Esto fue lo que me contaron:

Tengo 24 años, vivo en una gran ciudad y creo que soy más bien guapa, suelo gustar mucho a los chicos. Mido 1,68, castaña de media melena, grandes ojos, un pecho abundante y un culito deseable.

Desde hace dos años vivo sólo con mi padre, ya que estos se separaron y mi madre se fue a otra ciudad por cuestiones de trabajo. Yo me quedé a vivir con él, ya que seguía en ésta ciudad mis estudios, tenía mis amigos, en definitiva tenía hecha mi vida aquí. Además siempre me he llevado bien con él.

Nunca entendí por qué se habían separado; no solían discutir, al menos delante mía, y siempre supuse que eran una pareja de lo más normal, incluso podría decirse que moderna.

Cuando esto ocurrió me llevé un gran disgusto y noté que mi padre era el que peor lo llevaba de los dos. De todas formas no habíamos perdido el contacto y un par de veces al año nos visitaba, quedándose en casa a dormir durante su estancia. Creo incluso, que en alguna ocasión durmieron juntos.

De esta forma me convertí en la mujer de la casa y me ocupaba de prácticamente todo, comidas, limpieza, compras, suponiendo un esfuerzo notable por mis estudios, el salir, etc. Mi padre, aunque joven, tiene ahora 45 años, no ayudaba mucho, a no ser que yo me enfadase y le echase alguna regañina, pero pronto se le olvidaba y me dejaba con todo el trabajo. Tal vez por mi educación, pero no lo daba demasiada importancia.

Nuestra relación se fue estrechando y me daba pena lo solo que se encontraba, aunque de vez en cuando me decía que saldría y que no le esperase. Yo siempre pensaba que tenía alguna amiga con la cual se desahogaba.

Por las mañanas él se levantaba antes que yo para ir a trabajar, por lo que siempre me lo encontraba en la cocina desayunando cuando yo lo hacía. Ya había utilizado el baño y estaba libre para mí.

Una mañana, del pasado caluroso verano, cuando me levanté vi que él no lo había hecho y me extrañó, pero rápidamente pensé que se había dormido, ya que la tarde anterior me dijo que saldría y que tal vez viniese tarde. Sonreí pensando en la tarde-noche que habría pasado y me dirigí a su habitación para despertarle. Abrí la puerta y me acerqué a su cama, estiré mi mano para zarandearle, cuando me quedé parada.

Mi padre dormía profundamente, como un bebé, se encontraba desnudo sobre la cama, su miembro, nada despreciable, estaba endurecido por algún sueño morboso y sobresalía de, las reconocí inmediatamente, ¡unas braguitas tanga mías! que llevaba puestas. Noté, además, que sus nalgas estaban sumamente enrojecidas. Decidí no despertarle y salí de la habitación con una mezcla de excitación y sorpresa. Me arreglé y salí hacia la Facultad como todas las mañanas, aunque no pude centrarme en nada de lo que oía, pues mi pensamiento le daba sólo vueltas a lo que había visto.

Al mediodía, al llegar a casa lo primero que hice fue ir a ver el cesto de la ropa sucia, encontrándome con mis braguitas tanga en el cesto. Pensé que las cogía por la noche y las dejaba por la mañana, antes de que yo me levantase.

Mientras preparaba la comida llegó, besó mi mejilla mientras su mano palmeaba mis nalgas, algo que hacía siempre, pero que en ese momento lo sentí de manera distinta.

¿Sabes? Hoy me he quedado dormido y he llegado tarde a trabajar. Pero no importa. Yo contesté mintiendo: creí que te habías ido antes de que yo me levantara, por eso no se me ocurrió ir a llamarte.

Mientras comíamos y comentábamos trivialidades, mis ojos se fijaban en él, recordando lo visto esa mañana, lo miraba de forma distinta, era un hombre guapo, más bien alto y me lo imaginaba con las braguitas puestas, cosa que me hacía sonreír.

Me sorprendía a mí misma pensando de esa forma, al fin y al cabo era mi padre, pero también era un hombre. Maquinaba cómo hacerle descubrir abiertamente ese secreto y decidí que en cuanto se marchase registraría toda su habitación a fondo.

Así lo hice, pero no encontré más que algunas revistas, mirándolas detenidamente. Todas ellas eran de dominación. Hombres y mujeres sometidos a castigos y humillaciones que hasta ese momento ni imaginaba. Mientras pasaba hoja a hoja y veía las fotografías y leía los relatos, mi mano se deslizó bajo mis braguitas notando mi coño absolutamente mojado, como nunca lo había estado, masturbándome loca de excitación. Era maravilloso ver a aquellos hombres completamente en poder de sus amas, obedientes y agradecidos a las atenciones en forma de castigos muy severos que recibían de ellas. En ese omento descubrí mi condición de ama. Eso era lo que yo quería y deseaba hacer.

Guardé cuidadosamente las revistas en el sitio en que estaban y salí de la habitación. Estaba dispuesta a todo y debía trazar un plan.

Después de pensar y meditar las distintas formas en las que podía actuar, decidí que lo mejor era ser directa, ponerle contra las cuerdas y decirle que lo sabía todo.

Después de cenar, le dije que me daría una ducha y me cambiaría. Asintió sin darle importancia y se quedó viendo la televisión. Llevaba puesto un holgado pantalón de estar por casa, con el torso desnudo.

Me duché y dejé mis braguitas en el cesto, como siempre. Me puse un liviano camisón que se transparentaba y unas braguitas negras para que se notasen bien. Mis pechos sin sujetador se erguían coronados por unos pezones endurecidos de la excitación que sentía.

Me dirigí al salón y me senté junto a él. Sus ojos, disimuladamente no se apartaban de mi cuerpo, ya que si bien nos habíamos visto livianos de ropa, nunca me había mostrado de esta manera tan provocativa.

Al poco tiempo, y con una erección considerable que trataba de disimular, mi padre se levantó para ir al baño. Cuando volvió fui yo quien se dirigió al mismo y comprobé que mis braguitas, las que había dejado anteriormente al ducharme, no estaban.

Volví al salón y lo sorprendí al sentarme frente a él, sobre sus rodillas, con las piernas abiertas. Mis pechos quedaban a la altura de su cara; el camisón se había alzado por la postura y mis braguitas negras estaban al descubierto. Antes de que se repusiera de la sorpresa le pregunté muy seria: papá, ¿sabes algo de unas braguitas que hace un momento estaban en el cesto de la ropa? Se puso rojo como un tomate, mientras intentaba decir algo, pero no le salían las palabras. Proseguí: no puede haberlas cogido nadie más que tú. Vamos a ver, levántate, le dije. Mi tono de voz no dejaba lugar a dudas.

Como un niño pequeño cogido en falta, automáticamente se levantó sin decir palabra. Sus ojos miraban fijamente al suelo, estaba completamente humillado. Me acerqué y tiré suavemente de sus pantalones hasta bajarlos a media rodilla. Allí estaban mis braguitas, acaparando el miembro, tremendamente duro de mi padre. Hizo un rápido ademán de intentar quitárselas, pero apreté con fuerza sus huevos a través de las braguitas y pellizqué uno de sus pezones, hasta oír sus lamentos. «Eres un cabrón, estás excitado, seguro que te gustaría follarme, a mí, tu propia hija», le susurraba entre sonrisas. Mientras me sentaba en el sofá, quitándome el camisón, le dije: “Ponte de rodillas». Intentó decir algo, pero le crucé la cara con varias bofetadas. «Solo hablas si yo te lo digo, mientras calladito y obediente». Por las revistas que he visto en tu habitación, parece que es esto lo que te gusta, y te juro que yo me estoy divirtiendo de lo lindo. Los dos vamos a disfrutar mucho, tú como una perra sumisa y obediente y yo como tu diosa, tu ama.

Le ordené que lamiese mis pies, humedeciendo con su lengua todos ellos. Era delicioso, una sensación de placer única que recomiendo a todas las mujeres probar. Luego, muy despacio fue subiendo por las piernas hasta llegar babeante a la altura de mi coño. Me miró como pidiendo permiso para retirar mis braguitas. Le pregunté: ¿quieres comerle el coño a tu hija? Movió la cabeza asintiendo, pero lo abofeteé. «Cuando te pregunto me contestas correctamente, cabrón, o ¿tal vez debería llamarte putita?». Con voz ronca de la excitación, dijo: si, mi diosa, lo deseo muchísimo, por favor, déjame lamerte el coño.

Mientras separaba mis braguitas encharcadas, le contesté: «hoy te voy a dejar, pero no te acostumbres mal, deberás ganártelo con tu comportamiento obediente y sumiso».

Su lengua acarició mi clítoris y en pocos segundos me corría maravillosamente, ordenándole que limpiase todo mi sexo.

Una vez relajada, le dije: hazte una paja y vete a dormir. Mañana hablaremos sobre esto y pondré las condiciones y tus obligaciones. Me levanté y salí del salón dejándolo de rodillas y meneando su miembro mientras me seguía con la vista.

Al día siguiente era sábado y no teníamos compromisos, ni laborales ni de estudio por lo que estaba decidida a levantarme más tarde. Alrededor de las 11,00, me despertó una sensación placentera. Cuando abrí los ojos allí estaba mi padre, de rodillas con las braguitas puestas y lamiendo con devoción mis pies. Nos sonreímos mutuamente y me dijo: te he preparado el desayuno, ¿quieres que te lo traiga a la cama, mi diosa? Claro que si perrita, y como premio a tu diligencia te dejaré lamer mi coño. Ven, túmbate aquí. Me puse a horcajadas sobre su cara y le ordené abrir bien la boca. Un potente chorro de orina le inundó la boca, tragando perfectamente todo, sin dejar caer una gota. Le dije: «todas las mañanas tendrás tu ración, y ahora límpiame bien el coño». La verdad es que se esmeró, porque tuve otro gran orgasmo.

Después de desayunar y darme una placentera ducha, le ordené que me siguiese de rodillas hasta el salón. Allí le expliqué: mira, esto no tiene vuelta atrás. Vas a ser mi perra, mi puta, mi sirvienta y todo aquello que me apetezca y se me ocurra. Sé que a ti te gusta, pero eso me da igual. Tendremos que hacer unas compras. Me vas a pertenecer en cuerpo y alma. No tendrás opinión y jamás tendrás satisfacción sin mi permiso. Soy tu hija y estaría muy feo que me follases, pero lo reconsideraré en un futuro si creo que te lo mereces.

Tendrás que ir acostumbrándote a gozar con la simple sodomización, sin ni siquiera tocarte. Será muy divertido y te sentirás como una mujerzuela. En casa siempre estarás a cuatro patas con el collar que te compre, y te dirigirás a mí ladrando como la perra que eres, a menos que te ordene vestir de sirvienta, ya que te ocuparás de la casa. Fuera, en la calle siempre llevarás braguitas que compraremos para que tengas las tuyas y no sea necesario el que te las preste. Estoy deseando ver como chupas una polla y te enculan de verdad. Quiero que entiendas que como pertenencia mía, podré cederte, alquilarte o incluso prostituirte, simplemente para divertirme.

Con mis palabras comprobé que su miembro se había endurecido, y asintió a mis propuestas, aunque le hubiese dado lo mismo, ladrando. Con la zapatilla golpeé sus nalgas hasta que su miembro se relajó y sus quejidos me enternecieron. Luego, en esa posición, le introduje dos dedos de golpe en su ano mientras le explicaba que no iba a tolerar esas muestras de poco respeto. Aunque está claro que no puede contener su excitación, sobre todo porque procuro provocarlo para después castigarlo duramente.

Así llevamos algunos meses y estoy plenamente satisfecha. Era un mundo desconocido que me colma espléndidamente en todos los aspectos. Mi padre es una perra servicial y una buena sirvienta. Me encanta verle sodomizado con un gran consolador mientras hace las cosas de la casa.

Se ha convertido en una verdadera putita de su casa y cada vez se arregla y maquilla con mayor esmero y sapiencia. Es verdad que todos los días le castigo con el látigo, por la mañana después de tomar mi lluvia dorada y de satisfacerme, para que vaya al trabajo calentito y no olvide su condición.

También por las noches, aunque sólo sea por divertirme y demostrarle quien manda.

Nuestra vida era tan placentera que estaba pensando en reclutar una sumisa, para tener la parejita, que conviviese con nosotros y que fuese otra fuente de placer para mí y de sufrimiento para mi sumiso padre, cuando llamó mi madre que venía a visitarnos e incluso por una larga temporada, mientras encontraba casa, pues de nuevo la habían destinado a nuestra ciudad por su trabajo… pero eso es otra historia.