Hubo un tiempo en que tuve muchas aventuras, a pesar de mi carácter más bien introvertido. Por motivo de mi trabajo, tenía contacto frecuente con chicas jóvenes que encontraban algún atractivo en mí. Esta historia ocurrió con una de ellas. No era muy agraciada: era delgada, casi flaca, sus tetas eran pequeñas y no tenía caderas muy pronunciadas. Sin embargo, en general era proporcionada para su estatura. Algo en ella resultaba atractivo. El hecho es que nos hicimos amantes ocasionales. Para un fin de semana ella apartó una habitación en un club vacacional en tierra caliente, a dos horas de Bogotá. Apenas llegamos empezamos a beber cerveza y a tener un sexo delicioso. Una cosa que me gustaba con ella es que siempre me hacía terminar pajeándome mientras estregaba mi verga sobre su rostro, tanto que el orgasmo era casi doloroso. A ella le gustaba que mi leche se secara sobre la piel de su rostro y decía que eso le mantenía terso el cutis. Pasaba así la noche y solo la removía a la mañana siguiente. Ese día no fuimos a la piscina del club porque preferimos permanecer desnudos en la cama y tener sexo con la frecuencia que me permitía la juventud, ayudado por el licor.

Así pasamos el día. Apenas si almorzamos. Ya sobre las 7 pm y ebrios, tomamos el bus de regreso. Yo vestía una pantaloneta y una camiseta tipo esqueleto y ella algo ligero también. El bus salió apenas con la mitad de pasajeros. Nos ubicamos en la última hilera de sillas que estaba a mayor altura que el resto y en la que no había más pasajeros. De hecho, no había en las últimas hileras. Apagaron la luz, pusieron una mala película y la gente se enajenó con ella o se durmió. El hecho es que, al poco rato de iniciar el viaje de regreso, ella me tocó de nuevo y el deseo resurgió con ímpetu.

La besé en la boca y el cuello mientras masajeaba sus tetas y sentía endurecerse sus pezones. Metí mis manos para que el contacto fuera directo con la piel. Yo miraba de vez en cuando hacia los demás pasajeros, pero no se daban cuenta. Mientras tanto ella acariciaba mi verga por encima de mi pantaloneta. La erección no tardó, más cuando ella metió sus manos hasta alcanzarla directamente. Entonces le quité la blusita y el sostén, y le chupé las tetas deliciosas. La tendí en las sillas y le bajé el short y los cucos. Como podía, ella me masturbaba. La sensación era muy curiosa porque sentía la caricia, pero el licor y la jornada de sexo de todo el día me habían producido una resistencia sorprendente. Me arrodillé frente a las sillas y lamí sus labios y su botoncito de placer. Ella se agitaba y se arqueaba. Pronto sentí su orgasmo silencioso trepidar sobre mi boca. Enseguida ella me hizo sentar y ahora era ella quien se arrodillaba. Me hizo una mamada deliciosa como siempre, lamiendo mis huevas y mi verga desde la base hasta la punta, pasando por el frenillo. Su lengua daba vueltas alrededor de la cabeza. Luego metió ésta en su boca y la sacó en repetidas ocasiones. De vez en cuando se tragaba toda la verga y yo veía cómo ésta desaparecía totalmente. Los pasajeros permanecían absortos frente al televisor o dormidos.

Ya llevábamos más de media hora en este ejercicio. En medio de la embriaguez, me sorprendía que nadie se diera cuenta (la verdad es que era difícil: había oscuridad, el bus hacía mucho ruido, nosotros no emitíamos sonidos). Entonces volví a tenderla en las sillas y la penetré. Durante largos minutos mi verga entraba y salía mientras veía sus tetas agitarse. Luego la puse en cuatro y volvía a darle. Ya quería acabar, pero mi verga se mantenía en una cierta insensibilidad, producto de la ebriedad y de todo el sexo que habíamos dejado en la cama del hotel. Ella obtuvo un orgasmo que observé en su rostro y en su cuerpo encabritado. Viendo que ya se sentía satisfecha y que yo aún no me acercaba al orgasmo, ella me invitó a sentarme de nuevo. Comprendiendo mi dificultad para venirme, volvió a mamarme la verga en un estado de excitación que hacía crecer mi erección. Sus lengüetazos y lamidas eran continuos, las chupadas se aceleraban. Poco a poco sentí que la leche fluía de nuevo a mis huevas y que de allí se alistaba a salir expulsada. Su boca tragaba toda mi verga y la sacaba a un ritmo in crescendo mientras su lengua giraba alrededor de la cabeza y sus ojos me imploraban que le diese mi leche.

Entonces sentí un estremecimiento en todo el cuerpo, mis ojos se nublaron un instante y todo el placer se agolpó en mi verga: fuertes chorros de mi semen fluyeron a su boca que seguía mamando con deseo, pero reduciendo el ritmo. Sentí que me desangraba por la verga. Ella continuó mamando con la boca llena de mi leche. Permaneció así un rato hasta que estuvo segura de que no obtendría más. Entonces sacó mi verga, entreabrió la boca y luego tragó toda la esencia de mi hombría, lamiendo sus labios.

Yo la miraba aún estremecido de placer. Había sido una mamada que luego yo llamaría perfecta.