Tras un semestre de arduo trabajo intelectual y escaso tiempo libre para dedicarlo a mi persona en todos los sentidos, al iniciarse el período vacacional de invierno en México, tomé mis acostumbradas vacaciones en el paradisíaco puerto de Acapulco y luego de un placentero vuelo de 90 minutos me encontré registrándome en la recepción de mi hotel.
Un botones tomó mi equipaje y me acompañó a la habitación que se me destinó. Solícito abrió la puerta, llevó mis maletas al guardarropa, descorrió las cortinas, y obvio, esperó su propina.
Mientras el muchacho actuaba, yo le observaba, incluso desde el elevador, pensé que tal imagen no correspondía a un bell boy, más bien su cuerpo y su rostro eran de un modelo autóctono, costeño: Alto, espigado, pero no delgado, muy moreno, cabello chino y una espalda anchísima.
Sus enormes ojos color miel tenían como marco unas largas pestañas y su nariz recta tenía como remate inferior un discreto bigotito. Una chulada de cabrón.
Me imaginé que dos maravillosas piernas fuertes y morenas ocultas bajo el uniforme deberían estar coronadas por un buen paquete.
Le ofrecí unas monedas de propina y dos de ellas cayeron al piso; al momento me disculpé y él se inclinó a recogerlas de tal suerte que su pantalón emitió un ruido, claro indicio de que se había descosido desde la parte trasera de la pretina hasta la entrepierna.
Fue todo un espectáculo, mi acompañante no llevaba interiores y pude ver unas deliciosas nalgas morenas afelpadas por un ligero vello muy negro.
La visión duró unos instantes. Aroldo muy apenado trataba de cubrirse y se replegó al muro.
Yo le invité a serenarse y le dije que no había problema, que tomara el teléfono de la habitación y hablara a conserjería para que le subieran otro uniforme.
Aroldo me agradeció la atención y después de hacer dos intentos al teléfono me dijo que la tensión le había provocado deseos de orinar, que si le permitía usar el baño. Acepté sorprendido de cómo me toca vivir experiencias tan sui generis.
El pobre muchacho se cubría su desnudo trasero con las dos manos y cuando se paró frente al inodoro tuvo qué descubrirse y yo, morbosamente le seguía con la mirada, misma que tuve qué desviar del trasero del chico cuando vi la real macana que sacaba de su bragueta…
Apenas salió Aroldo del baño llamaron a la puerta, abrí y era otro botones que preguntaba por su compañero.
Le invité a pasar y hablaron entre ellos mientras yo abría el ventanal del balcón y observaba el cielo tachonado de estrellas.
Escuché que la puerta se cerraba, Aroldo me dijo que no me molestaría mucho tiempo, que su compañero regresaría de inmediato con otro pantalón. Me dijo que agradecía mis atenciones y daba gracias a Dios de que yo fuera hombre, porque le hubiese dado muchísima más pena si le hubiese tocado ese incidente frente a una mujer.
Dos minutos después le trajeron su pantalón, se lo puso, enrolló el descosido y se despidió no sin antes ofrecerme todo su apoyo y disposición para lo que me hiciera falta, incluso me pidió que anotara su número de celular.
Tomé una lata de cerveza del frigobar y me dispuse a organizar mis pertenencias.
Acabé de ordenar la ropa y tras darme una ducha reparadora, me dirigí al bar instalado en el hall del hotel.
La velada estaba siendo amenizada por un tecladista que interpretaba música tropical muy variada en ritmos y tomé dos copas observando la concurrencia.
El botones accidentado iba y venía; ya solo, ya acompañando a otros huéspedes y me di cuenta que en cada vuelta dirigía su mirada y su sonrisa hacia donde yo me encontraba.
Empecé a pensar en la posibilidad de tener un encuentro «del tercer tipo» con él, pero no dejó de ser una idea descabellada y momentánea.
Después de liquidar mi consumo decidí dar una vuelta por la acera frente al hotel, compré cigarrillos y me fui a la habitación dispuesto a dormir como un lirón, para estar en la mejor condición al iniciar el segundo día con un chapuzón en la piscina.
Me desnudé totalmente, me gusta andar en bolas, sentía el cosquilleo del deseo sexual y mi verga hizo intentos por erectarse, encendí un cigarrillo, me dirigí al balcón y fumé tranquilamente.
De pronto, escuché que llamaban a la puerta. Tomé una toalla y me cubrí del ombligo hacia abajo, entreabrí la puerta y apareció Aroldo.
¿Qué te pasa ahora muchacho? «Nada. Bueno, sí. Es que…» ¿Es qué?… «Cuando me cambié de pantalón debo haber tirado un amuleto pequeño que traigo siempre conmigo. ¿Me permite pasar a buscarlo?».
Le contesté afirmativamente, pero le aclaré que estaba desnudo, que, si no le molestaba, pero que ya iba a acostarme.
Él me dijo que no había problema, que seguido le llamaban de algunas habitaciones para solicitar algún servicio y por lo general los huéspedes estaban sin ropa encima.
Efectivamente, cerca del guardarropa estaba su amuleto. Me dio las gracias y enseguida me preguntó si se me ofrecía algo, si podía ayudarme en algo. Le contesté que no, le di las gracias y él no hacía el menor intento por retirarse.
«Señor… usted ha sido muy amable conmigo, me parece un hombre muy interesante y la verdad es que… ¡Usted me gusta!… yo puedo chuparle su verga, o hacer lo que usted me pida…. mire, estoy muy caliente». Y diciendo lo anterior, me muestra un soberano bulto en su entrepierna.
Ya no dudé, cerré la puerta con seguro y toqué aquel tremendo paquete que ya había visto cuando fue al baño, sólo que ahora era una verga sumamente gruesa y dura.
Casi suelto mi semen al sentir tamaño ejemplar encerrado en un pantalón de tela áspera.
Le urgí a quitarse el pantalón, atropelladamente le pregunté si no tenía problemas por estar en la habitación de un huésped y me dijo que su turno había terminado, que si fuera necesario se quedaba conmigo toda la noche.
Apagué todas las luces de la habitación, descorrí las cortinas y más allá del balcón, sólo algunas ventanas entreabiertas dejaban ver una tenue luz.
La noche era mía y aquel muchacho pronto lo sería también.
Lo llevé a la cama, empecé a mamar su verga con ansiedad… sentía su palpitar, su necesidad urgente de ser acariciado.
Aroldo estaba recién bañado, olía a jabón de tocador.
Hice todo lo que se me antojó, le mamé la verga, lamí sus huevos, lengüeteé su ano, pero él me pedía tomar posición de perrito para devolverme la caricia.
Apenas me coloqué y me ha dado tal placer con su lengua que mi culito pedía ser llenado de inmediato.
Aquel muchacho cabrón conocía su negocio: me hizo rogarle que me la metiera, pedirle que me hiciera suyo y me dejara ir de un golpe aquel tolete ardiente.
Y lo hizo. Fue desgarrador. Mi trasero acostumbrado a recibir ejemplares de buena factura se estremeció ante las embestidas del mozalbete que supo prenderme.
Fueron unos diez minutos de meter y saca furioso y sin tocarme acabé convirtiendo mi verga en un vertedero de semen cuyo aroma se percibió en el ambiente.
Dejamos la cama, fuimos a la ducha, nos aseamos uno al otro, me dijo Aroldo que, si me había gustado, estaba dispuesto a visitarme cuando yo se lo pidiera, que con esa intención me había dado su número de celular.
Agregó que, si yo lo deseaba, podía traer con él al compañero que le llevó su pantalón de repuesto.
El otro muchacho también es un digno ejemplar masculino, pero, aunque formó también parte de mis vacaciones en privado, prefiero a Aroldo.