Mi reloj marca las 5:18 p.m.He quedado con él,mi amante,mientras mi marido sigue con su estúpida manía de pescar.
A doce minutos de mi cita me levanto del asiento y mis piernas se despegan lentamente del tapizado gris y rojo.
Con la mano fría, nerviosa, pulso el botón para indicar al conductor que se detenga en la próxima parada.
Me imagino al señor de pelo cano sentado dos asientos más atrás observando mi figura de arriba abajo, y me pregunto si mis piernas estarán enrojecidas por el tejido sintético de mi asiento.
Veo al conductor mirarme por el espejo retrovisor antes de pulsar el botón de apertura que me permita salir.
Bajo los dos escalones que me separan del abrasador asfalto del mes de julio y parece que mis tacones quedan pegados, fundidos.
El autobús cierra las puertas tras de mí y siento la brisa que levanta al ponerse en movimiento.
A cada paso que doy mi vestido se mueve ondulante, insinuante al ritmo que marcan mis caderas, exageradas en su movimiento por esos tacones que hacen aún más esbelta mi figura.
Me describió cómo era y la ropa que llevaría. Intento imaginármelo.
Reímos al recordar una vieja película en la que la protagonista se pone un estrafalario sombrero para ser reconocida.
A cincuenta metros del lugar de la cita, me estiro el vestido, aparto mi flequillo a un lado y decelero mi paso.
Procuro parecer tranquila mientras mi corazón bombardea mi pecho.
A unos dos metros del café le veo: un hombre alto,atractivo ,como me dijo quien dejará de ser mi amante virtual de chat. Me observa tras sus gafas de sol que se retira despacio mientras me aproximo a él.
-¿Paloma?- dice.
-¿Javier?- pregunto, respondiendo a su pregunta.
Es obvio que somos nosotros. Nos damos un beso en la mejilla y no puedo evitar respirar profundamente al contacto de sus labios en mi piel.
Me cede el paso y entramos al local.
Al final del pasillo que forma la barra hay varios recovecos, como pequeños refugios. Me dirijo lenta y nerviosa a uno de ellos al abrigo de miradas indiscretas.
Pedimos al camarero algo de beber que nos quite esta sequedad de boca.
Humedezco mis labios varias veces en espera de la bebida.
Por fin el camarero nos sirve un cocktail en dos copas altas.
Brindamos por esas tres semanas de conversaciones, risas y sexo virtual.
Aproximo la copa a mis labios que se entreabren para recibir el líquido.
Está frío, dulce. No sé exactamente a qué sabe. Me gusta.
Dejo el cocktail en la mesa y miro a Javier, que me observa.
Con un brillo en los ojos me dice que le gusto de verdad. Que en el chat no se imaginaba que yo fuese así.
Bajo la vista mientras mi dedo da vueltas una y otra vez por el filo de mi copa recordando la última conversación que tuvimos en el chat, sus caricias imaginarias, nuestros jadeos perdidos en la distancia.
De reojo veo cómo mis pezones se hacen notar tras la fina tela de mi vestido, lo cual no le pasa desapercibido a Javier y me sonríe.
Deja caer su mano en la mesa, rozando la mía. Respiro hondo sintiendo una extraña excitación. -Dime Paloma- dice –¿me besarías?
Por un momento me quedo pensando en si debería hacerlo, en que si lo hago ya no habrá vuelta atrás. Pero siento tantos deseos de hacerlo que todo eso me da igual.
Le miro a los ojos, de un negro azabache y sin decir nada me levanto de la silla y me aproximo a él. Me acerco lentamente a sus labios rozándolos con los míos. Saco mi lengua deseando saborearlos, buscando a tientas la suya. Nos damos un cálido y húmedo beso. Me besa la mejilla, el cuello. Siento el roce de su mano en mi pierna y su cálido aliento en mis oídos -por qué no nos vamos a un sitio más tranquilo- me susurra.
-Vámonos- digo, excitada como hace tiempo no lo estaba.
Pagamos la cuenta y nos vamos. Nos dirigimos hacia unos apartamentos que se alquilan por horas. El edificio es moderno. Tiene un pequeño mostrador a la entrada donde una chica nos pide el D.N.I. y el dinero por adelantado. Nos entrega un inmenso llavero en el que cuelgan las llaves, que a su lado parecen diminutas. Puede leerse en letras grandes 607.
Mientras subimos los seis pisos que nos separan del apartamento no puedo evitar el fuerte impulso que siento y me dejo llevar por mis instintos.
Le beso, le acaricio el pecho sintiendo el calor de su cuerpo y la temperatura del mío sube más y más.
Javier me acaricia la espalda, las nalgas. Tira del vestido hacia arriba y ve mi pequeño tanga. Me dice -¡qué buena estás!- entre jadeos.
El ascensor se detiene y salimos.
Veo cómo sobresale un bulto en la entrepierna de Javier.
Al fin llegamos y Javier, ansioso por entrar en la habitación, abre la puerta de un golpe. Me empuja contra la pared y me besa los labios, el cuello, mientras con una mano baja la cremallera de mi vestido. Los tirantes caen y el vestido se desliza hasta el suelo.
Me agarra los brazos, los levanta apoyándolos en la pared sobre mi cabeza. Me besa los pechos, los mordisquea.
Yo jadeo, cierro los ojos -si, si- repito una y otra vez.
Me coge en sus fuertes brazos y me lleva a la cama situada en el centro de la habitación. Se quita la camisa y aparecen unos espectaculares pectorales. Su estómago de piel bronceada me hace imaginar qué es lo que se encuentra más abajo.
Me incorporo y soy yo la que le quita el pantalón. Quiero sentir cómo su miembro sale disparado al retirarle su ropa interior. He de tirar del slip hacía arriba para quitárselo. Y ahí aparece, excitado, duro.
Le beso el pecho, el estómago y sigo bajando. Cojo su miembro y lo beso.
Mi lengua aparece lenta, cálida, húmeda y lame el prepucio dando vueltas.
Abro más la boca y meto sólo la punta haciendo presión con mi lengua.
Miro a Javier a los ojos y veo su cara de placer.
Ahora la meto un poco más, lentamente, hasta el fondo. Dentro y fuera, dentro y fuera. Una y otra vez mientras con la mano le acaricio los testículos.
Me gusta cómo sabe.
Saco su miembro empalmadísimo de mi boca y me pongo de pie. Le empujo para que se tumbe en la cama.
Javier observa cómo me quito el tanga y me acaricio para él.
Masajeo mis pechos, haciendo círculos alrededor de mis pezones, ahora grandes y duros. Voy bajando hacia mi ombligo mientras muevo mis caderas.
Me acaricio el vello púbico. Froto mi clítoris echando mi cabeza hacia atrás en un jadeo incontenido. Me introduzco un dedo. Estoy mojadísima.
Miro a Javier que está que se sale y me dirijo hacia él.
Me pongo sobre él, de pie, con una pierna a cada lado de sus costados. Él ve mi sexo desde abajo. Rosado, húmedo. No le quita la vista.
Me agacho lentamente. Su miembro viril, excitado, apunta hacia mi agujero. Y yo voy hacia él.
Entramos en contacto y desciendo muy despacito. Su verga entra sola, resbaladiza en mi sexo, cálido y húmedo. Me muevo lentamente, hacia arriba, hacia abajo. Arriba, abajo, arriba, abajo.
Me quedo sentada sobre él, moviendo mi cintura, haciendo círculos, sintiendo la frotación en mi clítoris.
Javier me agarra, me da la vuelta bruscamente haciéndome quedar debajo de él y vuelve a introducirme su verga.
Entra y sale mientras yo muevo mis caderas debajo de él.
Ahora más deprisa. Ahora más despacio -si, si- digo yo.
-No pares, por dios, no pares- digo entre jadeos.
Ahora la saca y se queda así unos segundos. “No, no hagas eso”, pienso.
-Métela- le digo -por dios, Javier, no pares– le suplico –soy tuya, métela otra vez y no pares.
Me la mete de un golpe, de una sola vez, hasta el fondo. Y yo grito –si, si, si-. Entra y sale una, dos, tres, mil veces. Siento cómo mis músculos reaccionan a punto de llegar el orgasmo. Lo siento llegar. Se acerca.
-Dios, dios, dios- digo una y otra vez -me voy a correr, Javier- digo.
Y jadeo, y grito mientras con las manos le aprieto más contra mí, para sentirle dentro, muy dentro. Le abrazo con las piernas.
Le oigo jadear y decir –ya viene, ya viene.
Siento cómo el orgasmo nos llega a la vez. Nuestros cuerpos se convulsionan, húmedos, excitados. Jadeo tras jadeo.
Por un momento nos quedamos quietos, apretándonos. -Dios- por última vez.
Siento algo húmedo entrar en mí con fuerza. Me quedo muy quieta recibiendo el preciado líquido.
Una última convulsión, y Javier deja caer su peso sobre mí.
Con la presión en mis pulmones por el peso de su cuerpo sobre el mío, intento recuperar el aliento.
Al cabo de unos segundos siento cómo en mi sexo algo se va encogiendo despacio hasta salir haciendo un sonido húmedo.
Javier se retira mirándome a los ojos y nos quedamos tumbados el uno junto al otro recobrando el aire.
Me coge una mano –ha sido fantástico- dice.
Y mañana entraré en el chat de nuevo…
Me gustaría que me escribiesen hombres que hayan conocido a sus amantes por chat y mujeres también,sobre todo para ver como han podido mantener el engaño,ya que cada vez más el deseo ne hace ser más atrevida.