco y jugos pegajosos, las manchas blanquecinas y brillantes reluciendo bajo los rayos del sol. Junto a ellos, los antifaces de encaje negro, torcidos, y las orejas de zorra, ligeramente aplastadas, parecían burlarse de su pacto de silencio.

Zara abrió los ojos, la cabeza palpitándole, y los flashbacks de la noche anterior la golpearon como relámpagos: la lengua de Kira lamiendo su concha, el semen caliente del hombre llenándole la boca, el dildo conectando sus culos mientras gemían como putas. «Qué mierda hicimos», pensó, la vergüenza quemándole el pecho, pero su coño palpitó al recordar la polla del hombre rompiéndole el culo, la cara de zorra de Kira chupando sus jugos. Miró el vestido rojo y las orejas de zorra, y su tanga se mojó al instante. «¿Para qué mierda me traje esto si juramos olvidar?», se reprochó…

Kira despertó con un gemido, la resaca nublándole la mente, pero los recuerdos de la noche eran nítidos: su lengua en la concha de Zara, el semen goteando por su cara, la polla del hombre asfixiándola. «Fuimos unas putas descontroladas», pensó, la culpa apretándole el estómago, pero su coño se contrajo al recordar el culo de Zara chocando contra el suyo, el dildo llenándolas mientras gritaban como perras. Al ver el vestido rojo y las orejas de zorra, su mano se deslizó instintivamente entre sus piernas, rozando la tanga empapada. «Mierda, ¿por qué guardé esto si no íbamos a hablar de esa noche de zorras?», se preguntó, pero la imagen de Zara lamiendo su concha, sus labios brillantes de jugos, la hizo jadear.

Ambas salieron de la habitación, sus cuerpos apenas cubiertos por remeras grandes que colgaban sueltas, dejando al descubierto las tangas negras que apenas tapaban sus coños. Al mínimo movimiento, las remeras se levantaban, mostrando los culos redondos y las tetas firmes, los pezones duros marcados contra la tela fina. Se encontraron en la cocina, el sol entrando por la ventana, iluminando la escena con un brillo cálido que hacía relucir sus pieles. Se dieron los buenos días con un beso en la mejilla, el roce de sus labios suaves y tibios haciendo que ambas suspiraran por dentro, un calor familiar subiéndoles por el pecho.

Zara: El beso de Kira fue como una chispa, su mejilla cálida y suave recordándole la lengua de su hermana en su concha, lamiendo como una puta experta. «Mierda, esta zorra me calienta hasta con un beso en la mejilla», pensó, su coño palpitando mientras intentaba actuar normal, sus ojos evitando los de Kira, pero cada detalle le gritaba la noche anterior.

Kira: El roce de los labios de Zara en su mejilla fue un disparo al corazón, su piel tibia evocando los besos feroces que compartieron, sus lenguas enredadas mientras se follaban como perras. «Esta puta me va a volver loca», pensó, su tanga empapándose mientras fingía normalidad, sus manos temblando al tomar una taza. La cocina, con su rutina cotidiana, se convirtió en un campo minado de recuerdos. Cuando Kira se inclinó para sacar un yogurt de la heladera, su remera se levantó, dejando su culo redondo a la vista, los rayos del sol iluminando la piel suave y la tanga negra que se perdía entre sus nalgas.

Zara: Ver el culo de Kira, brillante bajo el sol, fue como un flashback de la noche anterior, cuando lo lamió y lo folló con el dildo. «Esa zorra tiene un culo que me hace querer comérselo otra vez», pensó, su coño chorreando mientras apretaba los muslos, intentando no mirarla. Zara tomó un yogurt, y al chupar la cuchara, un poco de crema blanca quedó en sus labios, formando un bigote que brillaba bajo la luz.

Kira: Ver la boca de Zara con ese rastro blanco fue como ver su cara cubierta de semen, lamiendo como una puta desvergonzada. «Mierda, esa boca que chupó mi concha y tragó leche me está matando», pensó, su coño palpitando mientras se mordía el labio. Kira se sirvió leche en una taza, pero, distraída por los recuerdos, derramó un poco, las gotas blancas resbalando por su escote, goteando entre sus tetas, brillando como perlas bajo el sol.

Zara: Las gotas de leche corriendo por las tetas de Kira eran un eco del semen que habían compartido, y Zara sintió su tanga empaparse. «Esa perra hace que quiera lamerle las tetas hasta dejarlas secas», pensó, su respiración acelerándose. Zara peló una banana, sus labios envolviéndola lentamente, la fruta deslizándose en su boca con una sensualidad inconsciente.

Kira: Ver a Zara chupar la banana fue como revivir su boca devorando la polla del hombre, sus labios hinchados rodeando la verga como una zorra experta. «Esa puta sabe chupar como nadie, me muero por verla con una verga otra vez», pensó Kira, su coño chorreando mientras apretaba la taza. Kira untó miel en una tostada, el hilo dorado y viscoso cayendo lentamente, brillando bajo la luz.

Zara: La miel goteando era un recuerdo de los jugos de la morocha y de Kira, que había lamido como una perra hambrienta. «Quiero lamerle la concha a esa zorra hasta que se corra en mi cara otra vez», pensó, su mano temblando al sostener el yogurt. Cada detalle cotidiano era una trampa. El cuadro de un zorro en la pared, con ojos astutos, parecía burlarse de ellas, evocando las orejas de zorra que habían usado como putas desatadas. El sonido del café goteando en la cafetera recordaba los jugos chorreando por sus muslos. El roce de la remera contra sus pezones duros era un eco de sus tetas rozándose mientras se besaban.

Zara: «Todo me recuerda a esa noche de zorras, esa concha de Kira que lamí, esa polla que nos rompió el culo», pensó, su coño palpitando, la culpa luchando contra el deseo.

Kira: «Mierda, no puedo mirar nada sin pensar en esa puta de Zara, en su lengua en mi concha, en el semen que nos pasamos como perras», pensó, su tanga empapada, la excitación ganando terreno.

Kira, incapaz de soportar la tensión, murmuró: «Me voy a bañar», su voz temblorosa mientras salía de la cocina, su culo rebotando bajo la remera, la tanga negra apenas visible. Entró al baño, cerró la puerta y abrió la ducha, el agua caliente cayendo en cascada, el vapor llenando el aire. Se desnudó, la tanga empapada cayendo al suelo con un sonido húmedo, y se metió bajo el chorro, el agua resbalando por sus tetas, su culo, su coño palpitante.

El agua caliente golpeaba su piel, pero no podía apagar el fuego que ardía dentro. Cerró los ojos, y los flashbacks la inundaron: la lengua de Zara lamiendo su concha, chupando su clítoris como una puta experta, el sabor dulce y salado de sus jugos llenándole la boca. «Esa zorra me lamió como si fuera mi dueña», pensó, sus dedos deslizándose entre sus piernas, rozando su clítoris hinchado. Recordó la polla del hombre asfixiándola, la saliva goteando por su barbilla, el semen llenándole la boca mientras Zara lamía su culo. «Me cogieron como a una perra, y me encantó», gimió, sus dedos moviéndose rápido, el agua amplificando el sonido húmedo de su masturbación. Imaginó a Zara en la cocina, con esa banana en la boca, y deseó que fuera su concha, que su hermana la lamiera otra vez. «Quiero que esa puta me coma la concha hasta hacerme chorrear», pensó, ahogando gemidos mientras el orgasmo la atravesaba, un chorro cremoso de squirt salpicando el suelo de la ducha, mezclándose con el agua.

Zara, sentada en la mesada, vio el culo de Kira rebotar al salir, la tanga negra perdiéndose entre sus nalgas, y los recuerdos la golpearon como un martillo. «Esa zorra tiene un culo que me vuelve loca», pensó, su coño palpitando mientras recordaba lamerlo, el dildo conectándolas, la polla del hombre rompiéndolo. Siempre había notado el culo de Kira, incluso antes de esa noche, y aunque sabía que estaba mal, no podía evitar desearlo. «Es una puta enferma, pero quiero comérselo otra vez», admitió, su mano deslizándose bajo la remera, corriendo la tanga para tocar su concha empapada. Sus dedos se movieron rápidos, rozando su clítoris, mientras imaginaba a Kira en la ducha, tocándose, gimiendo como la zorra que era. «Ojalá esa perra salga y me encuentre dedeándome, quiero que me vea como la puta que soy», pensó, la idea de ser descubierta encendiendo su deseo. Los recuerdos se mezclaban con fantasías nuevas: Kira lamiéndole el culo, las dos follándose con el dildo, un desconocido cogiéndolas juntas. El orgasmo la golpeó, un chorro cremoso de squirt derramándose sobre la mesada, brillando bajo el sol, mientras gemía, su cuerpo temblando, insegura pero deseando que Kira la encontrara así.

La cocina estaba bañada en la luz cálida del sol matutino, los rayos filtrándose por la ventana y reflejándose en las superficies de acero, El aire olía a café recién hecho, pero el aroma de sus cuerpos —sudor, jugos y un leve rastro de semen seco— seguía impregnado en su piel, un recordatorio de la noche de zorras que habían jurado olvidar. Cuando Kira salió del baño, envuelta en una toalla blanca que apenas cubría sus tetas y su culo, el cabello húmedo goteando pequeñas perlas de agua que brillaban bajo el sol, Zara saltó de la mesada, intentando disimular el squirt cremoso que había dejado en la superficie, un charco brillante que relucía como yogurt derramado. «Solo estaba acomodando», balbuceó Zara, su voz temblorosa, mientras se ajustaba la remera, que se levantó, mostrando su culo redondo y la tanga empapada. Kira se acercó a la mesada para tomar un vaso de agua, su toalla deslizándose ligeramente, dejando al descubierto un pezón rosado que brillaba bajo la luz. Sus ojos captaron la mancha cremosa en la mesada, y pensando que era yogurt, pasó el dedo por el líquido viscoso, llevándoselo a la boca. El sabor dulce y salado explotó en su lengua, un eco inconfundible de los jugos de Zara, los mismos que había lamido la noche anterior.

«Mierda, esta es la concha de mi hermana, esa zorra se dedeó aquí mismo», pensó, su coño palpitando al instante, la excitación golpeándola como un relámpago. El sabor la transportó a la noche anterior, cuando lamió la concha de Zara hasta hacerla chorrear, su boca llena de jugos mientras gemían como putas. Su tanga, bajo la toalla, se mojó de nuevo, y sus ojos buscaron los de Zara, brillando con una mezcla de vergüenza y deseo. «Esta perra me va a volver loca», pensó, su respiración acelerándose. Zara, en un intento desesperado de disimular, tomó con el dedo el resto del squirt en la mesada, el líquido cremoso brillando bajo el sol, y lo llevó a su boca, saboreando sus propios jugos. El sabor la golpeó, un recuerdo vívido de la concha de Kira, de la noche en que se lamieron como perras, pasándose el semen del hombre como zorras desatadas. Desde la perspectiva de Zara: «Joder, mi concha sabe igual que la de esa puta de Kira», pensó, su coño contrayéndose mientras el sabor la llevaba de vuelta a la lengua de su hermana lamiendo sus pliegues, el dildo conectando sus culos, la polla del hombre rompiéndolas. La vergüenza la quemaba, pero el deseo era más fuerte, y sus ojos se clavaron en Kira, que lamía sus labios, el rastro de su squirt aún brillando en su boca. «Somos unas putas enfermas», pensó, su tanga empapada, los muslos temblando.

Mientras intentaban mantener la fachada de normalidad, los recuerdos de su adolescencia las invadieron, como si la conexión casi telepática de las gemelas las llevara al mismo lugar.

Zara: «¿Cómo mierda llegamos a ser tan zorras?», pensó, recordando su infancia bajo la estricta vigilancia de su madre, una mujer que las tenía cortitas, exigiendo perfección en todo, prohibiéndoles hasta mirar a los chicos. En la secundaria, eran las gemelas correctas, las que sacaban las mejores notas, escoltas de la bandera, siempre con polleras largas hasta las rodillas, bombachas grandes que su madre aprobaba. Pero la abanderada era Karen, la hija del director, una trola con polleras cortitas que dejaban ver sus muslos, camisas escotadas que hacían babear a los chicos. «Esa zorra nos hacía bullying por nuestras polleras de monjas, por nuestras tetas que apenas asomaban», pensó Zara, mirando su pecho ahora firme, los pezones duros bajo la remera. Karen las excluía de las fiestas, acaparaba a los chicos, y las hacía sentir menos. «Si me viera ahora, con esta tanga metida en el culo, siendo la puta que soy, se moriría de envidia», pensó, su coño palpitando al imaginar a Karen viéndolas en la noche anterior, chupando vergas y conchas como perras.

Kira: «Cómo pasamos de ser las mojigatas a unas putas descontroladas», pensó Kira, sus recuerdos alineándose con los de Zara. La imagen de Karen, con sus tetas apretadas en camisas escotadas, riéndose de sus bombachas grandes, la quemaba. «Esa trola nos humillaba, y su novio Charly, el popular que se creía gracioso, nos levantaba las polleras en el recreo para que todos se rieran», pensó, su coño contrayéndose al recordar la humillación. Pero también recordaba a Charly de otra manera: aquel día en el callejón, cuando un grupo de chicos las acorraló al volver a casa, metiéndoles mano bajo las polleras, tocándoles el culo, las tetas, rozando sus conchas. «Pensé que nos violaban, que nos harían sus putas», pensó Kira, su tanga empapándose al recordar cómo se masturbó esa noche, imaginando que se rendían a esos chicos, chupando sus vergas, dejando que las cogieran una y otra vez, la leche cubriendo sus caras mientras se convertían en zorras. Charly las salvó, recibiendo una paliza, pero luego, todo golpeado, les confesó que estaba loco por ellas, que no podía elegir entre las dos. «No le creí, pensé que era un truco de Karen para humillarnos, pero esa noche me toqué imaginando a Charly cogiéndonos a las dos, chupándonos las conchas, metiéndonos su verga, llenándonos de leche», pensó Kira, su respiración acelerándose mientras miraba a Zara, que aun jugaba inconsciente con su dedo en el squirt de la mesada.

Zara: Los recuerdos de Charly también la golpearon. «Ese hijo de puta nos salvó, pero me calentó tanto imaginar que nos cogían en ese callejón», pensó, su coño palpitando al recordar su primera masturbación, fantaseando con ser la puta de esos chicos, chupando vergas, recibiendo leche en la cara, dejando de ser la gemela tímida. Charly, con su confesión, había plantado una semilla: la idea de las dos juntas con él, desnudas, chupándole la verga, montándolo, sus conchas chorreando mientras él las hacía suyas. «Si esa trola de Karen supiera que ahora somos unas zorras que se comen conchas y se dejan romper el culo, se moriría», pensó, su mano temblando al sostener la taza de café, los ojos fijos en Kira, cuya toalla se deslizaba, mostrando el brillo de su piel.

La confesión:

La cocina estaba bañada en la luz dorada del sol matutino, los rayos reflejándose en la mesada de granito negro, donde aún brillaba un rastro cremoso del squirt de Zara, reluciendo como un charco de yogurt bajo la luz. Las gemelas, se movían con cautela, intentando fingir normalidad. La toalla blanca de Kira, húmeda y deslizándose, dejaba entrever sus tetas firmes, los pezones rosados marcados contra la tela, mientras el cabello mojado goteaba pequeñas perlas de agua que caían al suelo de cerámica. Zara, sentada en un taburete, con la remera levantada mostrando su culo redondo y la tanga hundida entre sus nalgas, jugueteaba con una taza de café, el vapor subiendo en espirales. El cuadro de un zorro en la pared, con ojos astutos, parecía vigilarlas, un eco de las orejas de zorra que habían usado la noche anterior. Kira rompió el silencio primero, su voz temblorosa cortando el aire. «Zara, tengo que decirte algo… aunque prometimos no volver a hablar del tema», dijo, apoyándose en la mesada, sus dedos rozando el borde del charco cremoso, el líquido brillante pegándose a su piel. Sus ojos azules, aún enmarcados por las sombras del antifaz imaginario, buscaron los de Zara, que asintió, nerviosa. «Sí, yo también», respondió Zara, dejando la taza, el café salpicando ligeramente en la mesada. «Y después sepultamos todo, ¿eh?» Su voz era un intento de firmeza, pero sus labios temblaban, y la tanga negra bajo su remera relucía de jugos frescos. Kira tomó aire, su toalla deslizándose un poco más, dejando ver el contorno de su cadera. «Es que no puedo creer todo lo que pasó anoche», comenzó, su mirada perdida en el cuadro del zorro. «Esta mañana se me vinieron mil recuerdos del pasado. Todavía tengo en la cabeza a mamá con su rectitud, pretendiendo que seamos nenas de bien, perfectas, con esas polleras largas que nos hacían usar. ¿Te acordás de las humillaciones de Karen en la secundaria? Esa trola riéndose de nosotras, y aquel día en el callejón, cuando casi nos violan esos idiotas…» Su voz se quebró, y un destello de sol iluminó su rostro, haciendo brillar una gota de agua que caía por su mejilla, como un eco de las lágrimas que nunca lloraron. Zara rió, un sonido nervioso que resonó en la cocina, mientras se ajustaba la remera, dejando entrever la tanga empapada. «¡Faaa, te acordás de todo eso!», dijo, inclinándose hacia adelante, sus tetas balanceándose bajo la tela fina. «Yo también lo tuve presente esta mañana. Pensar que mamá pretendía que lleguemos vírgenes al matrimonio, ¡nos tenía tan cortitas! Y tanto nos prohibió que terminamos probando con Moritán y Palacios, ¿te acordás?» Soltó una carcajada, el café temblando en su taza. «Pobres locos, dos nerds súper tímidos. Seguro fuimos las únicas mujeres de su vida, y encima después se fueron atrás de la perra de Karen, que les hacía creer que tenían chance. ¡La muy zorra los usaba para que le hicieran las tareas! Dicen que hasta hackeaban las computadoras de la escuela para cambiarle las notas, porque todos sabíamos que no era tan brillante para ser abanderada. «Kira rió, sus ojos brillando bajo la luz, la toalla deslizándose hasta dejar al descubierto un muslo reluciente. «¡Sí, qué tiempos! Nosotras, las escoltas de la bandera, con esas polleras largas que parecían de monjas, y míranos ahora…» Se detuvo, su mirada cayendo sobre la mesada, donde el charco de squirt brillaba como un recordatorio. «Pensar que anoche…» Su voz se apagó, y se mordió el labio, el recuerdo de sus lenguas enredadas, sus conchas chorreando y el semen del hombre goteando por sus caras la golpeó como un destello. Zara se inclinó hacia ella, la remera subiendo, mostrando su culo redondo bajo la tanga. «Bueno, justamente de anoche quería hablarte… confesar algo, explicarte cómo llegué a la fiesta», dijo, su voz baja, casi un susurro. «La semana pasada me llegó al trabajo una invitación en un sobre negro, con mi nombre y apellido. Decía que estaba invitada a un evento VIP exclusivo en la mansión MP, esa que todos conocen por las fiestas locas. Decía ‘fiesta de antifaces y máscaras, absoluta discreción y libertad sin límites’. La verdad, me sedujo la idea de las máscaras, de ocultarme para vivir una noche loca después de tanto reprimirnos con mamá en la adolescencia. Quería ser una zorra por una noche, sin que nadie supiera quién era. «Kira abrió los ojos, la toalla cayendo un poco más, dejando ver el borde de sus tetas. «¡Es muy loco, Zara! A mí me llegó la misma invitación, en un sobre negro idéntico, y pensé exactamente lo mismo. Me dio vergüenza admitir que quería ir a algo así, por eso no te dije nada. Fui con la idea de hacer algo bien loco, agarrar al primero que me calentara y llevármelo a una pieza. Así terminé con ese tipo de la máscara. Nos fuimos a una habitación, salió a buscar un trago y se demoró más de la cuenta. Ya me estaba yendo cuando lo veo entrar, confundido, tomándose la cara con una marca roja de un cachetazo. «Zara soltó una carcajada, golpeando la mesada, el café salpicando. «¡Un cachetazo! Jajaja, ¡se lo di yo!», exclamó Kira, sus ojos brillando con picardía, la toalla deslizándose hasta dejar al descubierto un pezón rosado. «Seguro me confundió con vos y me tocó el culo, y le di vuelta la cara de un bife por atrevido. ¡Pum!» Hizo un gesto con la mano, imitando la cachetada, y ambas rieron, el sonido llenando la cocina. Zara se inclinó hacia adelante, sus tetas balanceándose bajo la remera. «¡Con razón! Cuando volvió a la habitación, no lo dejé ni pensar. Le chupé la pija un poquito, lo dejé con las ganas y me fui», dijo, sus labios curvándose en una sonrisa traviesa, el recuerdo de la polla del hombre en su boca haciendo que su tanga se mojara más. La luz del sol iluminó su rostro, resaltando el brillo de sus labios, aún hinchados de la noche anterior. Kira rió, apoyando una mano en la mesada, sus dedos rozando el charco de squirt. «Jaja, ahora me cierra todo. Ese tipo estaba tan loco, parecía un perro en celo. Más tarde lo volví a encontrar, me lo llevé a un rincón, lo hice chuparme la concha hasta hacerme chorrear, y también me fui dejándolo con las ganas», dijo, su voz cargada de diversión, mientras un destello de sol hacía relucir la gota de agua que caía por su cuello. Zara abrió los ojos, la remera subiendo, mostrando la tanga empapada. «¡Claro, ahora entiendo por qué me ató a la cama! Quería evitar que me escapara otra vez. El pobre pensaba que era una sola rubia, y éramos dos zorras haciéndole cortocircuito», exclamó, riendo hasta que las lágrimas brillaron en sus ojos. La cocina vibró con sus carcajadas, el cuadro del zorro en la pared pareciendo reír con ellas. Cuando las risas se apagaron, Kira se puso seria, su mirada fija en Zara, la toalla cayendo hasta su cadera, dejando al descubierto su piel brillante. «Pero bueno, hablando de atar a la cama, por ahí va lo que quería contarte, algo que no me puedo guardar», dijo, su voz baja, casi un susurro, mientras se inclinaba hacia Zara, el aire entre ellas cargado de tensión. Zara se incorporó, dejando de reír, sus ojos azules fijos en los de su hermana . «Te escucho», dijo, su voz temblando ligeramente, mientras el recuerdo de la noche anterior —sus lenguas enredadas, sus conchas chorreando, el semen goteando por sus caras— hacía que su tanga se empapara aún más. La cocina, con su rutina matutina, se transformó en un escenario donde el pacto de silencio amenazaba con romperse, cada palabra, cada mirada, un paso más cerca de enfrentar lo que habían jurado olvidar.

Kira tomó aire, su voz baja pero firme, los ojos fijos en Zara. «Anoche, cuando llegué a la fiesta, me sentía como sapo de otro pozo. Vos sabés que no es el tipo de fiestas a las que vamos, toda esa gente con máscaras, la música fuerte, el ambiente… raro. Pero enseguida me solté, empecé a bailar, a socializar, y la venía pasando bien. Hasta que vino este tipo, el de la máscara, y me tocó el culo», dijo, su mano apretando la toalla, las gotas de agua cayendo al suelo de cerámica, brillando bajo el sol. «Me dio una bronca, una impotencia… se me vinieron a la cabeza los recuerdos de ese callejón, cuando esos pajeros nos manosearon, tocándonos el culo, las tetas, la concha. La cachetada que le di fue como el reflejo de todos esos años contenidos, como si le estuviera dando una piña a cada uno de esos idiotas. «Zara asintió, sus labios curvándose en una sonrisa, la remera subiendo y dejando ver la tanga empapada. «Sí, ya me contaste del cachetazo. ¡Le diste con todo!», dijo, riendo, mientras dejaba la taza, el café salpicando en la mesada. Kira continuó, su mirada perdida en el cuadro del zorro. «Pero después que se fue, me quedé pensando que tal vez exageré un poquito. Mal que mal, fue lindo sentirme deseada, y esa mano en el culo, bien firme, debo admitir que me gustó», confesó, su voz bajando, un rubor subiéndole por el cuello. «Así que decidí compensarlo. Cuando lo encontré de vuelta, me lo llevé a un rincón oscuro, lo hice arrodillarse y le dije que me chupara la concha. Sentí un poder increíble, Zara, tenerlo ahí, lamiéndome como un perro, mi concha chorreando en su cara. Le acabé encima, le dejé la cara empapada y me fui sin decir nada, dejándolo con las ganas. «Zara abrió los ojos, inclinándose hacia adelante, sus tetas balanceándose bajo la remera. «¡Jaja, sos una zorra! Por eso estaba tan loco cuando me encontró después», dijo, riendo, mientras un rayo de sol iluminaba su rostro, haciendo brillar sus labios hinchados. Kira sonrió, pero su tono se volvió más serio. «Para evitar que me siguiera, me metí en el baño de damas. Y acá no vas a creer lo que pasó», dijo, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y picardía. «Estaba sentada en un box, todavía con la concha palpitando, cuando escuché a una mina llorando. Le decía a otra que su ex novio estaba en la fiesta, que lo había visto con una rubia de vestido rojo. Llamó al tipo un hijo de puta, dijo que en su puta vida le iba a volver a tocar un pelo, que le había rogado mil veces para volver, pero ella no pensaba cogérselo ni nada. Solo quería que fuera infeliz, que estaba dispuesta a hacer lo que sea para cagarle los planes, incluso cogerse a la rubia primero con tal de sacársela. Pero nunca en su vida iba a volver a coger con el .»Zara se enderezó, la remera subiendo, mostrando su culo reluciente. «¿Qué? ¿Estaba hablando de vos? ¡De nosotras!», exclamó, sus ojos abiertos, la taza olvidada en la mesada. Kira asintió, la toalla deslizándose, dejando al descubierto un pezón rosado. «Exacto, hablaba de mí, o de vos, porque éramos las únicas rubias de vestido rojo. Se me ocurrió una idea loca. Nunca había estado con una mina, pero siempre tuve curiosidad. Salí del box y le dije: ‘¿Me buscabas a mí?’. La mina, con un antifaz negro, se quedó helada, como un venado encandilado. Tomó un trago de whisky, nerviosa, se aspiró una línea de cocaína que tenía en la mano y me dijo: ‘Sí, te necesito’. Me tomó de la mano y me llevó a la pista, diciendo: ‘Bailemos acá, quiero que nos vea’.»Zara rió, golpeando la mesada, el café salpicando. «¡Qué loca! ¿Y qué hiciste?»**, preguntó, inclinándose, sus tetas casi rozando la superficie brillante. Kira continuó, su voz cargada de excitación. «Bailamos súper sensual, bien pegadas, Zara. Nuestros cuerpos rozándose, las tetas apretadas contra las suyas, mi concha palpitando contra su muslo. Noté que se excitaba, y le dije: ‘Si querés que te ayude, vas a ser mi sumisa, vas a hacer todo lo que te pida’. Ella asintió, encantada, con los ojos brillando detrás del antifaz. Cuando vi que el tipo nos miraba, me la llevé a una habitación. De reojo, vi que nos seguía, espiando por la puerta. La até a la cama, le metí su tanga en la boca, le puse las orejas de zorra, y entonces… me di cuenta de quién era. Por los agujeros del antifaz reconocí un rostro conocido, vi esos ojos, esa cara, esa voz de mierda que siempre quería tenerlo todo. ¡Era Karen, Zara! ¡La maldita Karen! «Zara se quedó boquiabierta,. «¡No! ¿Karen? ¿La trola de la secundaria? ¿La que nos hacía bullying por nuestras polleras largas?», exclamó, sus ojos brillando con incredulidad, la luz del sol reflejándose en su rostro. Kira asintió, su toalla cayendo un poco más, mostrando su cadera reluciente. «Sí, la misma. La tenía ahí, atada, con las orejas de zorra, las tetas al aire, el culo listo para mí. En la secundaria, la miraba con celos, pero también con deseo, esas tetas que todos querían, imaginándola cogiendo con Charly. Y ahora la podía tener yo, podía comerle la concha a la popular Karen. Salí de la habitación para tomar aire, no sabía qué hacer. Fui a buscar un champagne para celebrar, me bajé media botella de un trago, las burbujas quemándome la garganta. Estaba mareada, emocionada, lista para volver y cogérmela. Pero entré a la habitación equivocada. Vi las orejas de zorra, una mujer atada a la cama, la tanga en la boca, la luz de los fuegos artificiales iluminando todo… y eras vos, no Karen. Lo demás… bueno, ya sabés qué pasó. «Zara se quedó en silencio, sus ojos fijos en Kira, la mesada brillando con el rastro de squirt, el cuadro del zorro observándolas. «Mierda, Kira… ¿Entonces la morocha era Karen? ¿Y el tipo era su ex? ¿Charly?», preguntó, su voz temblando, mientras la luz del sol hacía relucir la gota de café que caía por su barbilla, un eco de los fluidos de la noche anterior. Kira asintió lentamente, sus dedos apretando la toalla. «Creo que sí. Todo encaja. El tipo que me tocó el culo, el que me chupó la concha, el que después te ató… creo que era Charly. Y Karen, esa zorra, estaba ahí, dispuesta a todo para arruinarle la noche. Pero terminamos siendo nosotras las que lo volvimos loco, las que nos lo cogimos, las que la usamos a ella.

Zara tomó aire, su voz cargada de excitación. «¡Yo, yo, de eso te quería hablar!», exclamó, golpeando la mesada, el café salpicando en pequeñas gotas que brillaban bajo el sol. «Siempre sospeché que ese tipo era Charly, y ahora con lo que me decís, ¡lo confirmo! O sea, ¿te das cuenta? ¡Tuvimos de sumisa a Karen, la hicimos nuestra perra! La hicimos chuparnos las conchas, se la chupamos nosotras, hicimos que su ex se la cogiera cuando ella había jurado que no volvería a garchar con él. Y encima, ella no quería que él coja con nadie, ¡y nosotras se lo recontra cogimos!» Zara rió, un sonido triunfal que resonó en la cocina, sus ojos azules brillando con picardía, la tanga empapada reluciendo bajo la remera levantada. Kira se inclinó hacia ella, la toalla cayendo hasta su cadera, dejando al descubierto un pezón rosado. «¡Wow, Zara, esto no puede ser más perfecto!», dijo, riendo, mientras una gota de agua caía por su cuello, brillando como una perla bajo el sol. «Esa trola de Karen, que nos hacía bullying, que nos humillaba con sus tetas y sus polleras cortas, ¡terminó siendo nuestra puta! Y Charly, el que nos levantó las polleras en el recreo, el que nos salvó en el callejón, se las arregló para cogernos a las dos y a ella también. ¡Es como una venganza del destino! «Zara asintió, su remera subiendo, mostrando su culo reluciente. «Es una locura, Kira. Pensar que en la secundaria éramos las mojigatas, las escoltas con polleras largas, y ahora somos unas zorras que le chuparon la concha a Karen y metieron trio con el popular . ¡Si nos vieran ahora, se mueren!», dijo, riendo, mientras tomaba un sorbo de café, una gota cayendo por su barbilla, un eco del semen que habían compartido.

Kira se mordió el labio, su mirada fija en Zara. «Lo mejor es que no lo planeamos. Todo pasó porque esas invitaciones en sobres negros nos dieron la chance de ser las putas que siempre quisimos ser, lejos de mamá, de Karen, de todo. Pero… ¿qué hacemos ahora? ¿De verdad vamos a sepultar esto?», preguntó, su voz temblando, mientras la luz del sol iluminaba el charco de squirt en la mesada, brillando como un trofeo. Zara suspiró, dejando la taza, sus dedos rozando el borde de la mesada. «No sé, Kira. Fue demasiado perfecto, demasiado loco. Pero si decimos algo, si lo hablamos, se va a sentir real, y no sé si estoy lista para eso. Prometimos no hablar, pero… mierda, no puedo sacarme de la cabeza tu concha, la verga de Charly, la cara de Karen cuando la hicimos nuestra perra», confesó, su voz baja, mientras un rayo de sol hacía relucir sus labios hinchados.Kira asintió, la toalla deslizándose, mostrando su cadera brillante. «Tenés razón. Sepultemos todo, pero… nunca vamos a olvidar, ¿no? Somos unas zorras ahora, y eso no lo cambia nadie», dijo, una sonrisa traviesa curvando sus labios, mientras llevaba a su boca el último rastro de squirt que limpio con su dedo…

Mientras las gemelas sellaban su pacto en la cocina, la mansión MP era un caos post-fiesta. Los salones estaban llenos de restos: copas rotas, botellas de champagne vacías, tangas y máscaras tiradas en el suelo. Parejas semidesnudas dormían en sillones de terciopelo rojo, algunas enredadas en sábanas manchadas, otras en la pileta, los cuerpos brillando bajo el sol matutino, el agua reluciendo con reflejos dorados. En una sala oculta, detrás de una puerta camuflada, una serie de pantallas iluminaba la penumbra, mostrando grabaciones de las cámaras ocultas instaladas en cada habitación y baño. La luz azulada de los monitores proyectaba sombras en las paredes, revelando cada detalle de la noche: gemidos, fluidos, cuerpos entrelazados. En el centro de la sala, Karen Wherminer, la morocha, estaba arrodillada, con la vincha de orejas de zorra ladeada, el plug anal con cola de zorra brillando entre sus nalgas, la piel reluciente de sudor. Su rostro, aún maquillado con rastros de la noche, mostraba una mezcla de asco y resignación. Dos hombres, vestidos con camisas negras desabrochadas, sus vergas duras asomando bajo los pantalones, observaban las pantallas. En una de ellas, Karen, atada a la cama, chupaba la concha de una rubia de vestido rojo. En otra, las gemelas, con orejas de zorra, se follaban con un dildo, sus conchas chorreando. Uno de los hombres, con una sonrisa fría, habló. «Senadora Wherminer, ¿entiende que si estos videos se difunden, su vida política está arruinada?», dijo, señalando la pantalla donde Karen gemía como una perra tomando semen de una copa de champagne. Karen, con los ojos bajos, asintió sin decir palabra, el plug anal reluciendo bajo la luz azulada. El otro hombre, sacando su pija, la acercó a centímetros de su cara. «Y sabe cuál es el precio para mantener nuestro silencio, ¿no?», dijo, su voz grave, mientras tomaba a Karen del cabello. Ella puso cara de asco, pero cuando tiraron de su pelo, abrió la boca como reflejo, chupando la verga del primero, luego la del segundo, sus labios estirándose, la saliva goteando por su barbilla, brillando bajo la luz de las pantallas. El primer hombre rió. «Nuestra productora de contenido XXX se nutre de estas fiestas para inspiración, y nos financiamos extorsionando a políticos corruptos, empresarios sucios y delincuentes de guante blanco. Esperamos que su cheque sea jugoso, senadora», dijo, mientras Karen, con la boca llena, gemía, la cola de zorra meciéndose. Tras recibir la leche de ambos en la boca, obligada a tragarla, el líquido blanco goteando por su barbilla, Karen firmó un cheque con manos temblorosas. La mesa de madera oscura reflejaba la luz de las pantallas, y el cheque, a nombre de Moritán y Palacios S.A., brillaba bajo un destello azul. Uno de los hombres, con una sonrisa nostálgica, habló. «Borrar», ordenó, y las grabaciones desaparecieron de las pantallas. «No tenemos intención de difundir las imágenes de las gemelas, siempre fueron buenas personas con nosotros, incluso les haremos llegar un regalo de 6 cifras «, dijo el otro, mirando el cheque, mientras Karen, humillada, se levantaba, la cola de zorra balanceándose, y salía de la sala sin mirar atrás.

La casa de las gemelas:

En la cocina, Zara y Kira sellaban su pacto de silencio, sus ojos brillando con complicidad, el cuadro del zorro como testigo. De repente, el portero eléctrico sonó, un zumbido que rompió el silencio. Kira, con la toalla deslizándose, se acercó al visor, su corazón latiendo rápido. Zara la siguió, la remera levantada, la tanga empapada brillando bajo el sol. Al mirar la pantalla, ambas se quedaron heladas. Ahí, frente a su puerta, estaba Charly, sin máscara, su rostro inconfundible, sosteniendo dos ramos de rosas rojas, las pétalos brillando bajo el sol, una sonrisa tímida curvando sus labios. Zara susurró, su voz temblando. «Es él… Charly», dijo, sus ojos fijos en la pantalla, el recuerdo de su verga llenándoles la boca, rompiéndoles el culo, haciendo eco en su cuerpo. Kira, apretando la toalla, asintió. «Mierda… ¿qué hacemos ahora?», preguntó, mientras el portero seguía sonando, un eco del caos que habían desatado. Las gemelas se miraron, el pacto de silencio tambaleándose una vez más, mientras la puerta esperaba ser abierta, y la promesa de una nueva travesura brillaba en sus ojos.

FIN.