A partir del día siguiente me trasladaron a otra zona de la casa.
Éramos un grupo más pequeño de mujeres y nos daban comida diferente. Alejandra me buscaba cada cierto tiempo para darme unas pastillas y platicar un poco.
Yo seguía preguntándome acerca de ella, pero no me atrevía a decirle nada. Por la noche, luego de cenar, la dueña de casa me llevó a una recámara en el segundo piso y me dijo que de ahora en adelante sería para mí. Era pequeña pero muy cómoda, me puse muy contenta a curiosear y encontré el closet lleno de ropa de mi talla, incluyendo varias piezas de lencería muy sexy en diferentes colores y modelos.
Me propuse ponerme bonita para mi encuentro de esa noche. Escogí un conjunto de lencería negra con portaligas y medias haciendo juego. Luego me fui al tocador y encontré algunos cosméticos y perfumes para retocarme un poco. Luego encontré un par de zapatos de tacón y una bata de seda negra semitransparente. Estaba en eso cuando se abrió la puerta, a través del espejo del tocador vi que Alejandra se me acercaba.
«¡Hola Melly! Andaba por aquí y quise pasar a saludarte» me dijo con una sonrisa mientras posaba sus manos en mis hombros. «Gracias Ale», comenzaba a llamarla por su diminutivo como mi dueño, «ya me ves, me estoy poniendo bonita para esta noche».
Alejandra comenzó a acariciar lentamente mi mejilla, «esta noche tendrás una visita especial, será una sorpresa» me susurró acercando su rostro a mi oído. Me besó suavemente en la mejilla, con mucho cariño y luego se retiró en silencio, sin darme tiempo a decirle nada. ¿A qué se referiría? No tardé mucho en descubrirlo.
Cuando la puesta se abrió, yo estaba sentada en un sofá al lado de la cama. Esperaba lucir bella para mi dueño esa noche. Pero no era él quien apareció en el umbral. Era un poco mayor, ligeramente más alto, pero mucho más musculoso y fuerte.
Su cabello y sus ojos eran iguales a los de mi dueño, pero sus cejas no era tan pobladas y el brillo de su mirada era diferente, como más oscuro. Me puse de pie para recibirle. «¡Hola! Tú eres Melissa ¿verdad?» Su voz era más dura, pero no agresiva, «te vi en la subasta de la primera noche», estaba frente a mí y tomando con mano mi mentón levantaba mi rostro hacia él, «lástima que no me alcanzara el dinero para ser tu dueño».
No pude responder porque me besó en la boca y su lengua comenzó a juguetear con la mía, recorriendo mis encías y dientes. Estaba tan sorprendida que no atiné más que a seguirle el juego, así que le rodeé con mis brazos y devolví el beso, poniendo a jugar nuestras lenguas.
Luego nos tendimos en la cama. Él se quitó la bata que llevaba y me atrajo hacia sí para volver a besarme. ¿Quién sería? ¿Por qué su parecido con mi dueño? Mientras le besaba mis manos buscaron su pene. Comencé a acariciarlo mientras sentía que se iba endureciendo.
Disfrutaba mucho de sus besos, nuestras lenguas jugueteaban unas veces dentro de mi boca, otras veces en la de él. Comenzaba a sentirme excitada por la presencia de este hombre tan sensual. Me ponía húmeda al sentir como su miembro iba creciendo y poniéndose duro con mis caricias.
De pronto, y sin separarnos del todo, me miró y me dijo: «Tu boca es muy rica Melly». «La tuya lo es más» contesté con una sonrisa. «¿Sabes quién soy?» Me preguntó con un guiño de picardía. «Mmm… Te pareces mucho a mi dueño… ¿no serás…?» y dejé la frase colgando. «Sí, soy su hermano mayor. Te vi en la subasta de la primera noche, pero no pude adquirirte para mí», yo le seguía acariciando el pene mientras me hablaba, «sin embargo me alegro de que haya sido mi hermano quien lo hiciera, así al menos podré disfrutarte esta noche…».
Se puso de pie y se colocó frente a mí. Leí en su rostro su deseo, así que me senté y, siempre mirándole como me había enseñado Alejandra, comencé a comerme muy lentamente su herramienta, usando mi lengua en torno a ella conforme ingresaba en mi boca. Cerraba mis labios como una anillo en torno a su palo para darle el máximo de goce.
«¡Aaaahhh…!» Gimió con gusto. «Chupas bien peruanita… Hace tiempo que no me la mamaba una extranjera… No sabía que las peruanas fueran tan putas…». Alejandra tenía razón. Mirarle al rostro mientras permite calcular el ritmo con que chupas.
Por un momento tuve una sensación de poder, le tenía cogido firmemente por su miembro mientras me lo iba tragando y chupando. Estaba literalmente en mis manos y en mi boca, su placer surgía de mi pericia bucal y lingual, se lo estaba dando yo a él, y eso significaba que tenía algún poder en ese momento al menos. Esta idea me excitó tanto que redoblé la fuerza de mi mamada. Debió darse cuenta porque su rostro se congestionó y comenzó a agitarse su respiración. «¡Ooohh! Quieres jugar duro ¿verdad?» Me dijo, y se separó de mí bruscamente ordenándome ponerme de espaldas a él y apoyar mi pie derecho en el sillón. Luego me empujó suavemente para que me inclinara hacia delante. Con las piernas abiertas y mi trasero a la altura adecuada estaba lista para que me atravesara. Pero ¿qué agujero escogería?
La respuesta llegó más pronto de lo que esperaba. Me la clavó de un solo golpe aprovechando que la excitación había puesto muy dilatada y húmeda mi vagina. «¡Ay!» Grité dando un salto hacia delante. «¡Quieta mi niña! ¡Estese quieta que papi quiere cogerla hasta mucho más adentro!» Me dijo mientras comenzaba el movimiento de entrar y salir con rapidez. «Mmm… qué rica rajita tiene mi reina… ¿a qué tu noviecito en Perú no te la había abierto así?» Decía mientras cambiaba el ángulo de penetración. Se movía entrando y saliendo de mí con fuerza y cambiando de ángulo cada vez, de modo que la punta de su vergón me daba en todos los rincones de la vagina, ensanchándola con cada embestida. Comencé a gemir de gozo: «¡Aaahhh…! ¡Así papi…! ¡Qué rico…! ¡Ábreme todita…!». Sentí mi primer orgasmo cuando la punta de su tranca apuntaba hacia abajo, recorriendo cada milímetro de mi interior hasta casi tocar mi cuello uterino. Me sacudí como una hembra en celo:
«¡Aaaaahhhh…aaaahhhhh…..!» Ajustando los músculos de mi vagina para estrujarle ese delicioso nabo con el que me castigaba.
«Como goza mi perrita… ¿te gusta como cogemos en México? Pues todavía no has visto nada putita peruana…» dijo mientras se separaba de mí y me hacía tenderme boca arriba.
Primero dirigió su boca hacia el interior de mis muslos. Me lamía desde los tobillos hasta mi sexo, pero no se detenía en él sino que pasaba a la otra pierna y hacia el recorrido en ella.
Así hizo varias vueltas hasta que en una de esas se detuvo a besar los labios de mi sexo hinchado y húmedo. Me estremecí al sentir el frescor de su lengua. «Mmm… estás caliente mi vida… vamos a refrescarte un poquito…» y comenzó a lamerme a conciencia hurgando con su lengua en mi sexo.
Cuando dio con mi clítoris hinchado di un respingo. «¡Oh! ¿Qué pasó niña? ¿A poco no te gusta?» Me preguntó. «No… no es eso… está muy rico…» susurré a duras penas pues me quedaba sin aliento. «Pues a gozar mi reina…» dijo y volvió a darme de chupadas y lamidas al clítoris, entonces caí en la cuenta de que la situación se había invertido y ahora yo estaba en sus manos, porque mi placer dependía enteramente de él.
Estaba absolutamente desvalida sin él, totalmente sometida a él por las cadenas del placer. Grité mi segundo orgasmo con fuerza y me sacudí de pies a cabeza mientras él se reía y se colocaba sobre mí.
Sus brazos fuertes rodearon mis hombros y se apoyaron en el sofá. Sentí su enorme pecho cubriéndome como un abrigo protector de carne tensa y sudorosa. Todo él olía a macho en celo. Puso su cabeza al lado de la mía y yo pegué mi mejilla a la suya, con un gesto de ternura que no había tenido ni siquiera con mi dueño. No necesitó ayudarse de las manos para dirigir su miembro a mi sexo, tal era nuestro grado de excitación que encontró el camino con toda naturalidad.
Cuando entró, esta vez también de un solo golpe, sentí que su carne caliente y recia me llenaba por dentro, completando el vacío que el deseo ocasionaba en mí. Me sentí plena, completa. Suspirando levanté mis pies y le abracé por la cintura con mis piernas para que no se separara nunca de mí.
Me sentía transportada al paraíso. Tendida en el mullido sofá, con ese macho taladrándome, dejándose caer con todo su peso concentrado en su herramienta, sin llegar a aplastarme, poniendo toda su fuerza en abrirse paso a través de mi sexo que, abierto y lubricado al máximo, le devoraba anhelante. «Sí papi… así… así…» le susurraba al oído entre mis jadeos, «me estás sacudiendo hasta los ovarios, me estás dejando todo el útero alborotado… ¡Ahhh….» gemía con fuerza.
Él seguía concentrado en la faena, haciendo esfuerzos notorios por no venirse. «No te aguantes mi rey…» le susurré, «córrete dentro… lléname con tu leche…» le propuse morbosamente mientras le mordisqueaba una oreja.
Por toda respuesta se puso de pie, dejándome sentir un vacío terrible al hacerlo. Desconcertada estuve a punto de ponerme a llorar pensando que le había ofendido. Hizo que me tendiera sobre mi lado izquierdo y se puso detrás. «Vamos a probar esa colita de la que tan bien me han hablado…», sentí que su verga hurgaba en la entrada de mi culo, relajé mi esfínter para darle paso. Poco a poco, gracias a mi excitación y a la lubricación de su aparato, fue abriéndose paso hasta llenarme el recto con su presencia enorme y palpitante.
Pegó su cuerpo al mío para hacer la penetración más profunda, volví mi cabeza hacia él y busqué anhelante su boca. Nuestras lenguas volvieron a juguetear mientras me tenía empalada por el ano. Con una mano sostenía mi cabeza mientras que con la otra sujetaba mi cadera para mantenerme quieta mientras me daba por el culo. Sentí que iba a estallar de gozo mientras metía y sacaba su tranca de mis entrañas. Mi esfínter estaba relajado y podía sentirle entrar y salir muy dentro de mí. «¡Ooohhh…! ¡Qué rico culo peruano tiene Melissa…! Lo tienes tan rico y apretadito… ahhh…» me susurró mientras su rostro pegado al mío dejaba de besarme para lamerme cada rincón de mi rostro. «¡Muévete un poquito para hacerme gozar puta!» Me ordenó con ansiedad. Le obedecía sacudiendo ligeramente mis caderas, en la posición en que estaba yo no tenía mucho margen de maniobra que digamos, así que traté de hacerlo lo mejor posible, al parecer le gustó porque siguió jadeando mientras me seguía cogiendo por el ano.
«¿Te gusta que te coja por el culo puta?» me preguntó sin detenerse. «Sí papi… me gusta… la tienes tan grande y gruesa…» suspiré mientras sentía venir un nuevo orgasmo, «es todo tuyo papi… destrózame todita por dentro mi rey…» susurré entre gemidos. «¡Ahhh…! Creo que ya me vengo… prepárate perrita porque te la voy a dar toda…» me anunció con un grito. «¿Me la das dentro mi rey?» Le pregunté esperando que decidiera correrse en mi vagina, de modo que me asegurara una nueva penetración. Bruscamente se retiró de golpe. Un «plop» sonó en la habitación al quedar mi ano súbitamente vacío entrar el aire de golpe en él. Yo di un pequeño grito y volví a sentir un enorme vacío dentro mí. «¡Siéntate puta, y abre bien esa boca!» Me ordenó.
Rápida pero penosamente le obedecí. Cuando le tuve al frente, su aparato apuntaba directamente a mis ojos, así que abrí mi boca y comencé a chuparlo esta vez sin importarme el sabor ni el olor que se le habían impregnado. Estaba en ellos, sintiendo como se abultaba cada vez más, cuando adiviné por sus ojos que se venía. El entonces cogió su manguera con la mano derecha apuntándola hacia mi boca y con la izquierda me mantuvo firme la cabeza tomándome del cabello. «Te voy a dar tu leche Melissa… y quiero que te la tomes toda como la buena puta que eres…» y al decir esto al primera descarga me dio en el paladar. Yo abrí bien mi boca para no dejar caer ni gota y lo conseguí. Su semen tenía un sabor muy fuerte, era tan viscoso que parecía una crema. «¡Aaagghhhh…! ¡Toma…!» Gemía mientras yo recibía todo el enorme volumen de su simiente y con mis manos le acariciaba suavemente los huevos a fin de que descargara todo. Tuve que hacer verdadero esfuerzo por tragarme todo ese semen, estaba espeso que podía sentir como me bajaba por el esófago. Tardaría mucho en quitarme su fragancia de mi aliento.
Cuando acabó, recibí la orden habitual: «¡A dejar limpio todo niña!». Se la chupé con mucho gusto, muy agradecida por la cogida que me había dado. Él observaba complacido la operación. Cuando acabé, me tendió nuevamente en el sofá y se inclinó hacia mí para darme un beso. «Estuviste muy buena Melissa» me dijo con una sonrisa, «le voy a pedir a mi hermano que me deje cogerte más seguido… ¿quieres?». Asentí con la cabeza y con la mirada más elocuente que pude poner, no abrí la boca por temor a mi aliento a semen. «Buena chica…» me dijo con un guiño mientras me ponía una cobija encima. Luego se puso su bata, encendió un cigarrillo y se dirigió hacia la puerta. Desde allí me mandó un beso volado y salió. En ese instante noté que no estaba sola. Algo se movió desde el otro lado de la recámara. Alejandra apareció ante mi vista, se inclinó a mi lado y comenzó a acariciar suavemente mi cabello. Luego acercó su rostro al mío y me besó abriéndose paso entre mis labios con su lengua. Yo estaba tan sorprendida y cansada que le dejé hacer, su beso fue muy largo y dulce.
Cuando se separó de mí, me miró con ojos brillantes. «Hacía tiempo que no probaba el semen de mi hermano» me dijo con una leve sonrisa. «Duerme bien Melly, que te esperan muchas sorpresas aun…». Hubiera querido preguntarle tantas cosas, pero no tenía fuerzas para decir palabra, así que cerré mis ojos y me sumí en un profundo sueño.