Soy del noreste de México. Tengo 25 años, casado, con un hijo. Actualmente mi familia y yo recibimos frecuentes visitas de una de mis cuñadas, hermana de mi esposa para ser preciso.
Ella es morena, de baja estatura, y aun cuando esta un poco llenita sobresale en su persona un par de nalgas y pechos de pezones negros, redondos, que en lo particular me impresionan y calientan.
Su nombre es Fátima, tiene dos hijos y está casada. Por cuestiones de trabajo el esposo la tiene, por así decirlo, en el olvido.
Cuando ella está en casa cambia todo el ambiente en el hogar por su sentido del humor y nivel de conversación, contrario a mi mujer.
Hace un mes nos visitó con uno de sus hijos y, a diferencia de otras ocasiones, el tiempo que duró su estancia me mantuve con un fuerte deseo sexual. Ver sus prominentes nalgas «envueltas» en un pantalón deportivo o de mezclilla me provocaba tremendas erecciones que después aplacaba con tres masturbaciones seguidas.
Regularmente no acudo a casa para comer, pero cuando ella esta hasta procuro quedarme unas horas o de plano no asistir al trabajo por las tardes.
En una ocasión, después de los alimentos su hijo y el mío salieron a jugar con el resto de niños de la cuadra. Fátima se internó en su cuarto mientras yo merodeaba por la sala fingiendo buscar unos datos que ella comentó necesitaba.
La podía observar sobre la cama, boca arriba, leyendo una revista de espectáculos. A veces con las piernas flexionadas, una sobre otra o haciéndoles presiones leves como si se masajeara el clítoris. Minutos antes me había comentado que se bañaría pero no, estaba ahí.
Le hice plática desde mi lugar y pregunte por un obsequio que le di meses atrás. Se incorporo con medio giro de piernas abiertas y pude notar su sexo abultadito. Vestía un short deportivo y una playera que transparentaba un hermoso par de tetas sostenidas por el brasier.
Me senté a un lado de ella en el borde de la cama. Para entonces mi sexo se encontraba erecto y pulsante a través de mi pantalón casual. Me las ingenie para que ella lo notara. No alzaba la vista, sólo me miraba de reojo mientras mostraba el artículo por el que cuestione.
Pedí ver su credencial de elector y le dije que se veía muy bien. Nos mantuvimos juntos, ligeramente rozaban nuestros dedos y eso me ponía a mil. Tuve ganas de robarle un beso y acostarla sobre la cama. Sentí que debía hacerlo pero resistí.
Decidí retirarme a buscar sus datos y me acompañó. Mi pene seguía erecto y me ubique cerca de ella pero sin rozarlo con ella, a manera de que sólo viera como estaba en esos momentos.
Tal vez ya se dio cuenta que la deseo porque la miro y hablo de forma diferente, trato de que haya contacto físico, que me descubra viéndole el trasero, las chiches. Que perciba mis ganas por ella.
De pronto comentó que se bañaría e ingresó al cuarto apropiado para ello. No puso el pasador como en otras ocasiones, podía escuchar que se quitaba la ropa y luego sentarse a orinar. Todavía tardó en entrar a la ducha y, distinto a otras ocasiones en que salía ataviada con una toalla de la cintura para abajo, se vistió en el baño.
Por cualquier cosa, yo al esperaba en la sala, sentado en la dirección que vendría y alzando un poco la cintura para que se apreciara aun más mi sexo, bien lubricado para ese instante. Quizá lo previó y no quiso comprometerse. No fue como yo esperaba.
Fátima se avocó a lavar vigorosamente su tanga color vino, mientras que yo con la verga todavía erecta acudí a hacerle plática en el lavadero y mirar de reojo ese lindo trapo que la cubre y sabe de las mieles de su vagina. Imagine que se mojó, calentó y por ello decidió casi intempestivamente bajarse las ganas reprimidas. Todavía no lo sé, el tiempo lo dirá.