El día estaba demasiado nublado para las fechas del año. En pleno verano, el calor era sofocante, pero las nubes habían invadido el cielo y una especie de rara sensación de agobio campaba en el ambiente. Carlos no sabía como había transcurrido todo. Había sido todo demasiado deprisa y se sentía sin fuerzas para asimilarlo. Él, un hombre de éxito, que había levantado una multinacional a costa de 3 matrimonios, por fin había conseguido a los 56 años la pareja perfecta. Carlos siempre había sido un hombre que no dejaba indiferente a las mujeres, con su metro casi noventa de estatura, sus ojos azabaches y esa seguridad que impregnaba en el sexo contrario, se sabía con la capacidad de seducir a cualquiera que se pusiera por delante. Por eso, y por su duro trabajo, jamás había encontrado en una mujer el complemento perfecto. Hasta que llegó Julia, una mujer separada, madre de dos hijos. Ella era todo lo que Carlos buscaba en ese momento. Y ella ya no estaba. Un trágico accidente se la había arrebatado de forma súbita y allí estaba él, acompañando a Julia en sus últimos momentos en el cementerio con su familia. No faltaba nadie, aunque para el por alguna extraña razón le parecía muy complicado reconocer a la gente. Por supuesto, no conocía a toda la familia de Julia, su relación se había basado en la clandestinidad de dos personas separadas y no eran frecuentes las reuniones familiares, sin embargo, creyó reconocer a los dos hijos de su difunta pareja. A Eduardo, su hijo mayor, si que lo había visto alguna vez en casa de Julia cuando éste había ido a visitar a su madre, pero a la pequeña de la familia, Ana, no la había visto más que en fotos. Ana estaba estudiando en EEUU, financiado todo por su padre, y desde que empezó su relación con su madre nunca habían coincidido. En las fotos que recordaba Ana era una cría, y la joven que lloraba la muestra de su madre era ya casi una mujer. Podría ser que no fuese ella, pero durante la misa sus ojos se encontraron y lo supo. Vio los ojos de Julia reflejados en los de que aquella joven. Sería el bochorno del día, el ambiente lúgubre que se vivía, no sabía explicarlo, pero los ojos de Carlos conectaron de inmediato con los de aquella chiquilla que ahora lo miraba clavando en él sus ojos verdosos, esos ojos algo achinados, misteriosos…

Durante el resto del funeral el calor y la conmoción no dejaron a Carlos pensar con claridad, fue por eso que cuando ya todo acabó por fin y Ana se acercó a él para darle el pésame, Carlos la abrazó con más ímpetu del que quizás tocaba. Lo extraño fue que sentía como ella, que jamás había visto a la pareja de su madre, no renegaba el abrazo, es más, debido a la notable diferencia de altura, Carlos pudo notar como los brazos de Ana, su “hijastra” se elevaban por sus costados dándole un abrazo sincero y sentido que lo reconfortó en el alma. Carlos hundió la cabeza entre el pelo negro de Ana y pudo oler una fragancia cítrica y joven que contrastaba con el día plomizo. Los manos de Carlos se dejaron llevar hasta la cintura de Ana y en un rápido movimiento de cuerpos pegó el de aquella criatura al suyo, buscando un consuelo que dudaba en encontrar.

– No quiero estar solo.

– No te preocupes Carlos, me iré unos días a casa, si te parece bien…

Carlos reflexionó sobre la idea que había escuchado de Ana. No quería estar con nadie en esos momentos, pero el abrazo de aquella niña lo estaba llevando a un punto en el que no era capaz de controlar sus emociones.

– Muchas gracias Ana…

Todo se volvió oscuro y por fin Carlos descansaba en la cama de matrimonio de la casa de campo que compartía con Julia. Ahora ella ya no estaba, y al girar su cuerpo sobre sí mismo le pareció que aquella cama era un desierto gigante. No sabía cuantos días habían pasado, se sentía mareado. Se incorporo, poniendo los dos pies en el suelo y se dio cuenta de que era de noche. Sentía sed, mucha sed. El calor era horripilante, necesitaba saciarse, y corrió a la cocina a buscar un buen trago de agua, cuando de repente pasó por una de las habitaciones de invitados. No podía ser…

Unas braguitas rosa pálida era lo único que tapaba el menudo cuerpo de Ana. Dormía boca abajo, lo que le permitía a Carlos disfrutar de una espalda morena y tersa. Su pelo recogido a un lado dejaba ver el cuello delicado de la joven “hijastra” de Carlos. Tenía buenas caderas, Julia siempre se vanagloriaba del estiloso cuerpo que su hija había heredado de ella, aunque algo más bajita. Eso, a ojos de Carlos en aquel momento, le daba un aspecto de pequeña muñeca de porcelana. No pudo evitarlo y poco a poco fue acercándose a la cama. Un extraño aroma le condujo directamente hacía los pies de la cama. Ahí a la luz de la luna podía apreciar mejor como la chiquilla cruzaba las piernas, dejando que la tela de sus braguitas se entremetiese entre sus cachas. Carlos siempre fue un hombre muy activo sexualmente hablando. Tanto, que a veces se le pasaba por la cabeza la idea de ser un adicto sexual. Necesitaba sexo de forma abundante e intensa. No sabía decir cuanto tiempo llevaba sin mantener sexo, pero sentía unas ganas como si llevara meses sin follar. Echaba de menos a Julia. La necesitaba. Se arrodillo delante de la cama donde dormía Ana y de repente la chica se giro hacia donde él estaba. Entonces se dio cuenta, no podía ser. Esas braguitas fueron un regalo de Carlos para la madre de Ana. Y allí estaban, en esas caderas. Dos lágrimas se derramaron por las mejillas de Carlos, mientras este buscó el roce de la tela que tantas veces había besado, que había lamido, que había mordido.

La boca de Carlos tocó la raja de Ana. Un suave aroma a mujer impregnó la nariz de Carlos. Movió su cara buscando sentir el suave tacto de la tela. Las manos de Carlos se aferraron a las caderas de Ana, de pronto sintió unas ganas irremediables de olerla más profundo. Su nariz se entremetió entre los muslos de la chica, que aun dormida abrió por instinto sus piernas permitiendo que Carlos oliera su coño con total impunidad. Era como estas en el cielo y a la vez en infierno. Comenzó a llorar con mayor vehemencia, hasta que de repente noto como Ana se despertaba.

– ¿Qué está pasando Carlos?

– ¡Perdóname, perdóname…!

Carlos se encogió sobre si mismo, de rodillas al borde de la cama y comenzó a Llorar.

– Es que he ido a beber agua, te he visto y… Perdóname, echo mucho de menos a Julia, bueno… a tu madre. Perdóname, me he pasado de la raya, no volverá a pasar. Es que lo estoy pasando tan mal… Necesito tanto cariño… Por favor, no se lo digas a nadie.

– Carlos no te preocupes, no pasa nada, no me voy a enfadar ni se lo voy a contar a nadie.

Ana se sentó en el borde de la cama, cogió su camiseta y se la puso mientras Carlos recobraba la compostura.

– De verdad Carlos, estoy aquí para ayudarte. Mi madre me habló tan bien de ti, de como la cuidabas, como la tratabas, que estoy en deuda contigo…

Carlos levantó la vista y la miró a los ojos.

– Ven, tranquilo, no pasa nada…

Carlos apoyo sus manos en las rodillas de Ana y colocó su cabeza sobre sus muslos. El calor que desprendían lo nublaba todo. Llevaba días que no entendía nada, era como estar en un sueño. Ana agarró su cabeza y empezó a masajearle el cabello. Carlos sentía una tremenda tranquilidad en el regazo de su “hijastra”.

– Muchas gracias Ana, eres un encanto.

– Te lo debo, por lo bien que cuidaste de mi madre.

– ¿Qué te ha contado ella?

– Todo, Carlos, todo…

En ese momento un rayo de incertidumbre se posó en la mente de aquel hombre abandonado a su suerte. Se sentía en manos de aquella joven. ¿Julia le habría contado todo a su hija? ¿A que se refería con todo? Carlos descubrió con Julia aspectos del sexo que no pensaba que descubriría. Se sabía bueno en el sexo, hacía disfrutar a sus amantes, pero con Julia el sexo tomó otro cariz. Con ella descubrió un lado de sexo más oscuro y depravado del que se podría haber imaginado. ¿Estaría al tanto aquella jovencita de todo eso?

La mente de aquel solo podía centrarse en el olor y la calidez que desprendía la piel de Ana. Sus manos, aferradas a la cintura de la chica palpaban los surcos de sus caderas. No podía dejar de llorar, no sabía ya porque lloraba, si por la pérdida de Julia o por el creciente deseo que sentía dentro de el por Ana.

– No debiste ponerte estas braguitas, Ana, eran de tu madre.

– Lo sé, Carlos. Tranquilo.

– Es como verla a ella, pero…

Carlos comenzaba a presionar las piernas de Ana, de tal manera que su boca cada vez estaba mas cerca de la tela de nuevo.

– Pero que, ¿Carlos…?

Ana empezaba a jugar con fuego demasiado. Ver a ese pobre hombre delante de el abatido le daba demasiada lástima. No podía hacer otra cosa que dejar que aquel hombre se desahogara. Carlos buscaba de nuevo el tacto con las braguitas de Ana, hasta tal punto que de nuevo su nariz se posó donde sin lugar a dudar andaba el clítoris de aquella jovencita. Pensó en parar, pero no oyó nada. Nada. No hubo réplica alguna, y sin preámbulos, movió su cara de arriba abajo intentando estimular el coño de Ana. Notaba como esos labios jóvenes se iba humedeciendo dentro de las braguitas. De lado a lado, de arriba abajo. La nariz de Carlos jugaba con el sexo de Ana. Las manos de Carlos se aferraban al cuerpo de la joven. Los sollozos de Carlos llenaban la habitación, el roce de las bragas de Julia lo evocaban al pasado, cuando las que se las ponía era la madre de Ana. Pero ahora esa piel lo tenía locamente perdido. Abro la boca, encajo lo que a todas luces era el coño mojado de Ana dentro de ella y absorbió.

– Ahhh…

No hizo falta más, un leve suspiro de Ana, para que Carlos sacara su lengua y buscase la raja de Ana. Deslizando levemente la braguita, encontró los labios mayores de la chica, que empezaban a hincharse al contacto con el tacto cálido de la boca de su padrastro.

– Perdóname Ana…

– No te preocupes Carlos, es normal…

– No puedo controlarme…

– No lo hagas amor…

Las manos de Ana agarraron las de Carlos, llevándolas hacia arriba. Carlos metió de un golpe sus rudas manos dentro de la camiseta de Ana para agarrarle las tetas. Eran tan pequeñitas como duras, abarcables por las grandes manos de este. Con maestría introdujo ambos pezones ente las falanges de sus manos y las apretó, al tiempo que su lengua ya recorría el interior del coño de Ana, haciendo presión sobre su clítoris. Ana, indefensa, apretaba los muslos contra la cara de Carlos, buscando aumentar la presión de su boca entre sus piernas.

– Ahhh… Ah… Ah…

Era inevitable, mientras las manos de Carlos se aferraban a las tetitas de Ana, su coño se derretía entre los labios de aquel hombre. Los espasmos del cuerpo de Ana fueron el deleite de la boca de Carlos, que tragó los flujos de Ana durante los segundos que duró la corrida de su hijastra…

Todo se volvió oscuridad.

Era de día, pero aun así, para la época del año en la que estábamos, era como si el sol no lograra salir del todo. No sabía que había pasado, como había vuelto de nuevo a su cama. Se levantó y corrió hasta la habitación de Ana. No podía dejar que las cosas siguieran así, debía irse de casa. Creyó haber soñado el encuentro con la hija de Julia, pero se relamió y pudo notar el sabor del coño de aquella pequeña Diosa.

– ¿Ana? ¿Estás ahí?

– Si Carlos, estoy en mi cuarto.

Allí estaba, con esas braguitas que tan bien le quedaban y aquella camiseta que no conseguía ocultar los pezones pequeños, pero bien marcados sobre la tela. Ana estaba sentada frente al escritorio. Carlos estaba decidido a acabar con aquello:

– Ana, esto no puede seguir… Yo…

De nuevo, cuando Carlos miro aquella cara que tan le recordaba a su mujer, rompió a llorar.

– Carlos, no tienes nada de que preocuparte. Yo estoy aquí para ayudarte a superar la perdida de mi madre…

Sin que Carlos pudiera pararse a pensar, Ana metió su mano entre las piernas de su padrastro.

– Por favor Ana…

Ana llevo su frente a la de Carlos. De forma experta y directa, la pequeña de la casa agarró los huevos de Carlos. Lo hacía de forma tan sutil, tan delicada, que Carlos no pude evitar jadear. Usaba la palma de la mano para que Carlos sintiera la presión de toda la mano de la joven. Carlos no pudo evitar separar las piernas para dejarle hacer. Ella, no se conformó con ver como Carlos sufría entre el llanto y la excitación, agarró una de las manos de Carlos y la llevó a su boca, lamiéndole primero el dedo índice. Lo hacía despacio, dentro… y fuera. Luego el corazón, luego el anular. Carlos no podía perder de vista como la hija de Julia mamaba sus dedos como si de una polla se tratara.

Cuando a todas luces la polla de Carlos estaba más que preparada, la chica metió su mano dentro de los pantalones de Carlos. Su polla parecía una estaca al rojo vivo. Una sonrisita en la cara de la chica demostraba que la polla de Carlos no era ni mucho menos despreciable. Sus dedos se apoderaron de ella. Y con toda la mano, Ana empezó a masturbar a Carlos delante de la habitación. Carlos no se podía creer que estaba pasando. Pero era imposible ponerle freno. Cada vez veía todo con mayor calidad. Quería follarla. Abrió su boca y metió su lengua en la boca de ella. Se comieron la boca, mientras Carlos metía de también su mano dentro de las braguitas de la chica. Un dedo dentro del coño de la chica solo demostró lo caliente y húmeda que ya estaba. Entro como cuchillo en mantequilla. Pero Carlos no vaciló. Le metió hasta que ella gimió en su boca, elevándose en el aire. Ella le sostuvo la mirada.

– Menudo coño tienes, Ana.

– Será todo tuyo, pero antes…

Ana agarró a Carlos hasta tirarlo en la butaca que había en la habitación. Carlos cayó de forma precipitada y mientras ella se desnudaba de forma completa, el hacía lo propio. Las cartas estaban sobre la mesa. Como si de una gata se tratara, Ana se deslizo hasta llegar de rodillas a la entrepierna de Carlos, que la miraba con fuego en sus ojos.

– Que cara de zorra tienes…

– ¿Sí? ¿Ahora soy una zorra…?

– No te equivoques nena, eres mi zorra…

– Eso te lo voy a demostrar ahora.

Ana hundió su boca entre las piernas de Carlos, este elevó la cabeza dejándose hacer. Empezó lamiéndole sus pelotas, lo hacía despacio, con lamidas profundas y largas concentrándose en que su amante recibiera su lengua con ganas. Se notaba que estaba encantada, pues no dudo en agarrar la polla de Carlos y empezar a menearla con una mano, a la vez que ya ansiosa, abría la boca y metía los huevos de Carlos en su boca. Este jadeaba de placer al sentir como la muchacha absorbía sus huevos estirándolos y lamiéndolos dentro de su boca. No cabía duda, esa chica era igual de comepollas que su difunta madre.

– Ahora no quieres que pare, ¿verdad?

– Calla y sigue joder.

Y vaya si siguió. Ana elevó su boca lamiendo toda la polla, gorda y dura ya de aquel hombre que solo podía gemir ante las artes de su hijastra. La lengua de Ana pasaba de un lado a otro de aquella polla que miraba al techo. A veces dejaba escapar un hilo de saliva en el prepucio para recogerla con la lengua y mamarle el glande. Aquella jovencita si sabía comerse una buena polla. Estaba desatada. Agarrándola por la base, se la metió de canto en su boca, apretándola entre sus labios. Carlos no lo podía creer. No sentía tanto placer con una boca desde hacía mucho tiempo. Bajaba y subía Ana por la polla de Carlos cuando de repente se vio sobrevenida por las manos de Carlos. LA agarró por ambas partes del cráneo y mirándola se agacho un poco para, teniendo el culo en el aire, poder tener libertad de movimiento para clavar su polla en aquella boca.

– Glub… glub… glub!!!

– Agggg… aggg… aggg!!

Carlos ya no cerraba los ojos. Quería ver como su polla entraba y salía de aquella boca de pecado. Ana apretaba sus labios, una vez recompuesta de la sorpresa, estaba disfrutando de sentir como ese pollon le llenaba la boca de carne. La saliva de la chica empezaba a saltar de la boca hasta las tetas. Aquellos salpicones la ponían todavía más cachonda y ni corta ni perezosa puso sus manos en los reposabrazos de aquel sillón y trago toda la polla que pudo hasta que empezó a sentir como se encaja en su garganta.

– ¡Joder puta, para!

Pero Ana no pensaba sacarse la polla de su boca con tanta facilidad. Carlos sentía como su polla sentía tan presión que estaba a punto de llenarle el estómago de semen a la joven.

– Para que no aguanto joder!

Entonces la agarró del pelo y se la saco, tirándose en el sofá extasiado ante el ímpetu de Ana. Ella recogía parte de la saliva que aun le colgaba de la barbilla y se relamió como una perra en celo, mientras miraba como la polla de Carlos había quedado brillante y dura como un mástil.

Se miraron y ambos sabían lo que esperaba. El se recompuso y ella se levantó, despacio. Acomodo sus rodillas a ambos lados de los muslos de Carlos y como la que no está haciendo nada malo, cogió la polla y echo todo su peso sobre ella, para apretarla con su coño empapado contra el abdomen de él. Si antes Carlos sintió un calor indescriptible en su boca, la suavidad de aquel coño no tenia parangón. Ella se movía delante atrás con tanta delicadeza que Carlos quedó embelesado mientras la miraba. Ella, apoyada en su pecho seguía moviéndose, provocadora, sabiéndose dueña de la situación, hasta que de repente, con una agilidad propia de la edad, apoyó ambos pies en el sofá, quedando en cuclillas. Carlos la miraba, admirando aquel precioso cuerpo, moreno, cuidado, de caderas amplias. Agarró aquellas tetas medianas, bien puestas, de pezones gruesos y morenos. Se le hizo imposible no intentar comerse aquellas tetas. La agarró por la cintura y metió su boca entre sus tetas. Fue delicado al principio, lamiéndole los pezones con la lengua, relamiéndolos y succionándolos. Hasta que sintió como Ana metía en su coño su polla.

– Sigue, cómeme las tetas.

– Ufffff fóllame Ana…

La polla de Carlos ardía dentro del coño de la joven que se movía de arriba abajo con una soltura extraordinaria, mientras él clavaba sus dientes en su canalillo. Ella empezaba a gozar de aquella polla, empezaba a sentir como el roce de aquella gruesa polla la estaba llevando al éxtasis. Gemía mientras Carlos se apoderaba de sus tetas. Las sentía durísimas.

– Sigue, Ana, así… ¿Te gusta mi polla?

– Si Carlos… Me encanta tu polla.

No sabía como había llegado hasta ahí, pero ahora solo sentía ganas de seguir follándose a ese hombre. Carlos subía la cabeza, los gemidos de aquella jovencita le estaban invitando a su boca. Frente a frente, los gemidos de Ana hicieron actuar a Carlos, que presa del calentón se aferró al culo de Ana y dejándose caer sobre el sofá comenzó a follársela. Plas Plas Plas. El sonido de los huevos de Carlos resonaba en el el culo de Ana. Ésta se agarraba a los reposabrazos para no perder la postura, los muslos le temblaban y sentía como las paredes de su coño le quemaban de lo duro que la estaba follando.

– Joder cabrón no pares, no pares.

Desde abajo la cara retorcida de placer de Ana invitaba a Carlos a seguir follándosela. Estaba punto de correrse. El coño de Ana se empezaba a convulsionar y entonces Carlos bien agarrado de aquel culo de infarto le metió un puntazo hasta lo mas profundo que pudo. Ana clavó sus uñas en su pecho y sin sacar un ápice de polla, volvió a embestirla hacia arriba. Aquel golpe de gracia sirvió para que Ana se corriera en la polla de Carlos.

– Eso es nena, empápame la polla.

Ella miraba al techo, sintiendo como un rayo de placer le recorría la espalda. Aquel visón de Ana suspirando al techo, mientras las gotas de sudor caían por su cuerpo encendió de nuevo a Carlos. Su puso de pie y sin más dilación llevo a Ana hasta la pared del cuarto. Ella no podía oponerse después del orgasmo que ese hombre le había regalado y se dejaba hacer. Con todo el cuerpo del hombre echado sobre ella, las piernas de Ana se abrieron dócilmente para que Carlos de una estacada le metiera la polla en el coño hasta el fondo.

– Joder que coño tienes nena…

– ¿Te gusta mi coño?

– ¡¡¡Jum!!!

Carlos embistió a Ana contra la pared en respuesta a la provocación de la jovencita. Sus bocas se unieron a escasos centímetros de la pared, jugando con sus lenguas como si fueran dos quinceañeros. Carlos la agarraba con una mano de la nuca y con la otra del culazo de la joven. Le volvía loco la piel tersa y dura de las nalgas de Ana. No paraba de meter y sacar su polla de ella, mientras se jadeaban el uno al otro en la boca.

– No voy a aguantar Ana…

– Sigue cabrón, sigue follándome.

– Me voy a correr nena…

– Sigue joder, dame más polla.

– Cállate…

– Quiero tu polla…

Y entonces un chorro de líquido caliente y espeso brotó de la polla de Carlos y de repente, toda luz que durante esas semanas había estaba ausente, apareció de golpe. Carlos se llevó las manos a la entrepierna. No podía creerlo. Sus ojos miraban a un cielo azul, sin un rastro de nubes. Instintivamente metió una mano dentro de su bañador, pringándose ipso facto de todo el chorro de semen que había lanzado durante su sueño. No podía ser verdad. Pero lo era. Se incorporó deseando que nadie hubiera podido ver u oír algo que le hubiese delatado. Y entonces sus miradas se encontraron, primero su pareja, allí estaba, sentada en el porche de la casa. Un inmenso alivio le invadió el alma. Había sido una pesadilla. Aunque luego sintió un miedo solo equiparable al morbo de ver a la hija de su pareja, sentada a escasos metros de su madre. Allí estaba Ana, sonriendo. Totalmente ajena al sueño porno que la pareja de su madre había tenido con ella…