Ocurrió una noche de abril. Me encontraba sólo. Mi mujer se marchó ese fin de semana por razones de trabajo a Sevilla. Esperé su llamada. Estuvimos hablando un buen rato de cómo era Sevilla y quedamos en que si tenemos una oportunidad pronto, la visitaremos toda la familia.
Esa noche, los niños se quedaban a dormir en casa de su abuela. Así que me dispuse a pasar una noche aburrido, viendo un poco la tele. La verdad que no me atraía nada de lo que emitían esa noche de viernes, a ver si se animaba con la película de Canal Plus.
Mientras esperaba a que llegara la hora, me asomé a la terraza. Hacía una noche espléndida.
Nuestro piso se encuentra unido al de mi cuñado, el hermano de mi mujer y nuestras terrazas, tiene una parte techada y otra más amplia con el cielo al descubierto, con un balcón donde tenemos plantado flores en un arríate, por el cual a veces nos pasamos las cosas que nos pedimos en vez de bajar, pues aunque nuestros pisos están juntos, no coinciden las escaleras de entrada. Por ese arríate, asomándose un poco se ve aparte de su terraza, las cristaleras y parte del salón. Pensé en pedirle alguna película de vídeo, y me asomé a ver si estaban allí. Se veía luz en el salón, pero no había nadie, así que cogí el teléfono inalámbrico y llamé por teléfono. Sonaba cerca, pensé que el teléfono lo tendrían en la terraza y volví a mirar. Mi cuñada salía en ese momento, llevaba una camiseta de tirantes blanca que no llegaba a cubrir las braguitas, también blanca, que trasparentaba una pequeña sombra de su pubis negro.
Pegué un respingo hacia atrás, pues temí que me hubiese visto asomado por entre las ramas del jazmín que separa nuestro arríate. Me contestó dulcemente, con un dígame que entrecortó mi respiración… Tengo que reconocer que me puso nervioso aquella visión, pues siempre pensé que mi cuñada estaba muy buena, es una morena, delgada de piernas largas y unas curvas insinuante que le sienta muy bien lo que se pone.
Pregunté por mi cuñado y me dijo que esa noche quedó con los amigos de la peña quinielística y llegaría tarde. Me excusé diciendo que no llamaba para nada importante, tan solo para preguntar si tenían alguna película para dejarme. Lamentándolo mucho, no tenía nada pues este fin de semana no habían pasado por el videoclub y que pensaba ver cualquier cosa de la tele. No me atreví a pedirle ver juntos la tele, pues me pudo más el pudor que el deseo. Así que le dije que no importaba y que vería lo del Canal Plus.
La noche avanzaba lentamente y el recuerdo de la visión en braguitas de mi cuñada no se alejaba de mi pensamiento, así que volví a mirar, asomando la cabeza por el arríate. Por fortuna, delante de nuestro edificio se extiende una frondosa vega de árboles frutales y de hortalizas, por lo que no temí que otros vecinos me estuvieran observando.
Asomado, con un poco de temor por si estuviera en la terraza. Vi que estaba sentada en el sofá mirando la tele mientras comía una ensalada. Seguía con la camiseta, pero solo le podía ver las piernas hasta las rodillas. Así que cogí la escalera de cuatros peldaños que tenemos para la despensa, y la coloqué en la terraza para asomarme mejor sobre la pared que separan nuestras terrazas, en la parte no techada que tiene. Desde allí, la visión era mucho mejor. Ella, comiendo, y la camiseta que dejaba entre ver unas tetas sin sujetador, con unos pezones que pinchaba la tela de algodón como queriendo traspasarla. Debajo, se veía las piernas que se juntaba para formar un pequeño triángulo con las braguitas. Me desengañé; no veía mucho, sinceramente yo esperaba más. Y esperé un rato por si había algún cambio, pero dejó de comer y se sentó con un cojín en los brazos, cómodamente. ¡Esto es lo único que verás! me dije y supuse que sería mejor dejarlo.
De repente se levantó, recogió los cubiertos de la cena, y los llevó, supuse que a la cocina. Bueno, por fin conseguí ver a mi cuñada en braguitas, pues aunque nos hemos bañado junto en la playa, y ella usaba bikini, no es la misma sensación de intimidad, sobre todo por la transparencia y el encanto de esas bragas. Lamentablemente no era de las que se llevan ahora, tipo tanga; me hubiera alegrado más la vista.
Volvió con algunas frutas en una fuente, comió unas fresas y se dejó caer en el sofá y se tendió reclinada hacía atrás con la cabeza apoyada al cojín, aquello era muy erótico para mí, ahora si tenía buena perspectiva y envidié lo que cada noche tiene mi cuñado. ¡Está buena, la jodida! y continué mirando algún rato más. Cuando quise darme cuenta, sonaba la sintonía del cambio de película en la cadena de televisión, empezaba la película porno y quise verla.
Para estar más cómodo me desnudé completamente. La película tardaba en entrar en acción, los prolegómenos se me estaban haciendo muy largo, así que decidí ir a mirar lo que hacía mi cuñadita.
Ahora tenía las piernas un poco más abiertas, y las braguitas habían cogido la forma de las comisuras de los labios mayores. ¡Bien! pensé, esto se pone más interesante que la película. De reojo miré para el televisor. Una chica rubia chupaba una polla al maromo de turno. «Ya empieza. Iré a verla» me dije, justo en el momento en que mi cuñada se llevaba una mano a sus braguitas y los dedos se introdujeron debajo. Pregunte para mí en plan jocoso «¿te pica?». Aquello era algo más que un picor, pues se frotaba insistentemente. Esto sí que no me lo esperaba. Iba ser una noche fantástica, ¡mi cuñada se estaba masturbado delante de mis narices!
Empezó con suavidad, los dedos se clareaban a través de la fina tela y se notaba como buscaba por la separación de su raja, el clítoris. ¡Vamos! la animaba yo mentalmente., ¡Que está muy bien lo que haces, vamos! Yo para entonces estaba tan empalmado que mi capullo iba a reventar, todo encendido, rozando la pared de la cual tenía que despegarme para no hacerme daño. Mi mano buscó mi verga empalmada y dura y la deslice por ella suavemente, ayudado con un poco de saliva, para que corriera mejor.
Mi cuñada paró, sacó la mano de las braguitas y temí que hubiera terminado su masturbación, pero para mi satisfacción, levantando un poco el cuerpo, se quitó las braguitas y me dejó ver toda la hermosura de su almeja donde resaltaba una pequeña y fina línea vertical de vello rizado y moreno, lucía los labios mayores bien afeitados bien almohadillados que formaba como dos pequeñas lomas, pues no eran nada planos sino curvos y carnosos. De entre ellos sobresalía el hermoso botón de su clítoris, que adornaba ese chochito como si de un broche se tratara.
Se abrió de piernas y el clítoris se transformó en alero de tejado de la entrada de esa cueva cóncava que me invitaba a entrar y descubrir los más recónditos de sus secretos. Ahora la mano de mi cuñada, se movía con más rapidez y su culo se movía en círculos, su cuerpo se levantaba de vez en cuando y otras veces, sus manos se ocultaban, apretadas por las piernas. MI cuñada con una mano buscó algo. Imaginé que era mi mano y aumente la velocidad del masajeo del pene, sube… baja… sube… baja.
Mi cuñadita encontró lo que buscaba en la fuente de las frutas; cogió un pepino reluciente y de esplendoroso modelo fálico. Se lo llevó a la boca y lo chupó como quien saborea un refrescante helado. Separó lo más posible las piernas y despacio, se fue introduciendo aquel pepino en la vagina. Me asombré mucho, pues debía medir dos veces mi polla, y le había entrado como si nada. Faltaría como cinco centímetros para que el coño de mi cuñada se lo tragara entero. Ella suspiraba y se dedicaba a su sexo con las dos manos, una en el clítoris y la otra, al mete y saca del pepino, que lo introducía con una exquisita agilidad. De vez en cuando miraba hacía donde yo estaba, pero le era imposible verme pues mi terraza estaba oscura, aunque ya no me importaba. Después de esto, ¡no!
Le vino un vigoroso y prolongado orgasmo, que debió escuchar media barriada. Lo intensificó con unos quejidos intensos y fuertes. Yo no pude aguantar más y derramé mi leche sobre la pared de la terraza.
Descansó unos instantes y volvió a mirar hacia donde yo estaba, cogió las bragas, limpió con ella el pepino y cada rincón de su coño y salió a la terraza. Yo me oculté rápidamente. La escuché llamarme por mi nombre y asomándose entre las ramas del jazmín, me vio desnudo subido en las escaleras, me lanzó sus braguitas, para que las oliera. Me preguntó si me había corrido; y no le pude mentir. Entonces me pidió que limpiara los restos de mi semen con sus braguitas y se las pasara.
Dicho y hecho. Estaba oliendo sus braguitas empapada con mi semen cuando llegó mi cuñado, la besó. Los vi hablar, él de espalda a mí, no se extrañaba que su esposa estuviera con las bragas en las manos y le lanzó un piropo, insinuándole que se iba a acostar, y desapareciendo por el salón. Mi cuñada le siguió, apagando las luces, mientras levantaba un poco la camiseta para enseñarme en su plenitud, su culito respingón.