Capítulo 4

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LA FIESTA IV – UN DIA DE PLAYA

Y yo pensando que si no me daba prisa, esos dos, con lo salido que estaba Carlos, se lo iban a montar en la cocina. Así que la uña del meñique de la mano derecha me quedó un poco rara pero pude, al menos, meter presión con las dos manos en la cabecita de mi nuevo amante para que me chupara, chupara y rechupara hasta provocarme un extraño, curioso pero que muy sabroso orgasmito.

  • Juan… Ve rápido a la cocina, mientras me visto… A ver si los pillas « in fraganti » !
  • Yo… ¿Cómo quieres que vaya así ? – tenía razón el pobre, con el pollón que le reventaba los pantalones…
  • Vale, ya voy yo – poniéndome lo primero que pillé (un bermuda y una camiseta de tirantes que tapaba muy poquito… pero como había muy poquito que tapar…) – Pero, tú no te laves la cara…
  • ¿Por qué ? – santa inocencia, pensé, dejándolo tranquilo para que se le bajara la indecencia esa que lucía el chico.

Entré en la cocina, rápida como el rayo. A tiempo. Trini lo abrazaba por detrás y como no le veía las manos pensé enseguida que le estaba metiendo mano descaradamente :

  • ¡Hola, Trini ! Veo que ya estás lista… – estuve a un pelo de decirle « te pillé con las manos en la masa » pero no quise ser demasiado agresiva, de entrada.

Se giraron los dos y Trini vino a mí para besarme :

  • ¡Hola, Sandra ! – y mirándome de arriba abajo añadió – ¡Uauu, estás radiante !

Mi marido me decía siempre que se me notaba cantidad cuando acababa de hacer el amor porque me cambiaba la cara : se me sonrojaban las mejillas, los labios se me hacían más voluptuosos y mis ojos azules brillaban como aguamarinas.

Su exclamación me cortó las ganas de ser mala con ella :

  • Y tú, Trini… Tú estás super guapa, también – nos besamos con bastante frialdad. – ¿No te parece, cariño ?

Carlos me sonrió tapándose su abultado paquete. La verdad es que esta chica estaba como un tren y, comprensiva que es una, comprendía perfectamente el mal disimulado deseo de mi esposo de pasársela por la piedra. Trini era un poco más bajita que yo pero el resto –señor ¡qué celos !- el resto era despampanante y eso que todavía no la había visto en pelotas. Pero se intuía, y tanto que se intuía.

  • Yo ya hace muchos años que llevo diciéndoselo – añadió Carlos para picarme- No creo que el novio que tienes te haga justicia…
  • ¿Y tú qué sabes ? ¿Acaso lo has visto ? – le dijo mirándole de una manera, cómo podría decir, ¿provocadora ?
  • Sí, señora… Lo vi una vez que te esperaba a la salida del curro… Y qué quieres que te diga… Tú te mereces algo mejor… –ahora me miraba a mí con mirada cómplice.

En esas que Juan apareció por la cocina. Estaba segura que se había pasado agua bien fría por los cojones para que se le bajara la erección pero no lo suficiente como para que unos ojos bien avispados como los míos no se dieran cuenta de que seguía teniéndola bien morcillona.

  • ¡Hola, Trini ! ¿Qué tal estás ? – se dieron dos castos besitos.
  • Bien ¿y tú ? ¿te quedaste a dormir aquí, supongo ? – me entraron unas enormes ganas de reir al ver la cara que puso Trini al besar la mejilla de Juan. Me dieron ganas de decirle : « acabas de dar un besito a mi jugosa conchita »
  • Sí… ¿cómo lo has adivinado ? – no era tan tonto cómo parecía mi Juanito.
  • No… Por nada… por nada. ¿Estáis listos ? Que tengo el coche sobre la acera…

Los dejamos unos segundos en la cocina y Carlos y yo nos metimos en la habitación para terminar de preparar la bolsa :

  • Carlos… Me parece que esta jornada playera va a terminar muy mal…
  • O muy bien, según se mire – dijo metiendo su cámara fotográfica en la bolsa.
  • Tú lo único que quieres es metérsela entre las tetas, ¿no es verdad ?
  • Te equivocas… Bueno, en parte… Tenemos los dos un objetivo común, por ahora…
  • ¡Mmm ! ¡Qué maquiavélico que eres ! ¡Ven ! ¡Bésame !

Nos dimos un sabrosísimo morreo que selló nuestro pacto secreto : conseguir que Juan y Trini terminaran juntos en nuestra cama esa misma noche. ¿Lo conseguiríamos ? Vete a saber…

Cogimos los bártulos y bajamos las escaleras con el ánimo bien encendido, dispuestos a hacer de este día playero un recuerdo imborrable y perdurable :

  • Ponte delante con ella – le dije a mi maridito, dejando que Juan y Trini pasaran delante- Quiero que nos la calientes… ¡Que la pongas a cien !
  • Pero si ya está que arde… ¿Sabes qué me ha dicho nada más llegar ?
  • ¿Qué ?
  •  … que porqué no os ibais vosotros dos a la playa y nos quedábamos ella y yo en casa…
  • ¡Será puta ! A ésta habrá que aplicarle un tratamiento especial…

Nos metimos en el coche según lo acordado, Trini y Carlos delante. En su cara se dibujó una sonrisa de triunfo :

  • Bueno, ¿qué ? ¿adónde vamos ? – dijo arrancando.
  • Si te parece bien, podemos ir a la playa que vamos siempre y que es bastante tranquilita – le respondió Carlos poniéndole la mano sobre la pierna.
  • Buena idea… ¿Y dónde ?
  • Es una especie de cala que no se ve desde la carretera, ni desde la vía del tren, entre Canet de Mar y Calella…
  • Ah… Yo no voy nunca por esa parte.
  • No… ¿por dónde vas tú ? – le pregunté sin ninguna curiosidad.
  • Voy siempre a Sitges – ya te vale, pensé, una pija calienta braguetas, eso es lo que eres.
  • Ya verás, te va a encantar – melosamente le dijo Carlos siguiendo con su mano el toqueteo- Es muy tranquila, no hay niños!

Carlos se le acercó al oído. Yo estaba justo detrás de ella ; me pegué al asiento para poder escuchar lo que le decía :

  • Podrías haberte puesto una faldita en lugar de este pantalón – llevaba una especie de pantalón de chándal, de marca, evidentemente- Así te hubiera podido acariciar mejor…

Hay que reconocer que mi Carlitos no perdía el tiempo : su mano ya se estaba metiendo por debajo de la goma del pantalón.

  • ¡Chiiittt ! ¡Esa mano, que estoy conduciendo !
  • ¡Uy, pero si ya llevas el bañador puesto ! – dijo Carlos cuando sus dedos entraron en contacto con la tela del bikini.
  • Así es más rápido – contestó la pija – y te evitas el coñazo de cambiarte en la playa.

Esta se va a llevar una sorpresa de cojones, pensé, cuando lleguemos…

  • Dime una cosa, Trini – oí que Carlos le preguntaba sin dejar las labores de exploración de su mano izquierda – ¿ ya te has cepillado a tu jefe ?

Mi marido era jefe contable de una empresa de importación de maquinaria industrial y Trini era la secretaria de dirección. Su jefe, el señor Ramón era un cincuentón, de buen ver pero muy, muy serio… Me extrañaría mucho que con Trini hubiera habido algo. Pero, ya se sabe… la vida te da sorpresas…

  • ¡Uuuuiii ! ¡Esaaa maaanoohh ! – juraría que al menos uno de los deditos de Carlos ya estaba tocando pelillos húmedos – ¡Paraaa ! ¡Que yo ya no controlo !
  • Pararé si me contestas la pregunta – conociendo las habilidades digitales de mi Carlitos estaba segura que la muy zorra iba a tardar en contestar.
  • ¡Ooohh ! – Trini emitía unos gemiditos, bajito, bajito, pero muy elocuentes – Nooo… Ni siquiera me miraaiiiii…

Carlos paró en seco. Por prudencia, supongo, pues la conducción del auto empezaba a volverse más que imprudente, peligrosa… Le volvió a susurrar algo que mi fino oído descifró como:

  • Luego sigo… que lo que he catado hasta ahora me parece que está como muy calentito. – y me lanzó una lasciva mirada con guiño incluido.

Juan, mientras tanto, parecía estar ausente, absorto en sus pensamientos, mirando el paisaje por la ventana. Su paquete, sin embargo, delataba el contenido de esos pensamientos que, de seguro, no tenían nada que ver con la fealdad de los barrios limítrofes de Barcelona.

  • ¿En qué estás pensando ? – le dije poniendo suavemente mi mano allí donde yacía el monstruoso obelisco.
  • ¡Eh ! ¡Ah ! Pensaba en el hombre del colmado… En las fotos… ¿me las dejarás ver ?
  • ¡Pillín, pillín ! – mi manita apretándole el paquete – Si ya las has visto, me dijiste…
  • Solamente unas cuantas… Carlos me dijo que tenía una docena de álbums – se la estaba poniendo a punto de caramelo con mis caricias…
  • De todas maneras… ¿para qué quieres las fotos… si ya me tienes a mí… ? – de reojo vi como Trini ajustaba el retrovisor para poder observarnos.

Juan dejó de observar el paisaje. Cerró los ojos. En su cara se dibujaba el rictus del placer. Ese hombre, me daba cuenta, me estaba revolucionando los sentidos : su cuerpo, su voz, su carácter bonachón y sumiso, su exquisita educación y esa salvaje virilidad que mi mano amasaba sin descanso…

Me moría de ganas por sacarme el bermuda y sin más miramientos empalarme sobre esa verga del demonio y cabalgarla a galope tendido. ¡Dios, qué calor me estaba entrando !

Aunque no veía los ojos de Trini, escondidos bajo sus Dior de sol, por la inclinación de su rostro estaba claro que no se perdía una…

  • Trini, querida – le dije produciéndole un ligero sobresalto – ¿puedes poner más fuerte el aire frío ? ¡Nos achicharramos, aquí atrás !

Me decidí a refrenar mis instintos – que conociéndolos seguro que me echaban al traste los planes urdidos con Carlos- y dejé tranquila la polla de mi Juan… Por el momento.

  • Si no tengo aire acondicionado… – vaya, la pija ahora se hacía la pobre -. ¿Abro la ventana un poco más ? – detrás no había, claro.
  • Sí, por favor que nos falta el aire…

Al abrir las ventanas de delante, un vendaval de aire refrescante nos llegó salvador y sentí de inmediato – sensible que es una- como se introducía bajo mi camiseta y como mis pelillos se erizaban en un escalofrío placentero. Yo tengo muy poca teta, pensé, pero ¡joder, qué sensibles son !

  • ¿No sigues ? – preguntó Juan mostrándome su paquete con un gesto de la cabeza. ¡Caramba con mi Juanito, qué metamorfosis !

Chasqueé mis labios en signo de negación :

  • Ni siquiera has contestado a mi pregunta…
  • ¿Qué pregunta ?
  • No te hagas el tonto… la de para qué quieres las fotos si…
  • Pero a ti no puedo tenerte siempre…
  • Ah, comprendo… Tu quieres como el cerdo del colmado : quieres que te hagamos unas copias para ti !
  • Hombre, no estaría mal – exclamó sonriendo con esa boquita, con esa barba naciente, con esa mirada… ¡Un pecado mortal !
  • Dime primero : ¿Cuáles son las que viste tú ?

Iniciamos una larga conversación en torno a los diferentes álbumes, auténticos reportajes eróticos, que mi Carlos había ido componiendo los dos últimos años. Resultó que mi marido le había enseñado el mismo que al señor Marcos, o sea el de la playa. Pero no me lo dijo él, de entrada, sino que fui yo quien lo iba calentando diciéndole cosas del tipo :

  • ¿No te habría enseñado el de la meada ?

(un hermoso día de otoño que fuimos a buscar setas al Montseny y Carlos se empeñó en fotografiarme el chumino cada vez que me entraban ganas de mear… Y como en mí siempre ha habido un algo de exhibicionista, pues ¡ala !)

O

  • ¿No me digas que te enseñó las fotos que me hizo bebiéndome su lechecita directamente del preservativo que acababa de utilizar ?

(al principio no quería perderme ni gota de su esperma, me encantaba y me daba un nosequé de vitalidad… Pero no me gustaba que me la metiera en la boca después de darme por el culo ; por eso cuando me sodomizaba se ponía un condón y después me deleitaba derramando su contenido en mi garganta sedienta… Eso lo ponía a mil, claro.)

Entre unas cosas y otras fuimos llegando a nuestro destino. Juan no llegó a desempalmar. Yo tenía el conejito como una olla a presión. Y Carlos y Trini, por los toqueteos que de tanto en tanto se daban mutuamente, pues podéis contar, debían estar ardiendo. ¡Así es cómo hay que ir a la playa : al rojo vivo !

***

Indicamos a Trini dónde podía aparcar el coche. A la izquierda, en el otro lado de la carretera, había un aparcamiento con plazas a la sombra cubiertas por unos toldillos de paja. Aparcamos y enseguida vino a vernos Hans, un joven estudiante alemán que llevaba un par de años en Barcelona y que se ganaba unos duros ocupándose del parking y al que también podías comprar latas de bebida fresca :

  • ¡Hola, Hans ! – le saludó Carlos estrechándole la mano.

El muchachote era un auténtico germano : alto, rubio, de ojos grandes y azules, y con un cuerpazo de atleta que no veas, además iba en bañador, marcando pectorales, abdominales… Mi Carlitos a su lado parecía un enclenque… Pero que queréis que os diga ; a mí, este tipo de hombres no me hacen ni fu ni fa… Pero a Trini me pareció que le producía un efecto super fu y fa, no sé si me entendéis…

  • ¡Hola, Karrloss ! Contento yo ver vosotros aquí… – ostras, pensé, éste no puede disimular de donde viene. – Hola, Sandrra ! – y me estampilló un sonoro beso en los labios que sabía a chicle de menta- Tú semprre mucho bonita – se lo agradecí con una de mis mejores sonrisas.
  • Mira Hans, te presento a Juan, un buen amigo de la infancia – Juan hizo una mueca de dolor ante el efusivo apretón de manos del teutón.- Y a Trini, una compañera de trabajo – ante la sorpresa de ella, le dio también un beso mentolado en plena boca.
  • ¡Encantada ! – respondió con una vocecita que lo decía todo. Y Hans haciéndole una rápida radiografía de la cabeza a los pies :
  • ¡Un grran plasserr por mi !

Bueno, con este quinto elemento no contaba. Pero ya veríamos… Según fueran las cosas en la playa, igual volvíamos los cinco a casa.

En alguna ocasión lo habíamos acompañado de vuelta pues él vivía en un piso compartido con media docena de estudiantes Erasmus, pero hacía un año que no teníamos coche (una fuente de problemas y de gastos inagotable en una ciudad como Barcelona). Pero hoy quizás tendríamos ocasión… No sé porqué pero mi calenturienta mente se puso a imaginarnos a los tres en el asiento de atrás, yo en el centro y pegaditos, pegaditos…

Nos despedimos de él hasta el atardecer y nos dispusimos a atravesar el doble peligro mortal : la carretera N-II y la vía del tren. Una vez a salvo, Trini, todavía bajo el embrujo del alemán, dijo :

  • ¡Caray ! ¡Qué chico más efusivo !
  • ¡Y qué bueno que está ! – le dijo Carlos para picarla.
  • Sí… No está mal… Nada mal…

Recorrimos juntos los cincuenta metros del caminito que permitía llegar hasta la cala. Hacía un día espléndido, un solazo que quemaba y el aire se iba llenando de ese sensual perfume de tierra seca, de romero y de yodo marino. Y el mar apareció ante nuestros ojos… Un pequeño rincón de paraíso a menos de 50 kilómetros de la ciudad.

Pero Trini no lo veía con los mismos ojos. No tardó nada en darse cuenta de la trampa en la que había caído :

  • ¡Sois unos hijos de puta ! ¡Es una playa nudista !

Nos miramos los unos a los otros y nos echamos a reír.

Continuará

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