Marta era una madre divorciada de 45 años con un hijo de 18 años que se llamaba Jaime sobre el que tenía la custodia exclusiva. Marta, una abogada que encontraba poco tiempo para sus relaciones, se aliviaba de vez en cuando con algún amigo que tenía, aprovechando que Jaime iba a casa de un amigo o le tocaba el régimen de visitas con el padre, con el que la relación era más estrecha.

Marta solía dedicar un fin de semana al mes para hacer senderismo con su hijo. El contacto con la naturaleza y caminar era algo que además de sacarla de la rutina venía bien para evocar momentos madre e hijo así como tener una vida más saludable.

Aquel sábado eligieron una ruta un poco más larga de lo habitual y también con un grado de dificultad mayor al que habían realizado hasta ese momento. Salieron temprano con todo lo necesario para una ruta bastante larga. Debido a la dificultad no era una ruta muy transitada aunque sí era un antiguo camino de guardas forestales. De hecho había una cabaña abandonada ahora, pero que antiguamente era un punto de descanso. Al lado de un manantial donde podrán refrescarse y reponer fuerzas. Llevaban tres horas andando. Se apresuraban a llegar al punto de descanso cuando Jaime no vió una tobera donde se torció el tobillo.

El dolor inicial no le permitía poco más que quedarse en el suelo retorciéndose. Su madre se acercó, le ayudó a sentarse y examinó el tobillo viendo que no estaba roto. Si bien debía hacer algo para hacer más soportable el camino. Cogió una venda entre las provisiones y se la puso en el tobillo de Jaime. Al cabo de un rato Jaime pudo levantarse y a pasos cortos pudo retomar el camino hasta llegar al punto de descanso.

Cuando llegaron Marta ayudó a Jaime a sentarse sobre un banco que había a la entrada y desde donde podía verse todo un paisaje espectacular de todo lo que habían andado. Ningún pueblo o zona urbana aparecía en el horizonte. La madre dejó a Jaime descansando y marchó detrás donde había un manantial que permitía además de beber agua darse un baño. Primero llenó la cantimplora y se la dejó a Jaime. Luego se dirigió de nuevo al manantial donde se desnudo y se metió dentro. El agua aunque fría se sentía agradable debido al calor y el esfuerzo de la caminata.

En una de las orillas del manantial a un lado de donde brotaba el agua había unas flores muy bonitas, que evocaban una belleza y unos colores que atraen a acercarse. Marta se acercó y no pudo resistirse a olerlas. Al hacerlo una sensación la embriago de repente. Se sintió excitada. Esto unido al tiempo que llevaba sin satisfacerse no le impidió llevar su mano a su zona íntima donde comenzó a tocarse el clítoris en forma de círculos con sus dedos. En un momento en que se vió a las puertas de un orgasmo unas palabras la sacaron de su estado de excitación levemente:

– Mamá, mamá. ¿Estás bien? – Preguntaba Jaime con la ingenuidad de alguien que todavía no sabía lo que era estar con una mujer.

Marta si bien y sin la elocuencia que le caracterizaba acabó diciendo:

– Si Jaime… estoy aquí… refrescándose… – girándose y abriendo el campo de visión permitió a Jaime que se fijará en las flores que también llamaron su atención. Este se acercó, quitándose la ropa y entrando en el manantial. No sentía pudor por su madre desnuda ni él tampoco. En casa los cuerpos desnudos de una madre y un hijo se veían con naturalidad.

Ahora bien. Al oler las flores Jaime. Marta pudo ver en el agua transparente como su hijo tuvo una repentina erección. Este ahora si sonrojado se salió del manantial buscando algo con lo que cubrirse. Ahora su madre que todavía balbuceaba con la sensación de excitación que le había provocado oler las flores no pudo más que seguir a su hijo y antes que este pudiera coger con la mano una prenda se encontró la mano de su madre en su pene.

Si bien Jaime estaba sorprendido, al haber olido las flores tenía un grado de excitación que si bien sabía que era la primera vez que su madre tenía en su mano su pene erecto no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar. Jaime no era un chico muy despierto en sexualidad. De hecho aún no había sentido deseo por la masturbación. Si bien poco habitual era el caso en el que nos encontramos.

Jaime optó por acomodarse en el suelo, mientras la mano de su madre movía su pene suavemente. Comenzó a salir un líquido preseminal del pene de Jaime. El grado de excitación de Jaime crecía a la vez que su madre movía su pene de arriba a abajo. El pene de Jaime se hacía cada vez más grande. Su madre no daba crédito del miembro de su hijo. Aunque el nivel de excitación la llevó seguir zumbando el pene de su hijo, mientras ella en una posición de rodillas comenzaba a segregar fluidos por su vulva, ahora muy excitada.

La excitación de Jaime llegó a un punto criticó que se vino rápidamente. La eyaculación de Jaime salió con tanta fuerza que llegó hasta alcanzar casi metro y medio de altura. Al caer lo hizo sobre el pelo de marta y una parte sobre la espalda. Sin soltar el pene de su hijo, Marte se dió cuenta que la erección de Jaime no bajaba. Ahora no se pudo resistir a meterla dentro de su boca.

Lo que parecía imposible volvió a ocurrir. El tamaño del pene de Jaime seguía creciendo. Se encontraba tan excitado que no podía pararse a pensar en que tenía la polla dentro de la boca de su madre. Esta prosiguió lamiendo el pene de su hijo. Esto la excitó tanto que no le quedó más remedió que acercarse un dedo a su coño. Lo introduzco para poder alcanzar el orgasmo que antes había sido frustrado.

Antes de poder siquiera alcanzar el orgasmo se encontró una nueva eyaculación de su hijo dentro de su boca. Como no la vio venir le acabó inundando la garganta con el semen de su hijo. Caliente y espeso se introduce dentro de su tráquea hasta acabar en su estómago.

Lo que parecía que ya empezaba a llegar a su fin, no fué así. La erección de Jaime aún se mantenía como si no hubiera pasado nada. Marta aunque excitada deseaba tener la polla dentro de sí, pero si bien había cruzado la frontera del incesto, la idea de ser penetrada por su hijo era frenada en su mente que luchaba por poder satisfacerse con un orgasmo.

Marta volvió a meter el pene de su hijo en su boca y retomó masturbándose. Se encontraba llegando al clímax cuando Jaime se retorcía apretando los dedos de sus pies porque se aproximaba a otro orgasmo. Ahora Marta pudo prepararse mejor y recibió de nuevo la leche de su hijo, esta vez sobre sus pechos.

Su dedo no paraba de entrar y salir de su vulva mientras los fluidos caían sobre el suelo. No daba crédito de cómo la excitación de su hijo aún era tal que seguía manteniendo la erección. Volvió a meter el pene de su hijo en su boca hasta que ahora sí pudo tener su ansiado orgasmo. Soltó el pene de su hijo para retorcerse mientras la invadía un orgasmo intenso y profundo que la dejó agotada. Cuando se repuso Jaime sin mediar palabra. Conservaba la erección. Las palabras de su hijo brotaron:

– Lo siento mamá. No se que me pasa.

Ahora Marta, después de haber calmado su sed de lujuria y la vista del mástil que tenía delante de ella, se puso de nuevo manos a la obra con la erección de su hijo. Sin mediar palabra se puso de nuevo en la posición sobre su hijo. Metió la verga en su boca y la movió de arriba abajo hasta que Jaime tuvo otro orgasmo. Esta vez con mucho menos semen.

Trás la sorpresa de Marta que esta vez tras la eyaculación si la erección de Jaime comenzó a retraerse. Jaime ahora relajado no tardó en echarse un sueño. Marta sin embargo se metió de nuevo en el manantial y se lavó tranquilamente.

Después de una media hora, Jaime despertó del sueño. Se encontraba atado de pies y manos en una habitación con una puerta enfrentada a una ventana con rejas.

– Mamá, mamá,…. ¿dónde estás? – Gritaba desesperado.

Dos celadoras no tardaron en venir. Se decían entre ellos.

– Otra vez. No hay ninguna noche tranquila.

Una de las celadoras cogió la mano de Jaime mientras que la otra le puso una inyección. Jaime se volvió a dormir. Las celadoras salieron de la habitación y cerraron hablando.

– Lo que pasó en esa montaña sigue siendo un misterio.  Nunca más se supo de la madre. Ya han pasado diez años. ¿Crees que existe esa flor?

– ¿Flores mágicas? Creo que es un parricida que no quiere decir dónde está el cuerpo de su madre.

Colorín colorado este cuento se ha acabado.