Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro. Para quienes hayan leído algunos de mis relatos, habrán notado que soy adicto a las maduras desde que tengo uso de razón. Pero este no es el caso.

Este relato tiene como base una situación que noté hace unas noches, después de releer varios de mis textos y hacer lo propio con textos ajenos.

He notado que son varios los nombres de las protagonistas que se repiten, algo que me llamó la atención y no es que tengamos poca imaginación, sino que es quizá una casualidad ¿o causalidad? En mi caso Silvia es ese factor común.

Como no podía ser de otro modo, he aquí una protagonista que responde a ese nombre. La mujer en cuestión es absolutamente real, al igual que la historia y data de más de 40 años atrás.

Por aquel entonces yo contaba con 15 años y durante las épocas de verano, concluida la escuela, buscaba empleos temporales por esos 2/3 meses, desde diciembre a marzo.

Generalmente lo conseguía en supermercados, y me dedicaba a reponer mercadería en las góndolas. Cerca de las fechas navideñas y de fin de año, el trabajo se volvía intenso y en más de una ocasión, mientras en comercio permanecía cerrado los repositores aprovechábamos a recargar los espacios vacíos a cambio de un dinero extra.

En aquel año, ingresé a un comercio que contaba con 4 sucursales distribuidas en distintos sectores de la ciudad: dos céntricas y las restantes en barrios un tanto más alejados.

Contaba con 8 compañeros varones y una mujer. Cuando se cerraban las puertas al público, nos distribuían en función de la necesidad de reposición. No siempre se respetaba nuestra ubicación habitual. Los dueños nos informaban de nuestros destinos y en algunos casos nos llevaban hasta la sucursal donde cumpliríamos las extras.

Jorge: A ver, pibe, vos el nuevo. Vení conmigo que hoy vas a trabajar en Alsina (sucursal 1).

Alejo: si Sr., aviso a casa y voy.

Jorge: Dale, llamada corta de teléfono y nos vamos, se lastimó Román y queda uno solo trabajando ahí.

Cumplí con avisar a casa y me subí al auto de uno de mis jefes, para ser trasladado.

Jorge: mirá pibe, si Román no se recupera, vas a tener que quedarte ahí toda la semana. Vas a ayudar a Silvia con el orden del depósito y la reposición.

Saber que me tocaba trabajar con la única mujer del plantel no me agradaba demasiado, la había visto dos o tres veces y era lo que aquí llamamos “una Carlitos”, una mujer que parecía más un varón.

Llegamos al local y ya estaba cerrada la puerta de acceso, Jorge tomó una de las llaves, abrió la puerta y gritó desde allí: “Silvia, acá te traje al pibe. Coman algo y sigan laburando arriba (el depósito) que el jueves llega el camión con la carga”

Silvia: Listo Jorge, que suba que estoy apilando cajas.

Jorge cerró la puerta y me dejó encerrado con mi compañerita de trabajo. Sentía los ruidos provenientes del primer piso y como se arrastraban cajas, algún quejido y el impacto de una caja sobre otra.

Silvia: Dale, subí que estas cajas pesan bastante y necesito ayuda.

Busqué la escalera, y me dirigí al primer piso. Las pilas de cajas desacomodadas, mal distribuidas y a punto de derrumbarse eran el panorama. Entre ellas emergió Silvia, vestida con una remera musculosa bastante holgada, un short deportivo, bastante sudada y el pelo recogido con una coleta.

Alejo: Hola, ¿cómo estás?

Silvia: cansada como una perra, chiveada como después de correr una maratón y cagada de hambre. Ayudame a acomodar estas cajas, bajamos a comer algo y después seguimos. Sacate la remera porque te vas a ensuciar con la mugre que hay acá.

Alejo: Ok, decime donde voy llevando las cosas.

Me dio dos o tres indicaciones y al cabo de 20 minutos habíamos acomodado lo principal. Bajamos a la fiambrería, tomó dos panes, cortó unas lonjas de fiambre y queso, armó dos sándwiches y destapó una gaseosa. La empinó directamente del pico y tomó varios tragos. Me pasó uno de los sándwiches y comenzó a comer.

Confirmó lo que pensaba, era un marimacho, piernas abiertas, el sudor bajando por su cuerpo marcando sus pequeñas tetas (sin corpiño), músculos bastante marcados producto de cargar cajas y bultos.

Silvia: si andás bien, te van a mandar a la sucursal dos, ahí falta gente. El jueves nos pagan doble, tenemos que descargar un camión completo y distribuirlo, llega a las 5 de la mañana y terminamos tipo 10 de la noche. Preparate.

Alejo: ¿llevas mucho trabajando acá?

Silvia: 3 años, entre a los 14. Antes limpiaba, pero a los 15 me pasaron a repositora. Con 17 espero pasar a fiambrería o verdulería. Dale, vamos a laburar.

Nos fuimos para el depósito, el calor ahí arriba era insoportable, con razón transpiraba tanto Silvia, sumado a que le metía al trabajo como si fuese un hombre.

Acomodamos casi todo y para las 16, habíamos dejado el 80% del depósito listo. Tocaba barrer y prepararnos para encarar el horario laboral a puertas abiertas, con gente recorriendo pasillos y cargando sus carros con mercadería.

Silvia: al fondo, tenemos un baño chiquito con una ducha. Seguro no trajiste pilchas de recambio. Lávate un poco y prepárate para la apertura. Yo me doy una ducha y seguimos.

Ambos fuimos para el fondo, primero fui yo quien hizo una higiene rápida y le dejé el lugar para que se duchase. La puerta del baño no era muy hermética, por lo que mientras me secaba pude ver como se desnudaba y se metía debajo del chorro de agua.

Tetas muy chicas, vientre bastante plano y una conchita algo peluda. Al girar mostró un culito prieto y respingón. Antes que pudiera verme, dejé de observarla y me encaminé al salón.

La tarde transcurrió sin mayores novedades. A las 21 cuando las puertas se cerraron, tomo su mochila, saludó todos y salió rumbo a la calle.

Jorge: pibe, mañana venís acá desde la apertura. Román no vuelve hasta el lunes.

Para el martes, ya iba algo más preparado, ropa de recambio, un short bajo el jogging y calzado cómodo.

La mañana arrancó tranquila, reponíamos mientras las góndolas mostraban espacios libres, dejando cajas y plásticos desparramados en el depósito.

Al mediodía, Jorge subió al depósito, pidió que ordenásemos lo que había quedado fuera de lugar y reclamó un espacio grande al fondo.

Jorge: esta tarde llega el pedido de papel higiénico y rollos de cocina, mucho pero liviano. Dejen todo armado.

Se repitió la rutina, cierre de persianas, armado de sándwiches para almorzar, cambio de ropas para trabajar en depósito. Ambos en shorts, ella en remera y yo en cuero.

Estábamos en plena faena cuando, producto del calor y las sacudidas de los packs de gaseosa, cuando algunas de ellas perdieran las tapas y provocaran una lluvia pegajosa que tras pegar en el techo del depósito nos rociaran.

Silvia: ¡¡¡puta madre!!! ¡¡Qué despelote!! Rápido busca baldes y agua para limpiar esto mientras separo los paquetes del papel.

Alejo: ya voy….

Bajé a la carrera y traje lo pedido, entre ambos limpiamos y tratamos de salvar los materiales. Acomodamos todo en un rincón y luego reparamos que, entre el calor y el pegote de azúcar de las bebidas, éramos dos caramelos tamaño gigante.

Silvia: decí que nos sobra tiempo, podemos bañarnos y cambiarnos con tiempo antes de abrir. Faltan como dos horas.

Alejo: andá vos y yo termino de acomodar, después voy yo.

Silvia: no traje otro jogging, tengo que lavar este y ponerlo a secar, voy a tener que quedarme en calzones – dijo mientras bajaba rumbo al baño.

Hice el espacio para acomodar la carga que llegaría a la tarde y limpié los bolsones para quitar la gaseosa del nylon. Minutos después, sentí como Silvia subía la escalera rumbo al lugar donde estaba trabajando.

Silvia: genial, quedó como una cama de dos plazas. Andá a bañarte.

Cuando giré para enfrentar la escalera, la vi. Llevaba una tanguita minúscula y una remera amplia sin corpiño bastante transparente, bastante más corta que la que usaba siempre, dejaba su abdomen a la vista.

Silvia: mirá menos y apurate, que en una hora máximo vienen a abrir.

Bajé con una semi-empalmada que se notaba, No era una sex-symbol, pero a mis 15 años y hormonas revolucionadas provocaba calentura. Me di una ducha rápida, me quité el pegote de la gaseosa y me puse la ropa que llevaba para trabajar a la apertura.

Silvia: subí que tenemos un rato para descansar, apurate.

Subí los escalones de dos en dos, para llegar más rápido y la encontré en la pseudo cama que había acomodado, a la que le agregó dos fardos de algodón a modo de almohadas.

Silvia: vení tirate un rato y contame algo de tu vida.

Alejo: nada interesante, estudio y en vacaciones busco laburo temporal.

Silvia: ¿alguna hembrita? ¿Te gusta salir de joda?

Alejo: no es algo que me vuelva loco, suelo ir alguna fiesta con amigos.

Silvia: se nota que no tenés mucho contacto con mujeres, se te iban los ojos cuando me viste en tanga, ¿mirá si me saco la remera y te muestro las tetas? Te volves loco.

Alejo: no será para tanto…

Silvia: ¿seguro? No te creo – se giró poniéndose de frente a mí y sin mediar palabra, dirigió su mano a mi entrepierna, pasando su mano de arriba abajo, acariciando mi pija que comenzaba a crecer.

Alejo: para Silvia, en cualquier momento llegan los jefes y vamos a tener problemas.

Silvia: ja ja, me tenés miedo, seguro que sos virgen.

Estaba a punto de reaccionar cuando sentimos las llaves abriendo la puerta y la voz de trueno de Jorge, indicando donde debían dejar los bultos que tendríamos que acomodar en el depósito.

Jorge: ¡¡Silvia, pibe!! Llegó el pedido, vamos a subir todo.

Salté como un resorte y bajé a buscar los bultos.

Alejo: buenas tardes Jorge, yo subo las cosas y Silvia las acomoda.

Jorge: bueno, métanle pata.

Silvia se calzó el jogging y una chaqueta para cubrirse y seguimos trabajando.

El resto de la tarde pasó sin más acciones con Silvia, yo trataba de esquivarla y ella cuchicheaba con las empleadas de la fiambrería que me miraban y se reían. A la hora de salir, coincidimos en busca del transporte urbano.

Silvia: mañana va a ser un día tremendo, mucho calor y bastante trabajo para acomodar todo para el jueves. Traé pilchas cómodas.

Alejo: seguro y vos traete algo más, no vaya a ser que se destape alguna gaseosa – dije mientras reía y me subía a mi colectivo.

Tardé más de llegar a casa que en llamar a Leo, mi compañero de andanzas.

Leo: tené cuidado, esa piba tiene más carreras que un hipódromo, te va a querer voltear.

Alejo: es fierita, no da más que para una joda.

Leo: eso pensás vos, acordate que tiene 17 y tiene más cancha. Jugá, si querés, pero no entres al su juego.

Me dejó pensando toda la noche… Aseguro que la soñé, y que imaginé todo lo que podía pasar en ese depósito.

Cuando llegué al local, había una revolución. Mi compañera de laburo había escondido pastillas anticonceptivas en el armario de la verdulería. El encargado de esa sección se la había agarrado con su esposa, ya que estaban intentando embarazarse y él supuso que las pastillas pertenecían a su esposa, y no a Silvia. Producto de ello, la sacaron de la sucursal 1 y la mandaron a la 2. Cristóbal y Diego (los repositores) pasaron de la sucursal 2 a la 1 y nosotros fuimos trasladados a la 2.

Aquel cambio transformó todo, el depósito ya no estaba en el primer piso sino en el subsuelo, casi sin ventilación. Teníamos prohibido subir al salón comercial hasta tanto llegara la encargada, Estábamos en una mazmorra. Calor, humedad y un despelote digno de alquilar balcones.

Jorge: tienen hasta las 18 para ordenar todo, acá se abre más tarde, en el salón estará la gente de limpieza (una pareja de más de 60 años). Trabajen duro si mañana quieren seguir acá – dijo antes de desaparecer.

Pocholo nos alcanzó algo de comer y una botella de agua fresca. Desde las 12:30 a las 18, era poco tiempo, pero nos dividimos el laburo para cumplir. Nos pusimos muy cómodos de ropa y comenzamos a trabajar.

Serían las 16:30, cuando se abrió la puerta del depósito y nos alcanzaron una segunda botella de agua. Silvia ordenaba las cajas pequeñas y yo las más grandes. Media hora después estaba casi todo acomodado.

Silvia: paremos un poco, al fondo dejé algo acomodado para descansar, si alguien baja, tenemos tiempo para disimular.

Yo no daba más, caí en el colchón de packs de papel higiénico casi desmayado, sudado a más no poder, se me pegaba el nylon en la espalda y piernas. Ella había optado por la típica musculosa y bragas. Estaba transpirada a no poder más.

Nos tendimos en nuestra cama improvisada, rendidos.

Silvia: gracias por ayudarme tanto, sola no hubiese podido

Alejo: nada que agradecer, estoy muerto ¿hay ducha acá?

Silvia: no creo, solo un baño pequeño.

Alejo: vamos a matar a los clientes.

Buscamos unos desodorantes y nos rociamos. Ella eligió un floral muy dulce y yo el típico de Old Spice.

Silvia: guau… que lindo perfume, dan ganas de comerte.

Alejo: no jodas, lo único que falta es que nos enganchen en algo más.

Se levantó de la cama trucha y fue rumbo a la puerta del depósito, puso unos packs de aerosoles que caerían si alguien trataba de entrar y volvió.

Silvia: mirá, vos sos virgen aunque digas lo contrario y yo te tengo unas ganas terribles. Lo malo es que mis pastillas quedaron en Alsina. Por lo menos vamos a revolcarnos un poco sin ponerla.

Sin mediar palabra, se subió sobre mí y comenzó a comerme la boca como si no hubiese un mañana, abrió sus piernas y se posó sobre mi pija, frotándose sin correr la pequeña tanga.

Silvia: vamos nene, chúpame las tetas, manoseame toda, apretame el culo y tratá de clavarme. Estoy hirviendo

No pude menos que seguir sus órdenes, clavar mis manos en su pequeño culito, subir su corpiño y llenarme la boca con sus tetas, Me revolvía los pelos y se frotaba sobre mi pija.

Silvia: dale, meté mano, acariciame toda, mandá mano en mi concha caliente.

La giré y quedamos uno frente al otro, ahí tuve acceso a su entrepierna, corrí la tanga empapada y perdí mis dedos en ella.

Silvia: si mi virguito, haceme acabar, jugá con mi culito y mi concha. Me derrito

Trataba de hacer lo que me pedía desde mi falta de experiencia, metí dos dedos en su concha y uno en su apretado culito.

Silvia: si mi amor, seguí así que me vengo, ya acabo, move los dedos.

Bramaba como si en ello le fuera la vida, mordió mi hombro y comenzó a temblar.

Silvia: necesito coger, ponela por favor, quiero que me llenes de leche.

En ese momento, volvieron a mi cabeza las palabras de Leo: “te va a coger y te va a cagar, ni se te ocurra ponerla”.

Alejo: sin forro no, acabá pero no te la meto.

Se sacudió dos o tres veces más y quedó rendida, tuvo un orgasmo furioso. Lentamente empezó a calmarse, Acariciaba mi pija durísima, pero no trató de metérsela.

Silvia: si seguimos trabajando juntos, traé forros, quiero que me cojas.

Alejo: devolveme el favor, chupamela hasta acabar.

Silvia: ¿estás loco? ¿Y llenarme la boca de leche? La leche es para la concha, no para la boca. Te hago una paja y me bañas en leche, pero ni loca te la chupo.

Empezó a pajearme, primero lento pero fue acelerando el trabajo manual, hasta que escuchamos ruidos en la puerta del acceso al depósito.

Jorge: Silvia, pibe ¿ya terminaron acá abajo? Hay que reponer, mañana llega el camión.

Silvia: si Jorge, estamos terminando de acomodar algo al fondo. Ya vamos.

Se puso la ropa para subir, me miró desafiante y sin mediar muchas más palabras, subió al salón. La tarde fue tensísima, El jueves descargamos la carga general y el viernes ya no vino a trabajar. El jefe nos juntó a todos y nos avisó.

Jorge: Silvia renunció. Alguien la acomodó en la Municipalidad. A partir del lunes vendrá una nueva piba: Martha. Está muy buena, pero tiene privilegios. Ojo con lo que hacen.

Todos entendimos, era la minita de uno de los jefes. Era putita, pero intocable.

Saludos a todos, espero sus comentarios.

Alejo Sallago – alejo_sallago@yahoo.com.ar