Carla es una cachonda mental y decidió gastarle una broma a su marido, este se llama Pepe. Aprovechando que es 28 de diciembre, el día de los Santos Inocentes, Carla ideó un plan para echar unas risotadas.
En una palangana de agua caliente remojó sus pies unos minutos. Después se fue cortando las uñas, aprovechando que estaban blanditas. También se cortó las uñas de las manos y las depositó en el interior de la palangana. El agua estaba muy turbia ya.
Ideó añadirle algún ingrediente más a aquel potaje y entonces recordó que debía rasurarse las piernas y los sobacos. Ya le tocaba. Todos los micropelos de aquel afeitado los recogió y los echó en la palangana.
Después vació el agua de la palangana con las uñas y los micropelos en una olla y la puso a calentar. Le fue echando los ingredientes propios de una sopa: carcasas de pollo, unos puñados de fideo fino y algo de sal. Dejó que hirviera un tiempo y luego lo puso a reposar.
Cuando llegó Pepe, su marido, Carla le sirvió la comida.
–Mmmm, ¡qué rica te ha salido la sopa hoy! Tiene más consistencia, un regusto no sé a qué –dijo Pepe.
Carla estaba roja de la risa, casi no podía respirar. Pepe le pregunta:
–¿Qué pasa? ¿A qué viene tanta risa?
El hombre había acabado el plato ya y se estaba sirviendo otro. Carla no pudo aguantar más y le contó la inocentada.
–Pues sabes qué –comenta Pepe– que a partir de ahora quiero que me hagas más esta sopa de pezuñas. Es exquisita.
Lo que empezó siendo una broma, acabó siendo el plato estrella en el hogar de Carla y Pepe… pero eso sí, solo para él.
Pero esa noche Carla le tenía preparado un postre muy especial a su marido.
Carla es una hembra bien desarrollada. 1,73 m de altura, 65 kg bien puestos y distribuidos (maciza pero no fondona), melena morena lacia hasta la mitad de la espalda, ojos grandes y negros, y unos labios muy sensuales pintados con colores muy vivos. Pepe es más bajo que su mujer, andará en el 1,67 m. Intenta compensar su corta estatura machacándose en el gimnasio y desarrollando sus músculos al máximo. Los dos rondan los cuarenta y pico años.
–Ayer fue el último día de mi período menstrual, por este mes. Debería de asearme a fondo pero me da pereza. Ya que te va tanto el juego de roles, ¿por qué no haces hoy el papel de bidé y me limpias el mejillón con tu boca? –le sugiere Carla a su marido.
–Bueno, pero no te acostumbres. Te estás volviendo muy perezosa últimamente. Desnúdate, túmbate en nuestra cama boca arriba, exponiendo bien a mi vista tu chocho, y yo me encargo de higienizar tus partes bajas.
Carla se desprende de su top, su minifalda y sus chancletas en menos de lo que canta un gallo. Se coloca en la postura indicada por su Pepe. Este se coloca de rodillas ante su diva y comienza a lamer aquel coño con restos sanguinolentos. Pepe le pega unos buenos morreos, introduciendo su lengua lo más adentro de aquella cueva que puede. Lame y chupetea la concha de su mujer con verdadera veneración. Saborea y traga toda especie de fluidos que su hembra emana del interior de su vagina y vejiga. Se pasa una buena media hora comiéndole la panocha a Carla. Esta alcanza dos orgasmos en ese tiempo. Se retuerce de placer diciendo:
–Eres muy cerdo, cariño. Por eso mismo me casé contigo. Me tratas como a una reina. Te bebes todo lo que tu alteza produce y destila por todos los orificios de su cuerpo. Esto me llevó a aceptar tu proposición de matrimonio. Saborea bien mi almeja ensangrentada y llena de viscosos fluidos vaginales. ¡Asqueroso!
–Yo también me decidí en pedirte la mano al comprobar que eres muy puta, cariño. No me gustan las siesas. Eres muy golfa, muy guarra y eso es lo que me enamoró de ti.
Pepe está más caliente que la boca de un volcán. Su rabo empitona hacia el techo, todo enhiesto. Un miembro viril de 18 cm, babeante y palpitante, todo todito solo para Carla. Esta decide colocarse a cuatro patas y ordena a su marido que la cubra como los toros cubren a las vacas.
–Fóllame como a una perra en celo, Pepe. Compórtate como un toro embravecido. Quiero sentir bien adentro tu barra de carne caliente y dura. ¡Eres un buen puto, joder!
–Tus deseos son órdenes para mí, Carla. Te la voy a envainar de una sola estocada y después te follaré a un ritmo de tres emboladas por segundo hasta que te corras otras dos veces, ¡cacho cerda! –contesta Pepe, todo enrojecido y excitado.
El maromo coge de los pelos a su mujer, como si fueran las riendas de una yegua. Hace que Carla alce la cabeza un poco. Pepe la besa en la frente y le suelta:
–¿A este ritmo está bien? ¿Sientes en profundidad mi rabo, hasta tocarte el útero?
–Estoy en el Séptimo Cielo, cariño. Yo creo que la punta de tu glande tocó en varios ocasiones a mi útero. Sentí alguna molestia. Ahhhh, ¡me viene el tercero, maricón!
Carla bizquea, y a veces, hasta pone los ojos en blanco. Sabe que a su marido estas caras de lascivia, de guarra enloquecida, le ponen mucho. Exagera un poco el orgasmo para hacer sentir más macho a su hombre. Chilla y babea soltando improperios contra Dios y todos los santos. A Pepe le excita que su hembra blasfeme mientras se corre, y Carla interpreta bien su papel.
Cambian de postura y se colocan de lado. Pepe le levanta una pierna a su esposa. ¡Esos jamones no son fáciles de manipular! Carla tiene bien trabajadas sus piernas a base de zancadas y sentadillas. Hay que tener buenos brazos para no cansarse al sujetar en alto, durante unos buenos minutos, esos exuberantes y musculados muslos y pantorrillas.
Pepe apunta el capullo hacia la entrada del coño de su mujer pero esta le indica que se la meta por el culo, que en esa postura le presta más que la enculen. Su marido no espera a que se lo pida dos veces y con un par de escupitajos en su mano se va embadurnando el nabo y luego comienza a perforar, muy lentamente, el esfínter de la guarra de su mujer.
–Dame duro, mi amor. Párteme en dos con tu lanza afilada y gorda. ¡Eres un buen potranco, sabes cómo apagar mi fuego! –le decía Carla a su marido, animándolo a que aumentara el ritmo del empuje, para que así su pollón entrara bien adentro en su horadado y ensanchado trasero.
Pepe mientras se la hinca con ímpetu, le lame y mordisquea el cuello. Al oído le dice lo puta que es, algo que Carla se lo toma como un cumplido. Esta, con los dedos índice y corazón de su mano derecha, se frota con entusiasmo el clítoris, al tiempo que siente (con sumo placer), la barra de carne dura y caliente de su hombre taladrándole el colon.
–Me corro por cuarta vez, cariño. Rómpeme el culo fuerte, con saña. ¡Qué orgasmo más intenso y salvaje, joder!
El marido le pega unos buenos caderazos al trasero de su esposa, sujetándola fuerte por la cintura para no perder impulso. Ya no puede aguantar más y eyacula 8 o 9 descargas de lechada en el culo de la sodomita.
A los dos minutos (al notar la picha flácida), Carla decide desengancharse y ordena a su marido a que se siente en el suelo. Ella se coloca de pie sobre el rostro de Pepe, a modo de palio, y a los pocos segundos le vacía la lefa que transporta en su colon. El hombre mantiene la boca abierta y recoge toda la carga que su esposa le suelta. Morrea el ano buscando las últimas gotas que pudieran quedar escondidas en los bordes del esfínter y se lo traga todo. Carla suelta una carcajada y le dice:
–Eres mi mejor amante, cariño. Por eso me casé contigo. Nunca dices que no a ninguna de mis proposiciones… por muy escabrosas que sean.