Estábamos en nuestro viaje de egresados en Bariloche.

Éramos un colegio de varones, por lo cual nuestra única meta, para aquel viaje, era trabar amistad con alumnas de algún colegio de señoritas.

Transcurría el mes de agosto, pleno invierno en el sur, y el hotel estaba repleto de estudiantes.

Cuando llegamos, nos fijamos en la cartilla y de los 10 grupos que había alojados en el hotel uno sólo era exclusivamente de mujeres.

Se trataba del Colegio Virgen Niña de la ciudad de Córdoba.

Nosotros éramos del Comercial Faustino Sarmiento de Fiorito.

Nos acomodaron en tres habitaciones ubicadas en el tercer piso, a razón de cinco por habitación.

Bailábamos en una pata cuando vimos que las chicas de la Virgen Niña ocupaban las otras cuatro habitaciones del piso.

El viaje de egresados es un punto de inflexión en la vida de cualquier adolescente, sea hombre o mujer. Los grupos generalmente van acompañados por adultos.

Nosotros por ser todos varones, habíamos conseguido que ningún padre o profesor se «pegara» en el viaje, mientras que, el grupo de las chicas, supimos enseguida que estaban acompañadas por las profesoras de música y biología.

La idea de que dos «vejestorios» cuidaran a las chicas nos parecía totalmente desalentadora, ya que, era el impedimento natural para que entabláramos una relación rápida con ellas y en consecuencia, pudiéramos lograr algo de acción.

Mayor fue nuestra sorpresa, cuando a la hora del almuerzo, donde todos los egresados comparten el mismo comedor, vimos que las profesoras de la Virgen Niña, no eran, como suponíamos, un par de gruesas ancianas sino que se trataba de dos jóvenes que no superaban los 25 años de edad.

Mara, así se llamaba la profe de música, era una morocha de aproximadamente un metro sesenta de estatura, con el cabello largo lacio, delgada pero con las formas bien dibujadas. Tenía escaso busto y el culito era redondo pero pequeño.

Lorena, en cambio, profe de biología, era rubia, de la misma estatura que Mara, pero con grandes tetas y un culo bien parado y firme. Mara era muy bonita de cara, pero Lorena tenía cara de «atorranta» según catalogó Sergio, uno de mis compañeros de habitación.

El trato con las chicas, de entrada, distó mucho de lo que hubiésemos querido. Venían de un colegio de monjas, eran extremadamente puritanas y la cosa con ellas no pasaba de un par de boludeces circunstanciales, pero que no daban pie para nada emotivo.

Tal era la cosa que al segundo día no les dimos más bola y nos dedicamos a hacer la nuestra: ir a bailar, emborracharnos, fumarnos algún porro y cagarnos de risa de todo y de todos.

Cada noche, desde nuestra llegada, habíamos ido a bailar, por lo que nunca dormimos más de dos o tres horas cada veinticuatro. Yo y mis compañeros, Sergio, Martín, Felipe y Trabuco, estábamos destruidos, por lo que la última noche (al día siguiente a la mañana regresábamos) decidimos quedarnos en el hotel.

Felipe había conseguido dos porritos de dudosa calidad, y esa noche el hotel quedaría virtualmente vacío pues todos los grupos asistirían a una fiesta de despedida. En el hotel había una calefacción muy fuerte por lo que estábamos todos tirados en la cama en calzoncillos. Trabuco había bajado hasta el bar a buscar algunas bebidas. En eso golpearon a la puerta.

-Está abierto- gritó Sergio convencido de que era Trabuco. Volvieron a golpear. -¡Entra ché!- dijo Martín esta vez. La puerta se abrió lentamente y todos, los cuatro miramos hacia ella. -Permiso – exclamó una vocecita femenina, que nos paralizó la respiración a todos.

En calzoncillos, como estábamos, vimos aparecer a una de las chicas de la habitación contigua a la nuestra. Era Bettina, una petisa culona, con el cabello lleno de rulos recogido en una cola de caballo, descalza y vestida sólo con una tanga blanca y un camisón transparente minifalda, que dejaba traslucir dos enormes tetas y unos pezones del tamaño de un alfil de ajedrez. Cerró la puerta y se paró frente a las cinco camas.

-¿Alguien tiene un «pucho» para convidarme? – dijo estirando la boca en una sonrisa medio forzada. -Sí, claro- respondió Felipe y le dio un Marlboro.

Nos contó que todo su grupo se había ido a la fiesta pero que ella se había quedado durmiendo porque estaba cansada. Que pensaba dormir hasta el otro día pero que nuestras risas la habían despertado; que se desveló y que necesitaba fumarse un cigarrillo para volver a conciliar el sueño.

Mientras contaba todo eso estuvo sentada en la cama de Felipe, que no paraba de mirarle las tetas que parecían querer escaparse de su camisón. Me di cuenta que Felipe estaba teniendo una erección y que mientras, le había empezado a tocar una teta. Bettina lo miró fijo y no dijo nada.

Continuó hablando y fue como que hubiéramos recibido una señal de aprobación. Rápidamente Felipe la acostó, le quitó el camisón y comenzó a chuparle las tetas. Con Sergio y Martín nos miramos y ya estábamos todos al palo. Sergio que parecía el más tranquilo, le hizo una seña a Martín y éste le quitó la tanguita, mientras Felipe no paraba de mamarse las tetas. Bettina, a todo esto se había entregado totalmente y jadeaba con los ojos cerrados y la cabeza tirada hacia atrás.

Lentamente, Martín le abrió las piernas y se dio a chuparle la concha que estaba perfectamente depilada. Era una almejita pequeña, brillante y de un rosado reluciente. Sergio, mientras, se ubicó sobre la cabecera de la cama y comenzó a acariciarle el cabello a Bettina, que abrió los ojos. En ese momento le colocó la cabeza de la pija sobre los labios. Ella, sin dudarlo, dejó entrar en su boca la cabeza de aquella enorme verga y comenzó a chupar con fruición.

Martín se colocó de rodillas entre las piernas de Bettina y la penetró sin contemplaciones sujetándole las piernas bien abiertas. Sergio se colocó a caballito sobre el busto de ella y la cogía por la boca, mientras Bettina nos pajeaba a Felipe y a mí simultáneamente. La mano de Bettina era diminuta y sus dedos eran delgados, lo que aumentaba nuestra excitación. «Te vamos a acabar en la cara» susurró Felipe y se estremeció del polvo que se echó.

Casi como en una coordinación perfecta, Martín le llenaba la concha de leche, Sergio se la metía en la boca hasta hacerle hacer una arcada y le vaciaba todo en la garganta y yo lancé varios chorros que quedaron en el cabello de Bettina y en los lados de su boca junto al Felipe.

-Quiero que me cojan más, mucho más, quiero más leche, quiero que me bañen en leche.- dijo mientras se contorsionaba y arremetía contra la pija de Martín.

Enseguida, y luego que Martin le quitara el pedazo de la concha, Bettina limpió con su lengua todas las pijas tragándose todos los restos de semen que quedaban.

En una cama quedamos sentados Martin, Felipe y yo, en ese orden y en la cama de enfrente quedó Sergio tumbado boca arriba. Sin perder tiempo, Bettina se agachó y comenzó a mamar a Sergio. Nosotros tres permanecimos contemplando el hermoso culo y la concha de Bettina de la cual bajaba la leche de Martín y los jugos de ella como un torrente blanquecino que se deslizaba por las piernas.

El culo de Bettina era casi perfecto. Las nalgas bien paradas y redondas lucían una piel exageradamente tersa y sin vello. Eran tan pulposas, que aún agachada como estaba, casi no se dejaba ver el orificio anal. Bettina chupaba la verga de Sergio con desesperación para que ésta recobrara vida y yo no pude resistir la tentación de observar el agujerito que se escondía dentro de las terribles nalgas. Abrí despacio y apareció un orificio coloradito bien cerrado.

Apoyé mi cara allí, en la raja, y busqué el pocito con la punta de la lengua y comencé a lamerlo. Me di cuenta que Bettina reculaba buscando que mi lengua se abriera paso. No obstante la cantidad de saliva que le puse, el esfínter no cedía. Es como que costaba hasta meter la lengua. Así y todo ella disfrutaba de la chupadita de orto que le estaba dando. Miré a mi lado y Martín estaba tumbado en la cama tratando de encender un porro, en cambio Felipe estaba de pie, observando el trabajito que hacía en el culito de Bettina y con la pija parada al mango.

La cabeza estaba morada, a punto de estallar y por el flanco que yo veía, una vena enorme se abría paso. No era un miembro muy largo, pero sí bastante grueso. Se me pasó por la mente que Felipe iba a acabar ahí encima de mí por lo que me aparté y le dije «es todo tuyo», señalando el culito. La tomó de las caderas y Bettina se arrodilló sobre el borde de la cama sin dejar de mamar a Sergio que ya había recuperado la erección y gozaba como un niño.

Luego apoyó la pija en la concha y la penetró. La petisa gimió de placer y Sergio aprovechó para lubricar bien la cabeza de la verga. Después de dos o tres embestidas la sacó, la apoyó sobre el ano de Bettina y empujó con decisión. Vi cómo se dilataba el esfínter para dar paso a semejante cabeza y como Bettina instintivamente empujó hacia atrás incrustándose hasta las bolas.

«Ayyyyy, hijo de puta» gritó. Rápidamente hizo un intento de zafar de aquel pijazo, pero yo la tomé con fuerza de las caderas y Felipe pudo empezar él pone y saca. Al principio bien despacio pero acelerando el ritmo con cada embestida.

-Dame la leche, puto, dámela toda- gemía y orgasmaba como una perra, mientras Sergio le llenaba la boca de leche en un polvazo impresionante y Felipe se vaciaba en su culo. Yo estaba al palo esperando mi turno y cuando Felipe se apartó me ubique detrás y se la puse en la concha. Bettina comenzó a gozar como no lo había hecho en toda la noche. Ante cada embestida de mi verga el culo dilatado de Bettina se abría y expulsaba la leche que recién le habían vaciado.

Sergio, que aún permanecía tumbado después de la feroz mamada, se incorporó levemente y comenzó a besar a Bettina en la boca. Estaba como un obseso. Parecía querer devorarle los labios, mientras yo le arremetía una y otra vez por la conchita.

Bettina tuvo al menos tres orgasmos seguidos y lloraba de placer cuando sintió toda mi leche caliente inundándole la vagina. De pronto se abrió la puerta de la habitación de golpe y alcanzamos a oír a Trabuco que decía: «venga señora, pase y vea que aquí no está.» Hubo un silencio que se pareció al mismísimo fin del mundo cuando vimos que junto a Trabuco estaba parada la profesora de música que acompañaba al grupo de Bettina.

-¡Oh Dios mío! …pero ¿qué es esto?- gritó tomándose la cabeza y empalideciendo como un papel. Nadie dijo nada, pero Trabuco, tuvo la precaución de cerrar la puerta y pasarle llave. El panorama, para aquellos ojos puritanos de la profesora era aterrador.

En una cama Martín, totalmente desnudo consumía el porro por la mitad, volaba en otro mundo e inundaba el ambiente con el olor característico de la yerba; Felipe, en la que venía a ser la cama del medio de las cinco, estaba sentado y grotescamente trataba de taparse los genitales y en la cama del fondo, junto a la ventana quedamos, yo, sentado, con la pija casi parada, Bettina recién cogida, con restos de semen en su rostro, cabellos y tetas, temblando todavía del placer de la cogida y Sergio tumbado boca abajo más muerto que vivo.

Trabuco tampoco podía creer lo que estaba viendo, pero instintivamente abrazó a Mara, la profesora.

-Voy a llamar a la policía» dijo la mujer con decisión, buscando la puerta. -No vas a llamar nada, ¡puta reprimida!- reaccionó Bettina casi sin voz, -cójanla a ella también, porque si no, nos manda en cana a todos- ordenó inmediatamente pasando la mirada sobre cada uno de nosotros.

Trabuco en un movimiento certero acostó a Mara en la que venía a ser la segunda cama, que estaba libre, y le tapó la boca con su mano para que no fuera a gritar.

-Si te portás bien, no te pasa nada, sólo tendrás que cumplir una prueba de hermandad para que te lleves este secreto a la tumba- le dijo Trabuco con dureza.

Todos nos reímos, porque Trabuco era más bueno que Lassie e incapaz de matar una mosca. Se ve que había estado mirando películas últimamente. Sergio reaccionó y se acercó a Mara que había quedado muda. Primero le quitó las botas y luego el jean.

La profesora estaba realmente asustada al punto de no ofrecer la menor resistencia. Tenía unas piernas bastante delgadas pero bien torneadas que terminaban en finos tobillos y pies pequeños. Aquella noche usaba una tanguita blanca que lucía una rosa bordada sobre el pubis. Tenía el vientre chato y estando así boca arriba, resaltaban los huesos de la cadera.

Trabuco le quitó la mano de la boca y Mara siguió muda. En su mirada había algo de incredulidad por lo que estaba pasando pero a la vez no era la mirada de una mujer que cree que lo que va a suceder será grave. Sergio permaneció a los pies de la cama y Felipe y yo nos sentamos a derecha e izquierda de Mara respectivamente. Todos estábamos desnudos menos Trabuco.

-¿Qué me van a hacer?- preguntó la profe. -Uno de nosotros te va a coger- replicó Sergio tocándose la pija. -¡No, por favor! Pídanme otra cosa pero cogerme no, ¡soy virgen! Tengo novio, ¡por favor!- rogó mientras sus ojos se humedecieron y comenzó a llorar. -Entonces nos mamás todos- resolvió Trabuco quitándose el pantalón y el bóxer.

De pronto, vimos que Martín se incorporaba con el mambo propio del porro que se había fumado solo. Estaba desnudo y su pija reducida a la mínima expresión. Cómo pudo se arrodilló a los pies de la cama y comenzó a tocar los pies de Mara, que todavía estaban cubiertos por las medias blancas de lana. Nos miramos extrañados por lo que estaba por intentar Martin.

-Esto a veces funciona- dijo como el que está seguro de lo que hace. Quitó ambas medias y exclamó: «¡Guau! Qué hermosos piececitos». En verdad eran muy bellos. Los dedos eran pequeños y parejos; las uñas estaban perfectamente arregladas y pintadas de color rojo carmesí. La piel era muy blanca y se veía muy suave.

Martín pasó las manos por los empeines y luego tocó las plantas y rodeó los talones. «Son como los pies de un bebé» concluyó mirando a cada uno de nosotros. Mara lo observaba como quien mira a un demente, cuando Martín se acercó y comenzó a besarle los pies, lentamente. Recorrió con sus labios cada palmo de ellos hasta que empezó a lamerlos.

En ese instante la cara de Mara se transfiguró. Cerró sus ojos y comenzó a jadear. Nadie entendía nada, ni siquiera Bettina, que ya recuperada, acariciaba y pajeaba la enorme pija de Trabuco. De lamerlos pasó a recorrer los espacios entre los dedos con la lengua y enseguida a succionarle cada uno de los diez dedos, alternativamente. Mara no paraba de jadear y ella misma se levantó el buzo azul que decía «Egresadas 2000», para tocarse las tetas, que eran tan pequeñas, que no requerían sostén.

Martín le estaba proporcionando un placer que ella jamás había imaginado que llegaría a sentir en esa parte del cuerpo. Chupaba y chupaba. Mara se estremecía de placer y por los movimientos convulsivos del vientre nos dimos cuenta que había experimentado un largo orgasmo.

Bettina, rápidamente se colocó a horcajadas sobre el rostro de la profe y esta de manera automática se apoderó de su clítoris, tomándola de la cadera para acercarse la conchita de Bettina a su boca. Mientras, la petisa, se lanzó a mamarlo a Trabuco de un modo desesperado. Quería chupársela toda, pero la verga de Trabuco era tan grande que no pasaba más que la cabeza. Así y todo Bettina la sujetaba con firmeza con su pequeña mano y a la vez que succionaba lo pajeaba con vehemencia. Mara no paraba de acabar. Era un polvo tras otro junto a Bettina.

-Sigan ustedes» dijo Martín que no conseguía revivir su miembro. Sin pérdida de tiempo, Felipe le quitó a Mara la tanguita, que a esta altura de los acontecimientos estaba empapada de una sustancia viscosa y amarillenta y procedió a elevarle las piernas. Lo que quedó al descubierto es la concha más hermosa que vi en mi vida. El vello estaba cuidadosamente depilado, formando un diminuto triángulo en el pubis.

Los labios brillaban por la miel que los cubría y estaban entreabiertos. Sergio, Felipe y yo, de manera alternada, le dimos una feroz chupada de concha. A todo esto, Trabuco le acabó en la boca a Bettina, que le dejó el lugar para que Mara continuara chupando aquella pijaza que después de haber vaciado, aún seguía igual de dura. En menos de un minuto Trabuco volvió a acabar, esta vez en la boca de Mara que rehusó tragarse el polvo y desbordó por sus labios. Mara no podía gozar más de lo que estaba gozando. Mantenía los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Aceptaba todo lo que se le proponía.

-¿Quién se la quiere coger?- pregunto Trabuco. Nos miramos y el único que tenía la verga bien parada era Felipe, que se acostó boca arriba para que Mara se pusiera a caballo. En la cama de al lado Bettina mamaba a Martín, procurando que tuviera una erección.

Entre Trabuco y yo ayudamos a Mara a subir. Trabuco la besaba y le mordía los labios mientras con Sergio le abríamos bien las piernas para la penetración. Pensar en el momento que se avecinaba hizo que la pija se me pusiera como un garrote. Felipe acomodó la punta del miembro en la conchita y deslizó a Mara hacia abajo, que pareció despertarse. Abrió los ojos, tiró la cabeza hacia atrás y se mordió la boca en un gesto de dolor.

La estaca de Felipe había hecho su trabajo. Ya no era virgen: un pequeño hilito de sangre corría por los testículos de Felipe que la atrajo hacia sí y comenzó a bombearla. Mara parecía una amazona cabalgando sobre el lomo de un corcel; empezó a gozar con el dolor de aquella cogida, mientras Felipe le mordía los pezones a pedido suyo y la sujetaba contra su boca. Trabuco, que ya estaba listo para el tercer polvo, se acomodó detrás de Mara con un pie sobre la cama y el otro en el piso. Felipe intuyendo lo que se venía, paró el ritmo y Trabuco luego de salivar en el culito de Mara apoyó la cabeza de su enorme verga en el ano y presionó con tal justeza que la cabeza se perdió dentro del culo instantáneamente.

-¡Nooooo. Por favor! ¡Noooooo!» gimió la profe, al tiempo que Felipe retomaba el ritmo y Trabuco se la ponía hasta los huevos. Una vez que se acostumbró a los dos pedazos comenzó a gozar nuevamente y tuvo dos orgasmos.

Trabuco acabó enseguida y me cedió el lugar. El ano de Mara estaba tan dilatado que aceptó mi pija como si fuera un caramelo. Dos orgasmos más y el polvazo de Felipe, la dejaron casi desvanecida. Yo continué bombeando en aquel culito delicioso hasta que acabé toda la leche dentro de ella.

En la cama de Martin, éste había conseguido echarse un polvo en la boca de Bettina, mientras Sergio la cogía por el culo. Nadie podía con su cuerpo. Todos, exclusivamente, quedamos exhaustos después de aquella maratón de sexo. Ya estaba amaneciendo y en pocas horas más volvíamos a Buenos Aires.

Tres horas después, mientras esperábamos en el lobby del hotel a que viniera el ómnibus a buscarnos, vimos a Mara y a Bettina hablando y riendo en una mesa del bar. Nos miraron como si nunca nos hubieran visto. Parecían contentas y reían.