Capítulo 3

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Mi nombre es Andrés y tengo 18 años. Mi madre, Susana, tiene 39. Físicamente, es una mujer de 1,65 m de estatura, pelo de media melena y pelirrojo, ojos oscuros, y pesa 60 kg. Tiene un contorno de pecho de 80 cm y un culo muy atractivo.

Se nos dañó la ducha, debido a esto tuvimos que cambiar la vieja. Por lo cual, iban a venir sobre las 8 de la mañana a instalar la nueva. Dos fontaneros llegaron puntualmente a la hora acordada para realizar la instalación. uno de ellos tendría unos 60 años y el otro era un chico de mi edad alrededor de 18 años, se notaba que ambos eran humildes.

Yo los hice pasar y les mostré el baño. Ellos empezaron a trabajar, pero ya cerca de las 8:30 aún no habían terminado. Como yo tenía que irme a la universidad, tuve que llamar a Susana mi madre para que supervisará el resto del trabajo. Ella bajó con una pijama blanca sin sostén, y pensé: «Vaya, mi mamá está muy buena». ellos aún no la habían visto cuando entró.

Al salir de casa, me subí al auto y prendí la laptop . Quería ver qué onda con los fontaneros. Las cámaras mostraban todo: el viejo dándole órdenes al más joven, este moviéndose por el baño, probando la ducha.

—Ve a ver si ya subió la temperatura —le dijo el viejo.

El muchacho pasó por la cocina… y ahí se quedó clavado.

Mi mamá estaba lavando la loza, con esa pijama blanca que le queda corta, marcándole bien el cuerpo. No llevaba nada encima, y el trasero se le notaba prieto, redondo, bien puesto.

El joven regresó donde el viejo y le dijo, con media sonrisa:

—Jefe, la doña está buenisima. En serio, tiene un culazo.

El viejo lo miró de reojo, se limpió las manos con un trapo y soltó una risa seca.

—¿Ah sí? Pues voy a echarle un ojo a ver si es tan buena como dices. Ya me entró la curiosidad, la verdad.

Y sin más, empezó a caminar hacia la cocina, como si fuera a revisar una tubería, pero con los ojos bien abiertos y la mirada fija en el pasillo.

El viejo llegó a la cocina y saludó:

—Doña Susana, ¿me ayuda un segundo? A ver si ya sale agua caliente en el lavaplatos.

Ella asintió, se acercó y abrió la llave. El agua salió fría.

—Pruebe con la otra, a veces se traba —dijo él, acercándose demasiado.

Mamá movió la palanca de nuevo. Nada.

Entonces, sin pedir permiso, el tipo se puso justo detrás de ella, le tomó la mano y volvió a abrir. Esta vez el agua salió caliente.

El viejo, con una sonrisa pícara, deslizó su mano desde la de mi madre hasta su cintura, apretándola contra él, le dijo ya casi acabamos faltaria probar la ducha de su habitación.

luego de eso la soltó y rozó el culo de mamá con la otra mano.

El viejo se acercó al joven, que estaba revisando una llave de paso, y le soltó, con una risa seca:

—Vaya hembra, esta doña… está bien buena la muy puta.

El joven solo atinó a soltar un “uffff”, moviendo la cabeza.

—Arriba queda la ducha de la habitación —dijo el viejo, bajando la voz—. Tú ve a probarla. A ver si el agua sale pareja.

—¿Y si viene ella? —preguntó el joven.

—Tranquilo —sonrió el otro—. Yo la mando.

Y sin más, fue hasta la cocina, donde mi mamá lavaba un vaso.

—Doña Susana, disculpe… el chico necesita que lo acompañe a probar la ducha de arriba. Por si hay fugas o presión baja. ¿Me hace el favor?

Ella asintió, se secó las manos y subió.

El joven iba detrás, callado, con los ojos clavados en su espalda.

Cuando entraron al baño, el joven abrió la llave.

Pero algo salió mal.

La tubería estalló.

Un chorro de agua fría explotó del grifo, directo a la cortina, pero el agua salpicó hacia afuera…

y le dio de lleno a ella.

—¡Ay! —gritó, dando un paso atrás.

El joven ni se movió.

No la ayudó.

No cerró la llave.

Se quedó parado, viendo cómo el agua le empapaba la pijama blanca.

Y en segundos…

se le transparentó todo.

El algodón se pegó a su piel como una segunda piel.

Los pechos se marcaron con claridad: firmes, naturales, sin sostén, dibujados por el agua.

Los pezones, endurecidos por el frío, se asomaron bajo la tela, imposibles de ignorar.

Y ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, dio un paso atrás, temblando.

No solo por el agua.

Por la mirada del joven.

Por ese silencio incómodo.

Por saber que ya no era una mujer en su casa,

sino un cuerpo bajo escrutinio.

—¡Cierra la llave! —le gritó

Él tardó un segundo.

Dos.

Como si disfrutara el retraso.

Luego, finalmente, giró la palanca.

El chorro cesó.

Pero el daño estaba hecho.

—Lo siento, doña —dijo, sin bajar la vista—. Fue la presión… no sabía que iba a explotar así.

Pero sus ojos decían otra cosa.

No había culpa.

Había hambre.

Ella se dio la vuelta para salir, pero al hacerlo, el joven soltó, casi en un murmullo:

—Uff… disculpe, doña… pero con ese cuerpo mojado, cualquiera perdería el control.

ella salió de la habitación, aún temblando, con la pijama pegada al cuerpo, el agua resbalando por sus brazos y cuello,

se encontró con el viejo en el pasillo.

Él venía subiendo, con un destornillador en la mano, como si fuera a revisar algo.

Pero al verla…

se detuvo.

Se quedó clavado.

Los ojos se le fueron directo al pecho, a la tela transparente que no ocultaba nada.

—¡Doña Susana! —dijo, fingiendo sorpresa—. ¿Qué pasó?

—Se rompió la ducha —respondió ella, cruzando los brazos—. El chico abrió la llave y explotó el grifo.

Él no se movió.

No ofreció una toalla.

No bajó la mirada.

Solo la recorrió con los ojos, lento, como si tuviera derecho.

—Uy… qué pena —dijo, con una sonrisa seca—.

Pero… no se preocupe.

A veces, las cosas se rompen…

y salen mejor de lo que estaban.

Ella lo miró, incómoda.

—Voy a cambiarme. Con permiso.

Y dio un paso.

Pero él no se hizo a un lado.

Se movió lento, bloqueándole el paso sin tocarla, solo con el cuerpo.

—Oiga, doña… —dijo, bajando la voz—.

Usted no necesita arreglar nada.

Está perfecta así.

Mejor que perfecta.

Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y enojo, pero también con un atisbo de miedo. La situación se estaba volviendo cada vez más incómoda y peligrosa. El viejo fontanero, con su sonrisa pícara y sus ojos recorriendo su cuerpo, parecía disfrutar del poder que tenía sobre ella en ese momento.

—Por favor, déjeme pasar —dijo Susana con firmeza, tratando de mantener la calma. Pero el hombre no se movió. En cambio, dio un paso adelante, acortando aún más la distancia entre ellos.

—Vamos, doña Susana —susurró, su voz ronca y cargada de intención—. No sea así. Usted sabe que está buena. Y yo sé que usted también lo sabe.

Ella intentó esquivarlo, pero él se movió con ella, bloqueándola contra la pared del pasillo. No la tocó.

Pero su sombra sí lo hizo.

—Está mojada… —dijo, bajando la voz—. Fría por el agua… pero yo la puedo calentar.

—¡Aléjese de mí! —gritó ella, esta vez con voz temblorosa, pero firme—. ¡No se atreva a tocarme!

Él sonrió.

No con los labios.

Con los ojos.

Como si el miedo fuera parte del juego.

—¿Tocarla? —dijo, fingiendo inocencia—. Yo no haría eso.

Pero no puedo evitar mirar.

Y lo que veo…

me gusta demasiado.

Uno no puede controlar lo que siente, doña.

Sobre todo cuando una mujer como usted…

anda por ahí como si no supiera el daño que hace.

Ella aprovechó un segundo de descuido, cuando él giró la cabeza para ver si el joven venía, y se deslizó por un lado, bajando las escaleras rápido, sin mirar atrás.

Él no la siguió.

No hizo falta.

Se quedó en el pasillo, viéndola huir,

con las manos en los bolsillos,

moviendo la cabeza como si ya la hubiera tenido.

Y cuando el joven salió del baño, el viejo le dijo:

—La vieja tiene fuego.

No se asusta.

Pero tampoco dice que no.

Eso es lo más jodido:

las que más resisten…

son las que más explotan después.

Luego de eso, doña Susana se fue a cambiar.

Subió las escaleras rápido, sin mirar atrás, con los brazos cruzados sobre el pecho, la pijama pegada al cuerpo como una segunda piel.

Yo, desde el auto, seguí cada paso en la pantalla.

Cuando entró a su habitación, cerró la puerta…

pero no con seguro.

Solo con el pestillo.

Y entonces, el joven, como si hubiera esperado ese momento,

tomó una llave inglesa y dijo:

—Voy a revisar el termo, arriba.

El viejo lo miró, asintió con la cabeza.

—No tardes.

Yo lo vi subir.

Lo vi detenerse frente a la puerta.

Lo vi girar el pomo.

La puerta se abrió.

Ella estaba de espaldas, quitándose la pijama mojada.

Solo con ropa interior.

Y cuando él entró,

no dijo nada.

Se quedó ahí, en silencio,

mirando.

Ella se dio la vuelta.

Lo vio.

Y por un segundo, el tiempo se detuvo.

No gritó.

No corrió.

—Doña Susana, no aguanto más —dijo el joven, su voz temblorosa por la excitación—. Por favor, no he tenido sexo en toda mi vida. Necesito esto.

Susana, sin mostrar rabia ni enojo, solo una profunda confusión, se acercó al joven. El viejo fontanero, al ver que la situación se estaba poniendo interesante, se acercó lentamente, su respiración cada vez más pesada. Sabía que debía actuar rápido, antes de que Susana cambiara de opinión.

El joven, con manos temblorosas, comenzó a desabrochar la fina tela de Susana, dejando al descubierto su piel húmeda y tentadora. Susana, sin oponer resistencia, permitió que el joven explorara su cuerpo, sintiendo cómo sus manos recorrían cada curva y cada rincón. El viejo fontanero, excitado por la escena, comenzó a besar su cuello, mientras el joven se arrodillaba frente a ella.

Susana, con los ojos fijos en el miembro erecto del joven, sintió una mezcla de curiosidad y deseo. Se arrodilló lentamente frente a él, sus manos acariciando sus muslos mientras se acercaba. El joven, con la respiración entrecortada, observaba cada movimiento de Susana, incapaz de creer lo que estaba sucediendo.

Con una mano suave pero firme, Susana tomó el miembro del joven, sintiendo su calor y su dureza. Comenzó a mover su mano lentamente, arriba y abajo, sintiendo cómo el joven se estremecía de placer. El viejo fontanero, desde atrás, observaba la escena con una mezcla de excitación y satisfacción, sus manos recorriendo el cuerpo de Susana.

Susana, con movimientos lentos y cuidadosos, acercó su boca al miembro del joven. Su lengua salió disparada, lamiendo la punta con delicadeza, saboreando la salinidad de su excitación. El joven, incapaz de contener un gemido, sintió cómo su cuerpo respondía al contacto. Susana, con una sonrisa pícara, continuó lamiendo y besando el miembro, sus labios recorriendo cada centímetro de su longitud.

El viejo fontanero, incapaz de contenerse, se colocó detrás de Susana, sus manos rodeando su cintura. Con movimientos lentos y sensuales, Susana tomó el miembro del joven en su boca, sintiendo cómo se deslizaba hasta el fondo de su garganta. El joven, con los ojos cerrados y la respiración acelerada, sintió cómo el placer recorría cada rincón de su cuerpo.

Susana comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, sus labios apretando el miembro del joven, su lengua explorando cada rincón. El viejo fontanero, excitado por la escena, comenzó a desabrochar sus pantalones, liberando su propio miembro erecto. Con una mano, comenzó a masturbarse, mientras con la otra acariciaba el cuerpo de Susana.

El joven, con las manos enredadas en el cabello de Susana, guiaba sus movimientos, sintiendo cómo el placer aumentaba con cada segundo. Susana, con los ojos fijos en los de él, continuó su tarea, disfrutando del poder que tenía sobre su cuerpo. El viejo fontanero, incapaz de contenerse más, se acercó aún más, su miembro rozando la espalda de Susana.

—Doña Susana, usted es una diosa —susurró el joven, su voz llena de deseo—. No puedo creer que esto esté pasando.

Susana, con los ojos cerrados y la respiración acelerada, permitió que los dos hombres la tocaran, sintiendo cómo sus cuerpos se presionaban contra el suyo. El viejo fontanero, con una sonrisa pícara, comenzó a besar su cuello, mientras el joven continuaba disfrutando de la felación.

El joven, con movimientos rápidos y desesperados, comenzó a mover sus caderas, sintiendo cómo el placer aumentaba con cada segundo. Susana, con los labios apretados alrededor de su miembro, continuó su tarea, disfrutando del poder que tenía sobre su cuerpo. El viejo fontanero, excitado por la escena, comenzó a penetrarla lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba al suyo.

La habitación se llenó de gemidos y suspiros, mientras los tres cuerpos se movían al unísono, buscando el placer y la satisfacción. Susana, con los ojos cerrados y la mente nublada por el deseo, permitió que los dos hombres la llevaran al clímax, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía de placer.

Cuando todo terminó, Susana se quedó allí, con la respiración acelerada y el cuerpo tembloroso. Sabía que había cruzado una línea, pero en ese momento, solo podía pensar en el placer que había sentido y en la necesidad de repetirlo.

El joven y el viejo fontanero, satisfechos y exhaustos, se vistieron rápidamente y se marcharon, dejando a Susana sola en la habitación. Ella, aún confundida y excitada, se quedó allí, pensando en lo que había sucedido y en las consecuencias que podría tener.