Capítulo 5

Ya había pasado casi una semana desde la azotaina que le tuve que dar a Josefa en casa de la Señora Marquesa para intentar salvarla del problema en el que se había metido; al día siguiente, jueves, tendríamos que ir otra vez a la casa de la Marquesa a cumplir la segunda parte del castigo, no sabíamos cuantas semanas serían, pero no parece que se conformara con pocas.

-¿Estás preocupada por lo de mañana cariño?.- Le dije durante el recreo desde nuestro despacho mientras vigilábamos a los niños que no se desmandaran mucho en el patio.

-No, por lo de mañana no mucho, lo que me tiene histérica es lo de mi marido, no ´se que vamos a hacer con él, es insoportable no poder estar contigo, por las tardes y por las noches me pongo que me subo por las paredes, y me ha matado que los sábados ya no haya clase, dos días sin verte se me hacen eternos, tenemos que hacer algo Pedro, me voy a volver loca.

Para intentar tranquilizarla un poco, cerré la ventana desde donde vigilábamos a los niños, y la besé, la besé acariciando y sobando cada centímetro de su cuerpo,amasé sus apetecibles pechos, y como nos daba miedo follar por miedo a que se quedara embarazada, la subí a la mesa, metí la cabeza bajo su falda y en menos de dos minutos estaba saboreando su monumental corrida, que hizo que casi se cayera de la mesa de puro placer.

Tras aquel desahogo que nos dimos en el recreo, no estábamos precisamente más relajados, sino todo lo contrario, yo utilicé la palmeta a menudo, era una regla de madera gruesa que solo servía para azotar,le tuve que dar unos buenos palmetazos a Narciso, un haragán que no sólo no hacía nada, sino que además molestaba a sus compañeros, por lo que le dí una soberana paliza apoyado en mi mesa y sobre el calzoncillo,fueron no menos de 20 azotazos, que le hicieron ver las estrellas, me gustó ver las caras de susto del resto de los alumnos, y os puedo asegurar que tanto ese día como el siguiente estuvo más suave que un guante.

En el oto aula, el ambiente no estaba menos tenso, doña Josefa que entró ya bastante alterada, necesitó menos de un minuto para estallar, cuando ella entraba en clase el silencio era absoluto, las niñas temían la zapatilla de su maestra como al mismísimo diablo, pero al poco de estar dictando una lección, sorprendió a cuatro alumnas cuchicheando entre ellas, dos y dos.

-¿Se puede saber que pasa aquí esta mañana?.- dijo visiblemente enfadada, llamó a las cuatro por su nombre y las sacó a la pizarra, pero esta vez no las iba a azotar allí mismo, al menos de momento

Mandó a cada una de las niñas a un rincón del aula, y les dijo.

-Cada una a un rincón, de rodillas, con los brazos en cruz y la nariz pegada a la pared…, ¿está claro?.

Las chicas asintieron y se fue cada una a un rincón colocándose como les habían dicho.

-El culo en alto y los brazos bien rectos, y pobre de la que los baje.

El silencio se podía cortar en el aula, y doña Josefa tomó su libro y siguió andando por la clase dictando la lección, era algo que le encantaba hacer, cuando pasaba cerca de cada una de las chicas, podía sentir su respeto, alguna incluso llegaba a temblar de puro nerviosismo, ella andaba lenta, y leía alto y claro, nadie levantaba la cabeza, todas se congratulaban de no estar en la posición de sus compañeras del rincón que lo estaban pasando fatal, las pobres no sabían si les dolían más las rodillas o los brazos de mantenerlos en cruz, alguna de ellas, la más pequeña empezó a sollozar porque no podía aguantar más.

-Julia, ven aquí!

-Lo siento señorita Josefa, pero no puedo…

-¿Estás sorda?

-Ya voy.

La pobre chica, aunque sabía que le esperaba una azotaina, casi lo agradeció, esa posición era una tortura china, y no aguantaba ni un minuto más.

Efectivamente, cuando estaba subiendo la tarima donde estaba esperándola su maestra pudo ver como ésta levantaba su pierna derecha y se sacaba su zapatilla mientras que se apoyaba con su mano izquierda en la mesa para no perder el equilibrio.

Hasta ese día, Julia siempre había sido azotada sobre el regazo de su maestra cuando le pegaba con la zapatilla, pero en esta ocasión no fue así, le dijo que se apoyara en la mesa, y pese a tener una postura algo incómoda para la profesora, por ser la chica bastante baja, la pobre recibió una muy buena zurra a base de zapatillazos PLASSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSSS

-A tu sitio.

Julia se fue a su sitio llena de vergüenza y dolor, pero contenta por haber terminado su suplicio, y con cierto orgullo por haber sido azotada como las mayores, eso el daba cierto estatus entre las de su edad.

-¡Almudena!… te quiero aquí ya!!

Cuando Almudena llegó a la tarima vio a su maestra con la zapatilla en la mano, y no tuvo nadie que decirle que posición adoptar, la conocía de sobra, así que se colocó apoyada en la mesa y no había terminado de ponerse, cuando PLASSSSSSSSSSSSSSSSS, ahora si que azotaba a gusto doña Josefa, al ser más alta la alumna no tenía que agacharse tanto en cada azote, así que los primeros los dio con gana y bien a gusto PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSS, la pobre chica estaba pagando los platos rotos, no sabía a que se debía semejante paliza, se agarraba a la mesa como una posesa y hacía auténticos esfuerzos para no llorar, pero no pudo evitarlo, y en el vigésimo zapatillazo rompió a llorar como una Magdalena, algo que le valió dos o tres zapatillazos extra, ya que a su maestra no le gustó en exceso esa llantina, a su juicio exagerada.

Yo estaba disfrutando viendo como Josefa seguía enfrascada a su pupila, cuando de repente vi llegar a la pareja de la guardia civil, dos veces en menos de una semana¿sería otra vez cosa de la señora Marquesa?, en cualquier caso no sería nada bueno, así que dejé al delegado al mando de mi aula y salí a hablar con ellos.

Con cara seria me dijeron que se trataba de tragedia, el marido de la señorita Josefa había muerto en un accidente de tráfico.

He de reconocer mi mezquindad, porque en vez de sentir lo del pobre hombre, y tras el impacto de la noticia, lo primero que pensé fue que ya tenía vía libre para poseer a mi amada, para hacerla definitivamente mía, y desposarla.

Me ofrecí a darle yo mismo la noticia a Josefa, y aunque ellos me esperaron fuera, dejaron que fuera yo el que me hiciera cargo de la notificación.

Cuando entré al aula, lo primero que vi fue a Josefa con la zapatilla en la mano por todo lo alto bajando a gran velocidad hacia el culo de otra de las chicas que estaba ocupando la posición de castigo, la pobre alumna gritó con el duro zapatillazo que le cayó ( no era el primero) a la vez que echaba la cabeza atrás en señal inequívoca de dolor.

Casi toda la clase me vio entrar, pero mi amor, cuando se trataba de castigar se enfrascaba en esa labor y lo daba todo, así que sin darse cuenta de mi presencia continuó con la paliza, le dio al menos tres zapatillazos más mientras yo me acercaba a la escena, se percató de mí cuando ya estaba casi encima, y se sobresaltó un poco.

-¿Qué pasa?.- me dijo bastante alterada, mitad por la paliza mitad por lo inesperado de mi presencia.

-Ven Josefa, vamos fuera, que tenemos que hablar.

-Y tan importante es,¿que me interrumpes un castigo?

Por un lado me gustó que le diera tanta importancia al castigo, pero por otro no me gustó mucho su tono hacia mí, pero ya habría ocasión de reconvenirla.

La miré serio y entendió que algo iba mal, así que dejó caer su zapatilla al suelo y se la calzó, la agarré del brazo y salimos del aula, me gustó el ruido que hacía al andar con una de sus zapatillas en chancla.

Cuando nos encerramos en nuestro despacho, la tomé de los hombros y le dije.

-Josefa, tu marido ha muerto.

Abrió unos ojos como platos, y un grito salió de su boca antes de desmayarse entre mis brazos, la reanimé como pude, y ya pasado el shock inicial, la abracé, entonces medio tartamudeando me dijo que me quería mucho y parecía que solo tenía una preocupación.

-¿Tú me quieres a mí?

-Claro que sí cariño, ¿acaso lo dudas?

-No me dejes sola ahora, te lo ruego, no me dejes

-No te dejaré nunca sola, no te preocupes, serás mi mujer,y seremos muy felices, te lo prometo, pero ahora tienes que acompañar a la guardia civil, tienes que reconocer el cadáver, yo no me puedo ir, tengo que quedarme aquí con los niños, esta tarde estaré contigo, no te preocupes.

Se me abrazó más fuerte que nunca, me hizo prometer que nunca la dejaría sola, se cambió de calzado, se puso su abrigo y por fin salimos a la puerta donde nos esperaba la benemérita para después alejarse en busca del accidente.

Cuando entré en el aula de las niñas para decir que la señorita Josefa ya no daría más clase hoy, me chocó ver a una alumna arrodillada en un rincón, le tenían tanto respeto y porque no decirlo, miedo a su señorita Josefa, que la pobre chica no se atrevía a levantarse hasta que no se lo permitieran, y tuve que ser yo el que le ordenara que se levantara, y ahí ocurrió algo que me gustaría contarles.

Una de las alumnas mayores, y con un aspecto bastante repelente, me dijo.

-Don Pedro, la señorita Josefa iba a azotar a Lucía, pero no le ha dado tiempo, la tendría que azotar usted.

-¿Tú cómo te llamas?

-Yo me llamo María Dolores, para servirle.

-Pues ahora vas a venir, que te voy a azotar a ti, así aprenderás que chivarse es una cosa muy fea.

-Pero don… don …don Pedro, la señorita Josefa siempre nos dice.

-He dicho que vengas inmediatamente!!!

La chica acudió a mí atropelladamente, y la cara de repelente que tenía se volvió de miedo y de vergüenza. Rebusqué debajo de la mesa y pude ver la palmeta, aunque Josefa era muy muy de zapatilla, y no había día que no tuviera que quitársela, también usaba la palmeta, así que la cogí entre mis manos y le dije a la chica.

-Apóyate sobre la mesa, hoy aprenderás una lección.

Era una de las mayores de clase, además estaba bastante desarrollada para su edad, así que no escatimé fuerza en mis azotes y le di una muy buena paliza, para el regocijo de muchas de sus compañeras que por lo que pude comprobar le tenían bastantes ganas.

Por la tarde fui a casa de Josefa, y allí estaba todo el pueblo, aún no había llegado el cuerpo, pero sí que acababa de llegar ella, que cuando me vio de una forma bastante imprudente se lanzó a mis brazos a buscar consuelo, algunos testigos lo tomaron con dos compañeros que se tienen afecto, pero hubo otros que veían algo más, y efectivamente, piensa mal y acertarás, había más, mucho más.

Las miradas entre ella y yo durante el velatorio, el funeral, y en entierro no pasaron desapercibidas por muchos habitantes del pueblo, entre ellos la familia de Josefa, incluso vi como su madre la reprendía, y le exigió que se comportara, y aunque yo intentara alejarme del foco, las habladurías no dejaron de crecer.

Ya al lunes siguiente en la escuela y antes de que empezaran las clases nos vimos en el refugio en el que se había convertido nuestro despacho, y allí me abrazó y me besó como si le fuera la vida en ello, por un lado me gustó su dependencia de mí, pero por otro la lado le recriminé su actitud.

-Tienes que tener mucho cuidado, la gente no está ciega, vi como hasta tu propia madre te echó la bronca.

-Pero ahora ya no importa, ya tenemos vía libre, estoy tan contenta que…

-Josefa tienes que tranquilizarte, esto es un pueblo, y la gente habla, tenemos que tener cuidado, y serás mi mujer, pero todo a su tiempo.

Cuando oyó de mi boca que iba a ser mi mujer me comió de nuevo a besos, y se me subió a horcajadas con una agilidad increíble.

-Quiero ser tu mujer ya, no puedo esperar, no quiero esperar.

-Por lo menos tres o cuatro meses, menos no podrá ser.

Entonces como una niña pequeña se enfadó y me dijo.

-No, no, no , no y no, yo no puedo aguantar tanto.

-Plasssss plasssssss plasssssssss, ¿te quieres tranquilizar? le dije dándole tres azotes sobre su vestido negro que se había puesto por orden de su madre para guardar luto, pero que le hacia un culazo muy muy apetecible.

-Auuuu, pica… ¿pero qué haces?

-Si te comportas como una cría, te trataré como a una cría, ¿estamos?

Se sobó el culo, y me miró con una cara indescifrable, y me sonrió, y me dijo.

-Te quiero.

El resto del día pude ver a Josefa muy alegre, la ví sonriendo mucho más a menudo de lo habitual, e incluso no se quitó la zapatilla en toda la mañana, algo muy poco habitual en ella, las sonrisas habían invadido el aula, lo que no sabía era por cuánto tiempo.

Las semanas pasaron, y yo fui dejándome ver cada vez más con Josefa, lo hacía cuando iba acompañada de su madre, para que no hubiera habladurías, ellas me sugirieron que ir a misa juntos estaría bien visto en el pueblo, digamos que era como un paso previo para hacernos novios, y así lo hicimos, y no sólo acompañaba a madre e hija a la iglesia, sino que nos tomábamos el aperitivo en el bar de la plaza del pueblo.

De aquella manera no tuvimos que decirle a nadie que éramos novios,fue la propia gente del pueblo la que empezó a decir que hacíamos buena pareja, incluida la que sería mi suegra, así que aquella manera, fijamos la fecha de boda.

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