Capítulo 2
- La primera vez con Rouse I – Parte 1
- Los juegos de seducción de Malena II – Parte 2
Capítulo 1 – Parte 2
Los juegos de seducción de Malena
El verano llegó con su calor sofocante y promesas de libertad. Era la primera noche de vacaciones, y Rouse quiso celebrarlo en su casa: sin padres, con cervezas frías y la música a todo volumen. Ryan aceptó sin pensarlo. Aunque su adolescencia había sido monótona, gris, junto a Rouse se sentía distinto… como si volviera a vivir, como si su piel respirara por primera vez.
Aquella noche no fue la excepción. Y, a la vez, lo cambió todo.
Malena, la mejor amiga de Rouse, también estaba allí. Tenía el cabello negro, largo, liso como seda, y una piel apenas más clara que la de su amiga. Llevaba unos jeans ajustados y una camiseta blanca, sin sostén, que dejaba adivinar el contorno de unos pechos grandes, firmes, desafiantes. Caminaba descalza por la casa, con una naturalidad descarada, mientras el calor le perlaba el cuello con pequeñas gotas de sudor.
Ryan no podía evitar mirarla. Pero se obligaba a desviar la mirada, a recordar que estaba con Rouse. Que Malena tenía novio. Que era solo una adolescente más, con curvas peligrosas.
Pero Malena… Malena lo sabía. Y le gustaba.
Ya habían bebido varias cervezas. El ambiente se volvió denso, cargado de una electricidad húmeda, invisible. Rouse lo tomó de la mano y lo arrastró al cuarto, riendo como una niña traviesa. Cerraron la puerta sin pudor, sin pensar en los otros dos que seguían en la sala.
Y entonces, comenzaron a desnudarse.
La ropa cayó con urgencia. Ryan la besó como un animal hambriento, la levantó y la tumbó en la cama. Rouse se aferró a él entre jadeos, mientras su cuerpo se abría como flor salvaje. La penetró de espaldas, con fuerza, con hambre. Ella le pedía más, le pedía todo. El golpeteo de su pelvis contra su trasero llenaba la habitación… y más allá.
En la sala, Malena escuchaba. No eran gemidos tímidos, ni fingidos. Eran sucios, intensos, sinceros. Su novio, medio dormido, roncaba en el sofá. Pero ella no podía dejar de oírlos. Se mordía los labios, cruzaba las piernas apretadas… hasta que no resistió más.
Se levantó, caminó hasta la puerta del cuarto y la entreabrió apenas.
Lo que vio la dejó sin aliento.
Ryan, completamente desnudo, de pie sobre la cama, sujetando a Rouse por las caderas mientras la embestía sin piedad. El cuerpo atlético de ella se arqueaba con cada estocada. Su cabello castaño pegado a la frente, su boca abierta en un grito mudo de placer.
Malena se llevó una mano al pantalón, lo bajó en silencio, y comenzó a acariciarse. Cerró los ojos un instante, pero luego los volvió a abrir. Quería verlo. Quería grabarse cómo se movía Ryan, cómo la tomaba, cómo se le marcaban los músculos de la espalda. Cómo Rouse temblaba con cada embestida.
Estaba tan excitada que olvidó el mundo.
Hasta que su novio se despertó.
—¿Mali…? —murmuró, adormecido, al no verla a su lado.
Ella reaccionó. Se subió los jeans a medias y fue hacia él. Pero el fuego ya le ardía en la entrepierna. Sin una palabra, lo empujó al sofá, se sentó sobre él y comenzó a cabalgarlo con rabia. Como si intentara borrar con otro cuerpo lo que había visto… y no podía tener.
En el cuarto, Ryan y Rouse se habían quedado abrazados, sus cuerpos aún húmedos, envueltos en esa calma que solo deja el sexo bien hecho. Pero entonces escucharon lo impensable: los gemidos de Malena en la sala. Gritos ahogados, desesperados. Gemidos sucios.
Ryan sintió un escalofrío.
—¿Están…? —murmuró.
Rouse sonrió, y sin decir nada, se subió sobre él.
—Ahora me toca a mí hacerte gemir —le susurró al oído, antes de deslizarse en su erección aún viva.
Esa noche pareció interminable. Cuerpos, jadeos, suspiros, risas… todo flotando en el aire denso de una casa sin padres y con muchas hormonas.
Pero al día siguiente, Ryan notó algo distinto en Malena.
Su mirada.
No era casual. No era inocente.
Era fuego.
Malena ya no evitaba sus ojos. Lo miraba directo. Lento. Como si lo estuviera desnudando con la mente. Como si recordara, una y otra vez, cada movimiento con el que había hecho gemir a Rouse.
El juego había comenzado.