Capítulo 1

Vivíamos en un piso muy grande, con un montón de habitaciones. Dos de ellas hacían el oficio de comedor y sala de estar. La mayoría de los invitados estaba en el comedor, Juan incluído, y hacían idas y venidas a la sala de al lado donde sonaba la música a toda pastilla (privilegio de ser casi los únicos inquilinos del edificio). También había un enorme sofá de simil piel que era para nosotros una segunda cama pues muchas noches nos dormíamos en él mirando la televisión colocada justo enfrente en un armario abierto que nos servía también de discoteca. ¡ La de polvos que echamos en ese sofá !

Cuando Carlos puso las lentas hubo un rumor colectivo de desaprobación, pero fue breve. Los amigos sabían que siempre había un momento en que a mi marido le encantaba cambiar el tono de la velada, apagar las luces – o casi – y, en general, quien más quien menos, lo aprovechaba para pegarse un lote de campeonato y después del baile, con el calentón consecuente, buscar refugio en alguna de las habitaciones –menos la nuestra, que cerrábamos con llave- para desahogar como fuera las líbidos desinhibidas. Así que cuando pedí a Juan si quería bailar conmigo y cogiéndolo de la mano me lo llevé a la sala de estar, no me extrañó en absoluto ver que ya había dos parejas bailando y metiéndose mano de manera más que evidente. ¡ Sólo me faltaba ver eso ! Tenía la cabeza que me daba vueltas y el chochito empapado de juguitos… ¡ Y aún no había empezado a bailar !

Nos enlazamos de manera púdica – tampoco quería espantarlo, que conociendo las costumbres de Carlos, sabía que, al menos, teníamos por delante una buena media hora de buena música para agarrarse-, Juan me cogía por la cintura y yo apoyaba mis manos sobre sus hombros. Y así empezamos a bailar, a girar muy lentamente y a hablar :

  • ¿Qué tal te lo estás pasando, Juan ?
  • Oh, muy bien… ¿Por qué me lo preguntas ?
  • Me parecías un tanto aburrido, ahí en un rincón del comedor…
  • No, no… Me lo estoy pasando muy bien… Bueno… Ahora más que antes…
  • Vaya, qué bien… Y eso, ¿ sólo porque bailas conmigo ?
  • Oh ! Pues… ¡Oh ! ¡Ejem ! Pues sí… Es que tú me gustas mucho…

Al oír estas palabras sentí una agradable descarga eléctrica recorrerme todo el espinazo. Para poder hacernos entender debíamos acercar nuestros labios a nuestros oídos y su aliento acariciaba agradablemente mi orejita – una de las tantas partes sensibles de mi cuerpo- y además me permitía exhalar su embriagador aroma masculino :

  • Con la de chicas guapas que hay por aquí… Si yo no tengo nada de especial…
  • Eso lo dirás tú… Yo pienso todo lo contrario…
  • Mira… – y me separé un poco de él como si quisiera que observara la mercancía – Si no soy alta… No tengo tetas… No soy fea pero estoy lejos de ser guapa … Estoy más delgada de lo que gusta a la mayoría de hombres…
  • Tú lo has dicho… A la mayoría… Y yo no pertenezco a esa mayoría…
  • … Entonces… ¿ qué es lo que te gusta de mí ? – me daba cuenta de que me adentraba en un terreno peligroso… Pero, ¡Dios, cómo me excitaba !
  • Te encuentro radiante, terriblemente femenina, muy pero que muy sensual… Tienes una mirada, unos ojos, una boca… Una manera de andar y de moverte, que…
  • Sigue, sigue, por favor… – mis manos que hasta entonces se apoyaban tranquilas sobre sus hombros empezaron a buscar mejores apoyos ; con una mano empecé a acariciarle la nuca dejando que mis dedos juguetearan con sus cabellos y la otra… la otra, ni me acuerdo-.
  • No… No… Me da vergüenza confesártelo… – Juan correspondió a mi intento de pegarme a él bajando suavemente las manos hasta situarlas al inicio de mis nalguitas.
  • Anda, porfa… que somos amigos, ¿no ? – dije esto con voz de gatita acaramelada a la vez que apoyaba tiernamente mi cabeza sobre su pecho.
  • Si te lo digo, ¿no te vas a enfadar ? – esta vez sentí sin lugar a dudas algo que se iba endureciendo y que se frotaba entre mi ombligo y mi monte de venus.
  • No, no me voy a enfadar. Es más, creo que me va a encantar escucharlo – lo provoqué diciéndole esto con mi boca muy pegada a su oreja. Sentía mi coño palpitar, abrirse lúbrico, empapado…
  • Desde que te conozco… Oh, no sé… No sé cuantas veces me habré… – Juan no se atrevía a utilizar la palabra apropiada…
  • … cuantas veces … – le susurré lamiéndole de manera casi imperceptible el lóbulo de su orejita. Yo ya estaba tan cachonda que no me importaba nada lo que los demás pudieran ver o pensar ; además todo había sido idea de Carlos, ¿no ?
  • Creo que … Creo que me he masturbado cientos de veces pensando en ti – lo soltó así, de un tirón. Y para mí fue de un efecto mortal ; creo que en ese instante si hubiéramos estado solos le hubiera dicho sin remilgos : ¡Fóllame ! ¡Fóllame ! Pero no podía ser… por ahora.
  • ¡ Uauuuhhh ! Si que te lo tenías callado… Y ¿en qué piensas mientras te tocas ? – lo que yo pensaba en ese momento era que me encantaría ver por un agujerito una de sus sesiones de pajeo a mi salud… La sola idea me ponía a cien, a mil…
  • Bueno… Pues… Pienso que me haces cosas… que te hago cosas… que hacemos cosas – no quise interrumpirlo ahora que se había lanzado a confesarme sus fantasmas eróticos y siendo yo la heroína ; así que ¡a disfrutar ! me dije.
  • Imaginas que te hago cosas… aquí – le dije mientras con una mano y lo más disimuladamente que pude le agarré el paquete palpando con extremo placer su dureza palpitante.
  • ¡Sandra ! ¡Oh, Señor, Señor ! ¡Para, para, por favor ! – mentiste como un bellaco.
  • No voy a parar porque me encanta lo que estoy tocando y estoy segura que a ti también… Pero quizás quisieras que te lo hiciera con la boca… que te la chupara hasta hacer que te corrieras en mi garganta – y seguí sobándote sin cesar por encima del pantalón. – Dime… Y tú ¿qué me haces en tus sueños ?
  • Yooo … – cada vez le costaba más expresarse con claridad ; si continuaba pajeándolo así el pobre se iba a correr de un momento a otro y después iba a pasar la vergüenza de su vida con el manchote como trofeo de baile. Por eso, aunque me dolía perder el contacto manual con aquel pollón que se me antojaba enorme, decidí dejarlo tranquilo y concentrarme en mi, en « mi » placer.
  • Tú … – le acompañé sus manos sobre mi culo para que lo sobara a voluntad y pudiera apreciar la dureza de mis veinteañeras carnes.
  • Me encanta chuparte los pezones… un largo rato… chuparlos, lamerlos, mordisquearlos… Son hermosos, grandes, siempre erguidos y muy, muy sensibles – sólo de oír sus palabras y con el calor lujurioso que sus manos transmitían sobre mi culito, sentí de nuevo fluir un torrente de jugo entre mis piernas. No me extrañaría nada que fuera yo la que terminará corriéndose… – Después, voy bajando hasta tu sexo y con mis manos lo abro delicadamente y aparece ante mí como una jugosa granada… Tu clítoris, tan grande y rojizo como uno de tus pezones, se abre paso entre tus labios mayores, de tamaño espectacular, como alas de mariposa y empiezo a recorrerlo con la punta de la lengua…
  • Para… para… ¿Cómo conoces tú tantos detalles de mi anatomía secreta ? – la verdad es que sabía porqué y aunque tal vez debería haberme mosqueado, al contrario me sentía aun más excitada si eso era posible.
  • Mmm… Hemos ido a la playa juntos, ¿no ?
  • Eso vale para mis tetitas pero para el resto, no recuerdo yo que hayáis sido presentados – decía con un tono picarón para que Juan lo interpretara adecuadamente.
  • Carlos me enseñó unas fotos una noche en que vine a cenar con vosotros – claro, las fotos, cómo iba a olvidar esas 36 fotos que Carlos me hizo en la cama y que después me envió a mí a recogerlas en la tienda de revelado ; no olvidaré nunca la cara del dependiente cuando me las entregó !- y después cuando tú te fuiste a la cama me estuvo explicando muchas cosas de ti, de lo extraordinaria que eres en la cama… Y me enseñó unas fotos… Una pasada… Se me han quedado grabadas en la mente y desde entonces…

Entre tanto, la música lenta seguía sonando y sólo quedábamos dos parejas bailando ; la del sofá había desaparecido – y no me extrañaba en absoluto pues minutos antes y cada vez que les echaba una ojeada estaban cada vez más lanzados en su mútua exploración corporal- y la otra que bailaba a nuestro lado era ajena totalmente a nuestra conversación y parecía como si bailaran durmiendo, que seguramente era el caso.

  • ¡Joder, con Carlos ! ¡Qué cabrón ! – le espeté pensando en cómo me iba a vengar de él.
  • No le digas nada, eh, por favor… No me lo perdonaría nunca.
  • Bueno, bueno, ya veremos… Y ¿ qué más cosas te contó de su extraordinaria mujercita ? – mentalmente me estaba preparando para que todo lo que Juan iba a decirme se convirtiera en caudal orgásmico para mi cerebro. Y conociéndome como me conocía eso iba a ser pan comido.
  • Me dijo que eras muy caliente… Que te gustaba hacerlo a cualquier hora del día y de la noche… En cualquier parte… Que no tenías tabúes… Que te gustaba todo…
  • Tooodooo… – y me pegué tanto como pude a Juan frotándome contra su verga durísima.
  • Me contó que te gustaba follar de todas las maneras. Que eras insaciable. Que te encantaba mamársela en cualquier situación, que no hacía falta que te lo pidiera… Una vez, me explicó que se la comiste en el cine sin darte cuenta que a vuestro lado un viejete se la meneaba contemplando el espectáculo – como no iba a recordarlo ; lo que no dije a Carlos en su día es que sí que me había dado cuenta pero que eso en lugar de cortarme me había calentado todavía más.
  • ¡Sigue Juan, sigue ! Noto tu polla super dura y siento que pronto voy a correrme.
  • Me contó que otro día en el restaurante le hiciste una paja bajo el mantel, eyaculó en tu mano y después te pusiste a lamerla y a beber toda su leche ante sus atónitos ojos. Y muchas cosas más… Me dijo que tenías muchos orgasmos a la vez… que a veces con sólo chuparte los pezones te corrías…
  • ¡Ahhhhhh ! ¡Ahhhhhh !
  • … que te encantaba el sexo anal… que parecía que tuvieras un clítoris en el ojete… que a él le encantaba chupártelo y que en más de una ocasión te habías corrido con sus simples lametones – Esa última frase fue mortal para mí…
  • ¡Ahhhhhh ! ¡Me coooooorrrroooooo ! – y lanzando un gemido salvaje para mis adentros –que aunque no fuera una de mis costumbres predilectas, era obvio que lo contrario hubiera resultado un pelín escandaloso- hundí mis dedos en la nuca de Juan sintiendo al mismo tiempo que mis piernas me iban a dejar de sostener. Juan me abrazó muy fuerte y me dijo :
  • Sandra… ¡Eres una mujer sensacional ! – me dijo a la vez que deshacía nuestro abrazo – Volvamos con los invitados.
  • ¿Juan ?
  • ¿Qué ?
  • Quédate a dormir… Esta noche vas a dejar de ser virgen… – y le di un breve morreo para que tuviera una primera idea de lo que mi lengua era capaz de hacer.

Me encontraba extraña… Y no era para menos : acababa de tener un magnífico orgasmo en brazos de un amigo, sexualmente, de un desconocido, simplemente escuchándole decirme al oído las marranadas hechas con mi marido. Puro delirio, sí, pero un gustazo tremendo…

Al entrar en el comedor vi que Carlos no estaba. Me serví una copa de cava fresquito que me bebí casi de un solo trago. Noté el efecto enseguida : miles de chispitas cosquilleándome el vientre y la cabecita todavía más loca. Juan se había sentado y con una copa en la mano y un cigarrillo en la otra me miraba devorándome con los ojos. Las ventanas me devolvieron el reflejo de mi figura y me vi super guapa, super sexy en ese vestidito floreado azul turquesa que llevaba, con su faldita a media rodilla, mis piernas finas ligeramente bronceadas y mi melena rubia – mi único y gran orgullo – ondeando descontrolada. Me entraron unas ganas enormes de bailar, de moverme lascivamente ante Juan, de provocar en él un deseo irrefrenable… Pero antes debía ir urgentemente a hacer pipi…

Al pasar junto a la cocina vi a Carlos charlando animadamente con Trini. Les hice « cu-cu » con la mano y me fui corriendo al baño. El aseo estaba en la otra punta del piso, en un cuartito en el que sólo había y cabía el váter y un lavabo. Recé para que no estuviera ocupado pero como no era ni buena creyente y aun menos buena practicante, lo estaba. Pero yo no podía aguantar más… Al lado del aseo habíamos habilitado un espacio terraza con una mesa y dos sillas –de hecho no era más que un balcón cerrado, una galería con amplios ventanales- y en el otro extremo había una ducha y un lavadero. Vi que Julia y Ana –dos amigas lesbianas- estaban sentadas y preparándose un porrito :

  • ¿Quién hay ? – les pregunté señalando la puerta del váter.
  • Creo que es Pepe… No se encuentra muy fino – me contestó Julia echándose a reír. Esta va más colocada que yo, pensé.
  • Tías… Es que no aguanto más – e hice el gesto típico que hacemos las mujeres de cruzar las piernas cuando nos estamos meando.
  • Pues… ¡Mea en la ducha ! – soltó Ana
  • ¡Qué guarrada ! – contesté más picarona que enfadada.
  • Venga, tía… No te cortes… Y así te vemos el potorro – Julia, claro, riendo a carcajada limpia.

Y no me corté. Ni un pelo. Me descalcé, me fui a la ducha y cuando iba a cerrar la cortina para hacerlo con una cierta intimidad, Ana se acercó y dijo :

  • De eso, ni hablar… Anda, sácate las bragas para que no se te mojen y ofrécenos una buena meada… Luego, el porrito será tuyo… Y lo que quieras.

Estas tías estaban como un cencerro pero la perspectiva de orinar ahí delante de ellas me excitaba en cantidad. Así que me las saqué y se las eché a la cara a Ana que las pescó al vuelo dándose cuenta enseguida que estaban empinadísimas. Se las llevó a la nariz y al olerlas – gesto que me recordó de inmediato a Carlos pues tenía la costumbre de hacerlo y decía que eso lo ponía a cien- se dio cuenta enseguida que aquello que las mojaba no era pis :

  • Uauuuuhhh ! ¡Julia, ten ! ¡Huele esto ! – dijo Ana pasándoselas a Julia. Esta al cogerlas, untó su índice con el líquido absorbido por la tela y se lo llevó a la boca :
  • Hummm ! Yo diría que nuestra Sandrita va muy caliente… Después de mear, el porrito te lo fumas con nosotras…

Me levanté la falda, me puse en cuclillas y separando las piernas tanto como pude me dispuse a orinar. De inmediato un espeso chorro dorado salió con gran fuerza inundando el plato de la ducha y salpicándome los pies y las piernas. Durante los largos segundos que duró mi espectacular e inesperada micción, sentí redoblado el gusto : por un lado, gusto por sentirme al fin aliviada y por otro lado, gusto de ver la cara de mis amigas que no daban crédito a lo que veían.

Cuando estaban saliendo las últimas gotitas también salió Pepe del aseo. Se quedó boquiabierto ante la escena y a pesar de no estar en estado de hacer ningún comentario con sentido, vi como sus ojos se salían de sus órbitas para clavarse en mi coño como un rayo láser. Como todavía estaba serena como para intuir que aquello podía degenerar, solté levantándome y dejando caer de nuevo la falda :

  • ¡Ostia, Pepe ! Es que tardabas tanto … – y nos echamos a reír las tres y Pepe, ruborizándose volvió hacia el comedor, dejándonos solas.

Abrí la ducha y dejé que el agua fría limpiara los restos de mi inolvidable meada. Me sequé y pedí a mis amigas que encendieran el porro. Cogí una de las copas y bebí, de pie junto a ellas. Ana no me quitaba los ojos de encima :

  • ¿Tú nunca lo has hecho con una mujer ? – y deslizó una mano bajo mi falda hasta hacerla tocar el vello de mi sexo.
  • No, nunca – contesté haciendo ademán de coger mis bragas sobre la mesa. El dedo mayor de Ana se abría paso delicadamente hasta hundirse totalmente en mi vagina.
  • ¿No te vas a poner estas bragas mojadas ? Nos las vamos a quedar nosotras como recuerdo, ¿ vale, tesoro ? – ahora era Julia la que hablaba.
  • Vaaaaleee … – contesté con un hilillo de voz que era más bien un gemido de placer. Y abrí un poco más las piernas.

Ana, sentada, no paraba de penetrarme con su dedito y con el pulgar me acariciaba delicadamente el clítoris. Julia se había levantado y puesto detrás de mí ; me había desabrochado algunos botones del vestido y pasando las manos en su interior terminó por encontrar mis pechos que acarició con especial maestría. Todo estaba muy bien pensado: si alguien llegaba de imprevisto, en un trastrás disimulábamos y como si nada estuviera pasando. Pero yo no quería que llegara nadie… Al menos no enseguida.

Entre los dedos divinos de Ana y las manos mágicas de Julia, no tardé nada, pero lo que se dice nada en correrme como una loca ; esta vez con un maullido que intenté fuera lo más silencioso posible ayudado por la mano de Julia que me tapaba la boca para evitar que mis grititos llegaran a otros oídos.

Era la segunda vez que me corría en menos de una hora. Y las dos veces de pie – que aunque no sea raro es poco habitual – Y las dos veces en manos de personas sexualmente desconocidas e inesperadas. Una gozada, vamos.

Me senté sobre las piernas de Ana, la más corpulenta de las dos y como si no hubiera sucedido nada les dije :

  • Bueno, ¿qué ? Este porrito ¿ nos lo fumamos o qué ?
  • Por supuesto –dijo Julia encendiéndolo y acercándomelo a los labios. – ¿Sabes que eres muy puta ? – me espetó plantándome un tórrido beso que hizo que el humo del petardo pasará directamente de mis pulmones a los suyos.
  • Yo también quiero… – y ahora era la otra la que me daba lengua. Y yo qué iba a hacer… Finalmente este par de bolleras me habían hecho ver el cielo y una que es agradecida… Pues eso, les ofrecí mi boca y mi lengua juguetona y así nos fumamos ese porro que nos sentó de gloria.

Entonces apareció Carlos que sinceramente pienso que no vio nada raro pero también es cierto que no lo veía yo capaz de ver nada con claridad :

  • Ah, estás aquí… Te andaba buscando… Huele muy bien, aquí ¿Qué estáis fumando ?
  • Toma… Nosotras ya nos vamos para casa – dijo Julia cogiendo disimuladamente mis bragas y escondiéndolas en su mano y ofreciéndole con la otra la colilla del porro.
  • Pero si sólo son las tres y media… – objetó Carlos
  • Ya… Pero estamos rotas – y mirándome a los ojos intensamente : – rotas y calientes, ¡ ja, ja, ja !
  • Bueno, monadas – Ana se levantó y me dio un tierno beso en los labios y otro a Carlos… Ha sido una fiesta magnífica… y sorprendente ¡je, je je ! Espero repetirla pronto…
  • Vale… Voy rápido al baño que… – dijo Carlos y desapareció tras la puerta del aseo.

Nos reímos las tres como chiquillas :

  • Venga… Os acompaño hasta la puerta.
  • No, tonta… Quédate aquí tranquila. – dijo Ana con un tono lleno de sobreentendidos.
  • OK. – dije algo triste pues sinceramente me hubiera gustado terminar la noche con ellas. Julia que se dio cuenta añadió para alegrarme :
  • Vale… Acompáñanos… – y cogiéndome por la cintura fuimos andando lentamente hasta la puerta- La próxima vez nos montamos una fiesta las tres solas, ¿vale ? Y nos podrás comer el coño tantas veces como quieras… –al oir este comentario soez sentí de nuevo la calentura recorrerme la espalda e hice una mueca de placer.
  • Ya te lo decía yo – añadía burlona, Ana- que a nuestra Sandrita la íbamos a convertir a la buena causa.
  • Sí, tienes razón… Pero, una cosa… Te dejaremos que nos comas el nuestro pero el tuyo, primero, te lo vamos a rasurar… ¡Qué asco tanto pelo ! Con lo bonito que es todo peladico como un albaricoque…
  • Mensaje recibido, chicas… Haremos la fiesta de la espuma… ¡ Ja, ja, ja !

Entre risas y besos nos despedimos. Me quedé apoyada en la puerta, pensativa. Hasta este día me pensaba que era heterosexual, pero ahora dudaba… En ese momento Trini pasó a mi lado :

  • ¿Estás bien, Sandra ? – tenía una voz dulzona, un poco amanerada.
  • Sí, Sí… No problem – no tenía ganas de entablar una conversación con ella – Ve con los otros que yo llego enseguida.

Continuará

 

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